×
×
Red Internacional
lid bot

Opinión. Greenwashing imperialista: Biden juega la carta verde en la cumbre climática

Los mayores responsables de la contaminación se reunieron en una cumbre climática virtual convocada por el presidente Joe Biden. Lo que está en juego para el sucesor de Trump es restaurar el lugar de Estados Unidos como interlocutor principal en la crisis climática. Pero Biden no es un ambientalista.

Viernes 23 de abril de 2021 17:15

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dice que quiere una "revolución ecológica". Ese fue uno de los temas clave de su campaña: Trump había abandonado unilateralmente el Acuerdo Climático de París, Biden se comprometió a reinstalarlo, lo que hizo rápidamente una vez elegido.

Después de años de negacionismo del cambio climático, con un presidente como Trump que se distinguió al nombrar a un escéptico climático al frente de la agencia ambiental o al afirmar que el calentamiento global fue un truco de China para hacer que Estados Unidos perdiera su liderazgo mundial, muchos de los estadounidenses pensaban que un voto por Biden era un voto por el planeta.

Es con esto en mente que Joe Biden inició, este jueves 22 de abril, una cumbre que reunió a los mayores contaminadores del planeta con motivo del Día de la Tierra. ¿La meta? Rehabilitar a Estados Unidos como interlocutor en materia ecológica, y liderar simbólicamente la lucha contra el calentamiento global. Pero no solo eso. Esta medida es un intento de Biden de restaurar la imagen dañada de Estados Unidos a nivel internacional, con el fin de recuperar la hegemonía de antaño.

Esto, sin contar que China también quiere cumplir un rol en este terreno, y que no ha dejado pasar la ocasión para comparar a Estados Unidos con "un mal alumno que vuelve al banco de la escuela después de haberse escapado".

China representa un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero a escala mundial, un hecho que le sienta muy bien a Estados Unidos (15% de las emisiones) en su duelo con el gigante asiático. Sin embargo, los resultados son menos gloriosos para Estados Unidos cuando reducimos estas emisiones al número de habitantes en ambos países. Los dos están por encima del promedio mundial, pero China emite alrededor de 7,7 toneladas de Co2 per cápita por año, en comparación con las 15,7 toneladas de Co2 per cápita por año de Estados Unidos.

Además, si Biden quiere ser el "jefe ecológico", su historial no es brillante en este terreno. Es incluso catastrófico: bajo la presidencia de Obama, durante la cual fue vicepresidente, la producción de petróleo en Estados Unidos aumentó en más del 80%. Durante el mandato de Obama, y de la mano de Biden, florecieron una multitud de oleoductos y gasoductos en todo el país, incluso en tierras propiedad de nativos americanos, como el oleoducto Dakota Access, cuya ruta cruzaba la reserva Lakota Standing Rock. Peor aún, la movilización de los habitantes originarios y las organizaciones que los apoyaban contra esta construcción fue severamente reprimida por la policía e incluso la Guardia Nacional.

Durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21) de 2015, que dio origen al acuerdo de París, el Estados Unidos de Obama estuvo entre las potencias que se opusieron al establecimiento de techos de emisión bajo pena de sanciones. El acuerdo final fue poco más que un acuerdo simbólico donde cada país establece sus propios objetivos, sin restricciones.

Desde que se convirtió en presidente, Biden se ha negado a adoptar el llamado Green New Deal, que es defendido por la franja más a la izquierda de su partido. Mientras tanto, propone un plan para combatir el cambio climático de 2 billones de dólares que sus partidarios describen como "revolucionario". Pero este plan no ataca la propiedad privada, ni el "libre mercado", apoyándose en mecanismos como el mercado del carbono y los subsidios a los empresarios. Biden propone una versión neoliberal del Green New Deal, que ya estaba lejos de ser lo suficientemente ambicioso para hacer frente a la gravedad de la crisis que enfrentamos, y tampoco proponía ninguna ruptura con el capitalismo sino una "reestructuración verde" dentro de sus marcos.

¿Qué esperar de esta cumbre, si no una continuación de las tibias políticas que hemos conocido hasta ahora? También están previstos otras dos instancias similares en los próximos meses, la COP26 de Glasgow, y la conferencia de Kunming, dedicada a la biodiversidad. Por lo tanto, esta cumbre no será más que la enésima COP21, una oportunidad para hacer promesas y buenos discursos sin adoptar ninguna medida restrictiva hacia los capitalistas. Para las grandes potencias, la lucha contra el cambio climático es una batalla por la hegemonía; para los trabajadores de todo el mundo, es una cuestión de supervivencia. Los capitalistas no tienen ningún interés en poner fin al cambio climático y solo los trabajadores pueden lograr una verdadera transición ecológica.