Esta semana discutíamos con compañeros y compañeras qué estaba pasando en la clase trabajadora. Los grandes medios, oficialistas u opositores, “pasaban música”. Pero las noticias que mandaban nuestros corresponsales de acá y allá nos ayudaban a encontrar una respuesta.
El frigorífico Arrebeef, de 1000 trabajadores, seguía en estado de ebullición, con la fábrica rodeada y el sindicato traidor ocupado. Los metalúrgicos de Siderar Canning rechazaban la conciliación trucha y volvían a la huelga. Una asamblea de la Línea B de Subte votaba el paro en defensa de la salud obrera. Ese mismo día las calles porteñas se agitaban. La avenida “más ancha del mundo” era escenario de cortes y caravanas: los movimientos piqueteros que denunciaban la pobreza, las y los jóvenes repartidores hartos de la precarización, los trabajadores de Swiss Just que escapan al despido. Llegaban más noticias: ferroviarios despedidos marchaban al Ministerio de Trabajo; enfermeras del Hospital Larcade cumplían un mes de movilizaciones, obreras pesqueras bloqueaban la puerta de Apolo Fish en Mar del Plata para que las reincorporen; lecheros de Mayol levantaban carpas frente a la planta para que les paguen; les pibes de Hey Latam cumplían la primera semana de ocupación contra el cierre.
Si nos alejábamos hacia el sur nos enterábamos de la ocupación de Digital Fueguina por 200 obreros que reclamaban sus salarios. De la movilización unitaria de ceramistas, enfermeras, maestras, judiciales y desocupados en Neuquén, continuada dos días después por 1500 trabajadores de la salud. De las marchas masivas contra la megaminería contaminante en Chubut. Si nos alejábamos hacia el Norte, nos enterábamos del paro en la Papelera Tucumán, la marcha de la salud y el conflicto en el Ingenio San Juan en la misma provincia; o las protestas de choferes, empleados de comercio o docentes en Jujuy.
Pero quizás el conflicto más extendido, que empezaba a atravesar todo el país, ocurría en las escuelas de 14 provincias. Por salarios, contra la precarización, contra la vuelta a clases presenciales inseguras. En Mendoza un paro contundente era acompañado por movilizaciones en varias ciudades. En Tucumán las bases autoconvocadas marchaban masivamente. Lo mismo se repetía en otras provincias. En Chaco, Santa Cruz y Tierra del Fuego los paros sumaban 90 % de acatamiento y también eran con movilización. Se contagiaban Misiones, Entre Ríos, Río Negro, Catamarca.
Como veremos más adelante, estos procesos recién arrancan. Tienen desigualdades. Tendrán que enfrentar el intento de derrotarlos o contenerlos. Pero hay un cambio. Apenas terminó febrero y marzo arrancó picado.
1. El primer impulso
¿Lo de los últimos días fue un rayo en cielo sereno? No. Rebobinemos un poco.
La pandemia y la cuarentena no solo fueron un golpe a la salud y el bolsillo de millones. También a la capacidad de respuesta obrera. Las cúpulas sindicales dejaban pasar. Pero había otro motivo, más político: las ilusiones y expectativas de gran parte de la clase trabajadora en un nuevo gobierno peronista tras los años de macrismo. Según el Ministerio de Trabajo, en abril de 2020 hubo solo 25 paros y 8 movilizaciones en todo el país.
Pero la cosa se empezaba a mover. Arrancaron las y los precarios. Guernica fue la más conocida y masiva de una serie de peleas por tierra y vivienda que recorrieron varias provincias. También la juventud de las aplicaciones, comidas rápidas y residentes eran parte de las primeras respuestas, como las trabajadoras de limpieza de Córdoba y feriantes de distintas ciudades.
Después empezó a despertar la clase trabajadora ocupada. En septiembre, gracias a nuestros corresponsales en todo el país, decíamos que se escuchaban “murmullos en los portones”. El propio Ministerio ya reconocía 125 paros y 91 movilizaciones. Capaz se les pasaba alguno…
Como contábamos acá, en el último trimestre de 2020 vimos el crecimiento de la conflictividad, alentada sobre todo por el atraso salarial. Diciembre terminaba agitado con la dura huelga nacional aceitera de 20 días, las movilizaciones autoconvocadas de trabajadoras y trabajadores de la salud, nuevos conflictos en líneas y seccionales de la UTA y luchas en distintas fábricas (metalúrgicos en Gálvez, Loma Negra, Gri Calviño, etc).
Podemos decir que esa fue una primera oleada de luchas desde que comenzó la pandemia. Y el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
2. ¿Borrón y cuenta nueva?
