La reciente publicación de la revista Catarsis [1], retoma categorías teóricas de Antonio Gramsci para poner en discusión la perspectiva de la potencialidad política del movimiento feminista.
La pregunta central que estructura el dossier principal es: ¿puede la lucha feminista expresar una nueva hegemonía y oficiar de instancia articulatoria general, aliada al movimiento de las disidencias, de manera tal de amalgamar a la variedad de luchas y resistencias que hoy circundan a nuestra región, y que permitan dar el salto hacia lo ético-político?
La actualidad de la marea verde en Argentina, sus resonancias en América Latina y la crisis económica internacional que el mundo atraviesa desde el 2008, hacen de ella no solo una pregunta original, sino un debate político-estratégico.
La revista destaca la presencia innegable del rol activo de las mujeres a través de distintas enunciaciones teóricas, voces y experiencias (desde el MST de Brasil, las revueltas educativas en Chile, en las comunidades mapuches, entre otras).
Con matices, evocan al feminismo como una revolución en curso, que trastoca identidades, instituciones y territorios: una nueva hegemonía, o al menos la potencialidad de una. Ahora bien: ¿es factible pensar en una “traducibilidad” política a partir de un movimiento social tan heterogéneo como el movimiento de mujeres? Resulta necesario volver a Gramsci para precisar el debate teórico sobre sus usos e interpretaciones, con el fin de extraer las consecuencias estratégicas pertinentes, para pensar al movimiento de mujeres y sus alcances, junto con la perspectiva de la revolución social.
De lo corporativo a lo político
En los Cuadernos de la cárcel, Gramsci describe al momento de catarsis como una situación de elevación de las clases subalternas y expresión superestructural de la crisis orgánica, en tanto implica “una elaboración superior de la estructura en superestructura en la conciencia de los hombres. Esto significa también el paso de lo ‘objetivo a lo subjetivo’ y de la ‘necesidad a la libertad’” [2].
En este sentido, situaciones de crisis económicas que resquebrajan la hegemonía de la clase dirigente, habilitarían nuevas formas de pensar y de resolver la cuestión del Estado, desde el punto de vista marxista de la unificación de la clase obrera y sectores populares. Tal como lo expresan en la revista, el “momento catártico” está signado por el salto del estadio económico-corporativo hacia el ético-político.
En “Análisis de las situaciones-relaciones de fuerza” Gramsci analiza el momento estratégico de la hegemonía, ligándolo a esas situaciones de crisis y midiendo su correspondencia con las relaciones de fuerza. Con el afán de superar la dicotomía determinista base/superestructura, el autor desarrolla la construcción de la hegemonía en tres niveles: el económico-social, el político y el militar. En cada uno, la misma está pensada como vía de resolución de conflictos con distintas temporalidades, oficiando de articulación entre las relaciones económicas, sociales y las relaciones políticas [3]. En este sentido y siguiendo a Marx, constata que no hay una instancia de la sociedad que está fuera del conflicto de la lucha de clases, como motor de la historia.
Para Gramsci, el segundo nivel en tanto grado político de las relaciones de fuerza, constituye un “grado de homogeneidad, autoconciencia y organización”. Haremos el ejercicio gramsciano de “traducción” tomando un movimiento organizado por las demandas de género para pensar un posible pasaje del “corporativismo” a la política, con el fin de problematizar su oscilación entre la resistencia y la ruptura con el régimen.
Tres momentos de la conciencia política colectiva
Gramsci diferencia a su vez tres momentos en este plano del desarrollo de la conciencia política colectiva. Primero, el económico corporativo, como el de las demandas propias y homogéneas del grupo en cuestión. La visibilización de la violencia machista y exigencia al Estado para la prevención de los femicidios en aquel primer Ni Una Menos del año 2015, fueron parte de cómo tomaron forma esas demandas propias.
