Desde hace décadas las mujeres se organizan para poder decidir sobre sus propios cuerpos. Una constante: la alianza entre Iglesia y Estado contra las mujeres. Otra, la fuerza de las mujeres organizadas como respuesta, y la presencia de la izquierda.
Una esquina cualquiera del microcentro porteño. Mesita con volantes mimeografiados. Cientos de personas con camisas, pantalones acampanados y minifaldas miran sorprendidas al pasar. Es 1974 y un grupo de mujeres (y algunos varones) se plantan en algunas esquinas de la Ciudad de Buenos Aires para manifestar su repudio a la prohibición de venta de anticonceptivos; reclaman también la legalización del aborto. El decreto 659, firmado por Juan Domingo Perón (a propuesta de López Rega) el 28 de febrero de 1974, imponía la regulación de la comercialización, venta y distribución de anticonceptivos, al mismo tiempo que suspendía su difusión y se exigía para su venta una receta por triplicado. Gracias a ese mismo decreto se cerraban 60 consultorios de Planificación Familiar que funcionaban en los hospitales, prohibiendo así todas aquellas actividades vinculadas con el control de la natalidad en los espacios públicos. La Iglesia apoyaba con entusiasmo esta nueva disposición.
Dentro del ámbito eclesiástico siempre escuchamos los argumentos más reaccionarios para impedir que las mujeres conquisten sus derechos. Incluso de parte de aquellos que integran esta institución desde una “opción por los pobres”.
Un día antes de la votación en el Senado de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, en agosto pasado, quienes representan a los denominados “curas villeros”, junto a monseñor Gustavo Carrara (designado Obispo de Buenos Aires por “Francisco” Bergoglio), dijeron en una conferencia de prensa que sentían "dolor" por la media sanción del aborto legal en la Cámara de Diputados, mientras pedían a los senadores que "tengan en cuenta el inmenso valor que tenga toda vida humana, la de la madre y de la niña o niño por nacer" para que rechacen el proyecto. Unos días antes, el cura Di Paola había afirmado que “aborto es FMI y FMI es aborto”, indicando que el Fondo Monetario Internacional impone la legalización del aborto como condición para que el gobierno pueda seguir abultando la deuda de Argentina.
Con un argumento similar se oponían el peronismo y parte de la Iglesia progresista al uso de métodos anticonceptivos y a la legalización del aborto en la década del 70. Consideraban la anticoncepción como una política del imperialismo para controlar la natalidad en los países tercermundistas.
El aborto, un asunto político
Los que se reunían en aquellas esquinas eran miembros del Partido Socialista de Trabajadores y del grupo Política Sexual –integrado por feministas de la Unión Feminista Argentina y activistas del Movimiento de Liberación Femenina y del Frente de Liberación Homosexual–, los únicos que se oponían públicamente al Decreto 659. Exigían derechos sexuales y reproductivos, incluían además entre sus exigencias derecho al aborto y que se termine con la persecución a los y las homosexuales. Mabel Belluci señala en su libro Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo, que ese fue el primer momento en que el aborto se convirtió en un asunto político en nuestro país.
De esa primera campaña en común que hicieron para rechazar ese decreto, surgieron otras experiencias, como fue, por ejemplo, el apoyo a la lucha de los trabajadores de Villa Constitución y la comisión de mujeres que se había conformado en el Villazo, también en 1974.
Unos meses después, estas mismas agrupaciones (junto a otras) organizaban el Frente de Lucha para la Mujer, un espacio nacido luego de una ruptura política con los representantes del gobierno de Isabel, de la UCR y el PC mientras se organizaban los eventos que se llevarían a cabo en 1975, con motivo del Año Internacional de la Mujeres decretado por la ONU. Este Frente elaboró un programa que, entre otras cosas proponía “salario para el trabajo doméstico, iguales oportunidades de acceso a la educación (…) guarderías infantiles, anulación de la legislación que prohibía la difusión y uso de anticonceptivos, aborto legal y gratuito (…) potestad y tenencia compartidas” (Alejandra Vasallo, “‘Las mujeres dicen basta’: movilización, política y orígenes del feminismo argentino en los ’70”). Bajo estas consignas organizaban volanteadas, campañas de difusión y actos, e intentaron participar en cada evento organizado en el marco del Año Internacional de la Mujer, para darle visibilidad a sus reclamos.
