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Red Internacional
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Santa Fe. La culpa es de los pobres: Binner, “socialismo ario” y militancia

Binner habló y volvió a estigmatizar a los barrios populares, responsabilizándolos por la delincuencia que garantiza, en realidad, el Estado. El Gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, atacó a los militantes que acompañan a la familia de Franco Casco. Este nuevo ataque clasista de los referentes del “progresismo de derecha” permite abrir una reflexión sobre militancia, barrios y lugares de trabajo.

Octavio Crivaro

Octavio Crivaro @OctavioCrivaro

Miércoles 12 de noviembre de 2014

Binner habló. Cada vez que lo hace, saltan sus concepciones racistas, retrógradas, clasistas. No por estar acostumbrado uno a esto, deja de ser desagradable el nivel de elitismo oligárquico del referente presidencial del “socialismo champán”. Esta vez, el anestesista Hermes Binner salió a decir que "los hogares pobres tienen más hijos y por eso hay más pobres, que viven en villas miseria y forman hogares en los que se juntan numerosos disvalores de la sociedad". Ni Micky Vainilla, el personaje derechista de Capusotto, lo diría con tanta claridad. Para Binner, pobres = criminales.

Es el Estado, estúpido: saqueo de plato principal, milicos de postre

Pero el candidato a presidente del “ala progresista” del FA-UNEN (es un decir) fue más allá y planteó que esos disvalores se pueden “leer en los abusos sexuales, en la trata, la droga”. La ecuación es sencilla: todo pobre es un potencial abusador, proxeneta, drogadicto o narco. Una amenaza social. Y Binner, seguramente, sería la cura blanca para esos males negros.

Binner miente descaradamente. En primer lugar, porque silencia las causas de la pobreza, garantizada por planes económicos e intereses de clase que él mismo defiende a ultranza. En Santa Fe los niños en los barrios de emergencia sufren la desnutrición y se extienden enfermedades como la tuberculosis, mientras los barcos de las multinacionales se llevan para EEUU y Europa miles de millones de dólares en cereales que saquean de nuestro país, desde puertos que políticos patronales como Binner mantienen en manos privadas.

Además, el mismo Estado que garantiza esta enorme cesión de riquezas a un puñado de empresarios, es el que convierte a la ciudad de Rosario en una cárcel a cielo abierto, donde policías se codean con gendarmes que militarizan los barrios populares donde se concentra la amenaza para los intereses sociales que defiende Binner: los trabajadores, el pueblo pobre. El asesinato de Franco Casco, otros casos de Gatillo Fácil, la tortura policial y los abusos de gendarmes en los barrios, son la consecuencia lógica, ineludible de esto. Y Binner lo sabe y lo oculta. Y, curiosamente, Binner olvida que la trata y tráfico de drogas, los dos crímenes que él achaca a los pobres, son en realidad negocios controlados por la Policía, con comisarios promovidos por el propio Binner. Una pinturita.

La militancia obrera y popular como amenaza

Pero el ataque de Binner no es aislado, sino un engranaje de una maquinaria de conjunto: el “socialismo ario” iguala pobres a delincuentes y, en consecuencia, ataca a los sectores que, desde abajo, se organizan y luchan diariamente contra las consecuencias este orden de cosas, contra la socialización de la pobreza y contra la criminalización de la misma.

Como prueba de esto, están los dichos insólitos, con aires castrenses, del Gobernador Bonfatti. A pocos días de encontrarse el cuerpo sin vida de Franco Casco, dijo que “los tenemos identificados”. Quizá el lector desprevenido podría creer que el Jefe del Estado provincial hablaba de los policías responsables de torturar y asesinar a Franco, pero no. Hablaba de los militantes que acompañaron a la familia, exigiendo justicia y que esta brutalidad no termine en impunidad.

