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Red Internacional
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La autonomía universitaria. Una reflexión en torno a la historia de las universidades

Lo acá publicado corresponde a un conjunto de apuntes de una investigación más acabada sobre el rol de las universidades en la sociedad moderna y su lugar en el enfrentamiento de clases, particularmente el de la clase obrera contra la burguesía.

Domingo 14 de enero

No se pretende dar cuenta de un estudio científico acabado, sino más bien de líneas de reflexión. En este borrador no aparece la clase obrera. Sino que se intenta rastrear el conflicto de clases en la sociedad anterior a su aparición: la sociedad feudal.

Tenga el lector claridad que el propósito de la publicación de este trabajo en bruto es, precisamente, abrir un ejercicio intelectual de recibir críticas a fin de lograr "tirar" los hilos de esta reflexión.

El concepto de autonomía universitaria inmediatamente nos evoca a las movilizaciones estudiantiles que se convirtieron en parte del panorama universitario. Muchos enarbolan dicho concepto a la hora de denunciar, por ejemplo, el ingreso de las fuerzas policiales a los campus universitarios. Estas, en ocasiones, se inhiben de actuar, aun cuando existen delitos flagrantes, e ingresar a los planteles universitarios.

Generalmente la policía llega hasta las inmediaciones de las facultades rodeándolas y generando un “cerco” cuando las manifestaciones se repliegan a su interior. Ingresar muchas veces les vale la acusación de vulnerar la autonomía universitaria, algo propio de regímenes autocráticos. De esta manera cada vez que carabineros entra sin reparos a universidades como el ex Pedagogico (UMCE) se les acusa, y con razón, de vulnerar la autonomía universitaria.

En su momento se discutió acaloradamente, ya sea en las asambleas o instancias de debate universitario, qué se ha entendido por “autonomía universitaria”. Una de sus definiciones consistía en la no-intervención de la autoridad política respecto del trabajo universitario con miras a no interferir en este y garantizar la necesaria libertad que ha de existir a fin de resguardar la diversidad intelectual, científica y objetiva.

Este deber de resguardo de la universidad frente al poder político incluso implica inhibir la acción de las fuerzas represivas del estado. Aunque dicho sea de paso, esta inhibición siempre termina cediendo en tanto que el estado moderno es un celoso custodio de su pretensión unitaria de ser el único guardián del imperio de la ley, no reconociendo límite alguno dentro del territorio de su jurisdicción para ejercer dicha potestad.

La autonomía universitaria es una idea de universidad que precede al estado moderno. Sin duda que actualmente se le dota de un contenido “republicano” y democrático en que dicha reivindicación de la universidad refiere también a una determinada concepción del gobierno universitario que reivindican los movimientos estudiantiles reformistas durante el siglo XX. Pero también esta reivindicación democrática, la exigencia de un gobierno universitario “gremial, o con participación estamental” también encuentra su génesis antes de la sociedad liberal y burguesa de la cual el movimiento estudiantil actual es parte.

El profesor Copleston nos ilustra precisamente un mundo universitario signado por un vivo debate intelectual reflejo del autogobierno de las instituciones educacionales y la autonomía del poder político y eclesiástico que se les otorgaba con el fin de poder desarrollar su finalidad (Copleston, 2011). Incluso podemos observar el interesante paralelo con nuestros días al constatar que la existencia del movimiento estudiantil como motor de la actividad universitaria encuentra sus orígenes en los días de la edad media, siendo los episodios más destacados la huelga estudiantil de la Universidad de Bolonia (1224) y de París (1229) las que lograron cambios en el gobierno universitario. Los movimientos demandando la “democracia universitaria” tienen su precedente en el mundo medieval.

Esta autonomía no implicaba por supuesto una prescindencia del poder político y eclesiástico respecto del quehacer universitario. Tempranamente papas y monarcas fueron conscientes que la mera represión y el poder militar son ineficaces a la hora de organizar un estado. Por una parte, claro está, era del interés de las autoridades el contenido de las enseñanzas que se impartía en sus aulas, como por ejemplo lo suscitado con la principal universidad del medioevo europeo “el carácter internacional de la universidad de París (...) hizo naturalmente del mantenimiento de la ortodoxia religiosa dentro de sus recintos uno de los intereses de la santa sede” (Copleston,2011, p.179).

