Dedicado con todo el respeto y cariño a las familias de los fallecidos y a los heridos de la masacre de Huayllani, que nos brindaron sus testimonios y, sobre todo, su amistad. Que su memoria perdure y encuentren la anhelada justicia.
Miércoles 16 de noviembre de 2022
Masacre en el puente de Huayllani en Sacaba, Cochabamba, 15 de noviembre de 2019. (Foto: ABI)
La crisis política desatada en 2019, que terminó con la renuncia de Evo Morales, suscitó graves hechos de violencia y múltiples violaciones a los derechos humanos. Se vivió un escenario de desinstitucionalidad estatal, abuso de las fuerzas del orden y una sociedad polarizada y fascistizada, en un clima de violencia que fue en aumento. En este contexto, se dieron las masacres de Senkata y Huayllani, ampliamente documentadas y tipificadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) como “masacres” y “ejecuciones sumarias”.
Un grupo de personas apoyamos de manera voluntaria a los heridos de bala trasladados al hospital Viedma ante la urgencia médica. A lo largo de varios meses, pudimos no solo hacer un seguimiento y apoyar sus casos, sino también conocer sus vivencias. Ahora relataremos los fragmentos que más nos impresionaron de sus relatos. Gracias a la amistad forjada en ese tiempo, pudimos profundizar en sus vidas y sueños, es por eso que para nosotras no son una cifra más.
Las historias que compartimos a continuación narran el peregrinaje de los heridos de bala en busca de recuperar su salud, pero también en busca de justicia. Los testimonios además de proporcionar conocimiento sobre los hechos de violación de derechos humanos, son un vehículo para el reconocimiento del derecho de las víctimas de contar su propia verdad, la “verdad histórica” y, por tanto, restaurar su dignidad y lograr la anhelada justicia, testimonio negado por los medios hegemónicos de comunicación. Para proteger la identidad y los procesos judiciales que siguen el día de hoy, los nombres de los actores de los hechos son ficticios.
El largo peregrinaje de don Felipe
Gerardo, herido de bala en la pelvis el 15 de noviembre del 2019 en Huayllani, Sacaba, mientras se dirigía a Cochabamba junto a un grupo de marchistas; joven proveniente de Trópico de Cochabamba, tiene varios hermanos, estudiaba agronomía en Villa Tunari y ayudaba a sus padres en las labores agrícolas.
El día de la masacre, Gerardo estaba ayudando a otros heridos cuando sintió en el estómago algo parecido a una mordida, después vio cómo empezó a correr la sangre que salía de su cuerpo:
[…] Hemos llegado al puente Huayllani a las 4:30 p.m., ahí hemos visto alrededor de nosotros, dando vueltas, helicópteros, empezaban a vueltear. Después al final vino una avioneta de guerra, eso vino, estaba haciendo vueltas, nos estaba queriendo espantar, después al frente teníamos a los militares, policías, todos hemos visto. Yo tranquilo estuve sentadito en el medio de la carretera, en la acera, y cuando me paré ya vi llegando más policías, militares […]. Nos ha dicho “van a pasar”, nos dijeron que todos vamos a pasar, yo con eso estuve tranquilo, “no va a pasar nada” dije, estuve sigue conversando con mis compañeros, en uno nomás, de repente, empezaron a soltar gas, la gente se iban, todos se empezaban a escapar por todo lado, gas a cada rato empezaban a llegar, yo iba donde la tiendita [lugar donde se erigió los nichos de los muertos] y a los compañeros empecé a ayudar: “¡entren, entren!” les decía, a la fuerza les metía a la puerta […]. Me he salido afuera porque no podía estar viendo así nomás manos cruzados y he empezado a ayudar afuera a todos los que estaban llevando piedra al camino, todo teníamos que hacer posible para trancar el camino, gomas. Justo apareció un tanque, no sabíamos qué hacer, nada, porque no tenemos con qué protegernos, […] quemando las gomas les metían en el camino, ahí es lo que se ha espantado el tanque. Después de lo que ha pasado, seguía ayudando a la gente […] había un muro de ladrillo, entonces me estuve escondiendo, gas llegaba y empezaba a pisar el gas, agarraba con trapo y devolvía a los policías que lanzaban.
