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Red Internacional
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DEBATE IZQUIERDA. La CUP atrapada entre los dos “traidores” a la República

Tras la aceptación del marco constitucional de ERC, la CUP hace frente con JxC. Pero ¿ Es el Puigdemont que no defendió la República una aternativa a la claudicación? La necesidad urgente de una alternativa de independencia de clase y anticapitalista.

Santiago Lupe

Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN

Jueves 1ro de febrero de 2018 16:20

Foto: EFE

Desde el aplazamiento del Pleno del Parlament por Roger Torrent, ERC ha pasado a ser el nuevo “villano” del procés. ERC es visto como el partido del bloque soberanista más firme defensor de la línea de “vuelta a la normalidad”. El acatamiento de la resolución “sui generis” del Tribunal Constitucional es el ejemplo más evidente. A Torrent le toca ahora el papel de “traidor” que jugó Puigdemont en la mañana del 26-O, cuando estuvo al borde de convocar elecciones autonómicas.

En frente, JxC y Puigdemont, ya que el PDeCAT sigue entre escondido y desaparecido, aparecen ahora como quienes estarían dispuestos a no bajar la cabeza y mantener viva la lucha por la República. Así se quiere presentar Puigdemont, y así lo presentan también, lamentablemente, los diputados de la CUP, los comunicados emitidos por la coordinadora de los CDR y las entidades soberanistas.

No cabe duda de que ERC ya se ha plegado al 155 y el retorno del marco autonómico. Sin embargo ¿alguien puede creerse que el “traidor” del 26-O, quien después proclamó una república simbólica para irse de fin de semana y negarse a defenderla del golpe instituional y judicial del Estado, no comparte este mismo proyecto de fondo?

La posición de JxC no pasa de querer escenificar un nuevo acto de desobediencia simbólico. Una vez investido telemáticamente y suspendido por el TC ¿qué propone Puigdemont? ¿El mismo no-plan que propuso el 27-O cuando el Senado lo destituyó, disolvió el Parlament e impuso unas elecciones ilegítimas? Es decir, una nueva claudicación con algo más de boato que la que hoy ya asume ERC, pero nada más.

Tanto ERC como el PDeCAT han demostrado palmariamente que no están dispuestos a pelear ni siquiera por su propio proyecto, el de una república catalana capitalista en el marco de la UE. Tanto para haberla defendido el 27-O como para instaurarla ahora con un Govern Puigdemont, sería necesario poner en marcha potentes fuerzas sociales, ocupar el territorio y en última instancia preparar el enfrentamiento con el Estado, sus jueces y policías, incluidos los obedientes Mossos d’Esquadra.

¿Como pueden seguir creyendo los diputados y dirigentes de la CUP que estos mismos “traidores” se la van a jugar ahora por la república y que ésta además será una república “social”? Como viene haciendo desde el inicio del procés en 2012, la CUP se limita a ubicarse como furgón de cola de uno de los dos partidos de la burguesía y pequeño burguesía catalana -cuando no de los dos-, quedando en una verdadera impotencia, y contribuyendo, por pasiva, a la derrota a la que están abocando al movimiento democrático catalán.

Antes del 27-O seguían a ERC en su “presión” para que se realizara la proclamación de la república, aunque de antemano sabían que el día después no pensaban mover un dedo por defenderla. Hoy, se ubican como los más firmes aliados de JxC y Puigdemont, contribuyendo por un lado a que éstos puedan blanquear su reciente claudicación y traición al movimiento catalán hace solo tres meses, y por el otro, al relato “mágico” de que con este tipo de actos de desobediencia institucional se puede derrotar a un Estado heredero de la dictadura de Franco.

La izquierda independentista sigue sin desplegar una política independiente y que se fundamente en las valiosas lecciones que dejó el otoño catalán y el procés en su conjunto. Ni siquiera con la entrega sin combate de la dirección burguesa y pequeño burguesa se han propuesto denunciarla públicamente, separarse radicalmente de ella y proponerse a que pueda emerger un polo dentro del movimiento democrático catalán que se disponga a pelear contra la ofensiva represiva y por el respeto del resultado del 1-O desarrollando una movilización social que, para lograr imponer su voluntad, tendría que mudar en cuanto a qué clase social la hegemoniza, qué métodos emplea y con qué programa lucha.

Esto en ningún caso quiere decir que no haya que denunciar y luchar contra la injerencia del Estado español para impugnar los resultados del 21D por medio de los jueces e impedir el derecho de Puigdemont a poder ser votado, e investido si logra una mayoría, en el Parlament.

Pero esta lucha, para no ser parte de otro episodio del simbolismo épico y vacío que tanto gusta al procesismo, debería ser plantearda honestamente, diciéndole a todos aquellos que quieren que el Parlament pueda sesionar y decidir en libertad que, para que eso suceda, hay que retomar el camino de la movilización social y la autorganización, y llevarlo hasta donde la misma dirección procesista se negó abiertamente a llevarla tras el 27-O. Es decir, no se puede derrotar esta injerencia del Estado español de la mano de Puigdemont, a no ser que se quieran conformar con una votación telemática suspendida en pocas horas.

