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SUPLEMENTO

¿La clase ecológica puede ayudarnos a salir de la crisis ambiental?

Francesco Colicchia

RESEÑA

¿La clase ecológica puede ayudarnos a salir de la crisis ambiental?

Francesco Colicchia

Ideas de Izquierda

Entre las últimas novedades editoriales se destaca el Manifiesto Ecológico Político, la última obra del reconocido antropólogo Bruno Latour escrita en conjunto con el sociólogo Nikolaj Schultz, una propuesta de reconstrucción del movimiento ambiental en la lucha contra la crisis climática. En esta reseña intentaremos dialogar con varias de sus posiciones.

Recientemente se publicó el Manifiesto Ecológico Político (Siglo XXI Editores, 2023), el último libro del antropólogo, sociólogo y filósofo Bruno Latour, quien falleció en octubre de 2022. El texto fue escrito junto a Nikolaj Schultz, sociólogo danés, y publicado originalmente en Francia en enero de 2022 con la intención de intervenir en los debates del movimiento ecologista sobre sus objetivos y la forma de revitalizar su acción. Con ese propósito, los autores comienzan interrogándose por las condiciones que debería reunir el movimiento ecológico para organizar la política en torno a ella. A partir de esta pregunta desarrollan un diagnóstico de la época, plantean la necesidad de que surja una “nueva clase ecológica” y abordan diferentes caminos para la acción con los cuales nos proponemos dialogar críticamente aquí.

Un diagnóstico de la época

El libro comienza presentando un contexto caracterizado por: “el derrumbe del “orden institucional”, la inmensidad de la catástrofe en curso y la insatisfacción general respecto de la oferta política de los partidos tradicionales” [p. 15] [1]. Esta situación desembocaría en la necesidad de que el ecologismo se autonomice de los partidos tradicionales y desarrolle su propia política para poder darle una salida.

Nos encontramos entonces ante lo que los pensadores denominan como una desalineación de los afectos, es decir, una discordancia entre la forma de pensar propia de nuestros tiempos, donde el ideal de progreso se iguala con la dictadura del sistema productivo —y la destrucción ambiental aparece como consecuencia necesaria— y la urgencia por instaurar una noción de progreso enfocada en la preservación de la vida. Esto conlleva una nueva dificultad para el movimiento ecológico; no solo debe construir un proyecto emancipador que no cuente con el horizonte productivista, sino que a fin de lograrlo ha de estructurar un nuevo sentido del mundo.

Se eleva entonces la cuestión de quién llevará a cabo la tarea de constituir esta cosmovisión y liderar una lucha capaz de marcar la agenda política. Ahora bien, la dificultad que emerge es que: “respecto a los temas ecológicos, los aliados no están claramente alineados como tampoco están los adversarios” [p. 20].

En el marco de esta problemática surge la necesidad de entablar una “lucha de clasificaciones” que permita identificar a aliados y enemigos para encarar un proyecto político ecológico. La noción de “clase ecológica” cumplirá ese rol, al igual que la noción de ¨clase¨ lo ha hecho en la tradición socialista. Latour y Schultz son conscientes del emparentamiento de esta clasificación con la noción de lucha de clases acuñada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista por lo que instan a “resistir la tentación de invocar tal cual el concepto de lucha de clases”. No obstante, se ven en la necesidad de invocar esta categorización por su poder simplificador y movilizador:

La ventaja de esa noción era permitir la delimitación del mundo social y material, mientras daba impulso a dinámicas políticas en términos de conflictos sociales (…) [H]ablar de hacer surgir una “clase ecológica” es necesariamente ofrecer, a la vez, una nueva descripción y nuevas perspectivas de acción. El ejercicio de clasificación, para esta clase en formación que llamamos “ecológica”, es ineludiblemente performativo. [p. 19] (resaltados de los autores)

La necesidad de esta nueva clase se remite a otro punto del diagnóstico. Esto es consecuencia de que los proyectos tanto liberales como socialistas habrían traicionado a la humanidad con sus ideas falsas de progreso [p. 59] aunque fueron muy importantes y poderosas para crear un nuevo proyecto de sociedad, creando en consecuencia a sus sujetos transformadores. Ahora se presentan como fracasos y sin posibilidad de articular una respuesta posible ante esta gran catástrofe como la crisis climática. Ante esta imposibilidad, estos sujetos ahora son descartados producto de la contradicción que mencionan los autores entre el progreso productivista, su derrotero, y la forma de progreso que vaya de la mano de una relación armoniosa con el ambiente. Ante esto, es necesario para los autores repensar la necesidad de un nuevo sujeto social que pueda llevar a cabo estas tareas.

