Qué deja la ceremonia de asunción del nuevo presidente estadounidense. Los gestos hacia el movimiento de mujeres. Los lazos con el Vaticano y el empresariado local.
Sol Bajar @Sol_Bajar
Jueves 21 de enero de 2021 00:30
Joe Biden se convirtió en el presidente número 46 de Estados Unidos, la mayor potencia imperialista mundial, justo cuando una profunda crisis atraviesa la democracia yanqui, dejándole instituciones con poca legitimidad social, nada menos que después del resultado electoral y del movimiento por #BlackLivesMatter.
Además, el país atraviesa una fuerte polarización social, una aguda crisis sanitaria y una incapacidad mayor de los dos partidos que son pilares del régimen estadounidense para responder a las aspiraciones del movimiento de masas. En ese marco, resurgen los gestos hacia el movimiento de mujeres, de disidencias y antirracista del país.
Gabinete diverso
En un Capitolio lleno de agentes de la Guardia Nacional y el Servicio Secreto, Biden asumió sin seguidores presentes y frente a un pequeño grupo de familiares y altos funcionarios, entre quienes se destacó la nueva vice presidenta Kamala Harris. En la ceremonia buscó dialogar con la “diversidad racial” y con los mayores movimientos de los últimos cuatro años, como el Black Lives Matter y la Women’s March (Marcha de las Mujeres).
Junto a Biden y con Biblia en mano, Kamala Harris, la primera mujer y afroamericana en ocupar la vicepresidencia del país, prestó juramento ante Sonya Sotomayor, la primera latina en la Corte Suprema. Junto al de Harris, el rol asignado a la pediatra Rachel Levine como subsecretaria de Salud, convirtiéndola en la primera mujer trans que ocupa un cargo federal en Estados Unidos, son algunos de los gestos con los que Biden busca consolidar su base de apoyo entre el movimiento de masas.
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El resto del gabinete nombrado por Biden deberá ser ratificado en los próximos días por el Senado. De un total de 15 funcionarios nombrados, menos de la mitad son blancos, del resto, cuatro son latinos, seis afroamericanos y tres asiático americanos. La paridad de género del nuevo Poder Ejecutivo también fue un mensaje que Biden busca dirigir a ese movimiento de masas.
"Demasiadas mujeres están luchando para llegar a final de mes y apoyar a sus familias, y demasiadas se quedan despiertas por la noche preocupadas por el futuro económico de sus hijos", sostuvo Biden poco antes de su asunción. El presidente de Estados Unidos anunció también la creación del Consejo de Política de Género en la Casa Blanca, orientado a impulsar la "plena inclusión de las mujeres en la economía".
La apuesta por profundizar lazos con el Vaticano
Biden, que para asumir usó la misma Biblia familiar que cuando juró dos veces como vicepresidente de Barack Obama y siete como senador del estado de Delaware, también envió con su propuesta de Gabinete un mensaje al Vaticano.
La supremacía de integrantes católicos en su gobierno constituye, de hecho, una novedad para los equipos de gestión en la historia del país. "Nunca ha habido una administración más católica en la historia de EE.UU.", dijo recientemente el Director del Centro Bernardin de la Unión Teológica Católica en Chicago. Y es un dato.
Massimo Faggioli, autor del libro Joe Biden y el catolicismo en los Estados Unidos, apunta que "Biden no sólo es el segundo católico elegido después de Kennedy (1961-1963), sino también el cuarto en presentarse a las elecciones (Al Smith en 1928 y John Kerry en 2004) para ocupar el cargo político, pero también moral y religioso, que es la presidencia americana en un momento de transición delicado tanto para la nación como para la Iglesia".
Para restaurar la legitimidad
Como señalan en esta nota Tatiana Cozzarelli y Ezra Brain de Left Voice, nuestra sección hermana en Estados Unidos, a pesar de los intentos de mantener la continuidad con las ceremonias pasadas, nada de la escena de asunción de Biden pareció ser “normal”: “todo el espectáculo consistía en apuntalar la imagen de la democracia norteamericana y sus instituciones, que se vieron sacudidas por las protestas de la derecha hace sólo unas semanas”.
