Desde sus comienzos la música se usa en diferentes ámbitos y circunstancias. Para la clase trabajadora el placer de su disfrute suele chocar con las condiciones de vida impuestas por el sistema.
Viernes 30 de septiembre de 2016 00:00
Según la definición tradicional del término, la música es el arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios utilizando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo.
La música, como toda manifestación artística, es un producto cultural. Es un arte al que muchas personas recurrimos para llenar nuestra vida de felicidad y que influye en nuestro estado emocional.
En muy pocos lugares de trabajo está permitido escuchar música mientras uno trabaja, ya que según las normativas de cada empresa, escuchar música puede llegar a distraer y hacer que la tarea realizada no salga correctamente o que sea un "riesgo" de seguridad para el operario.
Durante una jornada de trabajo de horas extenuantes una simple melodía casi que puede llegar a dar un pequeño aire de respiro, hacernos reír, acordamos de otra ocasión en que escuchamos esa canción, sacarnos de pensar cuántas horas nos faltan para salir y estar con nuestras familias, dejar de sentirnos una parte más de la máquina, de tener la mente en blanco y realizar los movimientos en el trabajo casi mecánicamente.
Sentirnos fuera de ese sitio donde lo que reina es la opresión, el maltrato, los apuros de las encargados, las condiciones precarias de trabajo y muchas veces la discriminación.
Los "riesgos" no son por escuchar música, sino por las malas condiciones de seguridad, donde en muchos casos no nos son dados los elementos básicos que nos protegen de lastimarnos o trabajamos con maquinarias en estado deplorable por falta de mantenimiento, por no parar la producción.
El agotamiento de laburar a altos ritmos de producción, el trabajo en la intemperie en climas de lluvia, de alta o bajas temperaturas. Esos son riesgos y sólo son algunos.
Las patronales buscan no solamente pagarnos salarios de miseria donde tengamos las mínimas condiciones para nuestras vidas, sino que llegan al punto también de restringir nuestro pequeño bienestar por más mínimo que sea, como es escuchar música o hablar con nuestros compañeros de trabajo.
Pero estas restricciones que vivimos dentro de nuestros lugares de trabajo, una vez afuera no cambian mucho. Es difícil poder disfrutar estas diferentes expresiones artísticas o culturales. Los valores de las entradas para poder asistir a cualquier tipo de evento son costosos y no todos podemos acceder y, si accedemos, es con mucho esfuerzo.
Nuestras mentes están oprimidas por el sistema de explotación capitalista, somos números que generan ganancias, apéndices de las máquinas, donde nos quieren hacer creer que el trabajo es nuestro único horizonte y que los placeres son limitados.
Los trabajadores nos tenemos que organizar para terminar con la explotación, porque va a ser ahí cuando los pequeños (y grandes) placeres como la música, como disfrutar del arte y hacerlo, van a dejar de ser un privilegio o un gusto que nos podemos dar de manera extraordinaria con mucho esfuerzo.
Tenemos que luchar por una sociedad sin clases porque nos merecemos que la vida cotidiana esté llena de estos placeres.