Una nueva clase social irrumpe en el escenario

A la hora de definir a la clase ecológica, Latour y Schultz optan por trazar ciertos hilos de continuidad con el materialismo marxista. En sus palabras:

Si la clase ecológica se quiere heredera de esa tradición, debe aceptar esa lección de la tradición marxista y también ella definirse en relación con las condiciones materiales de su existencia. La nueva lucha de clases debe basarse sobre un enfoque tan materialista como la antigua. [p. 25]

No obstante, las diferencias aparecen al dar cuenta de que “como en el siglo XIX asistimos en la actualidad a un cambio en la infraestructura material de las sociedades” [p. 26]. ¿Cuál es ese cambio? “El sistema de producción se ha vuelto sinónimo de sistema de destrucción” [p. 25].

Esto no podemos negarlo ni tampoco es una novedad, el sistema de producción imperante es un sistema también de destrucción. Todo el siglo XX estuvo atravesado por estas contradicciones, es decir, la destrucción de la flora y fauna, los desmontes, la contaminación, las guerras. Sin embargo, la novedad es que estas contradicciones, nacidas de las lógicas capitalistas de producción, se han acumulado dando un salto de calidad en términos de la destrucción de toda vida en el planeta.

Ahora bien, retomando la obra de Latour, la singularidad de la clase ecológica es que, partiendo del examen de las circunstancias de posibilidad de vida en la Tierra, diseña su proyecto político emancipador. Esta nueva clase se diferenciaría de las demás por “su voluntad de acotar el lugar de las relaciones de producción, mientras que las otras quieren extenderlo” [p. 36].

De aquí se desprenden una serie de críticas hacia el marxismo que son algunos de los lugares comunes en el debate ecológico: los autores contraponen “la atención exclusiva a la producción”, que le adjudican al marxismo, y “la búsqueda de las condiciones de habitabilidad”, que le correspondería a la “nueva clase ecológica” [p. 28]. El otro cuestionamiento realizado es que todas ellas se enmarcan dentro de los límites del Estado-Nación y no dentro de una perspectiva global [p. 43].

No es la intención negar que unilateralidades de este tipo han ocurrido en nombre del marxismo, como en el estalinismo, pero está lejos del pensamiento de Marx y de la reapropiación que auspiciamos tanto de él como de otros marxistas como Engels, Trotsky, J.B Foster, Richard Lewontin, E. Ray Lankester, JD Bernal, Mark Hoover, etc. Identificar acríticamente las tradiciones socialistas únicamente con el estalinismo es ponerle un chaleco de fuerza que entierra uno de los pensamientos más revolucionarios de la historia, y por tanto, cierra la puerta a una transformación social radical. Incluso es ignorar las discusiones que se dieron y dan en el seno del marxismo acerca de la ecología, como por ejemplo el ecosocialismo, el decrecionismo marxista de Saito, etc. Nosotros queremos quitar el pesado lastre del estalinismo del legado teórico-político del marxismo que cobra más actualidad a la luz de los sucesos contemporáneos como las crisis, las guerras y la lucha de clases que recorren el mundo.

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De igual manera, llama la atención la utilización del estalinismo como parangón de los socialismos cuando, en general, los partidos comunistas estalinistas se adaptaron a los proyectos burgueses neoreformistas y hoy en día no presentan un caudal político como antaño, incluso en muchos lugares menores a otras tradiciones socialistas.

Por otro lado, no es necesario ser un estudioso del marxismo para saber que estas corrientes han puesto un gran eje en la construcción de organizaciones internacionales (como la AIT, la II Internacional Socialista, la III Internacional Comunista y la IV Internacional) para pelear de manera conjunta por una sociedad que supere las fronteras acotadas del Estado-nación.

