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Red Internacional
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Derechos Humanos. La convicción de les 30.000 en las luchas de hoy

Nota de opinión escrita por Beto Meza, docente jubilado y militante de la Agrupación Negra en Aten. Desde diciembre del 2020 asiste al juicio de los genocidas del Alto Valle de Neuquén y Río Negro conocido como “Escuelita VII”.

Miércoles 26 de mayo de 2021 14:14

“¿Por qué no te escribís algo? Sencillo… ¿Por qué acompañas cada miércoles? Desde tu lugar”

Con un disparador de ese tenor, que le faltó el café en la vereda, casual, pareciera fácil. No tendría más que descargar la rabia en un teclado indefenso. Una carga completa de arrebatos. Un grito de furia a los ojos del que vaya a leer…si es que alguien se propusiera leer esto.

Pasaron 45 años, si las fechas fueran tan mojón del tiempo, tan punto estático de una línea de tiempo, y se detuvieran en ellas, sin antes ni durante ni después.

Si el tiempo solo quedara estancado en esa efeméride adormecedora, la pesadilla del bronce del negacionismo estaría asegurada. Las maniobras traicioneras de los “excesos”, “obediencia debida y punto final”, “indulto”, y otras barbaridades no hubieran sido planteado.

Pero la persistencia de la organización y la lucha que la memoria, en estos 45 años, día a día, le da el pulso inquebrantable al reclamo de víctimas, familiares y militancia por los derechos humanos.

Son 45 años que vienen de antes. 45 años que no se detienen. 45 años que continúan desgarrando los pezones vírgenes del futuro parido en las luchas anarco sindicalistas de principios del siglo XX, la Patagonia rebelde, y cientos de luchas de la clase obrera recorriendo el paisaje de un país dentro de un país más grande, registradas con plumas más explicitas que la mía, como son las de Roberto Arlt o Rodolfo Walsh.

En 45 años la hipocresía, que se disfraza de amnistía y amnesia para esconder la cobardía de una clase que se vacuna en Miami, mientras mujeres, en la primera línea, se esfuerzan por poner un plato de comida en los pequeños estómagos de la niñez expulsada en villas miserias, o acunarlos en sus pechos hasta que el frío se duerma.

Voy a los juicios por cada niña y niño que un puñado de deshumanización desde sus yates, mansiones o aviones privados, los arroja al fondo de la olla a rascar la basura. Voy porque la justicia es eso: la sensibilidad de Arlene y los 30.000.

Voy por cada ojo que en Chile ya no puede ver, pero sabe dónde no quiere volver.

Voy por los falsos positivos de Colombia, sus madres, amigas y amigos, hermanas y hermanos que desenterraron del derrame de odio que el capitalismo tiene para nosotros, los de abajo, voy por la verdad y la justicia que merecen de los arrancados de la vida.

Voy por las cholas de Bolivia, los sin tierra de Brasil, por los pueblos originarios del continente, los migrantes que sueñan con el primer mundo también para ellos con la niñez desamparada. Voy por los 43, en México. Voy por las textiles de Myanmar. Voy por los que no podemos respirar porque la rodilla del capitalismo y sus perros de caza nos aplasta la protesta que nuestras gargantas gritan por cada derecho que nos falta, por cada derecho que nos quieren arrancar.
Voy porque Palestina no está tan lejos de lo que nos pasa como pueblo oprimido.

No es fácil escribir algo sencillo con todas las batallas de mis compañeras y compañeros vibrando en nuestros sentidos.

Voy por los archivos que no quieren abrir, voy porque la difamación y el cinismo no lo pueden ocultar, voy para callar su pacto de silencio. Voy por la justicia, que no es esta, con guardarropas millonarios y turnos en el coiffeur.

Voy por la justicia que se reproduce en cada pañuelo blanco y se extiende en los pañuelos verdes, naranjas y violetas, en los repasadores de los merenderos, en los delantales de las enfermeras y las maestras.

Voy con la historia de lucha de mi clase, la convicción de que el mundo es nuestro y puede ser vivido. Voy a encontrarme con militantes que ponen el cuerpo de esa memoria que no olvida ni perdona a los carroñeros ni la descomposición a la que nos quieren empujar.

Voy para encontrarme con mis camaradas del CeProDH y militantes de otros organismos de Derechos Humanos, compañeras de Madres Alto Valle, con la juventud que no olvida, con víctimas y familiares.

Voy con la conciencia que alimentó la convicción de los 30.000 y que corre en mis arterias: la organización de la misma lucha hasta el fin.