La revuelta de Stonewall fue un hito que hizo avanzar la conciencia del movimiento LGBTI. Las lesbianas tuvieron que abrir, a los codazos, su propio camino dentro de este mundo que salía a la luz.
Sábado 24 de junio de 2017
El 28 de Junio de 1969, en el barrio Greenwich de Nueva York, sucedió un episodio que marcaría para siempre la historia del movimiento LGBTI mundial. Era una noche como cualquier otra en el Stonewall Inn cuando un grupo de detectives de la policía irrumpió en el bar. En aquella época, cuando todavía lo gay no se había convertido en una marca registrada en Estados Unidos, los espacios donde se expresaba la diversidad sexual estaban a la sombra del mundo heteronormal.
En Estados Unidos se sucedían las redadas policiales a lugares de gays, lesbianas y transexuales desde varias décadas antes del episodio de 1969. Sin embargo los llamados “disturbios de Stonewall” se dieron bajo un clima particular. Por aquellos años la juventud había comenzado a organizarse y a salir a las calles por sus derechos civiles y en contra la guerra de Vietnam. A su vez el movimiento feminista daba comienzo a su segunda ola ligada al descubrimiento de la pastilla anticonceptiva, los estudios sobre el orgasmo femenino y al movimiento de liberación sexual.
Es en este contexto, que los y las presentes en el boliche Stonewall aquella noche, dijeron basta y respondieron a la represión policial con levantamientos y barricadas que duraron tres días. A partir de ese momento el movimiento LGBTI salió de detrás de bambalinas para sumarse a la oleada revolucionaria de los años 70.
Surgieron organizaciones como el Frente de Liberación Gay (Gay Liberation Front) que haría eco en varios países del mundo, incluido Argentina y la Unión Gay Académica (Gay Academic Union) que organizaba a gays y lesbianas en las universidades.
Dentro de este amplio movimiento, las mujeres lesbianas encontraron ciertas contradicciones. El mundo LGBTI no se encontraba en esa época (tampoco lo está ahora) libre de sexismo. Fue así como muchas lesbianas decidieron unirse a organizaciones feministas. La doble opresión que sufrían por ser mujeres y por su orientación sexual era el eslabón que unía en aquella época al feminismo con el movimiento LGBTI. Esa unión, sin embargo, resultó ser débil.
A mediados de los 60 se conformó el grupo NOW (National Organization for Woman: organización nacional para las mujeres). Esta organización que aún hoy existe, fue de las más masivas de la época. Algunas activistas lesbianas formaron parte de este grupo en sus inicios apoyando los reclamos de las mujeres heterosexuales y luchando para que sus propios reclamos se incluyeran en la agenda feminista.
En 1969, Betty Friedman, una de las fundadoras de NOW, dijo durante un congreso que las lesbianas, a quienes llamó “la amenaza lavanda” (lavander menace), “desvíaban” el eje de la lucha feminista por la igualdad económica de las mujeres.
Todo un sector de la organización se proclamó a favor de esta postura con argumentos tales como, que les molestaba que se reproduzca el sentido común de feminista=lesbiana o que las demandas de esa minoría podían ser postergadas para cuando se hayan conquistado las principales demandas de la agenda feminista.
Fue tras ese episodio que un grupo de lesbianas entre las que se encontraba la escritora Rita Mae Brown, rompen con NOW y comienzan a organizarse en agrupaciones de lesbianas con distintas estrategias. Algunos de estos grupos fueron: Lavander Menace, The Killer Dyke (la torta asesina) y Revolutionary Lesbians (lesbianas revolucionarias).
Cada grupo tenía una estrategia diferente para lograr la igualdad de género y la liberación sexual.
Por un lado se encontraban las lesbianas moderadas que formaban parte de grupos feministas junto a mujeres heterosexuales con una estrategia reformista. Por el otro, estaban las lesbianas radicales que tenían una concepción separatista en la lucha contra el patriarcado.
Ellas conformaron agrupaciones exclusivamente de mujeres lesbianas, reforzando una especie de fundamentalismo lésbico que incentivaba a todas las mujeres a romper su vínculo con los hombres. Se plantaban en contra de la bisexualidad y algunos grupos hasta rechazaban a las lesbianas “butch” por ser masculinas. Agrupaciones conocidas de separatistas en esa época eran “Las furias” y “Celda 16”.
Estas agrupaciones solían criticar al feminismo por excluirlas de sus demandas pero a su vez existía otra minoría oprimida a la que ellas no solían tener en cuenta: las lesbianas de color.
El movimiento de feministas lesbianas de color surgió como una necesidad ante la supremacía del feminismo blanco racista. Alrededor de ellas se organizaban las mujeres afrodescendientes pero también las lesbianas latinas y orientales. A su triple opresión de género, orientación sexual y raza les atravesaba de forma innegable la cuestión de clase, ya que la gran mayoría de los inmigrantes en EEUU vivían (y viven hoy) en los barrios más pobres.
La más conocida de estas agrupaciones fue Black Sisters United, conformado por mujeres negras, lesbianas y heterosexuales que no solo luchaban contra el machismo sino que creían que el movimiento de mujeres debía tener en cuenta la cuestión de raza, orientación sexual y clase. No se definían a sí mismas como feministas ya que esta etiqueta identificaba a un movimiento de mujeres blancas de clase media del que se encontraban excluidas.
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Muchas de estas mujeres no sólo no llegaban a tener los mismos cargos que los hombres sino que se les negaban los trabajos de las mujeres blancas, muchas trabajaban como mucamas o niñeras de otras mujeres. Una famosa referente para las mujeres de color en esa época fue Angela Davis quien participó del partido Black Panthers, un grupo revolucionario que brindaba asistencia social y combatía contra la policía xenófoba en las calles.
Dentro de las lesbianas que se consideraban revolucionarias o socialistas también existían distintas estrategias. Algunos grupos de separatistas nombrados anteriormente como “Celda 16” se hacían llamar socialistas por tomar en consideración la cuestión de género, clase y raza, sin embargo, no creían en la unidad de las luchas de los obreras con las de todos los oprimidos. Defendieron a la mujer trabajadora pero ponían al enemigo en el hombre y no en un sistema capitalista que alimenta la opresión patriarcal.
Por otro lado, la agrupación Revolutionary Lesbians escribía en un artículo de 1971: “las lesbianas revolucionarias ven su propia lucha como parte de una lucha mayor por el fin de la explotación capitalista y el alcance del comunismo. Sentimos que ninguna de nosotras será libre hasta que todas las formas de opresión (capitalismo, imperialismo, racismo, sexismo…) sean eliminadas”.
Hoy tenemos que tomar en nuestras manos las banderas de estas mujeres que hace 48 años le dijeron basta a la opresión, patearon el tablero y se animaron a cuestionarlo todo. Seamos miles exigiendo la absolución para Higui y millones queriendo cambiar este sistema que nos impide ser totalmente libres.