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Red Internacional
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CATALUNYA ANÁLISIS. Junts pel Bluf, o la efímera república catalana de Puigdemont

Puigdemont “proclama” la independencia para suspenderla inmediatamente en favor de una negociación. Decepción entre decenas de miles que esperaban la declaración de independencia. La CUP en la encrucijada: seguir al procés o luchar por una nueva “hoja de ruta” obrera y socialista.

Diego Lotito

Diego Lotito @diegolotito

Martes 10 de octubre de 2017

Edició català

“10 segundos. Eso es exactamente lo que ha durado la republica catalana de Puigdemont. Tan pronto como la ha proclamado en el Parlament, inmediatamente la ha suspendido para volver a abrir la utópica negociación por la que viene apostando el PDeCat y Junts pel Sí desde el principio del procés”.

Los representantes de los partidos históricos de la burguesía y la pequeña burguesía catalanas han hecho en el Parlament una performance. Una “proclamación” formal de independencia, para suspenderla inmediatamente con el objetivo de ganar tiempo e intentar abrir una negociación con el Estado español, con la mediación de la Comisión Europea.

La peculiar interpretación de Puigdemont sobre cómo seguir “el mandato del pueblo de Cataluña”, es decir, que Catalunya “se convierta en un estado independiente en forma de República”, no fue del agrado de la pata izquierda del bloque soberanista. Mientras los parlamentarios de JxSí han ovacionado en bloque y de pie a Puigdemont al su discurso, los diputados de la CUP en el Parlament ni aplaudieron ni se levantaron.

La primera reacción del gobierno de Mariano Rajoy ha sido considerar el discurso de Puigdemont como una “declaración de independencia” sin más, ante lo cual se predispone a tomar medidas, entre las cuales la aplicación del artículo 155 de la Carta Magna que permite la suspensión de la Generalitat está a la orden del día.

Rajoy viene recibiendo el aliento de amplios sectores de su propio partido (como de Ciudadanos y otras especies de la fauna derechista) para “poner orden” en la cuestión catalana mediante procedimientos excepcionales, como la aplicación del 155. Una salida bendecida por el rey en su discurso de la semana pasada.

El discurso de Puigdemont, sin embargo y contra el pronóstico del Gobierno, fue un discurso para “desescalar la tensión” y presentar a la Generalitat y a Junts pel Sí como gente sensata que no va a actuar unilateralmente. En primer lugar, ante la Unión Europea, donde el Govern deposita todas sus expectativas de hallar un mediador. “Catalunya es un asunto europeo”, dijo el President. Asimismo ante un amplio sector de la propia base social del procés, buscando conjurar los temores a una escalada de violencia garantizada por el Régimen. Pero también ante la Moncloa. La (no) declaración de independencia de Puigdemont y su llamado al diálogo ha dejado el balón en el tejado del PP. Una muestra de inteligencia del Govern, como de sus propios límites frente a la reacción del “bunker”.

En este marco, el Gobierno de Rajoy se encuentra en una situación delicada. Por un lado, no puede aceptar el escenario de una mediación que conceda de facto categoría de Estado -de igual a igual- al Govern catalán. Así lo manifestó la vicepresidenta Sáenz de Santamaría rechazando las pretensiones de Puigdemont de “imponer una mediación” basada en “una ley que no existe” y “un referéndum que no ha existido”. Por el otro, la ubicación en la defensiva de la Generalitat y su llamado al diálogo intenta meter una cuña dentro del bloque españolista cuando el PP necesita lograr el “máximo consenso” para responder a la “afrenta soberanista”. Es decir, necesita el apoyo del PSOE.

Por ahora el PSOE no ha sacado los pies del plato y mantiene su apoyo a Rajoy, incluso contra la posición de dirigentes de su partido en Catalunya, llamando a Rajoy a que “requiera” al president que regrese a la legalidad. Por ello, la aplicación del 155 sigue en el menú del bloque españolista y será uno de los temas centrales en la reunión del Consejo de Ministros que Rajoy convocó para este miércoles.