Varios de los testimonios de lo sucedido ese día de noviembre concordaron en que, en un principio, parecía una gasificación para dispersar a la gente que se encontraba en marcha hacia la ciudad, en ningún momento se imaginaron que detrás del tanque venían los balines y las balas. Sin embargo, el escenario se volvió más sangriento, cuando el sonido de las balas empezó a surtir efecto en el cuerpo de los marchistas, entre el humo, el gas, el ruido, los gritos de dolor de varios heridos:
No sé, ha cambiado el sonido, eso ya era tiroteo, ya empezaron a dar tiros directamente, yo ni me he dado cuenta si había heridos o no, porque en mi lado no han caído. Después de unos minutos, cuando estaba donde los ladrillos, me empecé a resbalar, me he caído […] y he sentido la bala, como una aguja, así cuando costuramos zapatos o ropa con nuestras manos, nos hace sentir, así he sentido nada más. En unos segundos más, ha empezado a adormecerse de mi cintura, me he dado cuenta, como caliente se bajaba por aquí [señala su abdomen], he empezado a caminar 8 metros, arriba he subido, y ahí había unos caballeros que me han ayudado, ni siquiera ambulancia no había, se ha adormecido mi pie y me he querido caer, justo en ahí me han ayudado entre 4 personas a un trufi particular. Ahí habían 2 heridos, uno tenía entrada en la espalda 3 balas y el otro no sé en qué parte estaba herido pero estaba gritando, hasta a mí me hacía poner nervioso, yo me ponía a aguantar nomás, de mí no me dolía sentía adormecido todo esto, esa parte estaba todo bañado de sangre […] En ese trufi me han llevado al hospital México, hemos llegado al hospital, en ahí había hartísimos gente, no había ni espacio, afuera estaban atendiendo las doctoras, gritando las enfermeras.
El panorama que visibilizó Gerardo cuando llegó al hospital fue desolador: personas heridas por todo el patio del hospital, la atención médica rebasada por la cantidad de personas que iban llegando para ser atendidas. La falta de insumos y personal médico mostraban que nadie estaba preparado para semejante escenario, los carteles con las listas de los nombres de fallecidos y heridos se fueron acumulando en las paredes del hospital México de Sacaba. El mismo día de los hechos sangrientos en Sacaba, el padre de Gerardo había perdido comunicación con su hijo e intuyó que tenía que llamarlo para saber si había partido a Cochabamba o se había quedado en el Trópico, casi cerca a la media noche llegaría la cruel noticia que le exigiría trasladarse a la ciudad de Cochabamba, en medio de bloqueos organizados en la carretera, con la desesperación de encontrar a su hijo herido.
Yo estoy aquí tranquilo en el bloqueo, mi hijo “voy a ir” me dijo [refiriéndose a Cochabamba], “seguro se ha ido” he pensado. No entraba a su celular, después, a las 11 de la noche información he escuchado, que había enfrentamiento en Sacaba: “hay muertos, hay heridos” decía. Después seguíamos escuchando: “Gerardo está herido” decía, pero no avisaba su apellido, “¿qué Gerardo será?” hemos dicho, hemos escuchado atentos “Gerardo … a las 11 de la noche, última noticia”. Como agua caliente me ha echado en el cuerpo, qué hacer ese rato, “¿en pata, en qué voy a ir?”, no sabía qué hacer ese rato, casi he vuelto loco ese rato llorando (…) Grave hemos llorado mi esposa y yo, esa noche no he dormido, no tenía dinero tampoco, he ido a Chimoré y he llorado grave, en Chimoré me decían “¿de qué está llorando don Felipe?”, “mi hijo está herido”, “¿tu hijo Gerardo? No llores don Felipe, vas a enfermar”, “pero en qué voy a visitar a mi hijo”, “va a haber un auto, con permiso, con orden, ahí te vas a ir”, me dijo. De ahí he salido a Cochabamba, he preguntado y en el hospital Viedma ahí está mi hijo operado y todo, mirando a mi hijo, una lástima, he llorado mirando”.
Fue operado de emergencia en el hospital Viedma, en esa primera operación le sacaron la bala y le colocaron un ingreso para una bolsa de colostomía, hasta que esté listo para la siguiente operación, en la que cerraron su intestino grueso. Esta fue la explicación que nos dio don Felipe, el padre de Gerardo, un hombre humilde, de mirada alegre y buen humor, que mezclaba las lágrimas de dolor por su hijo con las bromas para mantenerse fuerte. Don Felipe se quedó todo el tiempo en Cochabamba al lado de su hijo hasta su recuperación:
Totalmente 6 meses hemos estado allá en Cochabamba, hasta que se recupere. La última operación ha sido en el hospital Boliviano (particular), su operación era peligrosa y con los médicos no había confianza, porque muchos médicos han matado también, por eso no queríamos hacer operar a Gerardo (…) No he venido a trabajar aquí al Trópico nada, solamente en su lado de mi hijo he estado, porque en su costado tenía una bolsa, su caquita rebalsaba, manchaba su polera, a la cama, eso lavaba yo. No quería dejarle, por esa causa, cocinaba, estuve en su lado, mi esposa no quería que venga, porque tengo otros hijos, “vos, como hombre, andá” me dijo, por esa causa me he ido a Cochabamba.