El segundo momento, consiste en “la conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía en el campo meramente económico [e involucra] la cuestión del Estado, pero solo en el terreno de lograr una igualdad jurídico-política con los grupos dominantes” [4]. Esa igualdad jurídico-política o igualdad formal al interior del régimen capitalista, remite a la exigencia de una ciudadanía plena o al menos ampliada, presente en la marea verde que copó calles, universidades, escuelas y lugares de trabajo desde el 2018. A fuerza de asambleas y paros internacionales, se logró imponer el debate por el derecho al aborto en la agenda política. Demandas como la implementación de la Educación Sexual Integral y la separación de la Iglesia del Estado expresan ese sentido democrático, en tanto “se reivindica el derecho a participar en la legislación y en la administración y hasta de modificarla, de reformarla, pero en los marcos fundamentales existentes” [5].
En la revista, Verónica Gago y Raquel Gutiérrez Aguilar sostienen que con la marea verde
… estamos ante una revolución que, a diferencia de otras, no deja espacio sin conmover ni jerarquizar por etapas la lucha contra las opresiones […] porque logramos salir del aislamiento y encontrarnos entre migrantes, trabajadoras asalariadas y domésticas, estudiantes y artistas...
Sin embargo, si seguimos el pensamiento de Gramsci, tenemos que realizar una definición más precisa, porque este tipo de fenómenos no implican una revolución en sí misma. Su desarrollo está sujeto a cómo se resuelve la crisis orgánica (si por derecha o por izquierda) según determinada relación de fuerzas entre las clases y fracciones de clase, en todos los niveles: social, económico y político.
Ahora bien, en el tercer y último momento, para Gramsci se pone en juego la cuestión de la hegemonía como el pasaje hacia la unidad económica, política, intelectual y moral de la superestructura. Es decir, cuando la defensa de los intereses propios del grupo social dirigente, se unifica con la de otros grupos con demandas afines.
Entre la revolución y la restauración
El movimiento de mujeres en Argentina oscila entre un segundo momento (en el cual aún no ha logrado imponer sus demandas al Estado) y un tercero “ético-político”, también inconcluso y en disputa. Para Gramsci, el tercer momento es la “fase más estrictamente política, que señala el tránsito neto de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas, es la fase en la que las ideologías germinadas anteriormente se convierten en ‘partido’” [6]. Esta fase implica la elaboración de un programa que exprese esa unificación de la heterogeneidad y se constituya en una ruta de subversión del Estado capitalista (en tanto Gramsci piensa las relaciones de fuerza para destruir al Estado capitalista, no para otra cosa).
Es allí donde los artículos de Catarsis, que plantean este interesante ejercicio de mirar el movimiento de mujeres desde Gramsci, se vuelven más esquivos: ¿cuál sería el programa que unifique la heterogeneidad social de “las mujeres” de la marea verde (dividido por la relación de clase) para lograr ese plano “universal”? ¿En qué consistiría este programa como herramienta de destrucción de las relaciones sociales capitalistas y su Estado (que no pueden protagonizar solo mujeres, como es obvio)?
El desafío consiste, entonces, en pensar este doble eje “universalización/subversión” o, para decirlo en términos gramscianos, “hegemonía/revolución”. En ese plano, aparece la necesidad de superar el mero ámbito democrático de las demandas del movimiento de mujeres. De otro modo, la hegemonía de la clase dominante dentro de este sistema –es decir, la hegemonía burguesa– no se subvierte. Dan cuenta de ello variados ejemplos a nivel internacional de países con Estados democrático-burgueses con agendas que incluyen esas demandas, a expensas de sostener distintos tipos de opresión junto con la explotación de extensas capas de la población, entre ellos hombres y mujeres.