La escalada represiva sigue creciendo favorecida por casi tres meses de desmovilización, alentada por el PDeCAT, ERC, Omnium y la ANC que se han negado a llamar a nuevas acciones contundentes, desde manifestaciones a nuevas huelgas generales, cortes de carretera o huelgas sectoriales. Pero también la CUP, al renunicar a una posición independiente, ha contribuido a ello, sin proponer ningún plan de lucha e incluso defendiendo en los CDR, por medio de sus cuadros y militantes, que tras el 11N era el momento de hacer campaña en groc (amarillo) y poco más. La débil movilización del pasado martes en las puertas del Parlament -que no logró reunir más que a unos pocos miles- es consecuencia de todo esto.

Que a pesar del brutal atropello de derechos democráticos fundamentales -nada menos que el de que el President de Catalunya lo puedan escoger las y los catalanes votando- no se esté produciendo una auténtica rebelión en las calles solo se puede entender si atenemos a esta desmovilización por un lado, y por el otro, a que la misma claudiación, y que ninguna fuerza significativa se haya plantado para denunciarla y decir que hay que construir otra “hoja de ruta” y otra dirección, ha contribuido a que el escepticismo y la desmoralización se estén extendiendo entre el movimiento democrático.

A esta incosistencia de la dirección procesista, que afecta sobre todo a la base del independentismo, hay que sumar que la falta de independencia política de la izquierda independentista favorece que la hegemonía del movimiento democrático siga recayendo en la odiada derecha catalana. Odiada por una parte muy significativa de las clase obrera y los sectores populares, pues a ella e deben gran parte de los ataques a las condiciones de vida y empleo. Algo que contribuye a que pueda calar el discurso populista españolista de Cs en una parte de la misma -u otras variates como las que representa el PSC y el PP- o el considerar que esta batalla democrática no va con ellos, a lo que los “comunes” y Podemos contribuyen con su discurso equidistante y, en última instancia, defensor del orden constitucional y sus mecanismos imposibles de reforma.

Que la CUP rompiera con la política de mano extendida y apostara a la construcción de un ala de clase, con un programa anticapitalista - que ligara la lucha por la república con medidas para resolver el paro, la precariedad o el problema de la vivienda- y una estrategia basada en el desarrollo de la lucha de clases como vía para lograr conquistar el derecho de autodeterminación y poder poner en pié una república catalana de los trabajadores, y no de los capitalistas catalanes, no solo podría hacer aparecer una alternativa a la bancarrota del procesismo, sino que también podría contribuir a que el movimiento catalán hiciera un necesario “cambio de piel”, incorporando a amplios sectores de la clase trabajadora y desplazando a los sectores burgueses y pequeñoburgueses que lo han conducido a la dicotomía de derrota o claudicación.

Por otro lado un “cambio de piel” así sería la mejor medicina para el veneno españolista en el resto del Estado, que ha hecho carne en amplias capas de las y los trabajadores. Soldar la unidad en la lucha contra el Régimen del 78 y la Corona es una tarea urgente. Si la ofensiva represiva en Catalunya pasa los derechos democráticos en el resto del Estado van a ser, todavía más, pisoteados por jueces, fiscales y policías, y el régimen saldrá fortalecido para poder intervenir arbitrariamente cualquier institución que se muestre mínimamente díscola. Pero además, las y los catalanes podrán realmente decidir en libertad su futuro, solo sobre las ruinas de la Corona y el Régimen, y la tarea de acabar con él y poder abrir verdaderos procesos constituyentes y la posibilidad de una libre federación de repúblicas de trabajadores, solo se puede concluir como parte de una lucha conjunta.

Lamentablemente la dirección de la CUP y los diputados, que incluso ya dan por hecho que votarían a Puigdemont sin tan siquiera se haya hecho público cual sería el acuerdo programático del nuevo Govern, están lejos de proponerse algo así. Es hora de que aquellos sectores de la izquierda independentista, los CDR y el movimiento democrático que empiezan a ver que la política de “mano extendida” ha contribuido a la derrota, junto con la izquierda revolucionaria que defendemos la perspectiva de conquistar una república catalana socialista y de los trabajadores, se abra un proceso de debate sobre qué izquierda es necesario construir tanto en Catalunya como en el resto del Estado.

La experiencia catalan desnuda la necesidad de una izquierda que no se nuble con las ilusiones de reforma del Régimen que encarna Podemos, IU y los “comunes”, ni tampoco con las de que de la mano de los herederos del pujolismo se iba a poder empezar a tumbar el Régimen. Que se proponga ser parte de la lucha democrática contra la Corona, el derecho a decidir y esta democracia para ricos, desde la más absoluta independencia de clase, vinculando estas demandas con un programa anticapitalista y en la perspectiva de conquistar gobiernos de los y las trabajadoras.


Santiago Lupe

Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.

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