Don Felipe trabajó de albañil y otros oficios para poder pagar un cuarto en alquiler para él y su hijo, pues debían seguir en la ciudad para acudir a los controles médicos. Mientras estuvo cuidando a Gerardo nunca dejó de buscar justicia, el 25 de noviembre de 2020, entró a la audiencia de la CIDH, en la Defensoría del Pueblo, para dar su testimonio y exigir justicia para su hijo:
El gobierno no dejaba ni poner denuncia, ha venido Derechos Humanos Internacional [CIDH], no me dejaban entrar a la Defensoría en Cochabamba, no me dejaban entrar los policías, “prohibido entrar” me decían, pero yo he entrado a la fuerza. Ahí le he dicho a los policías: "por qué no me dejan entrar, tengo derecho de poner denuncia, avisar la verdad de cómo ha pasado aquí en Bolivia, por qué no me dejan entrar", al último he gritado: "señor de Defensoría, estos señores policías no me están dejando entrar, quiero entrar a poner denuncia". Después se abrió la puerta, apenas he entrado, 3 hemos entrado y los demás familiares de los heridos y muertos se han quedado afuera. Ahí me han dicho: "tiene que haber justicia, no tiene que pasar así en Bolivia, algún día tiene que haber justicia, cómo entre bolivianos, muy mal está", yo he dicho: “Quiero justicia, cómo ha pasado aquí, mis compañeros están muertos, mi hijo está herido, quiero justicia”.
Después de dar su testimonio, vimos a don Felipe siguiendo de lejos, tímidamente, la marcha de italaques que tocaban en apoyo y acompañamiento a las víctimas y familiares que exigían justicia. Desde entonces y hasta el día de hoy, nos comunicamos y visitamos varias veces a don Felipe y su familia, conocimos el chaco donde tienen árboles, siembran plátanos, Gerardo hace sus prácticas de agronomía y sus animalitos pasean por el pahuichi y el cato de coca.
Por su parte, a lo largo del tiempo, Gerardo acudió a varias instancias en busca de apoyo y justicia. Pasó de ser un muchacho tímido a alzar la voz, hacer viajes y conocer gente, todo con el fin de ser escuchado y encontrar justicia e indemnización por el irreparable daño que habían causado a su cuerpo y su salud.
A La Paz he ido yo varias veces, en primerito he ido con la bolsa que estaba aquí [bolsa de colostomía], así he ido hasta La Paz, en ahí nos hemos encontrado con las Naciones Unidas, en ahí hemos hecho reunión antes de que me entre a la segunda cirugía; he ido así, no importa que me duela, así he ido, he llegado allá, nuestras historias hemos dicho. Después, otro viaje a La Paz, hemos ido para el hospital, para revisión, para indemnización diciendo, pero hasta ahora no veo. Después, otra vez he viajado, también para el ITEI [Instituto de Terapia e Investigación sobre las Secuelas de la Tortura y la Violencia de Estado], ahí hemos hecho nuestras declaraciones igual. En Sacaba he hecho la mayor parte, ha venido la CIDH, el gringo ha venido; de Argentina igual ha venido una comisión, he hecho varias entrevistas, pero no sé dónde se irá esa entrevista, tal vez con eso estarán procesando a los que han sido participes de este golpe de Estado.
Atravesando los bloqueos
Eduardo, herido de bala en hombro izquierdo, el 15 de noviembre del 2019, en el puente de Huayllani, mientras participaba de la marcha junto a su sindicato, tomando el lugar de su padre; joven perteneciente a una comunidad de Colomi.
Eduardo tenía el sueño de ir a trabajar a Chile para poder ahorrar y regresar con un capital. El día de la masacre, mientras estaba haciendo barricadas para que no avancen los militares, sintió algo en su hombro izquierdo, según relata, el disparo vino desde el helicóptero, se desmayó y despertó sangrando en la sala de emergencias del hospital Viedma.
Fue al primer amigo que conocimos en el hospital, con una mezcla de dolor y de rabia, nos contó lo que le había pasado. Días antes de hablar con él le habían operado para sacar la bala que por suerte no afectó ninguna parte vital de su cuerpo. Le dieron rápidamente de alta y debió volver al hospital para sus controles, pero el brazo aún le duele y no puede trabajar mucho porque quedó débil y tiene temor de hacer esfuerzos.
El 25 de noviembre del 2019, cuando se realizaba la audiencia de la CIDH, en la Defensoría del Pueblo de Cochabamba, los sindicatos campesinos aún mantenían bloqueos en varias carreteras, una de ellas hacia Colomi. Eduardo ya se encontraba en casa ese día, pero se enteró de la audiencia y quiso participar para contar su historia.