Este escenario tiende a ampliar el campo del “centro político” ante la crisis catalana, con la incorporación -al menos coyuntural- del soberanismo catalán. Podemos, que hizo esfuerzos por salir del rincón de la “izquierda de la derecha” ante la cuestión catalana convocando su mesa por el diálogo, se presenta como la formación responsable del “bando español”, aplaudiendo la “sensatez” del Govern por no haber declarado la independencia unilateral y pidiendo a Rajoy no aplicar el 155.

Por ello la continuidad de la línea dura después del recule de Puigdemont, como sería aplicar el 155, conlleva grandes peligros. Rajoy corre el riesgo de quedar como un incendiario ante la Unión Europea y perder los apoyos cosechados; Pedro Sánchez puede liquidar el poco capital político que aún conserva apareciendo como un líder completamente abducido por el PP; y, sobre todo, una nueva ofensiva represiva puede ser el ingrediente perfecto para un nuevo salto en la agitación de la calle.

Aunque aun es pronto para analizar cuál será la dinámica del movimiento de masas en Catalunya, es un hecho que en el Paseo Lluís Companys se vieron caras de decepción, gente llorando, cientos de personas abandonado el lugar con una clara sensación de frustración.

Parte de esta frustración expresa la CUP, ilusamente decepcionada por haber ido al Parlament a “proclamar la independencia” y haberse encontrado con el bluf de Puigdemont. Poco después de finalizada la sesión la organización juvenil independentista Arran acusaba a Puigdemont de incurrir en una “traición inadmisible” y la CUP anunciaba que no volverá al Parlament hasta que se den “pasos reales hasta la república”, aunque al mismo tiempo firmaban con JxSí y CUP un manifiesto sobre la independencia de Catalunya para evitar una fractura en las filas independentistas.

Pero, a pesar de la decepción, el proceso que recorre al pueblo catalán es profundo. Hace once días, millones de persona resistieron los embates de un verdadero ejército de ocupación y expresaron la voluntad mayoritaria de las y los catalanes a independizarse. Esa realidad no desaparece por la capitulación de Junts pel Sí.

Aunque la vía de negociación que busca el Govern sólo puede generar nuevas frustraciones para los millones que dijeron si a la independencia mientras los apaleaban el 1-O, al mismo tiempo puede ser el motor de un rápido cambio en la consciencia de amplios sectores de jóvenes y trabajadores que hasta ahora han depositado su confianza en la dirección de Puigdemont y Junqueras.

Para ser drásticos, y estos tiempos lo requieren, el discurso de Puigdemont en el Parlament ha decretado el final del procés. No existe una vía pacífica y negociada para la conquista del derecho de autodeterminación negado por el reaccionario Régimen del 78. Y menos mediante el concurso de las reaccionarias instituciones de la Europa del capital que hundieron a Grecia en la miseria.

La CUP, que hoy se siente traicionada, tiene ante sí una encrucijada: seguir siendo el furgón de cola de los partidos de la burguesía y la pequeña burguesía catalanas, o plantearse la necesidad de luchar por una nueva “hoja de ruta”, que ponga en el centro a la única fuerza social capaz de garantizar el resultado del 1-O, la clase trabajadora con sus métodos de lucha, dirigiendo con un programa anticapitalista al conjunto del pueblo oprimido.

Es a esta fuerza social a la que temen como a la peste tanto el Estado español como la propia dirección del procés. Porque si se pone en movimiento, no sólo enfrentará la represión del Régimen, también entrará en contradicción con el proyecto de república capitalista de Puigdemont y Junqueras.

Sólo hay una garantía para que el referéndum del 1-O no haya sido en vano: romper con las direcciones burguesas y pequeñoburguesas al frente del procés, desarrollar la autoorganización para expulsar las fuerzas de ocupación y enfrentar los nuevos ataques del Régimen, soldar la unidad con el conjunto de la clase trabajadora del Estado español e impulsar asambleas constituyentes libres y soberanas en Catalunya y en el resto del Estado. Para conquistar integra y efectivamente la autodeterminación, terminar con el Régimen monárquico heredero del franquismo y abrir el camino hacia la formación de una República Independiente y Socialista en Catalunya y una federación libre de Repúblicas Socialistas en toda la península ibérica.


Diego Lotito

Nació en la provincia del Neuquén, Argentina, en 1978. Es periodista y editor de la sección política en Izquierda Diario. Coautor de Cien años de historia obrera en Argentina (1870-1969). Actualmente reside en Madrid y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.

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