Producción, crecimiento y decrecionismo

En este apartado procederemos a discutir con el objetivo de esta clase social: ganarle el terreno a las ideologías productivistas para luchar contra la producción que ahora es “sinónimo de destrucción”. Para ello, la tarea del movimiento ecologista es impugnar la idea de progreso asociada al crecimiento productivo para corresponder con la sustentabilidad de la vida y, con eso, liberar el obstáculo para disminuir la producción y salir de esta crisis ambiental.

Sin embargo, los autores nos plantean que el horizonte de destrucción actual es un producto irreductible de la técnica, resultando esta completamente impugnada. Este planteo tiene el defecto de no profundizar en las causas estructurales del problema, ya que, aparecen como independientes de las relaciones sociales bajo y para las cuales han sido creadas. Esto termina ocultando que la producción hoy en día está guiada para la ganancia de unos pocos y no en el bienestar del conjunto de las especies que habitan el planeta.

El prerrequisito para desarmar esta bomba ecológica que nos amenaza está en un sistema social que tenga como objetivo la satisfacción adecuada de las necesidades sociales sobre la base de una relación racional y armónica con la naturaleza de la que es parte, esto es el comunismo. Para ello es imprescindible que las fábricas, los campos, los transportes estén en las manos de los trabajadores y el pueblo, politizando y democratizando las discusiones acerca de la organización de la producción en función de las necesidades del ser humano en relación con el ambiente que habita.

Se podría pensar que una de las tareas para esta transición al comunismo en materia ecológica es la producción de medios de transporte, tanto de productos como de personas, que sean más ecológicos, como trenes eléctricos en vez de autos, formas de producción de energía más verdes, o la necesidad social de construcción de infraestructura y viviendas, y pensemos a escala planetaria. Todas estas tareas que tenemos por delante, implican la necesidad de aumentar la producción momentáneamente en diversas áreas en detrimento de otras que dejarían de existir y que son totalmente irracionales desde el punto de vista de la habitabilidad del ser humano en el planeta. De igual manera, también podríamos pensar en que muchos de los productos que conocemos hoy en día en esa sociedad serían inútiles e indeseables como la producción de energía fósil que están produciendo la mayoría de los gases de efecto invernadero que son los que mayormente producen el cambio climático que vivimos hoy en día.

Esto va de la mano de pensar la posibilidad y los obstáculos de una tecnología que no esté pensada en la explotación de los recursos naturales al menor costo sin importarle las consecuencias socioambientales de esa práctica, como sucede inevitablemente en el capitalismo. La tecnología no es neutral, se origina dentro de unas relaciones sociales que la determinan y la ponen en función suya. Sin embargo, bajo otras relaciones sociales, mediante la superación de la propiedad privada y la democratización de las relaciones de producción y del conocimiento, las mejoras técnicas podrían ser puestas en función de realizar un mejor metabolismo del humano y la naturaleza y del desarrollo más pleno de las personas.

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Esto cobra suma importancia en sus consecuencias estratégicas para el movimiento ambiental, la cuestión de los aliados y enemigos y del cómo enfrentar la crisis climática.

De aliados, enemigos y estrategias

El manifiesto nos dice que los aliados naturales de la clase ecologista son

los proletarios por su papel en la producción de riqueza, en el sentido de las tradiciones socialistas. (...) Los movimientos feministas al mostrar el vínculo entre la invención de la economía y el largo aplastamiento de las mujeres… Los movimientos poscoloniales, al subrayar la importancia de la colonización y los intercambios desiguales en la acumulación de riquezas” [p. 66]

A esto se le suman los pueblos originarios, los jóvenes e intelectuales. Pero también: “industriales e inversores (...)Todos podrían sentirse parte de esta clase en formación, incluso si, por el momento, les cuesta reconocer sus ideales” [p. 69]. No queda afuera nadie, ni siquiera la iglesia católica. En sus palabras: “Agreguemos entonces a nuestra lista a todos los que, ritual a ritual, trabajan porque se escuche “ el grito de la tierra y de los pobres” (...) del Papa Francisco” [p. 70, resaltados nuestros].