Es por esto que es importante reflexionar sobre la vinculación de este “momento catártico” con el peligro de pasivización (o revolución pasiva, como decía Gramsci para contraponerla a una revolución activa, como la que expresan Gago y Gutiérrez Aguilar) que es siempre un desenlace posible. Desde distintos sectores del movimiento de mujeres se reconoce que el feminismo constituye un “actor político”. Pero es necesario decir más, porque actualmente el movimiento de mujeres en Argentina enfrenta un peligro de pasivización por parte del kirchnerismo: con el programa de unir los pañuelos (que por cierto no es criticado en la revista), y también si se piensa en una coalición peronista más amplia que tiene como figura estelar a Luis Manzur, central en el armado que impidió la aprobación del aborto legal en el Senado y es conocido por obligar a parir niñas en Tucumán. ¿Acaso no es esto un intento bastante claro de encauzar al enorme movimiento y sus demandas al interior del régimen y reforzarlo como una demanda “corporativa” de una minoría destinada a pelear eternamente por lograr su derecho particular? Dada la coyuntura política en Argentina, es llamativo que la pasivización como vehículo de “re-corporativización” de las demandas de las mujeres (o sea, lo opuesto a su transformación en movimiento hegemónico) esté ausente en Catarsis.
Es justamente porque el movimiento de mujeres ha jugado un rol político y actúa en esta contienda de fuerzas, que la marea verde debe discutir abiertamente cómo enfrentar esta política de pasivización (herramienta clásica de la burguesía para anular el filo peligroso de todo movimiento, como bien lo entendió Gramsci), peleando por una perspectiva completamente independiente.
La potencialidad revolucionaria de las mujeres trabajadoras
Volviendo a la pregunta inicial, entonces, ¿qué tipo de fuerzas sociales y con qué sectores precisa aliarse para dar ese paso a lo ético-político? En la revista Federici propone una constatación: “el movimiento feminista puede ser una fuerza hegemónica porque pone sobre la mesa la cuestión de la reproducción de la vida”. Y hacia el final de su artículo agrega que desde allí “[…] podemos ver nuestros vínculos con otros movimientos: los de los maestros y maestras en la escuela, los movimientos campesinos, ecológicos”. Pero: ¿cómo evitar la segmentación de las luchas en su momento corporativo y parcial sin escrutar los puntos de articulación de dicha fragmentación?
Efectivamente, ese papel de las mujeres en la reproducción de la vida, las coloca en el centro de la escena. Pero la reproducción de esa vida –que en Federici aparece bajo una forma abstracta– en el sistema capitalista es reproducción de la fuerza de trabajo como condición necesaria para la reproducción del sistema en su conjunto, que se constituye bajo la forma concreta de cuerpos disponibles para la explotación y la generación de ganancia. Las mujeres de la clase trabajadora ponen sobre la mesa la cuestión de la reproducción de la vida como reproducción de una fuerza de trabajo cada vez más empobrecida, precarizada y sometida a la humillación. Son ellas, entonces las protagonistas de defender los territorios afectados por el avance neoextractivista, las escuelas deterioradas, los hospitales sin insumos. Luchas que cuestionan aspectos de la estructura socioeconómica y precisan de un programa anticapitalista para su triunfo. Es allí donde reside la potencialidad hegemónica del movimiento de mujeres: en su protagonismo como sujetos privilegiados en la lucha por la calidad de vida de los millones y millones de explotadas y explotados en este sistema, lucha que comparten con sus compañeros de clase (opten por el género que opten).
Asistimos en la actualidad al doble proceso de una extensión objetiva de la clase trabajadora, mucho más heterogénea y fragmentada, surcada por identidades que nacen de las distintas opresiones (raza, género, sexualidad, etc.). Mejorar las condiciones de las mujeres trabajadoras implica atacar al sistema mismo que reproduce su doble o triple opresión, y llevar las demandas propias del movimiento hacia su unificación con las de la clase en su conjunto, con el potencial revolucionario de acabar con todo tipo de explotación y opresión [7].
Catarsis propone un valioso aporte de debate político alrededor de la irrupción de la marea verde y sus alcances. Al calor de la crisis actual (en vías de profundizarse) y de las luchas que vendrán, cabe ahondar en la discusión en torno a las alianzas, la estrategia y el programa, y por ende la herramienta política que permitan potenciar la construcción de esa articulación que se pretenda universalista, una que hegemonice al conjunto de la clase trabajadora y de los sectores oprimidos.
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