El partido de izquierda más comprometido con esta lucha fue el PST: durante todo ese año impulsaron una campaña por los derechos de las mujeres trabajadoras, que incluía el derecho al aborto.
En uno de sus periódicos de 1975 denunciaban que “acá no se trata de si estamos a favor o en contra de que las mujeres aborten en general. Las mujeres abortan y punto (…) estamos en contra de que se haga una carnicería con ellas”. También denunciaban “la hipocresía de la Iglesia”, aseguraban que “la iglesia no tiene ninguna autoridad moral para constituirse en defensora de las vidas humanas porque ella es uno de los pilares de este sistema de explotación”. “La mujer debe ser libre de elegir cuándo y cómo quiere ser madre”, afirmaban, y proponían: “1) la legalización del uso de los anticonceptivos 2) la educación sexual igualitaria para ambos sexos, moderna y científica desde la escuela primaria y 3) la legalización del aborto”.
Quienes ejecutaron el golpe militar de 1976 continuaron con la misma prédica del anterior gobierno democrático. En 1977, la Junta Militar promulgó el Decreto 3.938 Objetivos y Políticas Nacionales de Población, en el que señalaban que: “el bajo crecimiento demográfico y la distorsionada distribución geográfica de la población constituyen obstáculos para la realización plena de la Nación, para alcanzar el objetivo de ‘Argentina-Potencia’ para salvaguardar la Seguridad Nacional”.
La Iglesia, nuevamente, evidenció su fuerte vinculación al poder del Estado. Esta vez, la jerarquía eclesiástica y parte de sus miembros y adherentes fueron cómplices –por obra u omisión– de los crímenes perpetrados por la dictadura militar. Por sus servicios prestados, la dictadura los benefició con una serie de decretos; muchos de ellos aún siguen vigentes hoy como beneficios directos que el Estado transfiere a la Iglesia, motivo por el cual crece la campaña de los pañuelos naranjas Iglesia y Estado, asuntos separados.
El reclamo por el derecho al aborto y los derechos de las mujeres, continuó bajo la dictadura. Si bien muchas tuvieron que exiliarse y otras pasaron a la clandestinidad, no dejaron de editarse revistas o folletos que hacían referencia a la situación de las mujeres. Hacia 1979 aparece nuevamente la revista Persona y comienza a publicarse Todas. La primera estaba dirigida por María Elena Oddone e incluía análisis sobre psicoanálisis, sexología, al mismo tiempo que debatían en sus páginas el derecho al aborto, el trabajo doméstico, la prostitución, la trata, aunque diferenciándose fuertemente de los partidos de izquierda, no así con Isabelita, a quien en uno de sus números reivindican por ser la primera presidenta mujer de Argentina. Por su parte, Todas era una publicación de mujeres militantes del PST, aunque esta identificación política no se veía reflejada en la publicación por la represión imperante; la impulsaron como una forma de hacer política y acercar simpatizantes bajo el régimen de la dictadura.
Visibilización
Francia, una reunión. Mujeres de diferentes ámbitos buscan ponerse de acuerdo para armar un proyecto de ley: quieren que el aborto sea legal. También es 1974 y ella está ahí, aprendiendo, observando. Discuten cómo conquistar sus derechos. No quieren seguir ganando menos que los varones, ni cargar con el trabajo doméstico. Saben que hay que luchar y organizarse. Ella vivía un exilio que la convertiría en feminista.
Ella es Dora Coledesky. Fue abogada, tuvo una experiencia como militante trotskista, fue obrera y delegada. Volvió cuando terminó la dictadura y en 1987 impulsó la primera organización que se propuso la legalización y despenalización del aborto: la Comisión por el Derecho al Aborto. Elaboraron la primera solicitada a favor del aborto, y de esta manera incidieron en la publicación de artículos en las revistas de política de la época. Además viajaron a otros países para articular con feministas del mundo y participaron en las conferencias internacionales. Surgía el lema "anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir".
