En Mendoza y San Juan, los empresarios bodegueros reaccionaron casi incrédulos ante el “fuego amigo”, al anuncio del gobierno nacional sobre la implementación de un impuesto interno al vino del 10% y de un 17% para espumantes.
Domingo 5 de noviembre de 2017 12:01
Los años de gobiernos kirchneristas habían posibilitado en su principio una industria vitivinícola argentina nuevamente en expansión, y al calor del boom del precio de las commodities, la mega devaluación de 2003 y la reconversión iniciada a fines de los 90´, habían sentado las bases para una incipiente consolidación de la “industria madre” mendocina consolidando el mercado interno, ganando mercados en el extranjero y aumentando sus ganancias. Pero el periodo de “sintonía fina” iniciado por el Kirchnerismo luego del 2011 empezó a desvelar a las grandes corporaciones vitivinícolas que vieron que sus sueños, plasmados por la COVIAR en el “Plan Estratégico Argentina 2020”, dejaban de tener el destino prometedor imaginado. Los años de inflación ascendente, las caídas del precio de la uva y del vino, la pérdida de competitividad y retroceso en los mercados externos, se transformaron en el desencanto final de “los que siempre ganan” con el gobierno del PJ y su último eslabón mendocino Paco Pérez. Gobierno que por años les había brindado créditos de excepción, había creado organismos para-estatales para apuntalarlos, había designado a delfines de Bodegas de Argentina al frente del INV (puestos “a dedo” desde la propia firma de la lapicera del ejecutivo nacional), y los había exceptuado de pagar impuestos entre tantos otros jugosos beneficios.
Los que “siempre ganan”, los que se aprovecharon de los años de bonanza para super explotar a los trabajadores vitivinícolas, fundir a pequeños viñateros y generar una concentración de la industria del vino en cada vez menos manos; vieron desde el inicio al gobierno de Macri como su gobierno. El gobierno que venía a rescatarlos de los desmanejos de la economía y la corrupción estatal que les impedía crecer todo lo que esperaban (seguir llevándosela en pala), terminando con el cepo al dólar, con las ya reducidas retenciones a la exportación de vino, llevando adelante la devaluación por tanto tiempo reclamada, y recortando al ineficiente estado que con su sobre dimensión y demanda para funcionar de dinero constante “asfixiaba a los sectores productivos”.
Fue por esto que el anuncio oficial de la boca del aparentemente inalterado Dujovne de la implementación de este impuesto, confirmando los ya extendidos rumores, dejó azorados a los grandes bodegueros que inmediatamente pusieron el grito en el cielo y dirigieron su mirada al “mejor alumno” Cornejo, quien intentando esconder la manzana y posando de cuyanismo, no ocultó su fastidio ante el mal trago al que lo había expuesto el gobierno nacional. Para las cámaras, por la afrenta de declarar al vino como bebida “perjudicial para la salud”; hacia adentro, por el mal paso en el que lo ha expuesto su aliado nacional frente a la burguesía local a la que debe responder, abriéndole un frente de conflicto con el que no contaba. A él, quien a fuerza de una dirección política firmemente anti obrera, había sabido ganarse la simpatía del conjunto de las patronales provinciales, siendo así un emblema, y tomado como un ejemplo a replicar por el propio Macri. La ocurrente frase del gran empresario bodeguero Zuccardi (otrora? Kirchnerista, quien sentó a Cornejo en primera fila en la inauguración reciente de su nueva y flamante bodega), retomada para la ocasión y con dejos de chicana: "el impuesto al vino es como la 125 al campo", retumbó estrepitosa en todas las portadas de los medios de comunicación nacionales y provinciales.
Parece que a Cornejo no le avisaron que el gobierno del PRO, con su borrachera electoral a cuestas, además de intentar aprovechar el momento político para anunciar un sinfín de medidas contra los trabajadores, el pueblo pobre y los jubilados; buscó marcar la cancha de a qué sector del empresariado responde en primer término: al capital multinacional y a la gran burguesía agraria, que con sus medios de comunicación y con su carnaval de alabanzas diarias, viene propiciando a que cada vez más, las burbujas se le suban a la cabeza. Y que las llamadas “economías regionales”, no son más que empresarios aliados de segundo orden.
¿Impuestos al vino, sí? O ¿Impuestos al vino, no?
