Presentamos este artículo como adelanto de la revista Ideas de Izquierda Nro.45, que ya se puede conseguir completa a partir esta semana en Riobamba 144 y locales del PTS de todo el país.
El discurso de Cristina Fernández de Kirchner en el Primer Foro Mundial de Pensamiento Crítico organizado por CLACSO, así como varios reportajes concedidos por Axel Kicillof a distintos medios, constituyen una nueva fábula para convencer al pueblo trabajador de que puede revertirse la actual situación sin millones en las calles que impongan el no pago de la deuda y terminar con la sumisión al FMI, como parte de un programa de conjunto para que la crisis la paguen los capitalistas.
Más allá del tema que más repercutió mediáticamente y en las redes sociales de lo dicho por CFK (lo que hemos llamado la “teoría de los dos pañuelos”, destinada a tratar de disciplinar al movimiento de la marea verde a un bloque con Bergoglio, la Iglesia Católica y los sectores más conservadores del peronismo), la visión engañosa y facilista que presenta el kirchnerismo está en consonancia con un planteo destinado a atraer a sectores de la clase dominante que se han desencantado con la gestión de Cambiemos. Pero lo cierto es que si no se toman medidas de fondo contra los intereses capitalistas, el comando de la economía por parte del FMI en los próximos años hará que sea el pueblo trabajador el que cargue con los costos de la crisis, tal como lo vimos en el 2001-2002 y en cada crisis relevante de la historia nacional.
Un pueblo con Paolo Rocca y Luis Pagani
En su discurso Cristina presentó un rescate peculiar de la categoría de “pueblo”, que no sería “ni de izquierda ni de derecha”, como sustento de su planteo de un “frente patriótico y nacional” de los agredidos por el neoliberalismo; otra forma de presentar el “todos contra Macri” que viene sosteniendo el kirchnerismo. Si el “todos” del kirchnerismo abarca políticamente al conjunto de las tribus peronistas, incluyendo a quienes le votaron todas las leyes a Macri en estos tres años y a la burocracia sindical colaboracionista, el “pueblo” al que se refiere es una categoría tan elástica que incluiría socialmente a los distintos sectores de la clase trabajadora (desde los que dependen de los planes sociales hasta quienes sufren el descuento del “impuesto al salario”), las clases medias, las PYMES e incluso a los grandes grupos económicos locales perjudicados por la política macrista, es decir, a una parte de “los dueños del país”, de Paolo Rocca a Luis Pagani. A éstos no se pretende desalojarlos del poder, sino meramente se les reprocha haber apostado por un gobierno y un esquema económico que los terminaría perjudicando, en lugar de comprender que un gobierno de CFK, con un tibio proteccionismo y un supuesto aliento a la demanda, es lo que más convendría a sus intereses.
La ex presidenta ya había enunciado esta idea en su discurso en el Senado, cuando se trató el Presupuesto 2019, donde puso como ejemplo los balances con altas ganancias de Arcor durante su último gobierno. Juan Dal Maso señalaba en un artículo reciente [1] la similitud de lógica política entre el “frente anti Macri” y el Frente Popular de mediados de los ‘30 criticado por Trotsky [2], con la diferencia no menor que significa que lo que nos propone el kirchnerismo está infinitamente más a la derecha social y políticamente que cualquiera de aquellas experiencias. Lo que es común es que para que la clase trabajadora el “frente anti Macri” es en realidad una suma que resta para conseguir sus reivindicaciones y terminar con el saqueo en curso.
Significa limitar todo programa a uno que sea “aceptable” para sectores que fueron y son parte central del poder de la burguesía en los últimos 40 años, dictadura genocida incluida.
Axel Kicillof, por su parte, sostuvo que de llegar al gobierno de ninguna manera romperían con el FMI y que su objetivo es “garantizar la rentabilidad de las empresas” [3]. Un planteo económico que, en lo fundamental, no se diferencia del que podría sostener Roberto Lavagna, afín a un ala del Peronismo Federal y al grupo Techint [4].
