Seleccionamos tres publicaciones que tratan, desde distintas ópticas, la primera gran revolución campesina de comienzos del siglo XX en el continente: “México insurgente” de John Reed, “Las indómitas” de Elena Poniatowska que rinde tributo a las mujeres anónimas que lucharon en la Revolución y los “Escritos latinoamericanos” de León Trotsky.
Liliana O. Calo @LilianaOgCa
Viernes 3 de noviembre de 2023 00:07
En 1910 México contaba con 15 millones de habitantes, de los cuales casi 9 eran campesinos mestizos e indígenas sin tierras. La modernización capitalista los había despojado de derechos adquiridos, provocando su endeudamiento crónico y el peonaje por deudas, de sus tierras comunales al servicio de capitales extranjeros y la extensión ferroviaria. En estos factores se encuentra el gran detonante del levantamiento campesino en un contexto político de crisis del régimen de Porfirio Díaz, que llevó a un sector de la burguesía a la oposición encontrando eco en líderes populares como Pancho Villa y Emiliano Zapata. De ellos y de este México campesino narra México insurgente de John Reed (FCE, 2020).
No es exactamente un libro de historia objetiva ni tampoco una novela, en su escritura se vislumbra una búsqueda diferente y tal vez por eso, solo un poco después de iniciada la lectura se pueda ir descifrando de qué se trata. Reed estructuró su libro a modo de diario, en breves capítulos de un sincretismo original que combina la anécdota y el ensayo, la descripción deliciosa de detalles típicamente literarios, con el relato periodístico de la gran Revolución mexicana. Aquí uno de sus diálogos, de los tantos que contagian la bravura colectiva:
“Cuando ganemos la Revolución habrá un gobierno de hombres; no de ricos. Cabalgamos por tierras de hombres. Eran de los ricos, pero ahora son mías y de mis compañeros.
—-¿Y ustedes serán el ejército? -pregunté.
Cuando ganemos la Revolución -fue la sorprendente respuesta- ya no habrá ejército. Los hombres están hartos de ejércitos. Es a través del ejército que don Porfirio nos despojó.
—¿Pero qué pasaría si Estados Unidos invade México?
Una verdadera tormenta se desencadenó.
—¡Somos más valientes que los americanos! Los malditos gringos no llegarían más allá de Juárez. ¡Que se atrevan! ¡Los perseguiríamos hasta que cruzaran la frontera otra vez y quemaríamos su capital al día siguiente...!
Mexico insurgente fue publicado en inglés en 1914, no es el único libro del periodista estadounidense aunque sí uno de los primeros como testigo directo, experiencia que repetiría como cronista durante los acontecimientos que llevaron al triunfo de la Revolución rusa de 1917 en Diez días que estremecieron al mundo. Reed llegó a México con tan solo 26 años, como corresponsal del Metropolitan Magazine y el World de Nueva York, con el fin de registrar aquel México que solo unos años antes había iniciado su grito de rebelión campesina. Lo hace como acompañante, cabalgando a través del desierto, como uno más entre las tropas del general Urbina y de Francisco “Pancho” Villa hasta el momento en que el norte del país, “casi de mar a mar”, quedara bajo dominio constitucionalista.
A lo largo de las páginas aparece un abanico de personajes: los “pacíficos”, los traidores “colorados”, los rudos “pelones” y bravos “rurales”, dirigentes militares y soldados, de los valientes y temerosos, y de muchos otros anónimos, los empobrecidos de México, retratados con inocultable cariño, oprimidos por siglos de crueldad desde la conquista española, decididos a tomar en sus manos el destino de su país pues, como escribe Reed, México “era una tierra para amar, una tierra por la cual luchar”.
Entre los más renombrados líderes de la revolución, Reed logra acercarse personalmente a Venustiano Carranza y al ya citado Pancho Villa. Los retrata con esmero. El primero, terrateniente, autoconsagrado Primer Jefe [del ejército constitucionalista], encarnaba el proyecto político de las élites económicas norteñas, que habían seguido a Francisco Madero en su lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz por un cambio político de régimen (Plan de Guadalupe) pero muy lejos de una revolución social que incluyera la reforma agraria radical. Así relata Reed la impresión que le provocó, “un aristócrata descendiente de la raza española dominante. Un terrateniente. Su familia siempre había sido propietaria de grandes tierras. Era uno de esos nobles mexicanos, quienes como aquellos nobles franceses, como Lafayette en la revolución francesa, entraron de lleno en la lucha por la libertad. Cuando la revolución de Madero estalló, Carranza tomó el campo de batalla en una forma realmente medieval. Armó a los peones que trabajaban en sus grandes territorios y los condujo a la guerra como cualquier señor feudal. Cuando terminó la revolución, Madero lo nombró gobernador de Coahuila. Ahí estaba cuando Madero fue asesinado en la capital y Huerta usurpó la presidencia enviando una carta circular a los gobernadores de los diferentes Estados, ordenándoles reconocer la nueva dictadura. Carranza se rehusó hasta a contestar la carta, declarando que no tendría ningún trato con un asesino y usurpador. (...) Invitó a los amigos de la libertad a salir junto a él”.
