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Red Internacional
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POR UNA INTERNACIONAL DE LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA. Hacia una nueva etapa de la situación mundial

A continuación presentamos algunas conclusiones debatidas en la reunión de la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional de marzo 2017.

Miércoles 5 de abril de 2017 00:00

Lea completo el suplemento "Construyamos un Movimiento por una Internacional de la Revolución Socialista"

La proliferación de nacionalismos de derecha y, en particular, el encumbramiento de Donald Trump a la posición más alta del poder mundial, implica un cambio de gran magnitud con respecto a la situación anterior e indica que se ha abierto un período caracterizado por las tendencias al nacionalismo económico (que tienden a chocar con la estructura fuertemente globalizada del capitalismo actual), alianzas inestables, mayores disputas y rivalidades entre las grandes potencias, guerras comerciales y también conflictos militares en las que se vean involucradas. En ese sentido la guerra civil en Siria puede ser un anticipo.

A continuación presentamos algunas conclusiones debatidas en la reunión de la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional de marzo de este año. Esta breve síntesis no pretende ser exhaustiva sino oficiar de “actualización” sintética al Manifiesto por un Movimiento por una Internacional de la Revolución Socialista (Cuarta Internacional) que publicáramos en 2013.

Las perspectivas internacionales que abre el “efecto Trump”

La política nacionalista que plantea Trump es una ruptura, aunque aún no sabemos de qué magnitud, con los gobiernos neoliberales y globalizadores –tanto conservadores como socialdemócratas- que predominaron en todo el período de la restauración neoliberal.

El gobierno de Trump, el Brexit y el ascenso de los partidos euroescépticos y xenófobos en Europa occidental –si bien todavía no plantean proteccionismos abiertos y consolidados, sino que significan reversiones parciales de las tendencias globalizadoras hegemónicas en las últimas décadas– claramente son expresión del agotamiento del ciclo de una supuesta “globalización armónica” que ordenó las relaciones interestatales en las últimas décadas y que ganó hegemonía a partir de la restauración capitalista primero en la ex URSS y luego en China. Estados Unidos, como líder de este orden neoliberal, obtenía el máximo beneficio para sus monopolios, pero a la vez permitía que las principales economías también sacaran sus tajadas. La crisis capitalista de 2008 y su prolongación durante años de bajo crecimiento alternado con tendencias recesivas, puso en cuestión esta estructura.
El nacionalismo económico de Trump no quiere decir para nada repliegue nacional sino, por el contrario, reafirmación imperialista agresiva del interés nacional del capital norteamericano, en primer lugar en el terreno comercial.

En el plano externo, el plan de Trump era frenar la política más agresiva hacia Rusia que han tenido las últimas administraciones demócratas y republicanas como expresión política de la línea de la burguesía que ve la necesidad de fragmentar la esfera de influencia rusa y avanzar hacia su semicolonización. Hillary Clinton expresaba la continuidad y la profundización de esta orientación. Sin embargo, sería un error considerar a Trump un aislacionista. Como expresa en gran medida su alianza con el sector militar (y la importante suba del gasto militar) su política es prepararse estratégicamente para seguir primando en el terreno nuclear (por ejemplo se propone liquidar le pequeña ventaja que tiene Rusia sobre la cantidad de ojivas nucleares) e intervenir donde esté en juego el interés norteamericano.
Más allá de que aún no está claro cuál será su estrategia en política exterior, su política hacia Rusia es resistida activamente tanto internamente como por los aliados tradicionales de Washington. Lo más peligroso para la situación internacional es que el liderazgo norteamericano se ha vuelto impredecible y eso hace más concreta la posibilidad de accidentes que de mínima aumenten las tensiones o incluso lleven a conflictos de magnitud. La crisis que se está desenvolviendo en la península de Corea es un ejemplo.

De desarrollarse y profundizarse las tendencias al nacionalismo reaccionario en las grandes potencias, esto puede llevar al surgimiento de nacionalismos defensivos en el mundo semicolonial, que pueden dar lugar a fenómenos antimperialistas en este último caso. Algo de esto se está anticipando en México, actualmente en el ojo de la tormenta de los ataques de Trump.

Hacia una mayor lucha de clases y nuevos fenómenos políticos

La llegada a la presidencia de EEUU de Trump no es un rayo en cielo sereno. La crisis histórica que viene atravesando el capitalismo desde 2008 venía impulsando tendencias a lo que Antonio Gramsci denominó “crisis orgánicas”, ya sea como tendencias en varios países centrales o en forma abierta en países semicoloniales y periféricos importantes como Brasil o México. Nos referimos a crisis estructurales y de conjunto, que ponen de relieve contradicciones profundas que las clases dominantes no pueden resolver por sus métodos habituales de dominación política, lo que abre un período de cuestionamiento profundo y de escisión de sectores importantes de las clases explotadas con los partidos tradicionales en sus distintas variantes.