A pesar de los bloqueos y el temor de sus padres a que sea maltratado en la ciudad, Eduardo decidió ir. Logró que su dirigente le diera una nota sellada y firmada para que los manifestantes le dejen pasar, consiguió a alguien que lo quiera llevar y recorrió los 51 kilómetros que separan a Colomi de Cochabamba. Llegó a la audiencia justo un momento antes de que ya no permitan más ingresos, entró cubierto con barbijo por temor a alguna represalia de un grupo de personas denominadas “pititas” que estaban apostadas en un sector de la puerta de la Defensoría. Salió nervioso, pero contento, por lo menos había dado su testimonio.
La larga agonía de don Julio
Julio Pinto, herido de bala en la cabeza el 15 de noviembre del 2019 en Huayllani, Sacaba, fallecido el 11 junio del 2020; era productor de hoja de coca del Trópico de Cochabamba, padre de cinco hijos, muy dedicado a su congregación cristiana.
Don Julio tenía una bala incrustada en la cabeza que, según testimonios, había sido disparada desde un helicóptero en Sacaba. Llegó con vida al hospital, fue trasladado a la clínica María de los Ángeles, pese a la operación que le realizaron, quedó en estado vegetativo por más de seis meses, falleciendo finalmente, luego de una larga agonía, en junio del 2020.
La familia de don Julio luchó para que se haga justicia desde el día de la masacre. En el afán de salvarle la vida lo ingresaron a una clínica privada, a medida que pasaron los días la cuenta fue subiendo, tuvo que contar con el apoyo de voluntarios, su congregación religiosa y organizaciones sociales que realizaron una kermese para reunir dinero y pagar la cuenta del hospital. Don Julio Pinto, una víctima mortal de la masacre de Huayllani, fue testigo de la saña con la que actuaron las FF. AA. y la Policía bajo el gobierno de Jeanine Añez, vivió meses de triste agonía junto al dolor de toda su familia y sus hijos pequeños.
Otros heridos de bala que llegaron al hospital Viedma fueron: JC, joven de Sivingani, herido de bala en la pierna; SC, agricultor y padre, herido de bala en el tórax; AT, mayor de sesenta años, agricultor y padre, herido de bala en la cadera; N/N, se hallaba inconsciente en estado vegetativo a la fecha de la visita a los heridos en el hospital. Todos eran personas humildes, agricultores, obreros y estudiantes, algunos con filiación política, otros estaban de pasada y solo intentaron ayudar.
El dolor que causa el recuerdo de la masacre y la búsqueda de la justicia que aún no llega no solo afecta a las víctimas, sino a toda una comunidad, pues las historias de los compañeros que llegamos a conocer y que compartimos en estas páginas pudieron ser vividas por otros que estuvieron en el lugar. El contexto en el que se dio la masacre esconde problemas estructurales que atraviesan a la sociedad boliviana, como el colonialismo interno, el racismo y la estratificación social de carácter clasista.
La visita del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la CIDH, que después de una exhaustiva investigación presentó su informe, desmonta toda la narrativa creada por el gobierno de Jeanine Añez, los medios de comunicación y un sector fascistizado de la sociedad. En Bolivia, en noviembre del 2019, no hubo enfrentamientos en Sacaba y Senkata, hubo masacres. No era posible ni existió la intensión de provocar una explosión en la planta de Senkata, los manifestantes no eran terroristas; así como no se comprobó que en Sacaba hayan hecho uso de armas de fuego entre sí o en contra de los soldados, los marchistas no se mataron entre ellos. Las FF. AA. y la Policía portaban armas de uso exclusivo del Ejército con las que dispararon a las personas, armas letales con las que realizaron ejecuciones sumarias.
A 3 años de la masacre de Huayllani, se ha avanzado muy poco, por no decir nada, para lograr justicia por las muertes y los heridos. En las acciones del gobierno del MAS prima más el cálculo que la voluntad política, instrumentalizaron las muertes, en lugar de ofrecer soluciones reales a las víctimas y sus familiares y enjuiciar a los responsables de las masacres. Los fallecidos en Sacaba y Senkata eran ciudadanos bolivianos con nombres, familias, proyectos de vida y sueños, que merecen justicia y resarcimiento. Eran y son víctimas. Como parte de la tan hablada “reconciliación”, debemos ser capaces, como sociedad y como Estado, de reconocer estos hechos, reconocer que la verdad de las víctimas fue la única verdad y resarcirlas socialmente, empezando con tratarlas con el respeto y la dignidad que se merecen.