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En cuanto a Villa, cultural y socialmente en las antípodas, apodado el “amigo de los pobres”, el “general invencible”, la “esperanza de la República India” o el míster como lo llaman entre la tropa, oriundo del estado de Durango, lidera las fuerzas de la División del Norte. Desde el inicio de la lucha contra el porfiriato y a las órdenes, primero de los maderistas y luego del ejército constitucionalista, Villa había alentado las confiscaciones y expropiaciones de la oligarquía. Reed transcribe sus palabras, durante su proclamación como gobernador de Durango, “los pueblos rurales se han reducido a la peor miseria, debido a que las tierras comunes que alguna vez les habían pertenecido fueron a aumentar la propiedad de la hacienda más próxima, en especial bajo la dictadura de Díaz, (...) y pasaron de la categoría de ciudadano a la de esclavos (...) Por lo tanto, el gobierno del Estado de Durango declara necesidad pública que los habitantes de las ciudades y pueblos sean los propietarios de las tierras agrícolas”.
Cualquiera que haya escuchado o leído sobre el liderazgo plebeyo de Villa notará que no se trataba de un jefe convencional. Más que por las ventajas técnicas, sus éxitos militares se fundaban en las fricciones de sus oponentes, su incomparable valentía y astucia y la voluntad de resolver verdaderamente las demandas de aquellos compatriotas. Esta fuerza moral se materializaba en el campo de batalla cada vez que el campesino se disponía a morir para defender su aldea y el derecho a la tierra. Las aventuras, los diálogos y escenas del itinerario que reconstruye son innumerables pero todos prueban y exponen la convicción de Villa de cumplir su sueño, el de “ayudar a hacer de México un lugar feliz”.
La crónica de Reed suma otro aspecto fundamental: las descripciones realistas, aunque por momentos suenen fantásticas, de toda la inmensidad natural y el capitalismo mexicano. Una herencia combinada de pasado colonial y de la modernización del porfiriato presentes en la sobrevida de las haciendas y los gestos de esa burguesía que aún en sus variantes liberales no ocultaba su rechazo al polvorín amenazante del campesinado. Reed anticipa en sus textos los límites que la revolución encontrará en la burguesía urbana y latifundista, enemiga de avanzar en la resolución íntegra de las demandas campesinas, pues implicaba atacar la gran propiedad, pilar central del capitalismo nacional.
Volviendo al comienzo, vale México insurgente como lectura de un clásico indispensable para conocer la gran Revolución mexicana.
Las indómitas (Planeta, 2016) de la novelista, reportera y ensayista Elena Poniatowska, autora de La noche de Tlatelolco, reúne una serie de historias organizadas en un Prólogo, un Anexo fotográfico y 9 capítulos. Una cartografía de mujeres emblemáticas, las indómitas mexicanas, cuya mirada politiza las trayectorias de estas mujeres y se reconoce el México femenino, de enormes diferencias sociales y raciales.
Nos detenemos en aquellas protagonistas que vivieron de diferentes modos la Revolución para recordar que el México rebelde también tuvo rostro de mujer. Se calcula que cerca de 2000 lucharon en las tropas contra el porfiriato: las soldaderas (conocidas como las “adelitas” en homenaje a Adela Velarde Pérez quien jovencita se unió como enfermera) muchas indígenas, empleadas en las haciendas; otras lavanderas, cocineras y también esposas y hermanas.
El relato inaugural es el de Josefina Bórquez (“Vida y muerte de Jesusa”) a quien la autora conoció y pudo entrevistar cada miércoles en su casa, “allí donde las calles se pierden y quedan desamparadas”, construyendo un vínculo que se prolongará por años.
—¿Qué se trae? ¿Qué se trae conmigo?
—Quiero platicar con usted.
—¿Conmigo? Mire, yo trabajo. Si no trabajo, no como. No tengo campo de andar platicando.
A regañadientes, Jesusa accedió a que la fuera a ver el único día de la semana que tenía libre: el miércoles de cuatro a seis”.
De los recuerdos de la revolución, Josefina había sido soldadera en el ejército de Carranza, pasó a Marfa, en Texas, luego de perder la batalla de Ojinaga y Cuchillo Parado. En esa batalla murió el capitán Pedro Aguilar, su marido, a quien acompañaba y “le cargaba el máuser”. También que la revolución no le había reconocido nada, “al fin de cuentas, yo no tengo patria. Soy como los húngaros, de ninguna parte. (...) Si yo tuviera dinero y bienes, sería mexicana, pero como soy peor que la basura pues no soy nada.” Son años de soledad y vejez en los que parecía que a Jesusa “nadie le hacía falta, se completaba a sí misma, se completaba sola.” El paso del tiempo tampoco logra acallarla ”siempre atenta, avispada, crítica”. La autora explica que a través de sus ojos, entró en contacto con la pobreza mexicana, “Jesusa pertenece a los millones de hombres y de mujeres que no viven, sobreviven”.
