Esta ponencia fue presentada en el 3 Coloquio internacional de Marxismo, realizado en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, del 9 al 13 de octubre de 2017.
Miércoles 11 de octubre de 2017
Aquí el audio completo de la participación.
José Revueltas realizó precursores aportes a la comprensión de la dominación política e ideológica ejercida durante el siglo XX por la burguesía mexicana sobre las clases explotadas. A pesar de ello, su obra teórico-política mereció escasa atención, siendo valorado fundamentalmente por sus trabajos literarios. Esto a pesar de que constituye una de las figuras intelectuales más interesantes del siglo XX mexicano, con todos sus claroscuros y sus contradicciones, siendo su Ensayo sobre un proletariado sin cabeza su trabajo más importante.
El homenaje edulcorado que el Estado y su intelectualidad intentaron realizarle en el año 2014, al cumplirse 100 años de su nacimiento, resulta difícil de justificar, ya que Revueltas fue un intelectual militante, profundamente incómodo para el régimen político, al cual criticó ácidamente y combatió hasta su muerte en 1976.
Revueltas participó, durante tres décadas, en el Partido Comunista Mexicano y otras formaciones adscritas al llamado comunismo oficial o estalinismo. En 1943 fue expulsado por primera vez del PCM, cuando cuestionó la idea de que este era el “partido de la clase obrera”, y se enroló en la corriente liderada por Vicente Lombardo Toledano, el dirigente de la Confederación de Trabajadores de México. En 1950 tuvo una dura confrontación con el PCM y los lombardistas, cuando fue defenestrado por “trotskista” y “existencialista” por su obra Los días terrenales. El llamado proceso de desestalinización encabezado por Nikita Krushev en 1956 en la URSS, le generó nuevas expectativas y reingresó al PCM. Sin embargo, en 1960 fue expulsado por segunda ocasión, esta vez de manera definitiva, en medio de diferencias más agudas, como fue la huelga ferrocarrilera de 1959.
El distanciamiento del partido comunista será cada vez mayor y se expresó también en el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza de 1962. Como veremos a continuación, lo que destaca de este distanciamiento es que se expresó en la ubicación frente al régimen de la revolución mexicana, donde Revueltas asumió un posicionamiento distinto a los que predominaban en las formaciones políticas en las que había militado.
El Ensayo sobre un proletariado sin cabeza
Ensayo está recorrido por la idea de que la clase obrera mexicana es un sujeto sin cabeza. Esta noción está vinculada con la carencia de un partido propio, un partido inserto y vinculado orgánicamente al movimiento obrero, que expresara la existencia de una conciencia de los intereses de clase del proletariado. Esta carencia estaba relacionada con la dominación construida por la burguesía gobernante y su partido entre la clase obrera.
En las páginas del Ensayo, Revueltas desplegó un original análisis de las clases fundamentales de la sociedad mexicana y en particular de la situación de la clase obrera. Esta obra estuvo cruzada por una reflexión teórica sobre la enajenación de la conciencia, considerando la misma desde un punto de vista materialista. Esta preocupación estaba presente desde sus primeros años de militancia: por lo menos desde 1943 consideró que la existencia formal de un partido comunista no resolvía el problema de una conciencia de clase desenajenada; y cuando consideraba la problemática de la inexistencia de un partido, se refería claramente al partido histórico de la clase obrera, esto es, a su vanguardia organizada capaz de desenajenar la conciencia del conjunto de la clase trabajadora.
Pero será en el Ensayo donde estableció una crítica política frontal del Partido Comunista, como corresponsable de la “enajenación de la conciencia”.
Revueltas rompía con los relatos dominantes ya que postulaba que los gobiernos emergidos de la Revolución Mexicana tuvieron consecuencias nefastas sobre la clase obrera, impidiendo su independencia política.
Afirmaba allí: “En México se produce un fenómeno del que difícilmente puede darse un paralelo… la conciencia de la clase obrera ha permanecido enajenada a ideologías extrañas a su clase, y en particular a la ideología democrático burguesa, desde hace más de cincuenta años, sin que hasta la fecha haya podido conquistar su independencia”.
