Se viene publicando en castellano abundante cantidad de materiales de la generación beat. Mientras se cumplen 60 años del evento que diera a conocer su producción literaria, estas nuevas ediciones de obras, artículos periodísticos, memorias, cartas y diarios, ofrecen un panorama más amplio sobre su contexto y sus protagonistas.
[…] seguí a la banda de poetas aulladores a la lectura de la Six Gallery esa noche, que fue, entre otras cosas importantes, la noche del nacimiento del Renacimiento Poético de San Francisco. Todos estaban ahí. Fue una noche enloquecida. Y yo fui el que echó las cosas a rodar […] haciendo que todos se emborracharan, así que hacia las once, cuando Alvan Goldbook estaba leyendo, gimiendo su poema “Lamento” borracho con los brazos extendidos, todo el mundo gritaba: “¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!” (como en una jam session) [1].
Así da cuenta Kerouac, en Los vagabundos del Dharma, del recital de poesía del 7 de octubre de 1955 que se convertiría en mito fundacional de la generación beat. Como en la gran mayoría de sus escritos y los de sus pares, el episodio ficcionalizado es autobiográfico: Alvan Goldbook es Allen Ginsberg gimiendo “Aullido”, y efectivamente ese recital fue determinante para la renovación de la poesía norteamericana de mediados del siglo XX.
Muchas voces en un aullido
Como los numerosos viajes de costa a costa retratados en la famosa novela de Kerouac, esa noche reunió, entre los seis recitantes y el público, a escritores de varios puntos de EE. UU. Con distintos referentes poéticos, la mayoría de ellos sin publicación previa, pero con historias comunes, ya desde el día siguiente estuvo en boca del mundillo literario local la emergencia de una nueva tendencia poética, a la que “Aullido”, lectura destacada de la noche, puso en términos de generación: “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,/ hambrientas histéricas desnudas,/ arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo” [2].
Su influencia se extendería rápido. Sus ejes geográficos serían la misma San Francisco y New York, sede de la universidad de Columbia donde se conocieron Ginsberg, Kerouac y Burroughs, anfitriona de los bares del Village y de Harlem que habían sido testigos de cómo la renovación del jazz se mezclaba con la de la poesía, y que se vería pronto recorrida también con recitales y publicaciones beat, como Floating Bear o Kulchur, dirigidas por Diane Di Prima y Amiri Baraka.
El relato de Kerouac dedicado a esa noche incluye algunos de los elementos que caracterizarían a esta generación. Algunos de los que, con enconado sensacionalismo, les fueran reprochados en la prensa, como la experimentación sexual, el uso de drogas y alcohol, y una vida menos anclada en la voluntad de formar una familia o triunfar profesionalmente que en los trabajos precarios, las amistades y la convivencia con sectores sociales marginales (los “anticonvencionales del Village” según Ginsberg [3], o los hipsters que “parecían criminales pero hablaban de las mismas cosas que me interesaban”, al decir de Kerouac [4]).
Asimismo, aparece allí una de las claves de lo que podríamos llamar su poética. Asumidos como deudores del ritmo del jazz y sus raíces afroamericanas [5], Ginsberg dirá haberse inspirado para “Aullido” en la “prosodia bop espontánea” [6] de Kerouac. Regodeándose en los sonidos de las palabras, el poema combinaba obscenidades con formas de profecía religiosa, el lenguaje de los poetas de la tradición americana con las marcas lingüísticas de inmigrantes y nativos. El rescate de la oralidad y del slang urbano caracterizó la literatura beat; buscaba mostrar el fluir del lenguaje sin detenciones para enmiendas. Será Kerouac el que bosqueje las pautas de una escritura “de lo que se le pase a uno por la cabeza como venga, una poesía devuelta a su origen, a su infancia bárdica, puramente oral”, ya sea “un poema cortado en varios versos o uno de esos interminables poemas de una sola línea que llamamos prosa…” [7].
Esta espontaneidad, que ambos comparaban en sus cartas como una forma “americana” del fluir de la conciencia de Joyce [8], sería convertida en mito con el relato que el propio Kerouac hace de la composición de En el camino, engendrado durante tres semanas en un rollo de papel continuo que no le permitía volver atrás. El rollo efectivamente existe, muchas de las escenas y referencias del libro estaban ya preparadas –como muestran sus Diarios 1949-1954 [9]–, y como atestiguan las cartas, no fueron pocas las correcciones que tuvo que realizar para su edición. Sin embargo, esta experimentación con el lenguaje no dejaba de resultar disruptiva respecto a la literatura de su época, y tuvo un fuerte impacto en la producción poética que le siguió.