Los turbulentos años de la alta edad media, signados por la reconfiguración política de la Europa occidental, hizo emerger la reflexión entre los principales estadistas que la administración y cohesión de sus nuevos dominios requerían de gente instruida, capaz de elevar la cultura y al mismo tiempo desarrollar las complejas tareas de administración y política que requería el reino a fin de dar estabilidad a los súbditos y al régimen económico.

La iglesia, depositaria de la cultura clásica en medio de los años de convulsiones producto de los desplazamientos continuos de pueblos del norte hacia los territorios ocupados por el antiguo imperio romano, también buscó fortalecer su doctrina como su propia capacidad de administrar de forma eficaz la probablemente mayor estructura política de la edad media.

Carlo Magno y su academia palatina marco el arquetipo del emperador, a la usanza también de los emperadores de la antigüedad que buscaban cultivar el saber cómo también un símbolo de su prestigio y de dejar un legado. En la medida que las formaciones políticas medievales se fueron haciendo más estables, el modelo de las academias, junto con las escuelas de la iglesia, fueron floreciendo y dando paso a las instituciones que fueron conocidas con el nombre de universidades.

La propia herencia greco-romana había formado en los príncipes medievales un ideal de “gobierno” que no es precisamente la imagen caricaturesca y moderna de un gobierno despótico y autoritario. El surgimiento de monarquías absolutistas es propio ya del periodo de declive del modo de producción feudal (Anderson, 1979). El mundo medieval, si bien tenía una visión estamental y rígida, es no implicaba que fuera silenciosa. Por el contrario, la misma tradición romana enseña que el príncipe ha de saber dialogar con los distintos estamentos de la sociedad. La propia idea del vasallaje en que el señor se obliga a cambio del servicio del súbdito a otorgarle protección y resguardo implicaba un ejercicio del poder que debía propender a una cierta virtud social, por mucho que en la práctica ello no evitase los abusos y excesos de quienes detentasen el poder sin mucho criterio.

Emperadores como Federico “Barbarroja”, pese a su “inesperadamente trágico final”, fue un importante estadista y arquitecto del sacro imperio romano germánico que consideró a la universidad como un lugar importante al que le concedió su autonomía liberándola de impuestos, para así asegurar su capacidad de sostenerse económicamente y al mismo tiempo garantizar un estudio y enseñanzas de las artes liberales que efectivamente forjase sabios. Por lo mismo, le otorgo el fuero a la universidad de Bolonia.

Lo propio hizo la iglesia con la universidad de París, la primera que además detentaría dicho título. Estos fueros incluían la capacidad de auto-gestionar sus recursos, estar exentas de pago de impuesto, capacidad de definir a su propio gobierno y ser responsables solo ante el papa o el emperador e incluso contar con su propia policía y jurisdicción (Compleston, 2011, p.180) no pudiendo señor, obispo o ciudad entrometerse en los asuntos que le son propios.

Tanto las universidades de Oxford, Bolonia y París no solo vieron la intensa actividad del estamento estudiantil impactar en sus aulas. Estos movimientos también acompañaban intensos debates entre las órdenes religiosas incluso de la propia iglesia católica respecto de asuntos de filosofía cristiana y de doctrina. La propia iglesia incluso, imagen del gobierno centralizado en la figura del papa, tampoco se concebía como un modelo despótico de autómatas que repiten el dogma. El cultivo y desarrollo de la fe requería del ejercicio de la razón, del debate e intercambio de ideas, precisamente para asegurar un efectivo ejercicio del poder. Las universidades fueron, no sin tensiones y fuertes querellas, los lugares donde voluntaria e involuntariamente se expresó la sociedad medieval, sus interrogantes, y sus opiniones.

Esta “amplitud intelectual”, que la modernidad difícilmente acepta como algo característico de la escuela escolástica, permitió a la universidad no constreñirse al marco europeo. Ya la reapropiación del legado clásico y la revalorización de los estudios aristotélicos llevo a los pensadores de la cristiandad a polemizar con los pensadores del mundo islámico, quienes también tenían su tradición de escuelas e instituciones de enseñanza producto de rico desarrollo de su cultura y civilización y de la apropiación de legado griego que también efectuaron dichos pueblos. Este debate permitió a occidente, paralelo que aumentaba la actividad comercial, cultural y el contacto por las diversas guerras, entrar en contacto con tradiciones intelectuales más allá del continente europeo y enriqueciendo su actividad.

