Soy de los que nunca más, después de lo Walter, pisó un recital de Los Redondos y mucho menos del Indio Solari. Entre el Indio y Walter, me puse y me pongo en las zapatillas de Walter.
Viernes 18 de marzo de 2016
Cuando era apenas un niño, mis ojos se deslumbraban entre los instrumentos de una sala de ensayo. Una sala muy bien improvisada en los fondos de la casa de mi prima.
Allí, sin saberlo, se estaba elaborando el sonido musical más vanguardista de la época. Allí ensayaba una banda que, en poco tiempo, se convertiría en una de las preferidas de la juventud divina. Allí ensayaba una banda liderada por un tipo raro, extraño, extranjero. Allí ensayaba SUMO.
Aún recuerdo cuando esperaba que los músicos se vayan, para meterme en la sala y sentarme a darle unos golpes a la batería de Superman Troglio. Eso me fascinaba tanto o más que una pelota de fútbol. Y es el motivo por el cual dejé de jugar en las inferiores de River para convertirme en baterista.
Eran tiempos donde un paquete de pastillas se compraba en australes. Donde Argentina pasaba por su primer gobierno democrático luego de la dictadura genocida del 76.
En los últimos años del gobierno de Alfonsín (hoy recordado como un gran presidente por los mismos que le hicieron trece paros nacionales) mis gustos musicales se habían inclinado por una banda de La Plata.
Así fue que, ya adolescente, y mientras cursaba los primeros años de la escuela secundaria, fui una noche al teatro Bambalinas para ver la presentación de un nuevo disco que habían titulado Un baión para el ojo idiota. Agotadas las entradas y clausurada la parte superior del teatro, cientos de pibes, exponíamos nuestra libertad a cambio de dos horas del mejor rock del momento. Y nos colamos.
Sí, pertenezco a la generación que iba a ver a Los Redondos a Cemento, a Aiport, que pasó por los recitales de Satisfaction (los últimos antes de Obras), que fue a todos los shows de la banda, hasta la noche de la represión y el asesinato de Walter.
Soy de los que nunca más, después de lo Walter, pisó un recital de Los Redondos y claro está, mucho menos del Indio Solari.
El punto es que jamás pude superar la muerte en medio de un negocio tan grande como los mega conciertos puestos al servicio de llenarse de plata.
Por esos tiempos, en 1991, participaba en una revista de cultura y política llamada Suburbio Clandestino. Una revista que se convirtió en una referencia para todos los jóvenes del barrio de Nuñez, barrio donde está situada la comisaría 35 cuyos agentes asesinaron a Walter.
Tiempos en que tenía participación política en la organización de recitales que impulsaba la JP.
Lo de Walter, los despidos masivos, las privatizaciones, las relaciones carnales con el FMI, las represiones en las provincias, las muertes obreras, el gatillo fácil de la policía y el haberme convertido en un obrero de la Coca Cola (donde la explotación la comencé a sentir en carne propia), hicieron un click sobre mi cabeza y me alejé políticamente del peronismo. Rompí con su estrategia de conciliación de clases y a partir de 1995 comencé a militar en las filas el PTS, mientras que paralelamente tomé el desafió de construir HIJOS.
Hoy, en estos tiempos de la preponderancia de las redes sociales, un aluvión de fotos, comentarios y anécdotas sobre el show que hiciera el Indio Solari en Tandil hace unos días atrás, dieron la idea de que me estoy perdiendo de grandes recitales, que no soy parte de las misas.
Tan solo quiero decir que, Walter también se las está perdiendo, y entre el Indio y Walter, me puse y me pongo en las zapatillas de Walter.
La dignidad ante todo, porque a Walter solo le dedican canciones, no lo han sabido defender ni reclamarlo a la altura de las circunstancias, solo tuvieron un buen gesto. Y con eso no hacemos nada.
Yo defiendo la vida, la música, la libertad. Y repudio la muerte, la represión, la impunidad y el silencio cómplice de quienes pudieron hacer algo y no lo hicieron.