Aunque muchos de sus escenarios y motivos no dejaban de explorar a su manera tradiciones culturales norteamericanas de larga data (como la literatura de viajes misma), las experiencias de vida y los héroes que poblaban sus obras parecían chocar con el “american way of life” de posguerra; la generación beat fue así identificada por admiradores y detractores como un antecedente de las formas contraculturales de las décadas siguientes. Rexroth, presentador del recital de la Six Gallery, por ejemplo, abrió comparando a San Francisco con la Barcelona anarquista donde la cultura persistía a pesar del ambiente opresivo que la rodeaba [10]. Sin embargo, la relación de la generación beat con la política y la cultura fue mucho más contradictoria.
Vencidos creyentes
Los orígenes y significados de “beat” se encuentran enmarañados en múltiples versiones que comentadores y protagonistas dieron de esa palabra. Atribuido al slang de los vagabundos, o a la cultura del jazz, parece haber coincidencia respecto a que fue Kerouac quien la acuñó en primera instancia con el significado de “vencido”, en comparación con otra generación de escritores a la que le tocó vivir después una posguerra, la “generación perdida”.
Sería Holmes, amigo de Kerouac y también escritor, quien en 1952 la popularizara en un artículo titulado “Esta es la Generación Beat”. Daba allí un panorama de la posguerra en los Estados Unidos, país victorioso al que los soldados volvían a reunirse con los suyos. Sin embargo, no todos ellos encontraban su lugar allí, devastados por lo atestiguado en Europa; entre los que se habían quedado, no pocos habían sufrido pérdidas dolorosas. Las mujeres, que habían ocupado tareas “masculinas” durante la guerra, no parecían dispuestas a volver al redil del hogar; la comunidad negra impugnaba el segregacionismo, que no había menguado. El peligro de la bomba atómica, que parecía reeditarse en la Guerra Fría, el reforzamiento de las instituciones represivas contra el “enemigo interno”, el maccarthismo que espiaba y censuraba a la población civil, parecían extender la pesadilla totalitarista a tierras norteamericanas, mixturado con un creciente consumismo que ya tenía al mundo del espectáculo como vidriera.
Desconfiando de las instituciones democráticas y la cultura de masas, que identificaban con control social [11], los jóvenes que atravesaba la posguerra –“veteranos de tres guerras”, dirá Holmes en un artículo posterior: la guerra caliente, la Guerra Fría y una que “tercamente no se denomina así, sino acción policial” [12]– y no encajaban en los parámetros sociales, serían tratados de delincuentes y fuertemente patologizados (los psiquiátricos no fueron desconocidos para los beats, y fue la forma de represión preferida para las mujeres y para “curar” a los homosexuales). La prensa pronto los etiquetó con el mote de beatniks, que jugando con el nombre del satélite lanzado por la URSS en 1957, buscaba demonizarlos por comunistas. Por la publicación de “Aullido”, Ferlinghetti, su editor, fue enjuiciado junto con el empleado que vendió un ejemplar a policías camuflados. El almuerzo desnudo, donde Burroughs denunciada los mecanismos de control para adictos y homosexuales, fue prohibido en EE. UU. y fue también a juicio. Joyce Johnson, quien fuera compañera de Kerouac en esos años, relata cómo las cartas de Kerouac de la época le describían sombríamente un San Francisco que se suponía progresista [13]. Lo mismo encontramos en las cartas de Ginsberg: persecuciones, prohibiciones, golpizas, “todas las noticias que recibo de allí son espantosas” [14]. Con organizaciones de defensa de los derechos civiles en ascenso, la sentencia en todos los casos fue a favor de los autores [15], pero su existencia no dejaba de sustentar descripciones como la de Corso, otro poeta beat: “En los Estados Unidos el poeta representa algo así como un objeto de burla, y también algo así como un rebelde si acierta a asentar el pie sobre el viejo dedo gordo de la sociedad” [16].
Sin embargo, destacaba Holmes, a diferencia de la “generación perdida”, la generación beat buscaba recuperar una fe que sus precedentes habían perdido: profetas de un “reencantamiento del mundo”, según los definió Kerouac [17]. Sin perder contacto con los problemas de su época, pero destacando el valor de la experiencia individual y la necesidad de expresarla, la mayoría se involucró en el budismo –en el caso de Kerouac, mixturado con un catolicismo que nunca abandonó–, donde creían encontrar una conciencia más amplia del mundo, alejada del “materialismo” consumista que campeaba por Estados Unidos. Apelando a Spengler, Kerouac y Ginsberg llegaron a considerar estos elementos como síntomas de una decadencia de la cultura occidental [18].
No es de extrañar entonces que Kerouac, requerido insistentemente por el significado de “beat”, agregara al abatimiento la noción de “beatitud”: los beats, a diferencia de lo que pretende pintar la prensa, no eran violentos ni obscenos, sino sinceros con la época que les había tocado [19].
