Publicamos a continuación la traducción de un artículo que puede ser de interés para nuestros lectores, del periodista Patrick Cockburn, autor de "Isis, el retorno de la yihad", aparecido originalmente en The Independent.
Miércoles 23 de septiembre de 2020 21:37
Refugiados desesperados apiñados en botes precarios que desembarcan en las playas de piedra de la costa sur de Kent son fácilmente retratados como invasores. Los manifestantes anti-inmigrantes explotaron esos temores el fin de semana pasado cuando bloquearon la carretera principal del puerto de Dover para "proteger las fronteras de Gran Bretaña". Mientras tanto, la ministra del Interior, Priti Patel, culpa a los franceses por no hacer lo suficiente para detener el flujo de refugiados a través del canal [de La Mancha, NdelT].
Los refugiados atraen mucha atención en las últimas etapas altamente visibles de sus viajes entre Francia y Gran Bretaña. Pero hay absurdamente poco interés en por qué soportan tales penurias, arriesgándose a ser detenidos o a morir.
En Occidente se supone instintivamente que es perfectamente natural que la gente huya de sus propios estados fallidos (el fracaso supuestamente provocado por la violencia y la corrupción autoinfligidas) para buscar refugio en los países mejor administrados, más seguros y más prósperos.
Pero lo que realmente estamos viendo en esos pobres botes de goma medio inundados que se balancean arriba y abajo en el Canal es la punta del iceberg de un vasto éxodo de personas provocado por la intervención militar de los EE.UU. y sus aliados. Como resultado de su "guerra global contra el terrorismo", lanzada tras los ataques de Al-Qaeda en los EE.UU. el 11 de septiembre de 2001, no menos de 37 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares, según un informe revelador publicado esta semana por la Universidad de Brown en EE. UU.
El estudio, que forma parte de un proyecto llamado "Los Costos de la Guerra", es el primer cálculo realizado de este movimiento masivo de población impulsado por la violencia, utilizando los últimos datos disponibles. Sus autores concluyen que "al menos 37 millones de personas han huido de sus hogares en las ocho guerras más violentas en las que el ejército estadounidense ha lanzado o participado desde 2001". De ellos, al menos 8 millones son refugiados que huyeron al extranjero, y 29 millones son desplazados internos que han huido dentro de sus propios países. Las ocho guerras examinadas en el informe se encuentran en Afganistán, Iraq, Siria, Yemen, Libia, Somalia, el noroeste de Pakistán y Filipinas.
Los autores del estudio dicen que el desplazamiento de personas por estas guerras posteriores al 11 de septiembre es casi sin precedentes. Comparan las cifras de los últimos 19 años con las de todo el siglo XX, y concluyen que sólo la Segunda Guerra Mundial produjo mayor movimiento de refugiados. Por lo demás, el desplazamiento posterior al 11-S supera al provocado por la Revolución Rusa (6 millones), la Primera Guerra Mundial (10 millones), la Partición India-Pakistán (14 millones), Bengala Oriental (10 millones), la invasión soviética de Afganistán (6,3 millones) y la Guerra de Vietnam (13 millones).
Los refugiados son visibles una vez que cruzan una frontera internacional, pero los desplazados internos son mucho más difíciles de rastrear, aunque son tres veces y media más numerosos. Pueden desplazarse varias veces a medida que los peligros que enfrentan van disminuyendo. A veces regresan a sus hogares, sólo para encontrarlos destruidos o enfrentar la realidad de que los medios para ganarse la vida ya no están. A menudo deben elegir entre lo malo y terrible cuando las líneas de batalla cambian, forzándolos a una existencia nómada dentro de su propio país. En Somalia, el Consejo Noruego para los Refugiados dice que "prácticamente todos los somalíes han sido desplazados por la violencia al menos una vez en su vida". En Siria, hay 5,6 millones de refugiados pero también 6,2 millones de desplazados internos con familias sin trabajo y malnutridas que luchan por sobrevivir.
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Algunas de estas guerras se iniciaron como consecuencia directa del 11 de septiembre, en particular en el Afganistán y el Iraq (aunque Saddam Hussein no tuvo nada que ver con Al-Qaeda y la destrucción del World Trade Center). Otras, como la guerra en curso en el Yemen, fueron iniciadas por Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y otros aliados [de EE. UU.] en 2015. Pero no podría haber sucedido en primer lugar, y haber continuado durante cinco devastadores años, sin la tácita luz verde de Washington. Con el 80% de la población yemení en situación de extrema necesidad, la única razón por la que no hay más refugiados es que están atrapados dentro de Yemen por el bloqueo saudí.