Pero para que el aborto llegara a ser noticia central en la tapa de los diarios locales, hubo que esperar hasta 1994, año de la Reforma Constitucional impulsada por el ex presidente Carlos Menem, avalada por el Pacto de Olivos. En esa Asamblea Constituyente, además de pactar la modificación de la Constitución para la reelección presidencial, pretendían incluir una cláusula que sentenciara como parte de la nueva Carta Magna “el derecho a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural”. Dora y sus compañeras reunidas en la Comisión, junto a más de cien organizaciones feministas y partidos de izquierda como el Partido de Trabajadores Socialistas, se opusieron. Querían impedir que se incluyera esta cláusula porque significaba otorgar un rasgo constitucional a la prohibición de ese derecho, negando incluso la legislación vigente desde 1921.
Al calor de las luchas y de las fuertes polémicas que se dieron a partir de la “cruzada santa” llevada a cabo por el mismo Carlos Menem y la jerarquía católica, se fue generando un ambiente que favoreció la visibilización del tema.
En las protestas de cientos de mujeres en la Universidad Nacional del Litoral, sede de la Convención Constituyente, aparecían pancartas que decían: “nuestra decisión importa”. La Comisión por el Derecho al Aborto difundía una solicitada, previa a la elección de los delegados constituyentes, que tuvo mucha repercusión; la misma titulaba “8 de marzo. Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Estaba firmada por Dora y junto a su nombre estaba el de Nora Cortiñas, Osvaldo Bayer, Beatriz Sarlo y una larga lista de etcéteras. Allí exigían que se reconociera “el derecho humano de la mujer a decidir sobre la interrupción del embarazo”. Hubo otras iniciativas que fueron apoyadas por actrices, personalidades de la cultura, periodistas y referentes políticas que aparecieron durante los debates de los constituyentes y mediante las cuales buscaban mostrar el fuerte rechazo a la modificación de la Constitución.
Como no podía ser de otra manera, la Iglesia Católica también hacía su campaña insistiendo en la necesidad de lograr un artículo constitucional que prohibiera concretamente el derecho al aborto.
Dora, sus compañeras y las cientos de organizaciones que se enfrentaron a esta reforma, lograron un triunfo: se impidió la inclusión de ese artículo a la Constitución.
Pero la lucha continuaría. Un año más tarde, el gobierno de Menem estableció por decreto que el 25 de marzo sería el Día del Niño por Nacer, una de las acciones impulsadas por el Vaticano en su renovada cruzada contra el derecho al aborto en todo el mundo, a tono con la adhesión al tratado internacional conocido como el Pacto de San José de Costa Rica, que establecía la protección de la vida "desde la concepción".
Ahora que sí nos ven
Otra vez Dora, otra vez una reunión, pero esta vez en Argentina. Las mujeres jóvenes, las trabajadoras de diversos gremios y de las fábricas recuperadas después de la crisis del 2001, como Brukman y Zanon, las estudiantes y las feministas cantan por el derecho al aborto, repudian el oscurantismo de la Iglesia y aplauden cada intervención con fuerza. Están en una sede la Universidad Nacional de Rosario, allí funciona la primera Asamblea Nacional por el Derecho al Aborto. Se percibe en el ambiente la potencial fusión generacional; activistas pioneras de esta lucha, jóvenes que salieron a las calles para enfrentar el ajuste y militantes de organizaciones de izquierda que le pusieron el cuerpo esta demanda. Es 2003 y todas esas mujeres allí reunidas se dieron cita para participar del XVIII Encuentro Nacional de Mujeres. Muchas de las que están allí preparándose para votar un plan de lucha nacional para conquistar la legalización del aborto ya habían vivido experiencias similares en las asambleas barriales y habían enfrentado tanto el gobierno de De la Rúa como el de Duhalde.
Se dice que ese Encuentro fue un antes y un después en esta lucha. Solo en la apertura se contabilizaron alrededor de 10 mil mujeres, cifra que fue creciendo en el transcurso del día, cuando iban llegando los micros. Lo que se venía manifestando desde los Encuentros anteriores era que las mujeres querían dar un paso al frente, ellas también exigían su parte.
