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Red Internacional
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24 de octubre de 1975. La huelga de mujeres que paralizó Islandia

El 24 de octubre de 1975 se realizó el “viernes islandés”. Esta medida inspiró movilizaciones de Polonia a Argentina, ¿Qué pasó ese día en Islandia?

Celeste Murillo

Celeste Murillo @rompe_teclas

Jueves 24 de octubre 08:30

Las polacas fueron las primeras en recuperar el imaginario de la jornada conocida como “viernes largo” de Islandia de 1975. En 2016, en Polonia imitaron la “huelga” de Islandia, ausentándose del trabajo y organizando una masiva marcha contra el decreto reaccionario que intentaba prohibir el acceso al derecho al aborto en todos los casos. Aunque la huelga polaca no tuvo impacto económico, su impacto político fue indiscutible: la ley debió retirarse. Las mujeres replicaron acciones similares en otros países, como Argentina, donde el paro de mujeres se instaló con fuerza como forma de visibilizar las demandas del movimiento feminista y del movimiento de mujeres.

El viernes islandés

El año 1975 había sido declarado “Año de la mujer” por la ONU. La medida, absolutamente formal, fue una suerte de reconocimiento al feminismo de la segunda ola, que se extendía en las principales ciudades de Europa y Estados Unidos. En este marco se realizaron eventos en todo el mundo.

En Islandia, entre algunas organizaciones feministas surgió la idea de una “huelga de mujeres” con el objetivo de visibilizar su papel en la sociedad, especialmente el trabajo doméstico no remunerado y la exigencia de mayor representación política. No existía en el país un proceso huelguístico o de movilización, por lo tanto las organizaciones feministas decidieron impulsarlo como un “día libre”, para garantizar la ausencia masiva de mujeres sin arriesgar los puestos de trabajo (utilizando días por enfermedad y otros tipos de licencias). Además, impulsaron el cese de todas las tareas domésticas no remuneradas, incluyendo el cuidado infantil.

El “paro” fue enorme: el 90 % de las islandesas participó de una u otra forma de la medida. Aunque no se trató de una huelga tradicional, impulsada por organizaciones sindicales o desde los lugares de trabajo, las mujeres mostraron una gran disposición a hacer pesar su lugar en la sociedad. Muchos varones se encargaron del cuidado de hijos e hijas, quedándose en casa o llevándolos a sus trabajos; ese día trabajaron full time los restaurantes, todas las oficinas se llenaron de lápices de colores, juguetes y pañales.

El impacto económico fue notorio: no se imprimieron diarios porque las tipógrafas eran mujeres, no funcionó el servicio telefónico, se cancelaron los vuelos porque las azafatas no se presentaron, las escuelas no funcionaron y las factorías de pescado cerraron porque su mano de obra era casi exclusivamente femenina. Se realizó una manifestación en la capital Reykjavik con más de 25 mil personas (un número muy importante considerando la población de Islandia entonces: 213 mil habitantes).

El impacto político fue muy importante. En 1976, el Parlamento islandés promulgó una ley que garantizaba la igualdad de derechos para hombres y mujeres, aunque esto no repercutiría en mejores empleos o compensación salarial para las mujeres. Cuatro años más tarde, se elegiría por un pequeño margen a la primera presidenta. Aunque el cargo tenía poca incidencia política, ya que es el Primer Ministro quien encabeza el gobierno, la elección de Vigdís Finnbogadóttir fue vista como un “logro” de las mujeres. Habría que esperar hasta 2009 para que una mujer esté al frente del gobierno. Jóhanna Sigurðardóttir, que asumió luego de una importante crisis política y económica, sería además la primera jefa de Estado lesbiana.

Sigue siendo la economía, estúpido

Islandia es un modelo de las democracias capitalistas: encabeza el índice de igualdad de género, representación política, acceso a la educación y el trabajo, licencias familiares igualitarias y guarderías, que garantizan la rápida reinserción en el trabajo y el estudio después de la maternidad. El 80 % de las mujeres trabaja fuera del hogar, son el 65 % del estudiantado universitario y el 41 % de los miembros del Parlamento.

El plano más desigual sigue siendo el económico: se mantiene la brecha salarial del 14 %. Y la persistencia de la movilización de las mujeres es la comprobación de que incluso en esos pequeños paraísos igualitarios (Islandia tiene apenas 330 mil habitantes) que posee el capitalismo en un mundo ferozmente desigual, la pelea contra la opresión y la discriminación está vigente. Las mujeres volvieron a movilizarse año tras año para exigir la igualdad por la que habían pateado el tablero ese viernes de 1975.

El “viernes islandés” mostró el poder de la protesta de las mujeres para visibilizar su lugar económico dentro y fuera del hogar. Pero la persistencia de la brecha salarial mostró, a la vez, un límite del reclamo de “igualdad” sin cuestionar el sistema de conjunto. De hecho, el capitalismo islandés supo integrar y “gradualizar” el reclamo a tal punto que hoy, 40 después, las mujeres siguen movilizándose por el mismo motivo.

Las islandesas son las primeras en señalar ese límite en el “viernes largo” de 2016: “sabemos que ningún otro país en el mundo ha alcanzado la igualdad salarial, pero hoy me recuerda que en el país que supuestamente tiene más derechos igualitarios las mujeres cobran menos que los varones”. ¿Por qué? ¿No sería para más fácil para los capitalistas pagar el mismo salario a varones y mujeres y terminar con este problema que tan mala fama le hace? Porque el capitalismo de conjunto no puede funcionar sin jerarquías y desigualdades como esas.

Organizadas y juntos

La desigualdad y la discriminación ordenan la sociedad de una forma que ha sido funcional a las clases dominantes, y las sociedades capitalistas –incluidas las modernas– no son la excepción sino la confirmación. El sostenimiento y la reproducción de divisiones entre los oprimidos ayudan a perpetuar el orden que se basa en la explotación (capitalista) y la opresión (patriarcal). La precariedad de la vida y el trabajo de las mayorías pobres y trabajadoras y las ganancias cada vez grandes de una minoría capitalista desnuda día a día la funcionalidad de esas divisiones, y son cada vez más los trabajadores y las trabajadoras que salen a pelear juntos contra la desigualdad y en defensa de los sectores más oprimidos.

Por eso en cada “paro de mujeres”, en cada movilización contra la violencia y en peleas cotidianas, hay más trabajadoras y estudiantes que no solo desafían el machismo sino que llaman a sus compañeros varones a que se sumen a la lucha contra un sistema social que sostiene y alimenta jerarquías y prejuicios patriarcales, y explota a varones y mujeres para su beneficio.


Celeste Murillo

Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.

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