Antes de su paso canónico por Manal, el músico fue parte de la primerísima formación de la banda que inició un movimiento cultural que entonces ni siquiera tenía nombre. Una faceta poco conocida, en una entrevista inédita.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Martes 7 de mayo 00:00
Javier Martínez, uno de los fundadores del rock argentino. Falleció el pasado sábado 4 de mayo pero deja un legado imborrable.
En la primavera de 1965, Moris Birabent y Pajarito Zaguri conocen Villa Gesell y vuelven a Buenos Aires con la idea de convencer a Javier Martínez. Los tres formaban parte de Los Beatniks, un grupo que no encontraba lugares para tocar en su ciudad de origen. Pero la Gesell de los 60’ les ofrecía una oportunidad: alquilar una casa por el centro durante todo el verano y convertirla en un bar, algo más frecuente en aquel entonces que ahora. El razonamiento de Moris y Pajarito era indiscutible: “Si tenemos un bar, entonces tenemos un lugar donde tocar”.
“Conocí la costa por ir de vacaciones con mi familia a Mar del Plata, Mar de Ajó y San Clemente. Pero nunca a Gesell. Solo la tenía por la película Los inconstantes, de Rodolfo Kuhn, que había generado toda una leyenda alrededor: la Villa parecía tener cierta bohemia existencialista y beatnik. Yo no fui buscando eso, porque tan soñador no soy, aunque sí me imaginé que había un gusto por la música, además de estar en un lugar tranquilo y cerca del mar”, recordó Javier Martínez alguna vez en un bar de Almagro.
Con Zaguri refugiado en Mar del Plata después de estrellar un auto contra la capilla de Villa Gesell, Los Beatniks formaron inicialmente en el verano del ’66 con Moris, Javier y Rocky Rodríguez, luego músico de Johnny Tedesco. A los pocos días se les sumó en la voz Iván, muy repetido en esta historia, aunque nadie recuerde su apellido. “Iván era un tipo que se apareció ahí, en el bar, y nos hicimos amigos. Él hacía buenas versiones de The Animals, un grupo inglés que a nosotros nos encantaba”, fue todo lo que encontró Martínez en su memoria.
“Uno de los socios de Moris en este emprendimiento había estado en Brasil, y en San Pablo conoció un boliche que se llamaba Juan Sebastián Bar. En esa época estaba de moda el barroco y se escuchaba mucho Juan Sebastián Bach, así que todo eso influyó en la elección del nombre”, dijo el baterista. El Juan Sebastián Bar versión argentina fue inaugurado los primeros días de enero de 1966 en la esquina de Avenida 2 y Paseo 107, Villa Gesell.
“Nosotros parábamos en el mismo bar, porque en la parte de atrás del boliche había un departamento donde se podía vivir cómodamente, y después un terreno donde montaron algunas carpas”, describió Javier. Además de tocar en el Juan Sebastián, Los Beatniks aprovecharon su estadía en Gesell para relacionarse con otros lugares. “Así, conocimos lugares como La Cafetera Loca, donde hacíamos un show más suave y tranquilo a la hora del té, Moris y yo en formato acústico, o Boom, un boliche que Cacho Borda, un amigo nuestro, tenía en la Avenida 3, pero no en el centro, sino al fondo. Esos vínculos nos permitieron hacer incluso tripletes en una misma noche, algo impensado para nosotros en Buenos Aires, la ciudad que habitábamos”.
“Para promocionar los shows, nos poníamos unos sobretodos negros y deambulábamos por la playa con unos carteles que decían: ‘Usted no viene solamente acá por la playa y el mar, ustedes también vienen a ver el show del Juan Sebastián Bar’. Vos veías a cuatro tipos con sobretodo por la playa… ¿¡Y cómo no ibas a mirar!? Algunos nos cargaban, nos decían de todo... ‘¿qué querés llevar, un baño turco encima?’”.
“Había llevado a Gesell dos baterías y por eso armé una con dos bombos. Yo seguía al jazz y había visto al tipo que inventó el doble bombo en la década del 30’, Louie Bellson, mientras que cuando tocábamos como dúo, en formato acústico, Moris ideó algo genial para la época: sonar en stereo para sacar los bajos por un lado”, describió Martínez, quien profesó siempre una gran admiración por Birabent: “Él fue quien me enseñó a tocar la guitarra, porque había estudiado en conservatorio y la tenía muy clara. Tocaba bossa nova, me pasó acordes y técnicas, y eso fue lo que me permitió aprender a componer. De hecho, en mi casa toco la viola todos los días”.
“Cuando tocábamos en el Juan Sebastián, hacíamos dos entradas”, puntualizó Martínez, quien siempre conservó una memoria prodigiosa. “Primero tocábamos rock and roll clásico, norteamericano: canciones de Elvis, Jerry Lee Lewis, Little Richard, porque Moris tenía un inglés impecable. Y después hacíamos rock and roll en español, en la línea mexicana, la de los Teen Tops”.
En la segunda pasada también se animaban a mostrar composiciones propias. “Moris tenía varias, como ‘Escúchame entre el ruido’ y ’Esto va para atrás’; además, claro, de ‘El rebelde’. Y yo, en tanto, ya había hecho para ese entonces ‘No finjas más’, que luego grabaron Los Beatniks ya sin mí, y también ‘Qué pena me das’, que me llevé para Manal. Ambos los compuse en Gesell, inspirado en mucha gente que veía en los boliches fingiendo felicidad, aunque en realidad todo eso era pura falsedad”.
De vuelta a Buenos Aires, Javier Martínez reconoce que “pedí el cambio porque me quería dedicar a otra cosa”. La salida se produjo en buenos términos y todos siguieron siendo amigos. “El proyecto de Los Beatniks me encantaba, pero se presentó la oportunidad de desarrollar mis canciones tras haberme encontrado con dos tipos como Claudio Gabis y Alejandro Medina, quienes aceptaban mi idea totalmente loca de hacer blues en castellano”. Martínez inició entonces Manal y Los Beatniks se rearmaron para grabar el emblemático simple encabezado por “El rebelde”, que registró pocas ventas y diluyó a la banda, pero aún sigue siendo discutido junto a “La balsa” de Los Gatos como el primer registro fonográfico de la cultura rock argentina.
“‘El rebelde’ lo hicieron Moris y Pajarito en la casa del primero, seguramente en alguna de esas clásicas reuniones donde se tomaban océanos de té, porque no había vino ni nada de eso. Y, para mí, es la primera canción del rock nacional, ya que Los Gatos todavía cantaban en inglés. Nosotros lo sabíamos perfectamente desde ese mismo momento, porque era evidente. Por más ginebra que tomásemos, no había forma de que no nos diéramos cuenta de que era el primer tema, de que era el comienzo de una historia nueva”, concluyó Javier Martínez con su clásica lengua filosa. Aunque, en ese caso, prefirió ser salomónico y reconocer lo obvio: “Por supuesto que no me interesaría generar una polémica con Los Gatos, porque éramos y somos muy amigos de Litto Nebbia. Todos salimos del mismo barro y contribuimos a darle origen a algo que, aunque muchos digan lo contrario, sigue tan vivo como en aquel entonces”.