Reseña del poemario de Guadalupe Lezama, gestora cultural, escritora y lectora en voz alta especializada en pronunciación medieval en La Celestina. Colaboradora de la sección Cultura de La Izquierda Diario.
Lunes 24 de junio de 2024
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No encontraba una manera para destacar los hartos méritos que hallé y disfruté del poemario que nos reúne hoy y a esta hora, espero, para el gozo. Y esta dificultad radicaba en el hecho de que no quería decir, por ejemplo, que Guadalupe Lezama recupera, o más bien, continúa el trazo que se marcó en la lírica hispánica desde el siglo XI, al menos, época que registra las jarchas más antiguas que se conocen. Y no quería decirlo así, no porque esto no fuera cierto, sino porque es lo evidente. Basta leer el poema que abre el texto para reconocer de inmediato el arsenal de la autora. Es inevitable, por ejemplo, no pensar en el cierre del Primero sueño, de nuestra lesbiana más jerónima (“el mundo iluminado, y yo despierta”), con el remate de “No vendrá el armisticio”, que concluye así: “Mañana la posguerra / el amor es contienda / No vendrá el armisticio / maténgame yo despierta”.
Es probable que ésta sea la manera de decirlo. Sin embargo, la semana pasada estaba escuchando el Carmina Burana, y no fue sino hasta que sonó la famosa “In taberna quando summus” que encontré el modo para nombrar no sólo a la obra, sino a su poeta. Guadalupe Lezama definitivamente es una goliarda; me la imagino clériga, instruida en el trívium y el quadrívium, y por supuesto, como toda clerica vagante, crítica de las condiciones sociales y políticas de los caminos donde canta.
Esta poesía goliarda que nos presenta Guadalupe Lezama está renovada en su temática y en su lenguaje, en medida de que nos habla a nosotras, mujeres medievales del siglo XXI, y dialoga con nuestra realidad. En este sentido hay muchos asuntos interesantes: una voz poética que desde el lado femenino retoma temas y tonos que eran únicamente, hasta donde se sabe, de dominio masculino. Un ejemplo de ello es el “amor cortés”, esta fantasía europea que llenó de tópicos los cantos de los trovadores y los libros de caballería, presentados siempre, repito, desde una voz heroica y masculina. Guadalupe lo invoca pero desde la crítica “cachonda”, me atrevo a caracterizarlo de ese modo, porque qué se hace con esos amores que no terminan en cama, pues nada más vivirlos en esa chaqueta imaginaria llamada “amor cortés”, cuya utilidad es ser asilo del deseo. Todo deseo que no culmina me hace pensar este poema, “calentar el boiler y no meterse a bañar”, diríamos en mexicano, es un amor inútil, y qué otro amor podría ser más inútil que el cortés. Por ello en “Desamar” dirá: “Mentira / deseamos amor bestial / compulsivo”. Encuentro un gran acierto en este modo en que se desmitifica un poco ese efecto espléndido y de sacrificada abstinencia de dicho tema medieval y que esto se haga desde el lado, diré, de la doncella que aguarda a su caballero: “conservo como reliquia”, dicen unos versos, “este amor inútil que sueña monumento / duro como la roca, pretende la guerra / pero sólo sabe de ataque de palomas / que osan posarse y defecar en él”. No es gratuito que este poema se llame “benefacta male collocata male”, es decir, “cosas buenas mal hechas”, que en mexicano bien podría traducirse como “no hagas cosas buenas que parezcan… que estás pendejo”.
El amor como guerra, el amor como enfermedad, incluso la teoría de los humores, son algunos tópicos y temas con los que Guadalupe elabora un tipo de erotismo que puede definirse como “del género femenino no domesticado / salvaje de pensamiento / esclava de mi ficción”, así, con sus propios versos.
La métrica y la forma de los poemas de esta primera sección remiten también a un ritmo vinculado con la poesía medieval. Sobre todo, por su construcción y sonido quiero destacar “Tant´amare…”, descendiente de esa bella forma que llamamos cantigas de amigo. Me parece un poema muy bello. Domina la musicalidad de esa lengua ya tan antigua y lejana a nosotras sobre nuestro español moderno, coloca las repeticiones donde pueden sentirse; la imagen, tiene pocos elementos: la garganta, el ciruelo y el hueso, y con esos tres pocos elementos despierta una sensualidad muy sutil y profunda; el poema incluso es aromático y por lo tanto tremendamente carnal.
Se dice que final de la tradición de la literatura medieval se da con La Celestina, que es algo así como una obra de transición, que encara los viejos con los nuevos valores. Nuestra goliarda feminista no deja pasar esta transición, y como segunda sección del poemario, nos presenta unos “Juegos celestinescos”, que nuevamente dialogan con el texto que los motiva; por su puesto que tienen un tono jocoso, no podría ser de otra manera cuando la alcahuetería está presente. Además de algunos acrósticos dedicados a las mujeres de La Celestina, hay un poema que va a marcar un poco el tono de la siguiente sección y que en general representa algo de los procedimientos de estos poemas, puesto que Guadalupe hace una parodia respecto a la trotaconventos que, en el poema, termina siendo “celestineada”.
La parodia es más evidente la tercera sección “Gentrifícate, mi amor”, principalmente en “Y que yo me lo lleve a la marcha”. La principal función que la parodia va a tener es la denuncia de diversos procesos sociales y políticos sostenidos por las fuerzas capitalistas y patriarcales: la gentrificación, por supuesto, la inflación, los aliadites, la contaminación, el machismo, el asistencialismo barato y el crimen organizado. La autora ha dejado los caminos y las aldeas de la primera sección, para habitar las urbes y cantarles desde la mirada crítica y, como buena goliarda, satírica. Mucho de este impulso descubro también en la última sección, El banquete. Pensaba “cerrar con un banquete es una gran manera de cerrar, pero también de descorchar otras botellas, más bien, otros odres” y así acuden también otros temas. El título puede anunciar una cuestión platónica, creo que algo hay de eso, pero en el desarrollo de los poemas, nuevamente se ve invertido: el amor y el deleite están llenos de brumas y también de dolor. Me pareció que, de todas las secciones, esta última es la que tiene un tono quizás más oscuro y por ello más abrumador, en muchas ocasiones triste y desolador, pero que a su cierre no se deja vencer e ironiza, claro, tenía que ser goliarda.