El Manifiesto no se queda conforme aquí, sino que avanza idealizando al imperialismo europeo nucleado en la Unión Europea y la OTAN donde no encuentran sino “una fuente de esperanza” [p. 91] porque sería una superación en escala al Estado-Nación.

Ahora bien, este mismo esquema de alianzas es incluso contradictorio con su proyecto político mismo. Los inversores e industriales, aún si fuesen industriales e inversores de tecnologías “verdes”, no pueden renunciar al crecimiento de la valorización de su capital, es decir, a la expansión productiva. Esto, por más que se lleve a cabo con tecnologías muy “ecológicas” seguiría produciendo trastornos ambientales en tanto la producción orientada al capital, tiende a necesitar su reproducción ampliada ilimitadamente.

La estrategia que nos proponen los autores es la gestión de las instituciones actuales para realizar el cambio social de la mano de la clase ecológica y sus aliados:

La clase ecológica no puede pretender definir la política reivindicando su marginalidad o mostrándose indiferente a las instituciones y al funcionamiento de los Estados actuales. Debe ocuparla en todos los estratos y en todas sus funciones. [p. 90]

Sin embargo, los autores afirman que “de ningún modo este Estado está diseñado para las necesidades de la nueva clase ecológica” [p. 88]. Esta situación provoca una gran ambigüedad, ¿cómo plantean ocupar gradualmente las posiciones estatales? ¿Cómo sería el Estado que necesita la clase ecológica? ¿Cómo se enfrentaría contra las clases tradicionales productivistas que no tenemos dudas que no resignarían sus posesiones materiales sin luchar? No olvidemos que la burguesía ha hecho genocidios con tal de mantener su monopolio de los medios de producción.

Esta estrategia de ocupar el Estado actual con un proyecto verde lo podemos expresar en varios ejemplos, de hecho los autores escriben este manifiesto para los miembros de los partidos verdes. En el posfacio, los autores se lamentan: “Para los autores del texto que acaban de leer hay un motivo más de dolor: ¡la idea de la clase ecológica consciente y orgullosa de sí misma nunca ha parecido más remota! Sobre todo en Francia, donde unos meses después de que se publicara el libro, sucedió que, en las elecciones generales, los verdes ni siquiera lograron alcanzar el 5% que les habría permitido obtener el reembolso de sus costos por parte del Estado” [p. 105, resaltado de los autores].

A contrario del lamento de los autores, en Europa los Partidos Verdes han sido el furgón de cola de los proyectos burgueses e imperialistas que sostienen el modelo extractivista, exportando las industrias contaminantes a los países dependientes. De la misma manera sería muy ingenuo pensar en un camino emancipador junto a la OTAN y la UE que han destruido ecosistemas e iniciado guerras por los intereses del capital más concentrado de sus países. El ejemplo más emblemático es el del Partido Verde en Alemania, donde incluso son parte de la coalición de gobierno con el Partido Socialdemócrata donde descargan los impuestos ambientales en la espalda de la clase trabajadora y reprimieron hace poco a movilizaciones contra la depredación ambiental para la extracción de carbón donde incluso fue reprimida Greta Thumberg. En nuestro país lo observamos con Jóvenes por el Clima que está aliada al gobierno y son los portavoces “verdes” del capital fósil financiero.

La clase ambiental, y sus alianzas, estaría entonces tejida de manera en que el proyecto político, cultural y social es lo que une a todos estos grupos diferenciados. Esto implica que no puede imponer las medidas necesarias para superar la catástrofe ambiental porque la lleva a pelear directamente con quienes la integran y a cambiar su estrategia institucional. Lo que nos proponen los autores es una vía muerta.

Repensar una ecología revolucionaria

La contradicción de este sistema con el medio ambiente no solo es cultural, una alienación del hombre con la naturaleza de la que es parte, sino que es la competencia de los capitalistas la que produce semejante catástrofe ambiental. La competencia de propietarios privados lo que genera es la necesidad de estos de reducir al máximo sus costos y la naturaleza aparece como un recurso que debe ser explotado intensivamente para no sucumbir en la competencia ante otros capitalistas. Esto produce esta fractura metabólica de la que hablamos antes; la necesidad de intensificar los ciclos del capital, de valorizar el capital cada vez más rápido para poder competir y la destrucción de un ecosistema para luego pasar al siguiente, hace que la producción no sea sostenible.

