En esta nota, publicada originalmente en el blog Polvo, el autor reflexiona sobre la posibilidad de un futuro distinto, a raíz del triunfo que tuvieron los trabajadores de prensa agrupados en el Sipreba, que consiguieron la personería gremial para su sindicato.
Martes 24 de enero de 2023 13:22
I
Que el mundo es un lugar horrible pueden decirlo las veces que quieran. De hecho, ¿qué trabajador que se batalla a diario con eso que Marx llamó condiciones materiales de existencia podría negarlo? Pero la vida no, no es eso, la vida es otra cosa. En palabras de Trotsky, “la vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente”. ¿Cómo librarnos, entonces, de la precarización que nos asfixia, cómo organizarnos colectivamente para torcer el destino negro? Acá, una noticia y una historia.
Ayer, una resolución en el Boletín Oficial emitida por la Ministra de Trabajo de la Nación Kelly Olmos decía lo siguiente: “Otórgase al Sindicato de Prensa de la Ciudad de Buenos Aires (Sipreba) la Personería Gremial para agrupar a los trabajadores en relación de dependencia con empleadores de la actividad de prensa que presten tareas comprendidas en el estatuto del periodista profesional y en el estatuto de empleados administrativos de empresas periodísticas, con zona de actuación en todo el territorio que comprende la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”.
Que el Sipreba haya obtenido la personería gremial significa que va a estar sentado en la mesa paritaria para negociar los aumentos salariales pero también las condiciones laborales. Hasta ahora no ocurría porque era la Utpba quien tenía ese rol. ¿Cómo lo ejercía? Basta contar que la inflación anual alcanzó el 94,8% y el último acuerdo paritario quedó en apenas 56%. ¡Son tantos años de retroceso! Como el sueldo no alcanza, muchos se acostumbraron al pluriempleo, a tener que tomar nuevos trabajos para llegar a fin de mes. Otros decidieron dedicarse a otra cosa.
II
Quizás la primera postal de esta historia sea esta: el 7 de junio de 2013, Día del Periodista, una multitudinaria movilización desde el Obelisco hasta el diario La Nación y la editorial Atlántida rompiendo el aislamiento. La Utpba ya no representaba a nadie, entonces las bases salieron a manifestar la bronca y a iluminar otra posibilidad. Fue un quiebre que se venía cocinando con una concentración previa frente al Ministerio de Trabajo, quite de firmas en los principales diarios y revistas del país y algunos paros parciales de dos horas. Es la metáfora de la olla que se destapa.
Dos años después, a mitad del 2015, nació el Sipreba, que buscaba arrebatarle el mando a la Utpba, organización completamente burocratizada que de forma sistemática avaló la pulverización del salario de los trabajadores de prensa. Las cámaras empresariales tenían a su aliado ideal. Fue a partir de un plebiscito impulsado desde las asambleas en las redacciones, en noviembre de 2014, que se unificó el rumbo: la necesidad de que los trabajadores estén sentados en la mesa donde se deciden sus salarios sólo era posible si nacía otro sindicato.
“Esta es una conquista de todos los trabajadores y trabajadoras de prensa. Es el resultado de la lucha, de la perseverancia, de la unidad y del trabajo colectivo”, escribió ayer Agustín Lecchi, Secretario General de Sipreba, en las redes sociales. De pronto, trabajadores de todo el gremio, pero también de otros gremios, y dirigentes políticos y referentes sindicales y militantes de agrupaciones, todos celebraban la conquista: capítulo clave en la historia reciente de la lucha de prensa. Una solidaridad que va en contra del individualismo mainstream: una solidaridad de clase.
III
¿Cuánta agua corrió bajo el puente? ¿Cuántas movilizaciones frente al Ministerio de Trabajo, frente al Edificio de la Prensa Argentina, frente a Télam cuando quisieron vaciarla o a cada medio de comunicación que no pagaba los sueldos en tiempo y forma? ¿Cuántas asambleas en las redacciones, otras en la vereda, algunas en la calle, públicas, con megáfono y banderas? ¿Cuántas discusiones entre compañeros sobre las medidas de fuerza que se debían tomar? ¿Cuánto se caminó, como arriesgados malabaristas, sobre esa delgada línea que divide el temor y el coraje?
¿Cuántos compañeros quedaron en el camino porque hay urgencias que no pueden esperar? ¿Cuántos siguen aún poniendo la mejilla y el hombro? ¿Cuántas puteadas, cuántos abrazos, cuántos cervezas chocando en lo alto por un futuro mejor? ¿Cuántas reuniones de las Comisiones Internas con representantes de cada empresa que terminaban con un escueto y soberbio: “Eso lo discutiremos con quienes tienen la personería gremial, no con ustedes”? ¿Cuántos compañeros poniendo paños fríos, susurrando: “Ya la tendremos, ya la tendremos”?
No hay historia, no parece haberla, no quieren que haya. El pasado es un espejo que nos devuelve a este presente en loop. Como si viviéramos dentro de una foto y lo que hubo más allá del recuadro capturado nunca hubiese existido. No hay historia, dicen. Es ésto o nada, dicen. Pero hurgando un poco en cualquier archivo, hablando con cualquier compañero, alejándose unos pasos del lugar común, entonces sí, aparece: no sólo hay pasado, también hay futuro y un presente que, a veces, sólo a veces, contadas veces, brilla encendido en la peor de las noches.