Criticaba la subordinación política e ideológica de las organizaciones del movimiento obrero y la izquierda respecto de los llamados gobiernos revolucionarios, y lo consideraba el problema fundamental. Decía Revueltas
“… su enajenación ha terminado por convertirse en una enajenación histórica. Esto quiere decir que aún aquello que aparece en México como ideología proletaria no constituye otra cosa que una deformación de la conciencia obrera, una variante sui generis de la ideología democrático-burguesa dominante. La clase obrera mexicana, de este modo, se proyecta en la historia de los últimos cincuenta años del país como un proletariado sin cabeza, o que tiene sobre sus hombros una cabeza que no es la suya.”
Como se puede ver aquí, la crítica al Partido Comunista-que se presentaba como “ideología proletaria”- no era por su debilidad, sino por ser “una variante sui generis de la ideología dominante”, o como decía el autor la ideología obrera de la revolución democrático burguesa.
Esta elaboración de Revueltas tuvo gran trascendencia. Desde los años ‘30, la mayoría de la izquierda -a excepción de los grupos trotskistas- se afanaba por encontrar el carácter “progresista” de la burguesía nacional y en presionarla para que fuese hasta el final en la “revolución democrático-burguesa inconclusa”. Revueltas por el contrario planteaba que la clase dominante bloqueó -con el concurso de la izquierda que se adaptó a ella- el desarrollo de una perspectiva obrera independiente.
La construcción de la dominación de clase
Ahora bien, esta definición política descansa en un análisis profundo. El mismo buscaba explicar cómo, en las tierras donde estalló una de las revoluciones campesinas más importantes del siglo XX latinoamericano, surgieron los mecanismos políticos e ideológicos en que se basó la estabilidad de la dominación burguesa.
En primer lugar, Revueltas rastreó en el siglo XIX lo que él llamaba “el proceso general del desarrollo ideológico de la revolución democrático-burguesa en México”, y en particular las relaciones entre los ideologías y la clase social que podría estar llamada a resolver las tareas propias de esa revolución, en primer lugar, la cuestión agraria. Critica las inconsistencias y los limites del movimiento de Reforma de mediados del siglo XIX para llevar adelante una transformación radical de las relaciones en el campo.
Y plantea el carácter conservador de la naciente burguesía nacional mexicana: “Contra todos los buenos deseos que quieran ponerse en el empeño, no encaja dentro de los esquemas habituales respecto a cómo se considera a la burguesía industrial. Carecemos en absoluto del menor dato que nos pudiera indicar, desde el punto de vista político, que esta burguesía fuese revolucionaria, antes por el contrario –desde don Lucas Alamán hasta los tiempos de Don Porfirio, bajo cuya dictadura pudo medrar tan apaciblemente– sus ligas con los gobiernos conservadores a lo largo de la historia del país, testimonian que se ha tratado siempre de un núcleo social reaccionario.“.
Revueltas planteará que la ideología democrático-burguesa en México emergió antes de las condiciones para su realización histórica: desde nuestro punto de vista, es importante considerar que en el Ensayo esta “imposibilidad histórica” no se relaciona con una debilidad de la burguesía como clase que hubiera que apuntalar, sino en primer lugar, con su carácter conservador: como dice Revueltas, “la falta de conciencia burguesa de clase de los capitalistas industriales, su pusilanimidad y oportunismos políticos”
Resulta sugerente plantear que Revueltas presentó distintos elementos para explicar porque la burguesía no asumió un rol revolucionario. Entre ellos, que México no siguió el “esquema clásico” de los estados nacionales en Europa.