La recomposición institucional, clave para dar salida a la crisis económica que acompaña a la pandemia, es uno de los aspectos que más preocupan en lo inmediato a la nueva administración de Biden, que busca evitar a toda costa el resurgir de movimientos como el BLM, el movimiento de mujeres, o frente a la amenaza de multiplicarse las huelgas de trabajadoras y trabajadores precarizados que sólo en 2020 superaron las 800 en total.
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En este caldo de cultivo, el enemigo está en casa. El Partido Demócrata no sólo tiene una larga vida política de actuación contra los intereses de la comunidad negra (de los que tanto Biden como Harris han sido parte), sino que también ha celebrado la política de fortalecer los mecanismos represivos de la degradada democracia yanqui frente al fortalecimiento de sectores reaccionarios, como los grupos supremacistas blancos y los fanáticos de Trump. Echando por la borda el reclamo legítimo de millones por desfinanciar la policía frente a la violencia racista de las fuerzas de seguridad pública, apoyaron el aumento del presupuesto para equiparla y, peor aún, en muchísimos casos aplaudieron la ley antiterrorista presentada por el nuevo Ejecutivo.
Echando por la borda el reclamo legítimo de millones por desfinanciar la policía frente a la violencia racista de las fuerzas de seguridad pública, apoyaron el aumento del presupuesto para equiparla y, peor aún, aplaudieron la ley antiterrorista presentada por el nuevo Ejecutivo.
Recuperar la movilización en las calles
Si bien la presencia de cada vez más mujeres y personas LGTTB, así como el discurso de “integración racial”, expresan la enorme preocupación del régimen estadounidense por apropiarse de demandas de los movimientos, para oxigenarse en un momento de profunda crisis, depositar confianza en esa perspectiva lleva -siempre- a un callejón sin salida.
Aún está por verse si el voto anti Trump, que impulsaron -entre otros- sectores del feminismo, que llamaron a depositar expectativas en la figura de Harris y en el gabinete “paritario”, se consolida en una situación donde las mujeres trabajadoras, las negras, pobres y migrantes son las más afectadas por los despidos, los bajos salarios y una pandemia que ya se cobró 400 mil vidas.
Rachel Levine, subsecretaria de Salud
No importa cuántas mujeres hayan roto su “techo de cristal” para convertirse en flamantes y altas funcionarias. Tampoco si la cuota de diversidad sexual y étnico racial se cumple entre las nuevas autoridades del establishment demócrata. El “neoliberalismo progresista” del Partido Demócrata, que promueve la unidad entre el gran capital con las conducciones de los movimientos sociales, no cambiará el carácter de un partido imperialista que está a cargo de gestionar la crisis y el reclamo social, para evitar que se desarrollen. Un partido que frente a cada conquista concedida tras la movilización, buscará recomponer las instituciones y fortalecer al Estado para garantizar la gobernabilidad. Algo esencial para mantener las ganancias de los grandes capitalistas imperialistas.
Que una mujer negra ocupe la vicepresidencia de un país donde la mayoría de las mujeres negras vive en las peores condiciones; que una mujer trans ocupe por primera vez un cargo como funcionaria en Estados Unidos, el país que fue cuna de Stonewall y otros procesos de lucha contra la opresión, muestra no sólo que “el tema” de los derechos de las mujeres y personas LGTTB “está en agenda” para los gobiernos del mundo -producto de las incansables batallas del movimiento de lucha- sino también que hay mucho gesto (y veremos cuántos hechos) por parte del nuevo gobierno estadounidense, con un solo fin: reforzar la desgastada confianza en las instituciones locales para avanzar con los planes del capitalismo local.
Sin embargo, en un país donde la mitad de las familias con hijos e hijas menores de 18 años tienen a una mujer como jefa de hogar (un hecho que entre las trabajadoras negras asciende al 80% de las familias), que una minoría oprimida por su pertenencia de género se integre a las cúpulas de la administración del Estado, tensionadas por beneficiar al establishment y a Wall Street, no cambia la situación para la mayoría de ellas. Las gestiones de diversas mandatarias en el mundo lo muestra también con claridad: que se eliminen los prejuicios para el ingreso de algunas mujeres y disidencias a gobiernos de turno, a los parlamentos y otras instituciones estatales, aunque en sí mismo es progresivo, no significa que los intereses de los gobiernos y partidos tradicionales nos representen a todas.