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Red Internacional
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Tribuna Abierta. La muerte del patriarca

Compartimos una nota del libro "Figuritas quichuas" de Hector Andreani publicada por él en 2009 después del fallecimiento de Sixto Palavecino.

Miércoles 1ro de abril de 2015

Se hace difícil precisar algunos aspectos que rodearon la vida y la muerte de Sixto Doroteo Palavecino. Se vio por televisión una respuesta enorme de parte de la sociedad santiagueña por la noticia de su muerte. Una despedida emotiva, de sus familiares y gente muy querida, a un músico, escritor y narrador, pocas veces vista en la provincia. Muchos folcloristas, escritores, funcionarios, trabajadores, y muy pocos quichuistas. Surgieron las opiniones vertidas sobre su figura: que era un grande, un baluarte de la cultura, un gran gestor, etc. Un diario centenario publicó que “se fue el último exponente del quichua”. Me llamó la atención que nadie fundamentara el por qué de tanta gloria, el por qué de sus propias opiniones. Quiero indagar cómo algunos sectores miran la figura de Sixto, y qué ideologías subyacen en esas miradas.

El país (o por lo menos el sector ávido de turismo antropológico) ve a un hombrecito con violín, hablando milagrosamente en quichua, y se imagina un rezago de “patrimonio cultural”, un “testimonio vivo de las culturas antiguas”. Para la provincia, el caso es más complejo: hubo que esperar hasta que Sixto falleciera, para que los medios locales repitieran su imagen sachera hasta el hartazgo. Si bien antes fue mediatizado decenas de veces, siempre fue menos por convicción que por concesión hacia algo que no se entendió nunca del todo. Concesión a una figura que, de algún modo, simboliza lo que queda de un espacio campesino en amenaza constante.
Hablar de la muerte de Sixto es hablar de la desaparición de una idea de cultura que, durante muchos años, los sectores intelectuales mitificaron, y después de las fotos, lo guardaron en el cajón para el próximo festejo. Nada de esto se relaciona con su inmensa obra, su vida y su accionar cultural, a través de un violín sachero sencillo, potente, extraño.

Frente a la abrumadora evidencia de estos días, es necesario proponerse discutir, al menos, por las condiciones que obligaron a que Sixto (aunque no es así) sea visto como un pedazo de tela roto, perdido, pero conservado hasta su última hebra como pieza de museo, el cual está siempre a punto de caerse. Pero a cada fecha cultural, se lo remoza con guirnaldas, con algún programa educativo compensatorio que confunde “lo quichua” (y toda su superficie compleja), y “lo indígena” (con todo lo falso o verdadero que se hace presencia en Santiago). Indagando cómo se mira a Sixto, encontraremos una de las claves de la ideología multicultural santiagueña contemporánea.

Si logró trascender fue porque, a fuerza de su violín, del apoyo inicial de León Gieco, de músicos que lo acompañaron en el camino, de numerosos discos quichuas invaluables, Sixto remó a contracorriente de un modo que a ningún militante político o gestor cultural se le hubiera ocurrido en estos 40 años. Pero también porque se lo dejó cantar, se lo dejó hablar en quichua en los medios; lo dejaban aparecer ante las cámaras como para quedar bien, y para no pasar por ignorantes hacia aquello que no se entiende.

El Martín Fierro quichua que hizo no es sólo un libro: es parte de una tragedia mayor. Más allá de que algunos quichuistas hayan entendido su traducción o no la hayan comprendido, hubiera sido interesante enterarnos sobre miles y miles de ejemplares repartidos en cada rancho, y en cada escuela de Santiago. O que haya sido parte de los planes de lectura. Por supuesto que nada de esto pasó: nadie, en el área educativa, sabe qué hacer con un bilingüismo de miles de niños quichuistas (o bidialectalismo de los no quichuistas, como somos vos y yo), o con los miles de “Sixtos” que nunca podrán ser. Niños que no tienen espacios en educación porque una de sus lenguas sigue siendo “ilegal”. Niños que nunca podrán escribir poesía quichua, ni cantar en quichua, ni putear en quichua en la carpeta de la escuela, ni argumentar en una nota de opinión en quichua, ni hacer un informe científico en quichua, porque nadie sabe qué hacer con esa realidad que debe ser promovida y desarrollada.

El Martín Fierro quichua también sufre los efectos de esa hipocresía cultural: nadie, jamás, publicó un comentario del Fierro quichua, mucho menos un análisis crítico.

Aplaudimos su publicación, y pasamos a otra cosa. Profesores en lengua: a nadie de nosotros le interesa el quichua, mucho menos el castellano real que se habla. Nadie pidió este libro. Nadie vio que circulen por el espacio social. Mucho menos la esfera rural, lugar estratégico de un público ideal al que Sixto hubiera querido llegar. Pero los ejemplares financiados de una obra en quichua es menos una política de lectura que un pequeño gesto paternalista gubernamental. A pesar del notable esfuerzo de amigos y colaboradores que lograron publicar a este Fierro, el nulo interés social por la literatura quichua hace imposible una recepción interesante.