Ilusión y realidad
Lo sostenido por Kicillof está construido a partir de una ilusión: que el FMI y el capital financiero entrarían en razones y permitirían un plan menos brutal que el que acordaron con Macri. Así, en lugar del ajuste draconiano, vaya a saber porqué milagro, Lagarde y el FMI permitirían una suba de los salarios y las jubilaciones y, por la vía de la demanda, esto favorecería un proceso de crecimiento económico que beneficiaría también a sectores del gran capital e incluso obtener los recursos para poder pagar la abultada deuda pública, que no sería desconocida sino renegociada. Un relato tan fantasioso como el que planteaba Macri cuando afirmaba que con solo pagarle a los fondos buitre y levantando el cepo comenzarían a “llover las inversiones” y el progreso de la Argentina sería irrefrenable. La realidad fue muy distinta. Solo entró capital especulativo favorecido por las altas tasas y se repitió la historia de salto sideral en el endeudamiento público y en la fuga de capitales, profundizando la decadencia nacional.
Y, si de fantasías hablamos, no olvidemos el “todos contra Menem” de la Alianza y De la Rúa, que pasó de prometer una reforma “progre” de la convertibilidad menemista a recurrir a Cavallo (y previamente al intento de “ajustazo” de López Murphy) para terminar en una catástrofe económica y social que complementó la mega devaluación duhaldista del 300 %. En medio de una fuerte recesión y de una deuda cuyos pagos son incumplibles sin nuevos brutales ajustes para 2020 y 2021, la fábula de que es posible un esquema económico que favorezca a los trabajadores sin romper con el FMI tendrá un destino no muy diferente. Si no se toman medidas anticapitalistas como las que planteamos desde el Frente de Izquierda, cualquiera que reemplace a Macri en el gobierno terminará ajustando en forma directa o indirecta, a partir de algún tipo de “golpe de mercado”.
El carácter ilusorio de lo que propone el kirchnerismo no solo está demostrado por la experiencia ajustadora de sus amigos de Syriza en Grecia [5] (o de Dilma en Brasil), sino por su propio ejercicio de gobierno. Ni bien se agotaron las “ventajas” burguesas del combo default-megadevaluación y comenzó a revertirse el ciclo de alza de los precios de las materias primas, el “modelo” económico kirchnerista hizo agua por todas partes [6]. Los superávits gemelos se transformaron en déficits y los pagos de la deuda comenzaron a realizarse con las reservas del Banco Central, que terminaron poco menos que agotadas cuando CFK entregó el poder en diciembre de 2015. La fuga de capitales, pese a los controles, continuó en alza, llegando a un promedio, según ciertos estudios, de casi USD 14 mil millones anuales entre los doce años de gobiernos K y el interinato de Duhalde [7]. La economía llevaba casi cuatro años de estancamiento promedio cuando Macri llegó al gobierno. ¿Por qué si el esquema que hoy propone el kirchnerismofue absolutamente incapaz de lidiar en ese período con los condicionamientos estructurales que garantizan la dependencia y el atraso nacionales (que tienen una de sus manifestaciones en la llamada “restricción externa”) sería eficaz ahora cuando las condiciones son mucho peores que las de aquel entonces, con la deuda llegando a un 100 % del PBI y el pacto colonial firmado con el FMI condicionando toda la economía nacional?
Pueblo y Multitud
Permítasenos una digresión teórica sobre la categoría de “pueblo” utilizada por Cristina en su discurso, que según su definición, con una clara impronta del último Laclau [8], no sería “ni de izquierda ni de derecha”. Lo cierto es que el concepto tiene una larga historia de debates en la filosofía política. Algunas de estas discusiones fueron retomadas hace unos años por los autores autonomistas. Según Paolo Virno, coincidente en esto con Negri, los conceptos de pueblo y multitud cumplieron un papel relevante en la constitución de los Estados modernos, y “tienen como padres putativos a Hobbes y Spinoza. Para Spinoza, el concepto de multitud indica una pluralidad que persiste como tal en la escena pública, en la acción colectiva, en lo que respecta a los quehaceres comunes –comunitarios–, sin converger en un Uno, sin desvanecerse en un movimiento centrípeto” [9]. Para Hobbes, por su parte, el pueblo es lo contrario de la multitud. Tiene que ver con lo uno, con una única voluntad mientras que la detestada multitud es la amenaza de los muchos. La multitud es lo propio del estado de naturaleza, refractaria a la obediencia, no accede nunca al status de “persona jurídica” porque no se somete al soberano y sus pactos no son durables. La desobediencia civil representaría la forma básica de acción política de la multitud. Para los apologistas del Estado del 1600, “la multitud” sería el sedimento que cada tanto puede amenazar la estabilidad social, el reflujo del estado de naturaleza en la sociedad civil.