La misma actitud macartista, proto-macrista, adoptó el gobierno frente a la incipiente organización y militancia en las fábricas de la región. Cuando los trabajadores de Liliana SRL elevaron su cabeza, reclamaron tener delegados y consiguieron el pase a planta permanente de todos los empleados que trabajaban bajo diferentes formas de negreo, el Ministerio de Trabajo cerró sus puertas, y las abrió el Ministerio de Seguridad de Raúl Lamberto, para garantizarle orden a la empresa y a la patota de la UOM, y prometer que los representantes de base quedarían afuera de la fábrica. Para los trabajadores que se organizan, despidos avalados desde el “socialismo” de Binner y Bonfatti. Para los barrios populares, un estigma social. Para los militantes, represión y amenazas. Para los empresarios negreros, atención personalizada. Para la Policía, impunidad, mucha impunidad. Socialismo cheto para todos.

Barrios y lugares de trabajo

En los barrios que “denuncia” Binner, no viven pobres en general. Viven obreros, viven albañiles, viven maestras y mucamas. Viven miles y miles de trabajadores, muchos de los cuales también son pobres. Al atacar a los pobres y al atacar a la militancia, Binner y Bonfatti buscan exorcizar, justamente, la posibilidad y la perspectiva histórica de que ese pueblo trabajador se ponga de pie y gane no solamente los barrios, el territorio, sino que extienda su poder social a su organización de clase de conjunto, que vive en las barriadas populares, pero que trabaja en escuelas, en obradores, en fábricas, en talleres.

Existe en Rosario, y a nivel nacional, una valiosa militancia en barrios, que diariamente enfrenta las consecuencias brutales y asesinas de la descomposición del Estado, como los asesinatos de Pocho Lepratti, de Mono, Patom y Jere, o de Mecha Delgado, militantes rosarinos. También crece una juventud a nivel nacional que ya no se arrodilla ante el látigo de las patronales ni ante el garrote de la burocracia sindical, como se ve en Lear, en Liliana, en Donnelley, en el Subte. Esa juventud sale de los peores lugares de trabajo y va a vivir a los peores barrios. Y acumula bronca y experiencias de lucha: su poder social y su perspectiva política es enorme.

Poder obrero y popular

La brutalidad de los ataques desde los años 90 tuvo como correlato social e ideológico nocivo, que la clase obrera no se reconozca como tal, sino disuelta en los barrios en los que vive. Esto, claramente, configuró una clase (a la) que se piensa alejada de aspirar al control y la organización en los lugares de trabajo, extendiendo ese poder social a los barrios donde convive con sus hermanos de clase desocupados. Algunos relatos, por ejemplo, hablan de que Rosario ha dejado de ser una ciudad obrera. Esto, sin embargo, es falso: aunque aún esté alejada de sus mejores tradiciones históricas locales como los Rosariazos y el Villazo, la clase trabajadora es social y numéricamente muy poderosa, concentrada en una industria metalúrgica creciente, en los puertos, en las automotrices como GM, en las aceiteras, en miles de colegios, en dependencias públicas, en la siderurgia.

El poder de la clase trabajadora, no solo a nivel nacional sino en nuestra región, es enorme, potencialmente explosivo, por sus agravios y miserias crecientes, y la falta absoluta de derechos. Frente a los grandes empresarios y sus alianzas con políticos serviles como Binner, Bonfatti o los del peronismo, y frente a una policía que aumenta su poder de fuego y la escala de su impunidad, no se trata solamente de resistir, sino de organizar la fuerza social y política para derrotar a los empresarios y este Estado narco. Para eso es fundamental, posible y deseable apostar y contar con el poder de la clase trabajadora organizada, y unir a la clase trabajadora, y sus grandes sindicatos, con los aliados más pauperizados de los barrios. Unir lo que el capitalismo de los Binner divide. Pensar esto es ponerse a la altura de las enormes tradiciones históricas, apostando a que se levante la Rosario trabajadora, pobre y barrial.