Otros textos tratan de las “Soldaderas”. Un sinfín de historias, de aquellas muchachas fusil en mano en el México tradicionalista, católico y conservador. Muchas se sumaron a las tropas cuando los hombres de sus aldeas fueron tomados en leva acompañando al padre, esposo o hermano o los imitaron para hacer su vida más tolerable, evitar ser robadas o violadas. Las hay también de aquellas que lo hicieron convencidas de la Revolución, alcanzando algún grado militar como Rosa Bobadilla coronela zapatista; Carmen Parra de Alanís (la Coronela); Juana Ramona (la Tigresa); Carmen Vélez (la Generala) comandante de más de trescientos hombres en los distritos de Hidalgo y Cuautémoc; Clara de la Rocha, comandante de guerrilla, tuvo un papel importante en la toma de Culiacán, Sinaloa. Otras fueron correos de la Revolución y espías.
Una de las maravillas de Poniatowska es que completa a las “adelitas” admitidas en la tradición popular. Recoge testimonios que hablan de bravuras y de temores, alejados de los que las pintan como “fieras mal habladas y vulgares”. Son mujeres decididas y confiadas a entregarse a lo que la batalla disponga, “en su rebozo cargan por igual al crío que a las municiones. Paradas o sentadas, son la imagen misma de la resistencia. (...) Sin ellas, los soldados no hubieran comido, ni dormido, ni peleado”. Muy crítica de Pancho Villa y su trato con las mujeres recuerda que “muchas Tomasas, Pelanchas, Petras, Chepas, Juanas, Eufrosinas, Isidras, Nachitas, Panchas, Chonitas, Eustaquias, Joaquinas, Chelas, Felisas, Dionisias, Choles, Conchas, Lupitas, Otilias, Chabelas, Modestas, Juanas y Chuchas fueron soldaderas pero la historia recuerda sobre todo a las célebres. La mayoría provenía del norte porque, en Chihuahua, las victorias de Villa sobre el ejército federal influyeron en el ánimo de la población y convencieron a familias enteras de que el cambio social podía darse y nada mejor que irse a La Bola [revolución] a conseguirlo”.
Otro de los capítulos está dedicado a la escritora mexicana Nellie Campobello, nacida en 1900 en Villa Ocampo, Durango. En sus obras esta autora plantea cómo la Revolución significó la pelea por los derechos y la dignidad de un pueblo empobrecido y oprimido. Defensora de Pancho Villa “su héroe, su ídolo, su soldado de oro” le dedica (y a su tropa) años de investigación. Como cierre, Poniatowska suma a Campobello a ese canon oficial de autores consagrados en la literatura de la Revolución (Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Rulfo o el propio Carlos Fuentes), pues “sus palabras —libres de adjetivos y embellecimientos—, su estilo directo, crudo, pertenecen a una Adelita que decide entrarle a la batalla”. No es poco.
Finalmente, Los escritos latinoamericanos de León Trotsky, editado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky. Se trata de una compilación de artículos, cartas y discusiones, en buen número publicados originalmente en la revista “Clave”, que desarrollaron Trotsky y su colaboradores en México. Cuando el dirigente ruso arribó durante su exilio a México en 1937, donde vivió hasta su asesinato, el fenómeno del nacionalismo cardenista se consolidaba. También durante esos años, la Revolución mexicana era aún un espectro que pervivía en el imaginario de las masas, y en ella se identificaban distintos movimientos políticos. Más allá de su derrota, se había convertido para toda una generación en una experiencia de la que extraer conclusiones y lecciones.
El balance de la Revolución fue parte fundamental de las reflexiones que realizó Trotsky durante su estadía en el país, en debate particularmente con las tesis del Partido Comunista sobre el carácter de la revolución. Los análisis de los trotskistas contempalaban el desarrollo dependiente y atrasado del capitalismo en el país, su inserción en el mercado mundial, señalando que “la burguesía indígena nacida al calor de ella, impotente de nacimiento y orgánicamente ligada por un cordón umbilical a la propiedad agraria y al campo imperialista, ha sido incapaz de resolver las tareas históricas de su revolución”. En cuanto a las fuerzas sociales capaces de llevarlas adelante, y como teoría política para la toma del poder, señalaban que si el joven proletariado de las ciudades no había logrado soldar en el proceso de la revolución su alianza con la rebelión campesina era necesario superar y preparar esa perspectiva, “durante el curso de la lucha por las tareas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía. La independencia del proletariado, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria, y oponemos particularmente el proletariado a la burguesía en la cuestión agraria, porque la clase que gobernará, en México como en todos los demás países latinoamericanos, será la que atraiga hacia ella a los campesinos”.
La compilación aborda otros temas de la realidad del continente, que conservan actualidad: como el análisis de los nacionalismos burgueses, la creciente gravitación de Estados Unidos, la interrelación de los países latinoamericanos y otros países imperialistas, la relación entre lucha nacional y lucha por el socialismo. Ensayos, elaboraciones teórico-políticas y programáticas originales para comprender desde el marxismo la realidad latinoamericana.
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Liliana O. Calo
Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.