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Red Internacional
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Música / Rock. La Renga en Racing y el rock como trinchera

La banda inició su saga en el Cilindro de Avellaneda dejando, a su modo, una postal sobre los tiempos que sobrevienen.

Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola

Viernes 12 de enero de 2024 18:00

Foto: FB La Renga Oficial

Foto: FB La Renga Oficial

Los cuatro shows que La Renga habrá hecho en el estadio de Racing al final de la primera quincena de enero marcarán el primer hecho “social” de la era Mileísta: alrededor de 200 mil de entradas a promedio de 50 mil por cada noche suponen algo más que la renta de taquilla.

La llegada de la banda a Avellaneda con la confirmación de un póker de presentaciones impuso, de entrada, una reconquista territorial: La Renga volvió al conurbano después de 25 años y con las consabidas dificultades que desde los últimos tiempos le oponen algunos distritos del área AMBA y el interior de la provincia de Buenos Aires. Los ejemplos van de Vicente López hasta Mar del Plata.

Todo rock es político, y mucho más aún aquel que hace carne en la masa: tales niveles de convocatoria obligan al entorno rengo a tener que entreverarse ineludiblemente en esas lides de gestiones, permisos, negociaciones y roscas. Al pasilleo para lograr las autorizaciones que le permitan ni más ni menos que lo que busca cualquier otra banda, así lleve cinco personas: tocar.

Por fuera de toda conjetura, fue el público antes que la banda quien le impuso carácter político al evento. Porque los shows de La Renga son mucho más que el show mismo. Cuando la banda pisa el escenario para dar rienda a sus primeros acordes, la mayoría de sus espectadores ya acredita numerosas horas de ritual. Una ceremonia social que habilita otro tipo de vínculos y de conductas: el encuentro, la previa, las banderas, los cantitos, y también la rechifla a la Policía cuando marcha en caravana a sus posiciones tratando de intimidar.

En ese contexto, dos cantitos fueron incubándose entre la multitud antes del primero de los cuatro conciertos, el del sábado 6: “El que no salta, votó a Milei” y “La patria no se vende” se sucedieron en distintos momentos de la previa, primero en las calles alrededor del estadio y luego dentro del mismo campo, tanto antes de que saliera la banda como entre canción y canción. En el show anterior, el 25 de noviembre en Ushuaia, su público había estrenado una bandera que fue mostrada varias veces en primer plano por la transmisión y llevó al estandarte la frase que Myriam Bregman le dedicó al postulante de LLA en el primer debate presidencial: "Milei, gatito mimoso".

Casi que esa insistencia fue la que empujó al Chizzo Nápoli a hacer comentarios sobre la coyuntura social, algo que el cantante no estila y que, en este caso, lo hizo en contadísimas ocasiones y con párrafos escuetos. El primero de ellos, a la mitad del show, fue el que más se viralizó (“Estamos viviendo tiempos difíciles como tantas otras veces y algunas canciones vuelven a resurgir”, dijo el cantante antes de hacer “Hielasangre”). Y al final exclamó: “No hablen al pedo de la libertad”.

La Renga volvió a tocar en estadios, como desde hace más de dos décadas, solo que esta vez lo hizo en medio de un clima social tensado por la brutal avanzada que el gobierno de Milei encaró en su primer mes de gestión sobre todo tipo de derechos y garantías. Un caldero emocional que deja como margen residual dos incidentes de extremada violencia: por un lado, el joven que terminó en terapia intensiva por el golpe de un patovica en la zona de accesos a Racing (con la pasividad de la policía no solo ante el ataque, sino también ante el posterior robo del celular de la víctima), y por el otro la chica que fue apuñalada dentro de la cancha como derivación de una riña ajena (aunque por suerte se encuentra fuera de peligro).

Distintas postales de un país con las calderas encendidas. Y la cultura rock, una vez más, fungiendo de postal sobre la época con la que convive. La banda llevó adelante un show de casi tres horas con treinta y un canciones de absolutamente todos sus álbumes, aunque concentrando la mitad de su repertorio en la trilogía Despedazado por mil partes, La esquina del infinito y el disco de la estrella.

A esta altura del partido La Renga debe tener en claro que, como le pasa al mismo rock, ha dejado de ser moderno para convertirse en clásico. Un clásico con vigencia, por cierto. Porque “ir a ver a La Renga” no es ir a un concierto, sino abismarse a una experiencia. La misma inicia mucho antes y culmina con el repertorio como garantía de todo. Y todo eso, en su conjunto, trama un hecho social que funciona como reflejo de cada tiempo. Así sucede desde diciembre de 1988, debut de la banda, fecha de la que se acaban de cumplir treintaicinco años.