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Panorama Económico. La calma que antecede al huracán: la patota empresarial al ataque

El ministro Nicolás Dujovne afirma que la casa está en orden. Cabrales, Galperín y el sueño eterno patronal de ejercer un despotismo infinito. El viento de cola y las tormentas de frente.

Pablo Anino

Pablo Anino @PabloAnino

Sábado 13 de julio de 2019 00:42

Martín Cabrales, Marcos Galperín y Cristiano Rattazzi.

En la mañana del viernes 12 el Ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, hizo una puesta en escena. Evidentemente, no dirigió su mensaje al trabajador de a pie. Por el contrario, el destinatario fue el capital financiero internacional, los llamados “mercados” y el directorio del FMI, que el mismo viernes se reunió para aprobar un nuevo desembolso de U$S 5.400 millones, que llega al país estos días.

Dujovne quiso mostrar que bajo su gestión se está logrando el déficit cero. Se trata de un concepto engañoso: mientras los ingresos públicos alcanzan para cubrir los desembolsos presupuestarios para jubilaciones, educación, salud y otras partidas sociales, y de ahí el déficit cero, la contabilidad presupuestaria muestra un gigantesco déficit.

Parece una contradicción, pero no lo es: existe un rojo fiscal enorme que se explica íntegramente por los intereses de la deuda pública, que crecieron más de 100 % en el primer semestre en relación a 2018. Los intereses de la deuda se comen casi dos pesos de cada diez recaudados. Se trata de una dinámica insostenible en el mediano plazo.

La presentación de los resultados fiscales difundida por el Ministerio exhibe varios fenómenos a destacar: el fuerte ajuste del gasto público; las iniciativas de baja de impuestos que realizó el Gobierno, principalmente la reforma tributaria de 2017; exhibe de manera nítida cómo los dólares que envió el Fondo se utilizan exclusivamente para pagar deuda anterior y financiar la fuga de capitales (es decir, ni un centavo para construir una escuela o un hospital).

Hay un dato que en la prensa pasó casi inadvertido: el macrismo recurrió a la liquidación de bienes públicos para completar los ingresos que no logra obtener a través de recursos tributarios a causa de la recesión que comprime la recaudación.

Cuando se observan todas las aristas, las cuentas públicas necesitaron mucho maquillaje en el intento de mostrar que “la casa está en orden”.

Al revés estás vos

Toda la riqueza en la sociedad capitalista es producida por el trabajo de la clase obrera, que diariamente está sometida a una relación de explotación. El carácter social de la producción queda expuesto, por ejemplo, en cada paro nacional o en cada huelga parcial: los patrones desesperan porque la producción se detiene. En la soledad son nada.

La ganancia de los empresarios se nutre del trabajo no pago: por eso pretenden sacar hasta la última gota de sudor de las trabajadoras y trabajadores extendiendo las jornadas laborales, aumentando los ritmos de trabajo, quitando los descansos necesarios en jornadas extenuantes, quitando derechos conquistados, incorporando trabajadores precarios y flexibilizados y despidiendo sin pagar indemnización. Y cuando se acabó la “vida útil” descartar a los mayores en un sistema jubilatorio de miseria.

El sueño eterno de la clase capitalista es ejercer la tiranía absoluta sobre sus subordinados. Menos de dos meses de calma del dólar envalentonó nuevamente a los que hasta sesenta días atrás buscaban desesperados una alternativa al desbarranque de Mauricio Macri. Ahora vuelven a expresar brutalmente sus deseos.

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Es lo que hicieron Martín Cabrales y Julio Crivelli, presidente de la Cámara Argentina de la Construcción, al reclamar su “derecho” a contratar y despedir sin costos. Por su parte, Marcos Galperín, el emprendedor que más brilla en la constelación cambiemita, inició una cruzada contra el encuadramiento de los trabajadores de Mercado Pago: su aritmética religiosa dicta que “cinco empleos son cinco problemas y cien empleos son cien problemas”.

El coro que declaró la guerra contra los trabajadores tiene una voz destacada: el propio Macri. En un anticipo de un reportaje que le realizó Marcelo Longobardi, el presidente se muestra verborrágico contra las patotas sindicales: el golpe es efectista y tiene una función marketinera para ganar votos en las elecciones. Pero la historia pasada y presente indica que son los empresarios los que hacen uso de las patotas sindicales para amedrentar trabajadores. Es lo que ocurrió estos días en San Fernando, donde una patota que responde a Alberto Fantini atacó a tiros a los trabajadores de Eco Carnes. Fantini es un sindicalista macrista, que incluso estuvo de gira por el mundo con el exministro de Trabajo, Jorge Triaca.