Cansadas del intento de la Iglesia de acallar sus voces, “centenares de mujeres nos autoconvocamos en una Asamblea para debatir cuál era el mejor plan de lucha para avanzar en la legalización del aborto”, contaba Dora Coledesky. Quién además recordaba: “Pegamos carteles anunciando la asamblea. Y en el momento naturalmente nos subimos al escenario, la compañera María Chaves al lado mío y abrimos la asamblea (...). Fue muy importante porque fue un gran impulso al Encuentro y a la lucha contra la Iglesia que como siempre había mandado su gente”.
En esa misma asamblea, acordaron por primera vez un plan de lucha nacional por el derecho al aborto que incluía una marcha nacional, llevar a cabo el Primer Encuentro Nacional por el Derecho al Aborto libre y Gratuito en el que se acordarían estrategias para conquistar su acceso legal y seguro y organizar una comisión nacional para promover leyes que dieran forma a estos reclamos.
Cientos de ellas terminaron la asamblea organizándose detrás de una enorme bandera violeta, hecha por las compañeras del PTS junto a estudiantes independientes que luego formarían la agrupación de mujeres Pan y Rosas, donde exigían “Derecho al aborto libre, legal, seguro y gratuito” que recorrió toda la ciudad de Rosario y se plantó frente a la Catedral, repudiando el rol de la Iglesia Católica.
Aquella asamblea fue el puntapié para la organización de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, la misma que luego elaboró el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que obtuvo media sanción en Diputados en junio último y que el Senado rechazó. Este proyecto, que anteriormente nunca había sido tratado, se había presentado año a año desde 2007.
Esta experiencia demostró que todo se consigue con la lucha y que no se terminó acá, sino que es necesario sacar conclusiones para discutir cómo prepararnos para la próxima batalla, sin esperar pasivamente decisiones del Congreso porque, si hay algo que la historia demostró, es que la única forma de mantener vivo este reclamo es estar en las calles, movilizadas y organizadas.
Pan y Rosas, el nacimiento de una agrupación de mujeres feministas y socialistas
Las militantes del Partido de Trabajadores Socialista participaron activamente de la Asamblea por el Derecho al Aborto de aquel Encuentro y en él también difundieron una declaración firmada junto a organizaciones de desocupados, la Comisión por el Derecho al Aborto, comisiones de mujeres de la UBA, el Ce.Pro.D.H. y a la que también adhirió Celia Martínez, obrera de Brukman, donde se planteaba: “apoyo a las fábricas recuperadas, ante cualquier intento de desalojo y colaboración con el fondo de huelga de las obreras de Brukman, para que esta lucha de heroicas mujeres no sea quebrada por hambre”. También, que la lucha contra la desocupación debía basarse en el reclamo por “Trabajo genuino para todas/os. Reparto igualitario de las horas de trabajo entre ocupadas/os y desocupadas/os con el mismo salario”.
Aquella experiencia, que desarrollaron junto a decenas de jóvenes independientes, era expresión de la militancia conjunta que venían realizando con las mujeres de las fábricas recuperadas y la participación en las asambleas, encuentros y movilizaciones que había dejado el 2001. Al volver de Rosario ya no eran las mismas. Un grupo de compañeras del PTS se propuso impulsar una agrupación de mujeres trabajadoras ocupadas y desocupadas, estudiantes y jóvenes, con una perspectiva feministas y socialista: la llamarían Pan y Rosas, en homenaje a las obreras textiles de principios de siglo pasado que lucharon por sus derechos.
A lo largo de los años Pan y Rosas fue creciendo y se convirtió en una agrupación internacional que actualmente se organiza en Alemania, Bolivia, Brasil, Chile, Estado Español, Estados Unidos, Francia, México, Uruguay y Venezuela.
El desafío que tomaron en sus manos hace ya quince años lo continúan hoy construyendo a diario: una gran agrupación que pelee por la emancipación de las mujeres de toda opresión, desde una perspectiva anticapitalista, clasista y socialista revolucionaria.
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