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Red Internacional
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OPINIÓN. La diferencia entre perder la calle y cederla

La marcha del 18F reunió a sectores heterogéneos, con componentes sociales y políticos diversos, reunidos por un elemento común: su antikirchnerismo. En términos de identidades políticas concurrió, sin banderas, toda la oposición al gobierno; salvo la izquierda que con buenos motivos decidió abstenerse de participar y criticó la naturaleza, básicamente reaccionaria, de algunas orientaciones presentes en la marcha. Hubo también numerosa gente suelta, identificada por su rechazo al gobierno.

Viernes 20 de febrero de 2015

imagen: Dienteleche

La modalidad de “marcha del silencio”, el rechazo de “la política”, la privatización de la solidaridad con la familia del fiscal-servicio Nisman, convergen en la reiteración de una característica de la ocupación de la calle por los sectores antes descriptos, y por su núcleo social, la clase media, durante los últimos años. Es la incapacidad para construir una expresión política que dé una salida política (en este caso por derecha).
El 18F no verifica ninguna novedad al respecto. No es ninguna bisagra política. Ningún sector capitalizará políticamente la presencia en la calles, aunque todos los candidatos del sistema pretendan hacerlo. Solo debilitará un poco más a un gobierno en retirada hacia el traspaso del mando en diciembre. Estamos lejos de cualquier escenario de “golpe”, incluso “blando”.

Sin paradojas, el 18F participa del modo en que se organiza un tramo de la política argentina durante el ciclo kirchnerista. Tras un decenio de movilizaciones –el Santiagazo de 1993– la “normalidad” que el kirchnerismo se propuso concluir suponía terminar con la participación callejera y la protesta pública.

En esa orientación, el gobierno de Kirchner se dio desde 2003 una política explícita de integración y cooptación de los movimientos sociales, ofreció alternativas nac&pop para sectores inquietos, rearticuló al sindicalismo burocrático.
Los gobiernos kirchneristas no fueron movilizacionistas. No apelaron a conquistar el espacio público a través de una activación política en las calles y en las plazas. Su nervio organizativo fue siempre estatal, desde arriba. Siempre tuvo un rubro en el presupuesto estatal.
El conflicto de la resolución 125, en 2008, condujo a una de las pocas movilizaciones genuinas de apoyo al gobierno, en buena medida gracias a los sindicatos moyanistas y en parte a los movimientos sociales.

Desde entonces los actos públicos del kirchnerismo fueron multitudinarios gracias a los fondos estatales para financiar a Fito Páez, León Gieco y Charly García. Y por lo tanto ambiguos, no se sabía si la gente asistía para escuchar a García o para ver a la presidente bailar “Bombón asesino”. Su mejor resultado lo obtuvo en el Bicentenario de 2010.

El único evento masivo, pero por obvias razones irrepetible, se dio con el fallecimiento de Kirchner, en octubre del mismo año. Desde entonces careció de voluntad de ocupar el espacio público, incluso cuando algunos sectores propios (por ejemplo en los movimientos sociales afines al gobierno) esperaban una señal para hacerlo. El kirchnerismo no perdió la calle, la cedió. No creyó necesario construir hegemonía en el espacio público. Se satisfizo con los resultados electorales.

Los actos en las instalaciones de la Casa Rosada o las congregaciones para escuchar un discurso de la presidente, usualmente para algunos centenares de militantes propios, no sustituyen a las movilizaciones de masas que fueron un instrumento hegemónico de los gobiernos de Perón. Es que la idea política en la cúpula kirchnerista es electoral, mediática y elitista. Eso puede funcionar en tiempos de hegemonía en las urnas, pero no en periodos de retirada.

En política todo espacio que no es ocupado por unos tiende a ser capturado por otros. Los cacerolazos de clase media, y ahora el 18F, muestran cómo avanzan sobre las calles, y aun sobre ese “espacio de memoria” (alguna vez peronista) que es la Plaza de Mayo, sectores sociales antigubernamentales. Como dije, por sus rasgos de “antipolítica” son incapaces de transitar de la manifestación a la organización política y a la expresión electoral.

La vacante de una política de calles por parte de la cultura política kirchnerista de corte estatalista y personalista no puede ser cubierta por una oposición social y política desarticulada, sin capacidad de transformarse en proyecto alternativo. Esa vacancia continúa y es una oportunidad para la izquierda.