En esta nota iniciamos un debate. Así como respetamos las creencias religiosas del pueblo, hay que esclarecer el rol de la Iglesia Católica y su jerarquía.

Bárbara Funes México D.F | @BrbaraFunes3
Miércoles 24 de febrero de 2016
Foto: Arizona Hispana
Con la amenaza celestial del “ser superior” que juzgará la voracidad del capital aspira la Iglesia a “consolar” a las y los trabajadores católicos para soportar la miseria de la vida cotidiana: jornadas de trabajo interminables, salarios que no alcanzan, viviendas sin servicios esenciales, violencia contra las mujeres.
Su apuesta, enarbolada por una jerarquía que vive en la opulencia, tiene como base que millones de trabajadoras y trabajadores en México son católicos y creen en Dios, al que consideran una fuerza que puede garantizarles una vida mejor después de morir.
Millones de personas – católicos y no católicos- escucharon el discurso progresista del Papa Francisco. Pero no podemos dejar de recordar que, por otro lado, en la Ciudad de México, recibió a los grandes empresarios, como la familia Servitje, dueños de Grupo Bimbo, entre otras compañías, y los Azcárraga, propietarios de Televisa.
Ambas son empresas que tienen denuncias de acoso laboral, despidos injustificados sin indemnización y despidos por embarazo. Digamos que la explotación y los abusos laborales son la base sobre la que las piadosas familias Servitje y Azcárraga edificaron sus multimillonarias fortunas.
Ni qué decir de monseñor Norberto Rivera –de quien se rumora que ha caído en desgracia–, que bendijo a Salinas de Gortari en su momento, y gusta de codearse también con el alto empresariado en restaurantes gourmet.
La Iglesia, dirigida por una jerarquía que vive en una opulencia que contrasta con la difícil situación que pasan millones de mexicanas y mexicanos católicos, oficia como alfil de las trasnacionales. Como afirma Andrea D’Atri en su artículo “Marxismo y religión”, “las clases dominantes utilizaron –y utilizan– la religión para mantener a las clases explotadas bajo el sometimiento, apelando a la paciencia y la mansedumbre frente a la miseria y el yugo, justificando el sufrimiento en un más allá lleno de recompensas”.
En todos los sistemas basados en la explotación de una clase por otra, las religiones y las iglesias fueron órganos de la clase dominante destinados a sostener el orden existente.
Recordemos, por ejemplo, que en el evangelio de San Mateo dice "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el Reino de los Cielos" y poco después "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos".
Estas consignas, entre las más famosas de la Biblia, en manos de obispos y cardenales, tienen un uso político: anestesiar los instintos de rebelión de la clase trabajadora y los sectores populares contra las clases poseedoras.
Por eso, así como respetamos las creencias de amplios sectores de la población trabajadora del país, creemos que depositar todas las ilusiones en una vida mejor, en el más allá, lleva a que las y los trabajadores se resignen, a que sus espíritus se aquieten y acepten mansamente entregar su energía para que unos pocos se enriquezcan y vivan en el placer y el lujo. A que sean un engranaje más de la línea de producción.
Vladimir I. Lenin señaló que “La raíz más profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, que cada día, cada hora causa a los trabajadores sufrimientos y martirios mil veces más horrorosos y salvajes que cualquier acontecimiento extraordinario, como las guerras, los terremotos, etc. ‘El miedo creó a los dioses’. El miedo a la fuerza ciega del capital –ciega porque no puede ser prevista por las masas del pueblo–, que a cada paso amenaza con aportar y aporta al proletario o al pequeño propietario la perdición, la ruina ‘inesperada’, ‘repentina’, ‘casual’, convirtiéndolo en mendigo, en indigente, arrojándole a la prostitución, acarreándole la muerte por hambre”.
No se trata de declararle la guerra a las creencias, sino a la voracidad del sistema capitalista, que muele las vidas de miles de millones de hombres, mujeres, niños y niñas en todo el planeta, como una infernal trituradora de músculos, huesos y sueños.
La explotación de los seres humanos por parte de unos pocos privilegiados no es un fenómeno natural. Se da en un marco histórico concreto determinado y puede terminar, si los de abajo se rebelan y enfrentan al capital.
Frente a esto, los socialistas revolucionarios sostenemos que la salida a la vida agobiante de las masas trabajadoras no está en el cielo, sino en la tierra. En la fuerza de la clase obrera que mueve los principales resortes de la economía capitalista: la industria y los servicios.
Una fuerza que lentamente se vislumbra, como en los paros llevados a cabo por las y los trabajadores de la maquiladora Lexmark, que en el caso del paro del día 7 de diciembre ocasionó la pérdida de 6 millones 250 mil dólares a esa trasnacional.
Una fuerza que necesita contar con su propio instrumento político de las y los trabajadores, independiente de todos los partidos que se alían con los empresarios.