Una reflexion sobre los discursos para definir mejor el prejuicio sexual.
Lunes 15 de mayo de 2017
Homofobia1 es el término difundido popularmente para referirse al odio irracional, prejuicio, aversión, rechazo y discriminación hacia los homosexuales. Sin embargo, cuando se habla de alguien que discrimina a los judíos no se lo cataloga de judeofóbico, sino de antisemita; si la discriminación es en razón de la pertenencia étnica o racial se lo llama racista. Y si se refiere a la aversión hacia el género femenino, se habla de misoginia.
Si bien no me extenderé aquí en el análisis de cada uno de estos términos, diré que el contexto socio-histórico en el que surgen cada uno de ellos es diverso. Por otro lado, el concepto homofobia, desde su creación en 1972 por el psicólogo estadounidense George Weinberg2, no sólo ha sido usado en el campo de la salud mental, sino que además ha sido utilizado por una parte del activismo gay. Así como a fines del siglo XIX la estrategia de algunos académicos fue la psiquiatrización de la homosexualidad para despenalizar las llamadas prácticas de sodomía3; desplazar el mote de “patología” de la homosexualidad a la homofobia fue uno de los objetivos del uso de este concepto.
Si bien el sentido que le dio Weinberg es el de una fobia clínica, su uso desde su creación hasta la actualidad es multívoco. Incluso este autor lo utiliza para referirse al “temor a tomar contacto con los homosexuales”, a la discriminación, al odio y al prejuicio. Es decir, que no siempre que se recurre a él es para representar lo que psicopatológicamente se entiende por fobia.
Lo que a fines del siglo XIX y principios del siglo XX constituyó un “logro”-despenalizar las prácticas de sodomía- a lo largo del siglo XX fue agenciado por los sectores reaccionarios y antihomosexuales para justificar la discriminación, la exclusión, las terapias aversivas y en algunos casos el encierro (manicomial). Del mismo modo ocurrió con la patologización de las actitudes antihomosexuales a través del concepto de homofobia, ya que en el mismo país de su creador fue utilizado en casos de “crímenes de odio” como estrategia de defensa para excusar la conducta de los agresores con el fin de morigerar la pena.
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El caso de Matthew Shepard, un estudiante universitario gay de 21 años asesinado el 6 de octubre de 1998 fue uno de los que tuvo más repercusiones por la crueldad con la que se llevó a cabo. Si bien la estrategia de la defensa no fue aceptada por el juez, uno de los acusados alegó como atenuante haber sido invadido por un sentimiento que no pudo controlar -"pánico gay"- que terminó en el homicidio de la víctima4. Este es el riesgo de utilizar categorías clínicas para hablar de fenómenos sociales e ideológicos.
Sin duda en la clínica nos encontramos con sujetos donde las manifestaciones homofóbicas son expresión de mociones y deseos homosexuales reprimidos3, pero no es pertinente extender un cuadro psicopatológico para catalogar grupos, instituciones o sociedades.
En este sentido, los discursos y las prácticas culturales e institucionales antigays, antilésbicos y anti-diversidad sexual y genérica se sostienen en imperativos patriarcales caracterizados por una lógica binaria que conlleva la oposición y/o complementariedad de lo femenino y lo masculino, la naturalización de los roles sexuales y estereotipos de género más o menos rígidos y el heterosexismo.
El heterosexismo es la ideología por medio de la cual la heterosexualidad -exclusiva y excluyente- se impone socialmente como la norma que todo sujeto debe cumplir. Asimismo cualquier conducta, relación o identidad que la cuestione es socialmente rechazada, estigmatizada y concebida como "anormal". Esto implica que no sólo son condenados los comportamientos homosexuales, sino también aquellas actitudes que transgreden la división de roles de género socialmente construida.
Haciendo eje en los factores culturales Gregory Herek, doctor en psicología social, propuso la expresión “prejuicio sexual” en vez de homofobia, para referirse a todas las actitudes negativas basadas en la orientación sexual, tanto si el blanco es el homosexual, el bisexual o el heterosexual5.
Su elección está fundamentada en que esta locución es más descriptiva y alude a un proceso reforzado socialmente. Si bien el término homofobia seguirá siendo usado por la popularidad mediática que ha adquirido, es necesario reflexionar sobre otros modos de nominar estas conductas y actitudes y sus implicancias. Hablar de “prejuicio sexual” es un vocablo más pertinente, ya que se refiere a perspectivas ideológicas. De esta forma, se saca la temática del ámbito privado del consultorio o de la patología individual y se lo ubica en el ámbito de lo público donde es posible un debate político ideológico y eventualmente una tarea “educativa”.
Asimismo se vuelve a situar la responsabilidad de un sujeto que ya no es víctima de una patología, sino un sujeto que emite un juicio desde una perspectiva particular.
Artículo originalmente publicado en Topía