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Red Internacional
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Tribuna Abierta. La droga Maradona

Con su vuelta al fútbol argentino, se abre otra grieta sobre el “10”: defensas a ultranza y sin atisbos de crítica, por un lado, y cuestionamientos implacables y despiadados, por otro. Este análisis ofrece una mirada más profunda sobre Diego y el fenómeno que concita.

Martes 10 de septiembre de 2019 22:00

Violento, misógino, abandónico, promiscuo, drogón, villero, negro, cabeza, gordo, machista.

Genio, ídolo, maestro, rebelde, contestatario, valiente, crack, héroe, astro, futbolista.

Al Diez le caben diez adjetivos de un lado y del otro. Defensas a ultranza y agresiones por igual. De las minorías que le marcan a Diego lo que debería ser, o, advierten, las miserias de lo que es y fue sin la obnubilación del fanatismo, a las empresas de medios dispuestas a orientar la crítica a Diego de acuerdo al miserable rating.

Con Diego, conviven intelectuales que omiten posicionarse ante actitudes deleznables del ex futbolista porque deciden políticamente no ser parte de la condena que suele partir de las huestes de la industria mediática hasta oportunistas kafkianos que se nutren del poder que derrama la marca Maradona.

Entre los intelectuales, puede destacarse la posición de Alejandro Dolina cuando Diego estuvo en la mira de la prensa mundial por los exabruptos y epítetos que el otrora entrenador del seleccionado argentino soltó en conferencia de prensa. Ante esta situación, una oyente de la Venganza será terrible le preguntó al conductor: “Estimado Dolina, ¿ya no defiende más a Maradona?” El “Negro” se encargó de la respuesta: “he resuelto –después de un extravío- bancar a Maradona en esto. ¿Sabe por qué? por personas cómo usted. La indignación burguesa que sucedió al exabrupto de Maradona fue totalmente patética y asqueante… y esa indignación burguesa me hace ponerme inmediatamente en la vereda de enfrente”. Y entre la ironía y el enojo, concluyó: “¡Oh, la cultura! ¡Nuestro embajador! ¿Qué embajador? Es Diego Maradona viejo. Los que tienen que ser cultos son ustedes no él. Él tiene que dirigir la selección de fútbol”.

Respecto a los kafkianos, proliferan en cualquier programa de espectáculos o de periodismo deportivo, en cualquier espacio, a cualquier hora, en cualquier canal.

Por otro lado, resulta ineludible el rol que juega un sector del feminismo que está desarmando a Maradona. Lo lleva del altar, a un lugar de justicia, al que Diego se mostró incapaz de enfrentar: el llano. El superhombre, custodiado por el poder, es desnudado por un sector de referentes del feminismo que sin rodeos exponen al Maradona violento, misógino, abandónico, entre otros aspectos machistas. Estos análisis y reflexiones, pueden caberle a cualquier ícono impoluto del ámbito que sea.

Además de estas definiciones, Diego es, también, una contradicción permanente. Esas que todos tenemos pero que corremos con la ventaja de que no sean exhibidas en una vidriera mundial, en un Truman show mercantil permanente.

En efecto: ¿Será que Diego está muy solo y necesita que la gente lo acompañe para superar la abstinencia del amor que él mismo destruyó de sus afectos? ¿Será que muchos necesitan de Diego por lo que les falta? El endiosamiento fanático, el justificarle casi todo, el exacerbar a niveles cósmicos sus proezas artísticas en el deporte.

Como contraparte, casi en mismas dosis, Maradona se vuelve un leviatán en cada gesto que hace, cada movimiento que da, cada acción y error “maradoneano”.

Dirigentes políticos que en campaña lo elogian como ocurrió recientemente con Alberto Fernández pero que bien podría ser cualquier otro: de Fidel Castro a Menem, de Chávez a Cavallo, del Che al amigo del campeón -o de los negocios- Daniel Angelici.

Como todo debate que tiene la pretensión de invitar a pensar; caben más las preguntas que los juicios de valor de las respuestas: ¿Lo usan? ¿Se deja usar? ¿Lo critican desde la ética y moral clasista? ¿Lo endiosan desde los suburbios populares porque Diego los representa? ¿Se olvida de Fiorito cuando exhibe su opulencia económica en Dubái? ¿Maradona puede controlar a sus entornos sedientos, aquellos que sin él, probablemente, jamás podrían obtener? O ¿Cuánto lo controlan sus entornos para que Diego tome un micrófono empastillado, padeciendo dislexia, expuesto a las humillaciones de un gran sector de la audiencia? ¿Diego, como cualquier ser humano, no merece que alguien lo abrace, le diga que no y lo lleve a descansar? ¿Será esto posible?

Por último: ¿Quién es quién para juzgar la humanidad de otro que vivió (y aún vive) experiencias que casi nadie en el mundo es capaz de comprender porque jamás estuvo allí?

El escritor Fabián Casas redefinió esta adición al consumo “maradoneano” como Gordismo. Explicó Casas: “El Gordismo es una forma de vida... practica un sincretismo desaforado: es peronista, guevarista, menemista, capitalista, anticlerical, religioso, medium, esotérico, cavallista y todo lo que se ponga por delante. Los pobres practican el gordismo cuando la única utopía que les queda es poder dar una vuelta olímpica. Y las clases medias practican El Gordismo cuando lo único que les importa –caiga quién caiga- es que no les toquen el culo, el cable y sus ahorros… El Gordismo tiene vocación de poder, nunca vocación de servicios… el Gordismo es adicto a las cámaras, a los micrófonos”.

Esa es la droga Maradona. La droga de los negocios y los medios, que no importa si es legal o ilegal, si hace bien o mal, sino que vale para el consumo, para entretener y para vender. En rigor, como explica la prosa de Carlos Solari, “este mundo, esta empresa, este mundo de hoy que te esnifa la cabeza una y otra vez, en una línea y otra línea y otra línea más”.

Así las cosas, el problema, es que ya “nada ni nadie lo puede parar”. Muchos menos, Diego.