La causa abierta contra Rita Barberá o las confesiones de Jaume Matas demuestran una vez más el nivel podredumbre y corrupción en el seno del PP y, por extensión, de todo el Régimen del ‘78.

Arsen Sabaté Barcelona | @ArsenSabate
Martes 13 de septiembre de 2016
Foto: EFE
“No queda ningún resquicio para la impunidad. La corrupción se persigue más que nunca y los castigos son los más elevados que se han conocido. Hemos puesto en marcha mecanismos para recuperar hasta el último euro robado por los corruptos”, estas eran las escuetas palabras de Mariano Rajoy en cuestión de corrupción el pasado 31 de agosto durante su fallida sesión de investidura. Acto seguido, resonaba una vergonzosa ovación por parte del conjunto de los diputados del Partido Popular.
Que algunos representantes ilustres del PP hayan sido nuevamente salpicados por diferentes tramas de corrupción durante estas dos semanas, demuestra –por si hacía falta alguna demostración más- que además de escuetas, las palabras de Rajoy sobre la lucha contra la corrupción son falsas.
La investigación que llevará a cabo el Tribunal Supremo contra la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, por delito de blanqueo de dinero durante la última campaña electoral de su etapa en el Ayuntamiento valenciano, apuntala el hecho de que la corrupción, a todos los niveles, viene siendo el pan de cada día en el seno del PP durante las últimas décadas.
La investigación del TS a Barberá, además, proviene de una pieza surgida del “caso Imelsa”, dentro de la Operación Taula en la que el propio Partido Popular figura como imputado.
Rita Barberá llevaba años en el punto de mira por sus supuestas vinculaciones con tramas de financiación ilegal. No en vano, al perder la alcaldía valenciana después de más de 24 años, el PP no tardó en darle un “retiro dorado” en el senado, donde puede mantener la condición de aforada para dificultar cualquier investigación judicial.
Pese a todo esto, o precisamente por todo esto, Rajoy nombró a la exalcaldesa como representante en dos comisiones -Constitucional y Economía- de la Cámara Alta, una situación tan escandalosa que hasta produjo temblores en las anquilosadas estructuras del partido. Dos senadores del PP sustituyeron a Barberá este martes para garantizar su puesto tras su ausencia, puesto que la puesta en marcha de la actividad parlamentaria en el senado coincidió con la noticia de su investigación. Pero, ¿qué se puede esperar de un partido en el que el propio presidente respaldaba en 2015 a Barberá con un contundente “Rita, eres la mejor”?
Y si con Rita no bastaba, esta semana también ha vuelto a ser noticia Jaume Matas. El expresidente balear y exministro con José Maria Aznar, ha llegado a un acuerdo con la Fiscalía para no volver a entrar en prisión. Según ha adelantado El Mundo, Matas se prestará a admitir todos los cargos que se le imputan por su participación en las tramas de Palma Arena y Son Espases a cambio de reducirle la condena. Entre tantas explicaciones, el ex del PP se compromete a detallar todo el proceso de construcción ilegal del Palma Arena, cuyas instrucciones provenían en primera instancia de la sede del PP en calle Génova.
Pero la lista sigue. El “gran cajero” del PP, Luis Bárcenas, ha decidido recientemente retirar su acusación particular contra el PP por el caso del borrado de los ordenadores de la sede del partido. Bárcenas, recordémoslo, es el protagonista de uno de los mayores escándalos de corrupción que salpica de pleno a la plana mayor del Partido Popular por los sobresueldos en “B”. El mismo que recibía SMS amigables de Rajoy, como “Luis, lo entiendo. Sé fuerte”, durante el proceso de investigación.
Alberto Núñez Feijóo también se suma al inventario. El presidente de Galicia y candidato del PP a la reelección, se vio acosado por sus contrincantes electorales en el único debate televisivo de la campaña electoral gallega, por su aparición junto al presidente de la Diputación Provincial de Ourense, José Manuel Baltar, investigado por ofrecer puestos de trabajo a cambio de sexo a una mujer, así como por su relación personal con el narcotraficante Marcial Dorado.
Todo ello, sin olvidar, además, el revuelo interno suscitado la semana pasada en el PP por la propuesta fugaz, y posterior renuncia, de José Manuel Soria como director ejecutivo del Banco Mundial, tras la dimisión como Ministro de industria por su aparición en la trama de corrupción, a escala internacional, de los “Papeles de Panamá”.
Todos estos casos son una muestra más de que la corrupción es un sistema, una institución más que es parte del ADN, no solo del PP, sino del mismo Régimen del ’78 y sus principales partidos. Porque el PSOE, el otro “gran” partido del bipartidismo español, no está exento ni mucho menos del lastre de la corrupción. Baste mencionar el caso de los ERE de Andalucía como botón de muestra.
La corrupción endémica es un agente más que profundiza en la crisis de representación de los partidos del Régimen y en buena medida abonan la situación de impasse en la que se encuentra el gobierno del Estado, tras más de nueve meses y dos elecciones sin poder formar gobierno. Pero la corrupción no es la fuente de los problemas. Es sólo una manifestación de los mecanismos de dominación naturales de los capitalistas y sus representantes políticos.
Las nuevas formaciones políticas como Podemos o los “Ayuntamientos del cambio”, que han hecho bandera de la lucha anticorrupción, ni pueden ni se proponen ir hasta el final en la lucha contra la corrupción, por el simple hecho de que se niegan a atacar las bases de sustentación del sistema que la engendra.
Mientras millones sobreviven a duras penas entre el paro y la precariedad laboral, una casta profesional de políticos capitalistas vive como los millonarios, implicados en tramas corruptas y, para colmo, después se retiran como asesores y gerentes de las mismas empresas que beneficiaron durante décadas desde sus puestos en el gobierno, el parlamento y los ayuntamientos.
Ya es hora de terminar con esta situación escandalosa. Y para ello no sólo hace falta decisión, sino imponer medidas simples y eficaces que pongan fin a todos los privilegios, como por ejemplo abolir todos los gastos de representación y reducir los sueldos de todos los cargos políticos del Estado al nivel del salario de un trabajador calificado o una maestra.
Estas fueron algunas de las notables medidas decretadas por la Comuna de París en 1871. Medidas “democráticas, sencillas y evidentes por sí mismas”, como dijera Lenin, que atañen “a la reorganización puramente política de la sociedad”. Una tarea, sin embargo, que sólo podrá adquirir pleno sentido si se “expropia a los expropiadores”.