Un triunfo pírrico
La difusión que el juicio dio a “Aullido”, y que coincidió con la publicación de En el camino, hicieron que en 1957 la generación beat lograra un reconocimiento público masivo inesperado. Si por un lado los poetas buscaron aprovechar este éxito largamente buscado [20], proyectando obras de teatro y hasta películas sobre la generación beat, pronto fueron golpeados por la exposición pública y la reformulación que ahora el mercado hacía de sus ideas como argumento para vender a los jóvenes una moda.
Buena parte del intercambio epistolar entre Ginsberg y Kerouac está ocupada por los frustrantes intentos de edición de sus propias obras tanto como la de sus pares –terreno en que Ginsberg sobre todo ofició de virtual representante–, y muestra que la literatura beat ya contaba con una década de trabajo en su haber; cuando finalmente la prensa, el show business y la Academia pusieron foco en ella, el éxito se convirtió en una nueva carga. En sus cartas podemos ver a un Kerouac harto de la publicidad, de los recitales, y de la moda desaliñada del “rebelde sin causa” James Dean como representante de esa nueva generación, y a Ginsberg desconfiando de la generación beat convertida en “etiqueta” [21]. Johnson en sus memorias da cuenta de cómo “con los accesorios adecuados se podía fabricar un ‘beatnik’ en un abrir y cerrar de ojos” [22].
Una generación en transición
Provenientes mayoritariamente de una clase media educada, el clima de la posguerra norteamericana los encontró formando parte de una bohemia social y cultural, pero esa marginalidad no fue, en un principio, querida: buscaron convertirse en escritores profesionales y a pesar de reconocerse como una generación diferenciada, no dejaron de reconocer deudas con mucho de la tradición norteamericana previa –preocupación nacional que también los distinguió de la generación perdida, que miró a Europa como modelo–. Lograron un reconocimiento público repentino pero no menos cargado de prejuicios o estereotipos, aunque ahora muchos de ellos tomados como argumento de venta del que sí, esta vez voluntariamente, muchos decidieron apartarse instalándose en lejanos países o recluyéndose a las afueras de las grandes ciudades.
En su camino, la generación beat cuestionó muchos de los valores y sentidos comunes del “american dream”, pero fue también deudora de premisas conservadoras. En este sentido, si su influencia se hizo efectiva en muchos de quienes formarían parte en las dos décadas siguientes de los movimientos sociales que surcaban el territorio de Estados Unidos, ella misma no fue parte de ellos.
Era disruptivo en épocas de segregación racial rescatar la tradición afroamericana para su poesía, y compartir con sus músicos escenarios y amistades. Fue desafiante en épocas en que la homosexualidad se consideraba una degeneración o una enfermedad, tematizar abiertamente relaciones homoeróticas y una sensibilidad masculina que no respondía al estereotipo del “macho”. El cuestionamiento del modelo de moralidad sexual, sin embargo, no pareció alcanzar a las mujeres, consideradas más bien musas que pares. Personajes secundarios [23] es el título que Johnson elige para sus memorias, donde deja asentado que sería una generación posterior la que combatiría “todas las ideas preconcebidas que limitaban la vida de la mujer y asumiría la larga tarea, jamás acabada, de transformar las relaciones con los hombres” [24].
En el terreno más explícitamente político, los “héroes subterráneos que se salieron de la maquinaria de la ‘libertad’ de occidente” descriptos por Kerouac [25] tuvieron ubicaciones distintas, pero en todos los casos, desconfiadas de una política organizada y de una izquierda que veían demasiado pacata [26]. Las posiciones de Kerouac se fueron cada vez a derecha, criticando a Ginsberg en más de una oportunidad por su participación en determinadas campañas o manifestaciones relacionadas con la izquierda [27]. La desconfianza hacia las instituciones de la democracia norteamericana no evita por ejemplo que Kerouac, ya en 1969, buscando separarse de su relación con los movimientos de izquierda, reproche a soviéticos y chinos “envidiarla”, e incluso querer perjudicarla, en largos pasajes anticomunistas que no los cuestionan precisamente por izquierda [28]. Ginsberg, por su parte, aún con alguna simpatía hacia procesos como la Revolución cubana, no dejará de evaluarlos como limitados a una conciencia formateada por la racionalidad occidental [29].
La beat fue una generación de transición entre el momento en que el sueño americano comenzó a mostrar sus fisuras y aquella en la se organizaron vastos y variados movimientos sociales y políticos que hicieron temblar sus cimientos (si bien no triunfaron en ello). Fue en todo caso la que “rompió el silencio”, como dice Johnson, aunque no pudo ni quiso articular sus voces en un colectivo.
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