Los Estados se encargan de proteger a este minúsculo sector de la sociedad y de garantizar su impunidad ante su avance frente a zonas protegidas como las selvas, bosques y humedales. El Estado no es nuestro aliado, sino una junta que protege los negocios de los empresarios.

La única manera de empezar a terminar con la crisis climática es con medidas radicales que afecten estructuralmente el problema. Para ello algunas medidas que están planteadas son la expropiación de la industria energética bajo control democrático de sus trabajadores y usuarios como única forma de realizar una transición energética a formas más diversas y sustentables; al mismo tiempo es necesario pelear por la nacionalización y reconversión tecnológica, sin indemnización y bajo control obrero todas las empresas de transporte, así como las grandes empresas automovilísticas y metalmecánicas, para alcanzar una reducción masiva de la producción automotriz y del transporte privado, mientras se desarrolla el transporte público en todos sus niveles; la expropiación de las propiedades terratenientes en el campo para su reconversión productiva frenando el avance de la frontera agropecuaria y el uso del glifosato que destruye los ecosistemas; una ciencia no instrumental, que no esté al servicio de los capitalistas y sus ganancias en detrimento de los trabajadores y la naturaleza, sino que esté puesta al servicio de la transición ecológica que necesitamos. Todas estas medidas son necesarias para ir a la raíz del problema de la crisis climática pero no son posibles sino llevando la lucha hasta el final de los trabajadores y explotados por su propio gobierno.

En estos últimos treinta años la clase obrera se ha extendido a lo largo del mundo, sumando millones de personas que antes no pertenecían a sus filas, siendo mucho más diversa que antes e incluso es la primera que vive los ataques del capital hacia el ambiente. Es de recordar que ella vive en los territorios más afectados por la crisis climática, cerca de los basurales, en los ríos más contaminados, donde cortan el suministro de agua, desplazada por la megaminería, etc. Esto le brinda un potencial mucho más hegemónico que antes, no es que se liga externamente a las problemáticas ambientales, sexuales, étnicas, etc. sino que es el proletariado mismo quien las experimenta y puede dar una solución. Ya hay variedad de ejemplos de cómo la clase trabajadora toma tareas ecológicas en Argentina. Un caso muy vistoso fue cuando los trabajadores portuarios pararon la producción, aliándose al movimiento ecologista y a los pueblos originarios para frenar el avance de la megaminería en la provincia, cosa que definió la balanza para que el gobierno cayera derrotado pocos días después.

El problema de desplazar a la clase trabajadora en búsqueda de otro sujeto les impide a los autores plantear una estrategia que ataque los "centros de gravedad" a los que es necesario apuntar para poner freno a la debacle ambiental: los medios de producción en manos de una clase que los pone en movimiento solamente en función de la ganancia privada. Apuntar a otro sujeto en vez de plantearse que la clase obrera tome en sus manos hegemonizar la lucha por terminar con el capitalismo apuntando a una forma de organización social que establezca un metabolismo más racional, los deja encerrados en las peleas por reformas en los marcos del estado que se apoyen en el mínimo común denominador que pueda tener una "clase ecológica" donde se engloban intereses tan contradictorios.

No hay tiempo que perder, tenemos que pelear por una perspectiva que una a los trabajadores, las mujeres, la juventud, los pueblos originarios contra todas las divisiones que nos quieren imponer. Llamamos a todos los que no resignan su futuro a pelear y organizarse con nosotros. ¡Si el capitalismo destruye nuestro planeta, destruyamos al capitalismo!


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NOTAS AL PIE

[1Latour, B. y Schultz, N. (2023). Manifiesto ecológico político. Buenos Aires: Siglo XXI Editores. Para comodidad del lector, las referencias a esta edición se harán indicando entre corchetes el número de página al final de la cita.
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Francesco Colicchia

Estudiante Sociología UBA
Miembro del comité editorial del suplemento Armas de la Crítica