La reorganización impositiva, en conjunto con el avance contra las conquistas laborales a través de la reforma a lo “brasilera”, que Macri ha llamado plan de “reforma permanente”, no es más que la búsqueda “permanente”, y en la medida que le sea posible por la relación de fuerzas que disponga, de transferencia de ingresos hacia los sectores más concentrados del capital.
El impuesto al vino, al igual que todos los impuestos de este tipo (como lo es el IVA), es un gravamen en su esencia regresivo porque afecta en primer término al consumo: quien lo paga es el consumidor. Es decir, los perjudicados de primer orden serán los millones que gustan de disfrutar de esta bebida, para los cuales será nuevamente más costoso poder adquirir una botella de vino, damajuana o tetra brick, con sus sueldos cada vez más flacos en poder de compra. Recordemos además que el vino se encuentra entre los productos que más han aumentado en estos últimos dos años, registrando subas que oscilan entre el 100% al 170%.
¿Pero entonces cómo hacer para que se financie el estado? Como plantea el Frente de Izquierda, es necesaria la eliminación de todo tipo de impuestos al consumo, e implementar un sistema de impuesto progresivo a las grandes fortunas; en este caso, a las grandes fortunas vitivinícolas. Que paguen más los que más tienen, aquellos que acumulan capital, y no los trabajadores y el pueblo pobre.
Como lo hizo el kirchnerismo anteriormente, el gobierno de Cambiemos (el gobierno de los CEOs) nunca va a tener en sus planes afectar los intereses de los grandes empresarios. Para los evasores seriales; aquellos empresarios argentinos millonarios que disponen de cuentas en paraísos fiscales en el exterior calculadas en más de U$S 470.000 millones, el gobierno propicia un cómodo y ágil “blanqueo”. Mecanismo aprovechado incluso por los propios familiares y amigos del presidente Mauricio Macri, quien tuvo que admitir que hasta su hermano Gianfranco ingresó capitales de origen desconocido por $ 622 millones.
Y esto sin contemplar la diaria y enorme fuga de capitales que realizan las multinacionales en Argentina.
Pero además, más allá de la arquitectura impositiva empleada, el destino de esos fondos recaudados no van a ser destinados a terminar con los problemas primordiales de las masas trabajadoras. Respecto al vino, además del consecuente nuevo aumento en góndola del precio, afectando el consumo popular de esta bebida; va a significar en un nuevo peso muerto sobre los hombros de las bodegas chicas e indirectamente a través de la profundización de la caída del consumo, de los ya muy golpeados pequeños viñateros, quienes tendrán un elemento más en su contra para competir con los grandes bodegueros que cuentan con más recursos para resistir en una situación de crisis general que muestra con datos oficiales actualizados mensualmente, cómo siguen cayendo las cifras de despachos al exterior y al mercado interno. Situación que no hará otra cosa que seguir presionando (más aún y como ya viene sucediendo) hacia la concentración y el monopolio en esta industria.
Solamente un gobierno de los trabajadores, que gobernaran para sus propios intereses; para los intereses de las grandes mayorías, llevaría adelante como tarea de primer orden la implementación de un mecanismo de impuestos progresivos a las grandes fortunas. Pudiendo destinar entonces esos recursos no ya para favorecer a otros sectores del capital; sino para contribuir a resolver, en conjunto con otras medidas de fondo, los problemas fundamentales que los aquejan, como son: la salud y la educación de calidad, el 82% móvil para los jubilados, los salarios iguales a la canasta básica, los problemas de falta de vivienda, y tantas otras demandas urgentes más.
Al mismo tiempo y para controlar el precio del vino (así como de otros artículos de consumo, principalmente los de primera necesidad), la gestión por parte de sus trabajadores de las grandes cadenas de supermercados, que son las comercializan más del 80% del vino que se vende en el país, y son también las responsables de remarcar enormemente el valor de cada botella en busca de ansias de ganancia inagotables. Recordemos por ejemplo que los dueños de la cadena de supermercados multinacional Wall Mart se encuentran entre los principales mega millonarios del mundo, caracterizándose por impedir cualquier forma de organización sindical allí en el lugar del mundo donde se encuentren. Y dentro de los empresarios supermercadistas locales, tenemos el ejemplo de Atomo de la familia Millán, con múltiples denuncias de ataque a sus trabajadores.