Esta voluntad de iniciar guerras y mantenerlas podría ser menor si los líderes estadounidenses, británicos y franceses tuvieran que pagar un precio político por sus acciones. Desafortunadamente, los votantes nunca han entendido que la afluencia de refugiados, a la que tantos se oponen, es la consecuencia del vasto desplazamiento causado por estas guerras extranjeras posteriores al 11 de septiembre.
Siria superó a Afganistán en 2013 como el país del mundo que más refugiados produce. A medida que la violencia y el colapso económico continúan, es probable que el número de sirios forzados a huir de sus hogares aumente en lugar de disminuir. Una característica que tienen en común las ocho guerras posteriores al 11 de septiembre es que ninguna de ellas ha terminado, a pesar de años de luchas inconclusas. Por eso el número de desplazados es mucho mayor que en los conflictos extremadamente violentos pero mucho más cortos del siglo XX. La naturaleza interminable de estos conflictos actuales ha llegado a parecer parte del orden natural de las cosas, pero no es así en absoluto.
Las potencias extranjeras fingen que trabajan sin cesar para poner fin a estas guerras, pero sólo quieren la paz en sus propios términos. En Siria, por ejemplo, el presidente Bashar al-Assad, fuertemente respaldado por Rusia e Irán, ganó la guerra militarmente en 2017/18. En cualquier caso, hacía mucho tiempo que los Estados Unidos y Occidente querían deshacerse de al-Assad porque temían que fuera reemplazado por movimientos del tipo de Isis o Al-Qaeda.
Pero Washington y sus aliados tampoco querían que al-Assad, Rusia e Irán obtuvieran una victoria absoluta, por lo que han mantenido la olla burbujeando en un conflicto en el que los sirios son la carne de cañón. Cálculos igualmente cínicos sobre la negación de la otra parte de una victoria absoluta han mantenido las otras guerras en marcha, sin importar el costo humano.
EE.UU. no es el único responsable de estos conflictos y del desplazamiento masivo de personas que causaron. La guerra de Libia, lanzada por Gran Bretaña y Francia con el apoyo de EE.UU. en 2011, fue anunciada como la salvación del pueblo libio de Muammar Gaddafi. En realidad, entregó el país a asesinos y gángsteres, convirtiendo a Libia en la puerta a través de la cual los inmigrantes del norte de África tratan de llegar a Europa.
Incluso líderes tan poco inteligentes como David Cameron, Nicolas Sarkozy y Hillary Clinton deberían haber previsto las consecuencias políticamente desastrosas de estas guerras. Generaron una inevitable oleada de refugiados e inmigrantes que dinamizó la extrema derecha xenófoba en toda Europa y fue un factor decisivo en el referéndum de Brexit de 2016.
En Gran Bretaña, el desembarco de refugiados e inmigrantes bajo los Acantilados Blancos [de Dover] se está convirtiendo una vez más en un tema político candente. En el otro extremo de Europa, los inmigrantes están durmiendo al lado de las carreteras en Lesbos después de la quema del campamento donde habían estado viviendo.
Estas olas de migración -y la reacción anti-inmigrante que tanto ha contribuido a envenenar la política europea- no terminarán mientras haya 37 millones de personas desplazadas por estas ocho guerras.
Esto sólo sucederá cuando las guerras mismas lleguen a su fin, como debería haber sucedido hace mucho tiempo, y las víctimas de los conflictos posteriores al 11 de septiembre ya no crean que ningún país es mejor para vivir que el suyo propio.
El presente artículo fue publicado originalmente en The Indepedent el 11 de septiembre a 19 años de la caída de las Torres Gemelas bajo el título America’s War on Terror is the True Cause of Europe’s Refugee Crisis.
Patrick Cockburn es periodista especializado en Medio Oriente, donde trabajó como corresponsal para los periódicos Financial Times y The Indenpendent, también publica regularmente en la revista Counterpunch. Es autor de varios libros sobre la emergencia del Estado Islámico como "La Era de la Yihad".