Apoyándose en Spinoza, Virno, Negri y otros (más allá de sus diferencias en cuestiones diversas) retomaron contemporáneamente el concepto de multitud presentándolo como el último grito de la teoría social, política y filosófica. Un planteo que, desde nuestro punto de vista, naturalizaba los retrocesos y la fragmentación sufrida por la clase trabajadora con la ofensiva neoliberal y proclamaba el “éxodo” como la práctica que correspondía a un estado de cosas caracterizado por un supuesto hiperdesarrollo de las fuerzas productivas y la posibilidad de construir el “comunismo aquí y ahora” sin tener que pasar por la revolución y la conquista del poder del Estado [10]. Fue el momento de la “ilusión de lo social” y el “grado cero de la estrategia”, donde este planteo estaba a tono con la fantasía de que era posible “cambiar el mundo sin tomar el poder”, que hacía propias las falacias de los globalizadores de derecha sobre el fin del peso de los Estados nacionales y todos los clichés del posmodernismo. Pero los procesos de rebelión popular y los movimientos de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI que siguieron esta lógica de acción se chocaron contra la pared de los poderes estatales realmente existentes.
Después de esto vino “la ilusión de lo político”, con Laclau y su exaltación del populismo reemplazando a Negri como autor a la moda. Un período donde los mismos autonomistas que criticaban a la izquierda marxista por “estadólatra” terminaron más temprano que tarde embelleciendo el tibio reformismo “estatalista” de los gobiernos posneoliberales… Donde distintos partidos y movimientos en América Latina llegaron al poder pero no cambiaron o cambiaron muy poco el mundo, y que, más allá de la retórica, no produjeron transformaciones estructurales ni revirtieron el atraso y la dependencia.
El caso del kirchnerismo es ilustrativo al respecto. Terminó su ciclo de doce años en el gobierno con un 35 % de trabajadores en la informalidad. La mitad de los asalariados cobrando el salario mínimo o menos. Tres millones de familias en emergencia habitacional.
El 80 % de los jubilados recibiendo la mínima. El 25 % de los hogares en situación de pobreza. Abultados déficits comercial y fiscal. El fin del autoabastecimiento energético. Subsidios millonarios a las empresas de servicios públicos privatizadas en los ‘90. Profundización del extractivismo con el “modelo sojero” en detrimento de la agricultura familiar y de los pueblos originarios. Crecimiento de los negocios de la megaminería a cielo abierto. Pagos récord de la deuda externa por USD 200.000 millones. Fuga de capitales de al menos USD 100.000 millones formalmente contabilizados (y otros cálculos que hablan de más de USD 170 mil millones). Dos tercios de las principales 500 empresas en manos del capital extranjero. Y todo esto en medio de inmejorables condiciones internacionales.
Naturalizando la fragmentación
Como señalamos oportunamente, la vuelta al concepto de “multitud” por parte de los autonomistas era un retroceso respecto de la concepción marxista de la lucha de clases y de la estrategia de la hegemonía proletaria, aunque llamaba a confiar en el “poder constituyente” de las masas y mantenía la expectativa en superar la explotación y la opresión conquistando una sociedad de “productores libres asociados”, el comunismo. La vuelta al concepto de “pueblo” por parte de Cristina, y en general, de los teóricos del populismo “nacional y popular” no aspira a ese futuro de emancipación social. Por el contrario, en su categoría de “pueblo” la clase trabajadora se subordina a una fracción de sus explotadores y, en vez de ejercer su “poder constituyente” y elevarse a clase hegemónica, delega la acción política en la “jefa” y sus colaboradores, quienes presentan como máximo horizonte la gestión del Estado capitalista. Peor aún, el proyecto enunciado por Cristina Fernández, considera insuperable la fragmentación de los trabajadores que produjo el neoliberalismo como si la existencia de millones de trabajadores precarizados y en situación de pobreza fuese una realidad inmodificable.
