De la crisis política a la crisis institucional. De esta manera podríamos resumir la actual situación en Italia, después de las elecciones del 5 de marzo último. Si bien éstas mostraron el avance de las formaciones populistas del Movimiento 5 Estrellas (M5S) y de la derecha xenófoba de la Liga de Matteo Salvini, nadie está en capacidad de gobernar, ni siquiera después de las acrobacias políticas de Luiggi Di Maio, el joven líder del M5S. El presidente de la República convocó al conjunto de los partidos a una nueva ronda de negociaciones para el lunes 7 de mayo, pero es muy probable que haya que ir a nuevas elecciones el 8 de julio.
Martes 8 de mayo de 2018 17:02
Las elecciones del 5 de marzo último han creado un marco parlamentario compuesto principalmente, por tres grupos – cada uno de los cuales son la expresión de diferentes intereses políticos y económicos – sin un claro ganador, a pesar de las declaraciones de victoria tanto de parte de la coalición de centroderecha dominada por Salvini, y del M5S, auto-satisfechas ambas de haber surgido como las primeras fuerzas políticas, pero que no tienen los escaños suficientes para formar gobierno.
Entre las principales fuerzas en juego, el Movimiento 5 Estrellas, que ha acaparado una buena parte de los escaños en el Parlamento y en el Senado, el Partido Demócrata, de centroizquierda, del antiguo primer ministro Matteo Renzi, en caída libre y finalmente la coalición de centro derecha hoy dominada por Salvini, quien ha tomado el control sobre Silvio Berlusconi, quien había intentado volver a la política. Esta situación política podría haber encontrado una solución a través de un acuerdo entre el M5S y la derecha, pero no pudo ser por el rechazo a la figura de Berlusconi por parte del M5S.
El otro escenario posible, una coalición entre el MS y el PD tampoco ha sido posible. Por un lado, porque la cantidad de escaños les es apenas suficiente para formar un gobierno estable y por otra porque estos dos partidos representan intereses al interior de la burguesía demasiado diferentes. Las políticas económicas del PD, que desde siempre se han realizado a través de la óptica de reducción del gasto público y en el marco de la UE (que impone la contención del gasto público por debajo del 3% del PIB), no eran compatibles con el programa electoral del M5S que esperaba realizar políticas económicas deficitarias, dicho de otro modo, aumentando el gasto publico más allá del 3% de acuerdo con las posiciones euro-escépticas del partido M5S.
Mientras que el M5S y la Liga de Salvini – ambas expresión de la pequeña y mediana burguesía – exigen una disminución de las cargas fiscales sobre las empresas, ambas han intentado establecer un plan de gobierno compatible con los intereses del gran capital (ENI, Telecom, Unicredit, Intesa San Paolo, Ferrero) que hasta ahora estaban representadas por el gobierno Gentiloni, y más generalmente por el PD. Confortado por el fracaso de estas negociaciones, Gentiloni no vería mal que se constituyera un “gobierno técnico” para hacer votar el presupuesto, y en un segundo tiempo ir a elecciones. Pero sería necesario que un tal gobierno pudiese ser formado.
La burguesía no es un cuerpo homogéneo y vive en un continuo y perpetuo conflicto. Se trata de una verdadera guerra económico-política que se declara entre micro, pequeñas y medianas empresas, que han visto sus ganancias derrumbarse en el periodo de la crisis (2008-2015) frente a la gran industria, y en medio de este pandemonio, la clase obrera. Las microempresas ven a la UE como el problema, pues son llevadas a la ruina debido a la apertura de las fronteras, debiendo batirse todos los días contra la competencia de productos de bajo costo provenientes de China, India, Vietnam, etc., que explica el éxito a la vez de la Liga y del M5S. El único sector que ha resistido a la crisis, ha sido la gran burguesía industrial y financiera, que por el contrario, ha visto concentrarse riquezas cada día más importantes entre las manos de algunos grandes capitalistas.
Las elecciones han demostrado una fuerte consolidación del M5S en el sur de Italia, y, de los partidos de centroderecha y de la Liga, en el norte. Tanto el M5S y la Liga son los “ganadores” formales de la elección. Pero no han logrado encontrar hasta ahora una síntesis política, por un lado porque Salvini tiene dificultades para romper completamente con Berlusconi dados los intereses políticos regionales que los unen y porque una ruptura de la coalición de centroderecha conduciría a una crisis en las ciudades y regiones en las que ambos, Forza Italia y la Liga, gobiernan.
Por su lado el Presidente de la República Mattarella, se prepara para proponer la formación de un gobierno “técnico” sin llamar a los partidos salidos de las urnas. Un tal gobierno debería establecer un programa que pueda satisfacer los apetitos de una gran parte de la clase burguesa, la cual reclama a gritos menos impuestos a las empresas, a semejanza de la Flat-Tax, más flexibilidad, la privatización, la reducción de los salarios como está escrito en el proyecto de ley del M5S llamado “ingreso de la ciudadanía” así como también la reducción del déficit publico tal y como lo desean la UE y el FMI, todo esto condimentado con medidas económicas capaces de “empujar” el crecimiento. Una tarea difícil para un Parlamento sin vencedores ni vencidos.
Lo cierto es que nada bueno podrá salir de los posibles escenarios previstos para la clase obrera: ya sea el “honesto” y elegante Di Maio (M5S), el populista brutal de la Padania imaginaria (Salvini) o bien los tecnócratas ministeriales, todos ellos actores en este juego de rol político, son enemigos del mundo del trabajo y de las clases populares.