Este martes 18 de agosto el Ejército maliense se sublevó contra el Gobierno de Ibrahim Boubacar Keita para exigir su dimisión por su incapacidad de afrontar la crisis economica, social y política que atraviesa el país. Tras el golpe los militares prometieron una “transición hacia un gobierno civil”.
Santiago Montag @salvadorsoler10
Miércoles 19 de agosto de 2020 09:00
El presidente de Malí anunció su renuncia y la disolución de la asamblea nacional – el parlamento - en la televisión estatal ORTM, poco después de que él y el primer ministro, Boubou Cissé, fueran arrestados por soldados amotinados. En su comunicado televisado dijo “No deseo que se derrame sangre para mantenerme en el poder”, y agregó "he decidido dejar el cargo". Ambos funcionarios fueron detenidos el martes por la noche después de un día de confusión y caos en un país que ya enfrenta una insurgencia yihadista y protestas masivas.
El golpe palaciego llega luego de varias jornadas de protestas contra el Gobierno.
Luego del golpe, los militares televisaron este miércoles un breve comunicado diciendo que no estaban "interesados en el poder sino en el bienestar de la nación", explicaron que habían intervenido debido al creciente "caos, inseguridad y anarquía”. El Coronel Maj Ismaël Wagué prometió que las urnas "darán a Malí instituciones fuertes capaces de gestionar mejor nuestra vida cotidiana y restablecer la confianza entre los gobernados y los gobernantes".
El secretario general de la ONU, António Guterres, pidió “la restauración inmediata del orden constitucional y el estado de derecho”, y organizaron una reunión para este miércoles para programar una “misión de paz” de 15,500 efectivos de la ONU para "estabilizar la región".
Las potencias regionales africanas cerraron fronteras con Malí, suspendieron su membresía en los órganos de toma de decisiones de la “Comunidad Económica de los Estados de África Occidental” (CEDEAO), bloque económico regional, y condenaron a los “golpistas y sus socios”. De la misma forma, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, condenó los hechos de este martes por la noche: “Un golpe de Estado nunca es la solución a una crisis, por muy profunda que sea”, dijo.
Pero los militares que encabezaron el golpe palaciego parecen dispuestos a tranquilizar a la opinión nacional e internacional, anunciando que respetarían el acuerdo de paz clave que se espera que traiga estabilidad a Malí y que mantengan asociaciones con las fuerzas de paz de la ONU y la poderosa fuerza militar francesa estacionada en el país con 5,400 unidades que integran la Operación Barkhane.
Desde abril, el presidente de Malí, Ibrahim Keita, es azotado por movilizaciones en su contra cuyas represiones se cobraron la vida se 14 manifestantes. Estas protestas exigían su dimisión ante el fraude de las últimas elecciones. El confinamiento por el coronavirus hizo que sólo haya un 35% de participación. Pero la bronca de los malinenses parte de la miseria estructural con un 50% de pobreza. Pocos días después todos sus ministros dimitieron, y se propuso como concesión un Gobierno de coalición nacional, pero tampoco calmó a los manifestantes, lo que dejaba a Keita pendiendo de un hilo.
¿Qué pasaba en Malí?
El país es sacudido por una guerra civil a partir de la insurgencia de los separatistas tuareg que se alzaron luego de la caída de Ghadafi en Libia en 2011. El derrumbe de los arsenales gadafistas permitió que diversos grupos se armaran, además la guerra civil se e intensificó con la llegada de grupos yihadistas como el Al Qeda y Boko Haram (aliados a Estado Islámico) a la región del Sahel, rica en recursos naturales.
Con la excusa de esta situación Francia irrumpió militarmente con las operaciones Serval y Barkhane en 2012 para combatir a los grupos “terroristas”, pero sólo para empeorar la situación, armando a tribus aliadas que luego apuntaron las armas entre sí, una región que encierra antiguas disputas territoriales y étnicas.
En aquel momento, ante la debilidad de la situación del Estado, el ejército dio un golpe en 2012 para luego llamar a elecciones y establecer conversaciones de paz. Ese proceso llevó al poder a Keita como presidente en 2013. En 2015 le otorgó a los tuareg y otras tribus una autonomía relativa y acuerdos de paz estableciendo un débil equilibrio interno en el país, pero perdurable. Sin embargo, la corrupción endémica, los problemas estructurales de pobreza, la relación con el imperialismo francés y la crisis de la pandemia de coronavirus generaron enormes grietas internas.
La proliferación de grupos terroristas y los combates con las fuerzas francesas y locales han desplazado a cerca de 3.5 millones de personas por todo el Sahel. Allí el imperialismo francés no busca estabilizar ni proteger a la población acosada por yihadistas, su presencia busca custodiar toda una región rica en oro, uranio y distintos recursos minerales como petróleo y gas, donde los intereses de sus multinacionales francesas están desparramados en aquellos países africanos.
El hostigamiento de yihadistas, la pobreza extrema que alcanza al 50% de la población, y la presencia francesa generaron suficiente frustración entre una juventud frente a un estado que no les garantiza el acceso a la educación, salud y otros servicios básicos en medio de un proceso de desertificación que asola la región.
Perspectivas escabrosas
Durante las manifestaciones, el clérigo islamista wahabista (una versión ultraconservadora del islam), Mahmoud Dicko, logró hacerse del liderazgo de las manifestaciones y del "movimiento 5 de Junio-Agrupación de Fuerzas Patrióticas" (5J-RFP) una coalición de los principales partidos del régimen, utilizando discursos populista contra la ocupación francesa, la corrupción del gobierno y la pobreza, . Este personaje carismático fue el principal opositor a las leyes de igualdad de género y educación sexual en el país, utilizando su figura en un país donde el 95% de la población es musulmana. Keita había intentado negociar con la oposición política encabezada por Dicko, pero al no responder con la demanda central de los manifestantes, su dimisión, no pudo frenar las oleadas de protestas.
Tanto el Ejército que dio el golpe como la oposición política-religiosa liderada por Dicko buscan bloquear cualquier acción independiente de masas que han llevado adelante huelgas de trabajadores de la salud, la educación y el transporte desde abril contra el gobierno de Keita. Los manifestantes confían en que el Ejército liderará una transición hacia un “gobierno civil más justo”, pero todo indica que el horizonte en Malí es bastante sombrío.
Santiago Montag
Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.