De este modo, el Martín Fierro quichua es empujado a ser parte de las innumerables obras de los intelectuales santiagueños del siglo XX, que hablan del monte, de la problemática del excluido, de la cultura de los “otros”, pero que nunca llegaron al monte, al campesino, ni colaboraron en el proceso de educación popular. Más invisibles, todavía, algunos pocos docentes rurales que intentan generar proyectos educativos sin ningún tipo de apoyo oficial: desconectados entre ellos, sin formación técnico-pedagógica del estado, pero con voluntad silenciosa. De ahí que Atila Karlovich concluía con justa razón que, para la gente, el quichua no se escribe porque no sirve para ser escrito, y porque los perdedores de la historia no son cotizables ni interesantes para nadie.

La muerte de Sixto sirve para hacer notar que nadie quiere embarrarse en un derecho humano esencial: el derecho a la educación escolar en la lengua que te sientes más cómodo para vivir. Existen solamente dos cargos docentes de lengua quichua, sobre una estimación de miles de niños quichuistas en Santiago del Estero. No existe formación de recursos humanos ni líneas de investigación sobre enseñanza eficaz de la lengua. La modalidad provincial de educación intercultural tiene muchos problemas y falta de presupuesto. En el nivel superior, hay un curso y una tecnicatura universitaria que se van haciendo al andar. En escuelas y colegios hay algunas experiencias sin registrar, que podrían calificarse como de promoción intercultural bilingüe, pero los docentes no pueden visibilizarlas como tales, al no tener el apoyo técnico ni la capacitación debida.

Frente a este panorama, surgen medidas gubernamentales irrisorias: homenajes sin propuestas de acción, melancolías sin reflexión, proyectos sobre el día de la “cultura quichuista”, o el “día del quichua”. Es decir, una carga más al calendario mecánico de docentes abrumados de actos. Dicho en otras palabras: la quichua es asumida como parte marginal del espacio cultural, cuando sería estratégico pensarla como parte fundamental del espacio educativo. Los integrantes del primer sector se sienten seguros de su tipo de política referida a la quichua, pero no se animan a “pasar” al segundo sector, ni pueden pensar acciones concretas.

Eduardo Rosenzvaig decía una vez que, en la democracia universal de las emisiones, uno es el mundo rico y el otro pobre, pero el poder de emisión se halla en la media esfera rica. Pienso en el lugar desigual de la quichua. Con Sixto se murió algo lo más “aceptable” del monte que nuestra sociedad santiagueña puede llegar a aguantarse. Sixto fue un puente movedizo entre una comunidad que lucha todos los días por su forma de vida, y el resto de la sociedad.

Si acaso muchos cantan, recitan, narran en quichua ¿pudieron aparecer alguna vez? ¿Tuvieron apoyo de alguien para hacerlo? ¿Hasta qué grado pudieron cursar, al igual que Sixto? ¿Es posible que la sociedad sólo vislumbre un hombre, tapando el bosque con una hoja? ¿Por qué, en medio siglo de visibilización mediática del quichua, no hay miles de adolescentes-Sixto, miles de poetas-Sixto, o escritores-Sixto? ¿Realmente se murió el último exponente del quichua?

Se trata de “intocables” prejuicios sociales reflejados en discursos en torno a Sixto.

Miles de potenciales artistas del monte, excluidos del discurso social. La cultura de miles de personas fue ninguneada, dada por muerta, y reducida a la imagen de una persona querida. Se impuso el traje de patriarca, prócer, apóstol, a un artista: costumbre santiagueña de mitificar, ocultando realidades que no nos gusta ver. Si bien la perorata de los medios, Sixto no es de ningún modo un “patriarca”. Es un aquí y ahora, bien cercano, que nos interpela con su presencia. La misma presencia de miles de quichuistas caminando por nuestras calles, negando su condición de bilingües para evitar ser marginados.

Cuesta expresarlo, pero el asunto es si lo que representa Sixto para la sociedad es nada más que un musiquero, algo pintoresco, o una escarapela folclórica. O acaso su lucha, su vergüenza inicial a hablar quichua, su penurias económicas, su arte sin fronteras, nos desafían a una discusión profunda en materia de educación popular, donde el bilingüismo sea un elemento estratégico para miles de niños y jóvenes que podrían desarrollar su autoría y pensamiento desde su quichua. ¿No es eso acaso, lo que los adultos reclamamos de la educación? ¿Seguridad, sentido crítico, inteligencia, calidad educativa? Aquí hay un camino, pero pocos se animan a andarlo, menos a verlo.

Éste sería el mejor homenaje a Sixto: investigaciones participativas, educación popular, docentes curiosos, proyectos comunitarios en la escuela, docentes discutiendo qué hacer con el quichua de sus alumnos, chicos escritores, poetas, musiqueros, polemizadores. En fin, una planificación lingüística destinada a una lengua minorizada, nacida de sus propios adentros.

Y la música saldrá sola.