Esto es según sus palabras “que el desarrollo histórico ‘normal’ de México, desde un punto de vista puramente abstracto, ‘debió’ ceñirse al siguiente esquema:a) Desarrollo de las relaciones capitalistas de producción/ Consumación del proceso de integración nacional; y, por último:Independencia política del país, es decir, nacimiento de la nación mexicana.” Esto fue obstaculizado por “el carácter parasitario y usurario que revistió la dominación española que impidió en éstas el desarrollo de las relaciones capitalistas de producción” y también plantea “el México independiente del siglo XIX aparece en un mundo donde las grandes potencias capitalistas ya constituidas –Francia, Inglaterra–, y la que resulta a la postre más agresiva, Estados Unidos –en proceso de integración como poder imperialista–, lo rodean más que amenazadoramente, considerándolo, con un cinismo que ni siquiera apela al disimulo, como un simple objeto de rapiña.”
Aunque Revueltas no considero en esto el importante factor de la incorporación de México al mercado mundial -como tantas otras naciones de América Latina- y la división mundial del trabajo que convirtió a la burguesía liberal en un apéndice y una socia menor de las grandes empresas extranjeras, el pensamiento revueltiano destaca aquí por su carácter dialéctico y alejado de un marxismo vulgar y mecanicista.
Ahora bien, partiendo de las consideraciones anteriores respecto a su carácter conservador y reaccionario, Revueltas estableció que el sector dominante del Estado mexicano era la burguesía nacional, esto es, “la clase que pudo imprimir al proceso del desarrollo ideológico su propio sello como clase dirigente de una revolución democrático-burguesa…”, para lo cual logró “negarse a sí misma como clase y confundirse con la revolución mexicana”. Revueltas comprendió el proceso de apropiación del legado de la Revolución y de mistificación de la dominación burguesa, expresado en el lema oficial de “la revolución hecha gobierno”.
Su análisis de la Revolución de 1910, aunque es sin duda general y a grandes trazos, considera la confrontación entre las alas radicales –lideradas por Villa y Zapata– frente a los representantes de la burguesía, y la restablece como una guerra civil motorizada por el antagonismo de clases.
Esto era una visión original en su momento, en el contexto de las interpretaciones predominantes por parte del nacionalismo revolucionario y por parte del estalinismo, y tiene el mérito de haber sido previo a la publicación de obras como La revolución interrumpida de Adolfo Gilly y otras que enfatizan justamente el carácter de la revolución como una guerra de clases expresada en el enfrentamiento militar entre el campesinado radical y el constitucionalismo.
Para Revueltas, en el proceso que llevó a la derrota de “la revolución popular-agraria de Zapata”, entre 1915 y 1917, surgió el partido de clase de la burguesía nacional. Dicho partido de clase no estaba presente previo a 1910 y se evidenciaba, por ejemplo, en el carácter episódico de sus formaciones políticas. En ese sentido escribió, por ejemplo que,
“… la burguesía nacional participa en la Revolución Mexicana democrático-burguesa como una clase sin partido, cuya conciencia recorre una línea ascendente, a través de diversos niveles de organización, hasta llegar a un punto en que, después de objetivizarse en el Estado con la toma del poder, se convierte en conciencia organizada de su propia clase, en el partido de clase de la burguesía nacional, o sea, en su partido de Estado”.
A partir de 1917, la burguesía ejerció el poder mediante sus caudillos más populares y con mayor fuerza política y militar. El autor enfatizaba que en ese momento todavía no estaba en condiciones de apoyarse en las masas organizadas. Revueltas planteó que “el gobierno que resulta de la toma del poder no es el gobierno de un partido, sino el partido convertido en gobierno, un gobierno-partido en cuyo seno se libran y resuelven las luchas faccionales”.
Lo que permitió la emergencia de este “partido de clase” fue que, en el transcurso de la Revolución, la burguesía, organizada en el constitucionalismo, configuró un proyecto político y social que mediatizó y encauzó la tormenta revolucionaria en el marco de la reconstrucción del Estado y del desarrollo del moderno capitalismo. El mérito de José Revueltas fue exhibir como, de la derrota del proyecto liderado por los caudillos campesinos, surgió la construcción de la dominación ideológica y política sobre los explotados y oprimidos de México.