A nivel internacional se abre una etapa que plantea la profundización de las tendencias a la “crisis orgánica”, tanto en los países centrales como en la periferia, y con ella el surgimiento de “fenómenos aberrantes” y la puesta al orden del día las “soluciones de fuerza” de la burguesía que se manifiestan como tendencias cesaristas o bonapartistas, y que en última instancia se resolverán en un sentido o en otro en el terreno de la lucha de clases. Esas tendencias ya están en marcha con variantes nacionalistas en los países centrales, el propio Trump desde luego, pero también el avance del Frente Nacional en Francia y de los partidos de la extrema derecha euroescéptica, xenófobos y antiinmigrantes.

Asimismo se han expresado fenómenos políticos a izquierda de los partidos tradicionales, que dieron lugar al desarrollo de formaciones “neorreformistas” como Syriza en Grecia o Podemos en el Estado español, fenómenos como el de Jeremy Corbyn en el laborismo británico o de Bernie Sanders en las primarias de EEUU. La coalición griega, Syriza, única que ha llegado al gobierno nacional de un país, ha mostrado en pocos meses su bancarrota, al convertirse en aplacadora de los planes de ajuste y privatización de la Troika. Más recientemente en Alemania parece configurarse un nuevo intento de reciclaje “progresista” del viejo Partido Socialdemócrata (SPD) con la figura de Martin Schulz.

En el propio EEUU, Trump ha desatado un fuerte movimiento de protesta que si bien tiene influencia demócrata y, en términos generales, puede ser capitalizado por un frente popular “antitrump”, plantea en perspectiva la emergencia de fenómenos progresivos de la lucha de clases y políticos. Es sintomático el crecimiento de la militancia de izquierda en EE.UU, que aunque sin radicalización política, es un fenómeno que no se ve desde la guerra de Vietnam. El carácter antiobrero, antisindical y anti inmigrante del gobierno, su apoyo a las policías de gatillo fácil, del cual son víctima central los afroamericanos, puede llevar a que en el marco de divisiones burgueses y del aparato estatal emerja la lucha de clases y pueda confluir con este proceso que viene de la juventud precaria, el movimiento estudiantil y las minorías. La lucha porque la clase obrera levante un programa contra toda opresión y todas las injurias a los sectores populares es de primer orden para una estrategia independiente y hegemónica opuesta a quienes quieren llevar estas luchas detrás de alguna variante de la burguesía.

Una gran novedad es que ha irrumpido un movimiento de mujeres progresivo, que hoy por hoy es el único movimiento de alcance internacional, como quedó demostrado en las masivas movilizaciones del 8 de marzo (2017) y en algunos países, como Uruguay, junto con un paro general. Este es un fenómeno que se viene desarrollando en los últimos años en países semicoloniales e imperialistas, como hemos visto con el #NiUnaMenos en Argentina, con el movimiento de mujeres que inició la modalidad de paro en Polonia, y la marcha de mujeres que fue la primera movilización masiva contra Trump al día siguiente de su asunción. (Ver: Agrupación internacional Pan y Rosas)

Más en general, la nueva etapa que se abre a partir de la asunción Trump (cuyas consecuencias tanto en magnitud como en ritmo aún está por definirse), junto con la profundización de los procesos de crisis orgánica y el desarrollo de fenómenos políticos, deja sobre la mesa la posibilidad de saltos en las respuestas del movimiento de masas, ya sea como respuestas a ataques más directos o entrando a escena en el marco de enfrentamientos interburgueses que dejen brechas para la acción independiente del proletariado y los explotados como parecen estar expresando Brasil y Corea del sur. Las crisis orgánicas pueden abrir situaciones más clásicas de enfrentamiento revolución-contrarrevolución.

La redoblada necesidad del internacionalismo y antiimperialismo

Nacionalismo reaccionario, xenofobia y chovinismo de las grandes potencias imperialistas son tendencias de la situación mundial que llegaron para quedarse. Más que nunca es necesario levantar bien alto las banderas del antiimperialismo y el internacionalismo proletario.

Por ejemplo, en México y EEUU es necesario presentar una lucha común, obrera y popular, a ambos lados de la frontera que tome en sus manos la defensa de sus hermanos migrantes y contra el saqueo que las trasnacionales ejercen sobre México. También en los países imperialistas, es de primer orden levantar la exigencia que se condone la deuda externa a países oprimidos, de las semicolonias, pero también en los que sin ser formalmente semicoloniales las masas trabajadoras y populares sufren el agobio del peso de la deuda, como en Grecia. Con estos ejemplos, queremos señalar que a diferencia del progresismo liberal-democrático, creemos que no alcanza con la necesaria solidaridad contra la persecución a los inmigrantes, de lo que se trata es luchar también contra los fundamentos de la opresión imperialista.

El internacionalismo no es un principio abstracto sino una cuestión estratégica. Las perspectivas que se abren en la situación internacional plantean la necesidad cada vez más acuciante del desarrollo de partidos revolucionarios en los países y una internacional de la revolución socialista que levante las banderas del antiimperialismo y el internacionalismo proletario. Al servicio de este objetivo es que, desde la FT-CI reafirmamos en estas páginas nuestra propuesta para poner en pie un Movimiento por una Internacional de la Revolución Socialista (Cuarta Internacional).