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Red Internacional
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OPINIÓN. La Renta Básica, una vieja historia

En este artículo daremos un repaso a algunos debates históricos sobre la necesidad de algún tipo de “renta básica” y sus limitaciones.

Viernes 30 de junio de 2017

Foto: Juan Luis Vives

La Renta Básica universal es hoy una propuesta que ha cobrado importancia en sectores de la izquierda y las nuevas corrientes reformistas del s. XXI. Por eso la importancia de debatir sobre su contenido, sus limitaciones y su historia.

Lejos de ser una invención de la era de la información, la renta básica cuenta con una multitud de antecedentes históricos que datan de hace más de 2000 años. En primer lugar, nos encontramos con la anonna vigente en la república romana y perfeccionada en época del Imperio Romano. La Annona consistía en que el Estado romano otorgó el derecho a cada ciudadano romano (en Roma), y a su familia, a recibir gratuitamente cantidades de trigo (en un primer momento), aceite y vino.

Esta primitiva renta básica no cambió la estructura de clases de la sociedad romana, no terminó con la opresión de la plebe, ni con la de los antepasados del trabajador: los proletarii (aquellos que sólo poseían a sus hijos). Tampoco incidieron en las férreas jerarquías de género ni cambiaron la situación de los esclavos. Lo que sí que consiguió la annona fue asentar aún más el régimen bonapartista de los emperadores romanos que se ganaban el apoyo de la plebe en sus conflictos con otros sectores de la aristocracia.

La annona sería modelo y fuente de inspiración para los humanistas del Renacimiento como Tomás Moro (1478-1535) que en su Utopía juega con la idea de un ingreso mínimo universal y Juan Luis Vives (1492-1540) que perfeccionó aún más la idea de una “renta básica”, que debía depender de los municipios y estar vigilada por funcionarios públicos para: “evitar que los clérigos se queden con el dinero so pretexto de la religión y de decir misas para fines piadosos...; y que los mendigos se habitúen a su estado miserable y al deleite por la vida vagabunda que prefieren a todo, aborreciendo el trabajo más que a la misma peste. A esto es menester poner enérgico remedio: los que puedan trabajar deben ser rigurosamente separados de los demás y obligados al trabajo por la fuerza; y a los que han disipado sus bienes, darles la faenas más rudas y peor trato que a los restantes".

En la obra de Vives vemos ya el trasfondo de las rentas básicas, que no es otro más que perfeccionar las relaciones de explotación de las clases dominantes y sembrar el terreno para el posterior florecimiento del capitalismo.

John Locke (1698), uno de los padres del capitalismo, nos muestra en su obra otro muerto en el armario de la renta básica: el Estado ha de proteger los derechos humanos básicos, y, casualmente, para Locke el derecho supremo de la “sociedad civilizada” no es otro que la apropiación privada de la riqueza social.

Por ello deben reservarse riquezas comunitarias para que las siguientes generaciones perpetúen el ciclo de apropiación privada capitalista. Si seguimos el rastro del pensamiento de los viejos y nuevos liberales, en un mundo en el cual todo ha sido privatizado la renta básica es necesaria, tal y como planteaban Milton Friedman (padre de los neoliberales) con su complemento al salario o, más recientemente, el conocido ultraliberal Robert Nozick (profesor de Oxford y uno de los principales teóricos de los capitalistas actuales).

En el s. XVIII y XIX tanto moralistas cristianos como revolucionarios franceses abogarían por modelos de rentas básicas. El marqués de Condorcet (1743-1794) abogaba por un ingreso establecido por el Estado para evitar la “bancarrota de las familias”. Este primitivo sistema de seguridad social debía reducir la desigualdad, la inseguridad y la pobreza. Dentro de unas lógicas de perpetuación del sistema capitalista y de la burguesía como clase dominante.

Thomas Payne (1737-1809), también durante la revolución francesa, desarrolló la idea de un ingreso anual universal para compensar a cada ciudadano por sus derechos naturales perdidos por la privatización de la tierra (entiéndase recursos comunitarios), que él denomina “su herencia natural”. Insistía vivamente en que lo percibiesen ricos y pobres por igual. El objetivo último era legitimar la propiedad privada, la herencia y el sistema capitalista.

Las leyes de pobres en la Inglaterra Victoriana, el gran ensayo capitalista de la RB.

Ya entrado el s. XIX nos encontraríamos con el ancestro más cercano de nuestra actual renta básica: las leyes de pobres. Éstas surgieron como una respuesta del Estado a la inestabilidad creada por los cercamientos (privatización) de las tierras comunales de las que dependía la supervivencia de gran parte de las familias campesinas del Reino Unido.

Los magistrados del condado de Speenhanland optaron por subsidiar las necesidades fundamentales de las familias jornaleras cuyas rentas no fueran suficientes para cubrir las necesidades básicas de alimentación y vivienda. Establecieron un ingreso mínimo que variaba en función del precio del grano.

Los jornaleros recibían la prestación en la parroquia, con intermediación de las autoridades eclesiáticas. Con lo que si abandonaban su parroquia perdían el derecho a esta renta, que en muchas ocasiones no pasaba de un pan al día.

A consecuencia de esta ley surgió un acuerdo tácito entre los patrones del campo y los de la ciudad: pagar salarios de miseria puesto que el Estado daba esos subsidios. Con ello las condiciones de vida de los asalariados en Inglaterra empeoraron enormemente.

Como ya planteaban Luis Vives y otros teóricos de la renta básica, el sistema terminó siendo complementado con el trabajo forzado. El Estado, atendiendo a las necesidades de mano de obra de los industriales ingleses, acabó aboliendo la vinculación de cada pobre a su parroquia para sustituirla por un supuesto derecho a manutención en las workhouses (casas de trabajo).

En estas casas de trabajo se internaba a los migrantes en condiciones infrahumanas, obligándolos a realizar trabajos forzados a cambio de alimentación y vestido, simple y llana esclavitud. Cínicamente, la propaganda estatal presentaba a las casas de trabajo como un alarde del progreso y la “sensibilidad social” de la nación más civilizada del mundo.

Con estas medidas, el Estado británico logró favorecer la emigración a las ciudades para crear un gran proletariado. Ningún jornalero o campesino proletarizado quería ser internado en las workhouses. El resultado último es que el Estado se ahorraba los subsidios de la ley de pobres.

Paralelamente, las autoridades británicas se armaban para reprimir con ríos de sangre las revueltas de este joven proletariado: los ludistas, los cartistas y los primeros sindicatos.

Estos capítulos de la historia deben incitarnos a reflexionar acerca de las repercusiones que puede tener la renta básica en el mundo actual, que están bien lejos de terminar con las relaciones de explotación del capitalismo.

La idea de una renta básica es defendida tanto por formaciones reformistas como Podemos, como por instituciones reaccionarias como la OCDE, el Foro Económico Mundial o partidos liberales -que la denominan con otros nombres: complemento al salario, salario indirecto, mochila austríaca, impuesto negativo sobre la renta, etc.-.

Hoy igual que ayer, tras la idea de la renta básica aparece -en su interpretación más liberal- el mantenimiento de las relaciones sociales capitalistas, con variantes para privatizar los últimos restos del Estado del Bienestar e imponer nuevas cargas sobre las espaldas de los trabajadores. O, en su variante crítica más reformista, la idea utópica de que puede resolverse el problema de la pobreza, la miseria y el paro con una renta voluntaria del Estado, manteniendo las relaciones sociales capitalistas.

Un debate que es necesario profundizar, y para eso siempre sirve echar la vista atrás sobre la historia.