Para el autor, los años posteriores al triunfo constitucionalista fueron complejos: concentraron las luchas facciosas del bando vencedor en el gobierno, y prepararon los cambios necesarios para perfeccionar esta dominación.
Revueltas tomó nota de estos cambios: con la fundación del Partido Nacional Revolucionario en 1929 inició el tránsito de un partido-gobierno apoyado en el ejército a un partido-gobierno que se apoyaba en las organizaciones de masas, pautando las reglas del juego y articulando la relación entre el Bonaparte sexenal y el partido –por ejemplo con el principio de no reelección y la selección a “dedo” del nuevo candidato–.
Dando cuenta de estos elementos es que planteó un proceso creciente de subordinación de las masas organizadas, para lo cual el partido de gobierno funcionaba “como una especie de extensión social del Estado, que de este modo hacía penetrar sus filamentos organizativos hasta las capas más hondas de la población e impedía con ello una concurrencia política de clase”.
En este punto, sintetizaba las tres funciones del partido Estado en esta dinámica de dominación sobre las clases explotadas, y de enajenación de la clase obrera: las mismas eran, en primer lugar, la función de dirigir a la burguesía y mediatizar bajo esa dirección a todo el conjunto de la sociedad mexicana; en segundo término, conservar y afianzar la colaboración de clases entre burguesía y proletariado, y en tercer lugar, hacer indisputable la dirección de las masas campesinas por parte de la burguesía.
Es sugerente y fructífero buscar un diálogo entre las definiciones revueltianas y las que pueden encontrarse en los escritos de León Trotsky sobre México; en particular en torno a las relaciones entre burguesía, proletariado y campesinado, cuando planteaba que en México, como otros países de América Latina, la clase que dirigirá el país será la que se gane al campesinado. Y en la categoría de bonapartismo sui generis con la que el revolucionario ruso comprendió al régimen mexicano bajo el cardenismo, y como el mismo aparecía mediando entre el imperialismo y el poderoso proletariado, a la par que defendía la dominación capitalista.
Sin duda, la operación política e ideológica por la cual la clase dominante logró disociar –en apariencia– el Estado posrevolucionario respecto a la defensa de sus intereses clasistas y que Revueltas desnuda, tuvo en sus cimientos características que son comunes a todos los Estados burgueses modernos.
Expresión máxima de este proceso fue la Constitución de 1917, donde, como decía Revueltas, se podía ver “el disimulo de la naturaleza real de las relaciones de clase entre burguesía y clase proletaria, al mismo tiempo que el principio de deificación del Estado burgués en México como un Estado que sería distinto y no representaría a las clases dominantes de la sociedad, por el solo hecho de ser fruto de la Revolución Mexicana”.
Sin embargo, hay que plantear que este proceso tenía también un carácter específico. El mismo era el resultado tanto de la génesis de la burguesía mexicana –la cual en sus orígenes no resolvió las tareas de la transformación capitalista– como de la forma en que se resolvió la Revolución.
Esto es, que durante la última fase de la misma, el constitucionalismo se apropió de las demandas enarboladas por el zapatismo y el villismo para legitimarse, lo cual preparó el camino para la institucionalización de estas sentidas reivindicaciones, estableciendo con una fuerza inusitada la identidad aparente entre “la Revolución” y los triunfadores. Esta especificidad tuvo que ser recogida por la burguesía incorporando lo que Revueltas llamaba la “dimensión obrera a la ideología democrático burguesa” (mucho mas en la medida que la clase obrera surgía como una fuerza social), así como la idea de que no era “un Estado cuyo poder pertenece ahora a la burguesía en virtud de su revolución, sino una especie de entidad abstracta, al margen de la lucha de clases y del proceso de desarrollo histórico”.
Como decíamos al inicio, el Ensayo está recorrido por una critica política la actitud que el partido comunista y otras formaciones tenían ante los gobiernos de la revolución mexicana y la burguesía.