Hay un ejemplo que utilizó Cristina en su discurso que grafica muy claramente esta concepción. Sostuvo, a partir de una conversación en un plenario de delegados del SMATA (con el auspicio del burócrata Ricardo Pignanelli) al que había sido invitada, que el neoliberalismo impedía que los trabajadores automotrices se diesen cuenta de que lo que les descontaban en su gobierno del salario por el impuesto a las ganancias era en realidad lo que permitía que los sectores más vulnerables que cobraban la Asignación Universal por Hijo consumieran en el almacén o en la despensa del barrio. Y que a su vez eso lograba que los comerciantes compraran autos o camionetas favoreciendo el negocio automotriz del cual ellos cobraban sus salarios más altos que la media, como parte de un círculo económico virtuoso desatado a partir de una política estatal. Este rebuscado ejemplo expresa con claridad que el kirchnerismo no se plantea terminar con la precarización laboral ni con la existencia de millones trabajadores en la absoluta informalidad que a lo máximo que pueden aspirar es a recibir planes de empleo por debajo del salario mínimo para poder llevar el pan a su casa. A la vez muestra la renuncia a afectar las ganancias capitalistas. En el reformismo clásico se planteaba una redistribución de la riqueza direccionando parte de las ganancias del capital hacia el salario de los trabajadores. En el proclamado por Cristina la clave de la redistribución se plantea al interior de la propia clase trabajadora, vía la aplicación del impuesto a las ganancias. Más allá de los discursos, la realidad es que la herencia de endeudamiento que dejará Macri, gracias a los sectores del peronismo que le votaron las leyes en el Congreso y a los que en vez de enfrentar el ajuste en las calles desmovilizaron a los trabajadores con la excusa reaccionaria de “esperar a votar en 2019”, no deja lugar a muchas variantes. O se rompe con el FMI, se deja de pagar la deuda y se estatizan la banca y el comercio exterior o habrá que seguir ajustando al pueblo trabajador de alguna forma. Ya sea continuando con la política de “déficit cero” o mediante un default con megadevaluación como ocurrió en 2002.
Multitud y comunismo
Para finalizar, si nada muy nuevo hay bajo el sol tras la enunciación de esta suerte de nueva versión del “pueblo peronista” por parte de CFK, de lo que se trata es de oponer otra perspectiva política para que sea la clase trabajadora la que encabece la lucha del conjunto de los oprimidos para terminar no solo con Macri sino con la decadencia nacional provocada por la continuidad del dominio burgués.
Frente a la catástrofe que no solo nos amenaza sino que ya está entre nosotros, los planteos que hacemos desde el PTS y el Frente de Izquierda son los únicos que pueden permitir que la crisis no la pague el pueblo trabajador.
El saqueo que estamos viviendo solo puede ser derrotado con millones en las calles. Como ha demostrado la historia, y los impactantes hechos en Francia con la rebelión de los “chalecos amarillos” vuelven a reafirmarlo, es el lenguaje de la lucha de clases el único que entienden las clases dominantes.
Pero, siendo condición necesaria, la lucha y la entrada en acción de las masas trabajadoras no alcanza por sí sola. Es necesario un programa y una estrategia para vencer [11]. La propuesta que hacemos desde el PTS de abrir la discusión para poner en pie un partido unificado de la izquierda revolucionaria apunta justamente a construir la herramienta para que la clase trabajadora supere su fragmentación interna y se eleve políticamente como clase dirigente –como clase hegemónica diría Gramsci– para llegar al poder liquidando el Estado burgués y alentando el desarrollo de la revolución social en el terreno internacional.
Instaurando una democracia de los trabajadores que comience la construcción de una sociedad emancipada, donde el sueño de una “multitud” sin tutela de Estado alguno podrá hacerse realidad con la derrota del capitalismo a nivel mundial. Lo que “suma” no es una alianza con la burocracia sindical conservadora, con los gobernadores e intendentes ajustadores, con las cúpulas eclesiásticas enemigas del derecho al aborto y con sectores de la clase dominante que han ganado con todos los gobiernos.
Es, por el contrario, desplegar la fuerza contenida de millones que estos sectores se esfuerzan en paralizar. La fuerza que permita que los trabajadores conquisten su propio poder para cambiar verdaderamente el mundo.
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