El alcance de la campaña del miedo contra los trabajadores va más allá de las elecciones. Intenta allanar el terreno para hacer una reforma laboral “moderna”, para el Siglo XXI, pero con derechos laborales del Siglo XVIII, siguiendo el modelo de la esclavista ley laboral brasileña. Es lo que exige el FMI, junto a otras reformas estructurales, para renegociar los vencimientos de deuda (que a esta altura es evidente que son impagables) luego de las elecciones. En un exceso de optimismo, semanas atrás Dujovne anticipó en Nueva York que impulsará tanto una reforma laboral como una previsional apenas Cambiemos gane las elecciones.

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En la era Cambiemos el poder de compra del salario retrocedió 20 %. No sólo eso: se reformaron convenios laborales contra los trabajadores. El “costo salarial”, como le gusta denominarlo a los empresarios, también se redujo en término de dólares, pero no hubo “lluvia de inversiones” ni mejora en la competitividad. Por el contrario, lo que caracteriza la conducta empresaria es la evasión impositiva, como puso blanco sobre negro el blanqueo de capitales, y la fuga a paraísos fiscales.

Junto con el dominio de los resortes estratégicos de la economía por parte del capital extranjero, ese vaciamiento del país es la causa del atraso estructural y la baja productividad de la economía. No obstante, se culpa a los trabajadores del atraso económico que produce y reproduce la clase capitalista que lleva las riendas del país.

Mitos argentinos

El oficialismo reunió hace varios días a empresarios para ponerlos al tanto de los términos de lo acordado entre el Mercosur y la Unión Europea (aunque la letra chica sigue sin conocerse). Los patrones repitieron el decálogo de reclamos habitual: hay que terminar con la presión impositiva insoportable; una reforma laboral; bajar el gasto público; y hacer una reforma previsional que profundice el camino de transformar a los adultos mayores en pobres crónicos. Son los sacrificios que hay que hacer para lograr ser competitivos, tener un país moderno e integrado al mundo.

Utilizando el recurso de Raúl Alfonsín, el macrismo podría responder que “no pudo, no quiso o no lo dejaron” imponer el plan empresario integral, pero que avanzó hasta donde le alcanzó la nafta. Justamente, es lo que se exhibió en la presentación del Ministerio de Hacienda este viernes: practicó una rebaja de impuestos, ajustó el gasto, se inmoló en el altar de los “mercados” y el resultado no fue la modernidad ni la mejora de la eficiencia, sino el caos económico. La economía está en recesión por segundo año consecutivo, la inflación está entre las más altas del mundo y el rojo fiscal está detonado por los intereses a causa del crecimiento inaudito de la deuda.

Viento de cola

Cuando se habla de “congelar la distribución del ingreso”, como Emmanuel Álvarez Agis. O que “se necesita un ajuste de cuatro puntos del PBI”, tal lo afirmado por Guillermo Nielsen. O que no va a romper con el FMI, sino renegociar (algo que está en la agenda del propio macrismo), como explicó Alberto Fernández. Lo que se hace es jugar en la cancha inclinada de la agenda empresaria, relegando las necesidades urgentes del pueblo trabajador que padece la crisis al último lugar en la lista de prioridades en honor a una supuesta responsabilidad. No sólo eso. Se desarma a la clase trabajadora, lo cual está en la naturaleza del peronismo, para las embestidas que se preparan contra sus condiciones de vida.

El derrumbe económico está disimulado por unos meses de calma cambiaria, la cual se logró gracias a que el Fondo (en flagrante contradicción con su estatuto) habilitó a financiar la fuga de capitales que se van del país. El 90 % de los U$S 57 mil millones que presta el Fondo se habrán consumido en diciembre de este año. Ese es el principal financiamiento de la campaña de Juntos por el Cambio. Hacia adelante casi no quedan desembolsos a recibir, pero sí mucha deuda a pagar.

La pacificación de la cotización de la divisa estadounidense en Argentina se encuentra favorecida por la perspectiva de una baja de la tasa de la Reserva Federal (FED) de los Estados Unidos, que abarata el dólar, y la tregua en la disputa entre el país del norte y China. Una proporción importante de estos movimientos se explican por la necesidad de exorcizar los turbios pronósticos de una recesión en las potencias económicas. El viento de cola se puede convertir en tormenta de frente.

Independientemente de la situación internacional, la calma del dólar está engendrando, desde la perspectiva patronal (fundamentalmente del sector industrial) un atraso cambiario que, como siempre, activa presiones devaluacionistas, las cuales también están inscriptas en las recetas del FMI para resolver la falta de dólares de los países. El combo que se cocina contra los trabajadores tiene todos los ingredientes de guerra abierta. La patota empresarial desatará sus pulsiones más violentas con el resultado electoral puesto, si es que antes no se aceleran los tiempos de desenvolver los desequilibrios profundos de la economía.


Pablo Anino

Nació en la provincia de Buenos Aires en 1974. Es Licenciado en Economía con Maestría en Historia Económica. Es docente en la UBA. Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Es columnista de economía en el programa de radio El Círculo Rojo y en La Izquierda Diario.

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