Este modelo de fueros y autonomías medievales, que se replicó para las ciudades y gremios a los que por sus servicios o condición de fuerza el poder político y eclesiástico buscaba mantener como aliados, dieron origen a un variado modelo de organizaciones políticas, más allá del régimen económico predominantemente agrario. Por supuesto, los excedentes producidos por el campo y el intercambio comercial impulsaron el contacto de los europeos con otras culturas, volviendo a las ciudades del mediterráneo muchas veces en ciudades cosmopolitas durante la baja edad media y el renacimiento (Anderson, 2007).

Formas de repúblicas gremiales, autonomía frente a un poder central, actividad intelectual y debates doctrinales constituyen el germen de la moderna sociedad burguesa para algunos. Incluso en los debates de la propia sociedad moderna, como por ejemplo desde el campo de las ideas anarquistas se ha reivindicado este modelo como paradigma. Ejemplos de pensadores libertarios serían Prohudon en su libro “el principio federativo” o en el estudio de la Comuna de París del año 1871 de Kropotkin, se reivindica este modelo de autonomía de las universidades y ciudades medievales como modelo de gobierno democrático directo sin un poder centralizado.

La universidad como una institución libre en la que ha de cultivarse el saber universal, en beneficio de la humanidad, se ha convertido en un arquetipo de la sociedad moderna de todas maneras, como un símbolo de civilización y progreso. Incluso desde la profesionalización de estas instituciones y su cada vez mayor ligazón con el mundo técnico, la existencia de estas instituciones sigue siendo muestra del prestigio y desarrollo que alcanza una sociedad. Por lo mismo, en ella se siguen suscitando los debates más importantes que atraviesa la sociedad, y a través de sus académicos, trabajadores y estudiantes se confortan las diversas visiones que conviven en ella. En un punto, la tradición universitaria conserva su funcionamiento desde las raíces de dicha institución en los años de la edad media.

La autonomía universitaria desde esta perspectiva constituye uno de los elementos centrales que permitió el desarrollo de las instituciones educativas en Europa y generó las condiciones para que el debate intelectual permease a la sociedad de una u otra forma y por supuesto con las limitantes técnicas que se fueron subsanando en la medida que con los siglos posteriores aumento la alfabetización y apareció la imprenta. La difusión del conocimiento y su cultivo desde los clásicos de la antigüedad fue sin duda un quehacer importante de la universidad.

Pero es precisamente la capacidad concedida en los distintos fueros por la gracia de la autoridad de la cual dependía la institución, la que garantizó que este conocimiento y cultivo del saber no fuese una tarea monolítica y meramente reiterativa. La propia universidad debía hacer frente a los debates suscitados entre sus estamentos, la forma de gobernarse y como organizar el currículum. Diferencias entre académicos incluso llevaron a que estos se retirasen de dichas instituciones y formasen otras con modelos de gestión y enseñanzas distintos. Así, el desarrollo y expansión de las universidades también fue el desarrollo y expansión de la sociedad medieval.

La Universidad fue uno de los primeros lugares de choque entre las fuerzas de la naciente cultura burguesa de las ciudades con el poder feudal. Esto necesariamente generó un refinamiento de la técnica del poder. Visto así me parece que es claro que los príncipes medievales veían el arte de la política no meramente como el ejercicio brutal y despiadado del poder. Sino que también un ejercicio reflexivo, critico, que requería debate y consenso a fin de poder lograr una efectiva sujeción de sus súbditos. La Universidad adquirió ese doble carácter de ser el lugar donde la sociedad oprimida se expresa, pero en el que la clase dominante ensaya como mantener ideológicamente esa sumisión.

Por eso la autonomía universitaria es un concepto que aún se discute su sentido y sus límites, teniendo en la actualidad las universidades muchas menos prerrogativas de las que contaban en el periodo medieval.

Bibliografía

  •  ANDERSON, PERRY: Transiciones de la antigüedad al feudalismo, siglo xxi ediciones, 1979.
  •  ANDERSON, PERRY: EL estado absolutista, siglo xxi ediciones, 2007.
  •  COPLESTON, FREDERICK: Historia de la filosofía, Vol. 1, Tomo II; tr. esp. J. C. García Borrón. Barcelona: Planeta (Ariel), 2011. ISBN 9788434469501 (Vol. 1)
  •  GILSON, ÉTIENNE: El espíritu de la filosofía medieval, tr. esp. Madrid: Rialp, 20042.
    ISBN 8432134929
  • Ιωαχειν

    Editor y columnista de la Izquierda Diario

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