Revueltas criticaba la división que el Partido Comunista realizaba entre sectores reaccionarios y otros hipotéticamente progresivos de la clase dominante. Planteaba incluso “…se esfuerzan por presentar dichas contradicciones (entre la burguesía y el imperialismo, N. del A.) como si se trataran de contradicciones absolutas y antagónicas. .. la burguesía aparece entonces como una clase revolucionaria y cuando no se conduce revolucionariamente esto se atribuye al hecho de que no puede serlo, a pesar de sus buenas intenciones, lo que debe obligar al proletariado a sacrificarse y a no crearle al gobierno ningún género de dificultades”.
Y concluía diciendo “Conforme a los ideólogos de la enajenación, el desiderátum de la clase obrera se resuelve, cada vez, en el hecho de que las masas trabajadoras “apoyen” a los gobiernos progresistas o “combatan” a los gobiernos reaccionarios, pero sin que en ningún momento la propia clase obrera esté en condiciones de poder tomar conciencia de su propia perspectiva histórica como clase independiente, que debe colocarse, por imperativo del desarrollo, a la cabeza del proceso social”.
Concluyendo.
El análisis de Revueltas constituye para nosotros una importante aportación al marxismo mexicano y latinoamericano, para comprender cómo se articuló la dominación de clase, en el Estado y el régimen posrevolucionario sobre las clases explotadas y oprimidas. Sin duda, la recuperación del mismo debe hacerse críticamente: merecen ser discutidas las definiciones sobre el carácter de la futura revolución mexicana que el autor planteaba en el Ensayo, así como su posicionamiento político que combinaba la crítica del Partido comunista Mexicano con el alineamiento con lo que el llamaba Movimiento Comunista Internacional.
A partir del Ensayo, Revueltas profundizó su distanciamiento político y teórico con el Partido Comunista, y se acercó por distintas vías a otras corrientes del marxismo, a la par que jugó un rol activo y militante en el movimiento estudiantil y popular de 1968, y fue encarcelado durante casi 3 años. En particular destaca -mas aún considerando su militancia de décadas en el estalinismo- su acercamiento a Trotsky y los troskistas mexicanos, quienes habían hecho un análisis crítico del Ensayo cuando fue publicado.
En 1967 escribió “Solo hay un calificativo con el que le resulta a Stalin imposible en absoluto caracterizar la tendencia de Trotsky, pero que en realidad, también, es el único que le corresponde y que merece: el calificativo de leninista, la tendencia que de no haber muerto, Lenin mismo sin duda representaría dentro de las nuevas circunstancias históricas”. Aunque no es motivo de esta ponencia, este acercamiento se inscribió, más que en un incorporación al trotskismo, en la búsqueda, por parte de Revueltas, de fundar un nuevo proyecto político que aglutinase a distintas corrientes por fuera del Partido Comunista, incluyendo en ello a los trotskistas.
El pensamiento revueltiano fue original y anticipatorio y actuó como una suerte de bisagra entre la interpretación existente en la izquierda dominada por el Partido Comunista y la que en los ‘70 y ‘80 del siglo XX surgió -vinculada al legado de Trotsky- para comprender el proceso iniciado en 1910 y el régimen posrevolucionario, como fue el caso de las obras de Adolfo Gilly, Manuel Aguilar Mora y Arturo Anguiano, entre otros.
Hoy, el regreso a las elaboraciones marxistas del siglo XX, al servicio de actualizar el análisis y dar cuenta de las transformaciones de la dominación política, es una herramienta ineludible para lograr -en el sentido buscado por José Revueltas- la emancipación de la clase obrera y su independencia respecto a las variantes políticas de la burguesía, sean liberales o “antineoliberales”.
Pablo Oprinari
Sociólogo y latinoamericanista (UNAM), coordinador de México en Llamas. Interpretaciones marxistas de la revolución y coautor de Juventud en las calles. Coordinador de Ideas de Izquierda México, columnista en La Izquierda Diario Mx e integrante del Movimiento de las y los Trabajadores Socialistas.