2021. Todo indicaba que el efecto verano iba a “calmar los ánimos”. El Gobierno confiaba en que el lógico “rebote” económico empezara a recuperar empleos y salarios. Incluso retiró ayudas como el IFE (informales) y las ATP (empresas). Pero los problemas de fondo permanecieron intactos. Algunos se profundizaron.
¿Y cuáles son los motores del malestar?
La confirmación de que durante el primer año de gobierno peronista no solo no se recuperó el poder adquisitivo, se siguió perdiendo; la situación desesperante de los sectores más empobrecidos; el malestar en la “primera línea” que sigue dando la vida en malas condiciones laborales y salariales (encima provocada por los “vacunatorios vip”); la amenaza de cierres y despidos masivos en sectores que siguen en crisis (o la utilizan de excusa); los intentos patronales de volver a la “nueva normalidad” exponiendo las vidas trabajadoras.
Por todo eso, enero comenzó con conflictos que podían ser “aislados” pero no se tomaban vacaciones. Paros con piquetes en líneas de colectivos (Mar del Plata, La Matanza, Florencio Varela, etc), en otras empresas privadas, hospitales (Larcade, Notti), docentes precarizados, desocupados, rurales autoconvocados en Río Negro, entre otros.
Febrero arrancó con una movilización en Mendoza de 500 trabajadores vitivinícolas autoconvocados. Siguió con un fuerte paro contra despidos en Firestone (Lavallol), paros y piquetes en Guerrero Motos (Santa Fe) por el mismo motivo, conflictos en empresas de distintos gremios y puntos del país (Salud Mendoza, Municipales Neuquén, YPF Vaca Muerta, Médicos de Santa Fe, Tercerizados de Edesur, Correo Argentino).
Una serie de conflictos se empezaba a destacar, como el de aeronáuticos. Aunque Latam lograba el retiro “voluntario” de la mayoría de sus trabajadores, gracias al favor del Gobierno y los gremios, el sector combativo cumplía 10 meses peleando por la continuidad laboral. Su conflicto se fue hermanando con la de las y los tercerizados de Aerolíneas (GPS y Securitas), que tras varias acciones conseguían que entren sus delegados y romper el congelamiento salarial.
En el Subte, el rechazo a los descuentos ilegales a trabajadores mayores de 60 generaba medidas de fuerza que la conducción kirchnerista utilizaba para negociar con Larreta y Metrovías. El reciente paro de la Línea B confirma que la voluntad de defender la salud obrera sigue intacta. En Jujuy se da un proceso muy interesante entre los trabajadores rurales. La seccional Ledesma, con muchas trabajadoras y una nueva conducción combativa, protagonizó movilizaciones para ampliar la cantidad de planes intercosecha y logró duplicarlos. Comenzaban las primeras resistencias de la docencia que se extendieron estas semanas.
La juventud volvía a salir a la calle. Los que tomaban la posta eran los jóvenes repartidores de Pedidos Ya. En Santa Fe, San Luis, Mendoza, Córdoba y Buenos Aires, les pibes hacían paros y caravanas por reclamos salariales, que confluyeron esta semana en una medida nacional.
Esa juventud nos abre la puerta para detenernos en uno de los hechos más importantes que trae este nuevo año.
3. Ataques duros, respuestas duras
El miércoles 24 de febrero, luego de 86 días de acampe y ante la quiebra de la empresa, las y los teleoperadores de Hey Latam decidieron ocupar el call center en Rosario. Hoy le dicen al Estado que pueden poner esas instalaciones, aparatos y su capacidad al servicio de la comunidad, atendiendo llamados para enfrentar la pandemia o la violencia de género.
Después de ocupar la empresa, fueron con una bandera que decía “No a los despidos masivos” hasta el frigorífico Arrebeef. Allí los recibieron muchos de sus 1000 trabajadores. “Nos pagan 20 mil pesos por quincena. Nunca hicimos quilombo, pero tiraron tanto de la soga que la cortaron”. El gigante de la carne fue ocupado y rodeado por un pueblo que los apoyaba. En los últimos días se mantuvieron firmes a pesar de las maniobra y los aprietes. Ocuparon también la sede del sindicato. Total, ya estaba “vendido” a la patronal.
En pocos días surgían otros ejemplos. La ocupación de la logística Swiss Just contra la tercerización. El bloqueo duro con paro general en Siderar Canning contra el ataque al convenio y al activismo. La “permanencia” pacífica en la Clínica San Andrés ante el vaciamiento. Otro bloqueo en la pesquera Apolo Fish, la reciente toma de Digital Fueguina y en una YPF de Rosario.
Todos ellos muestran algo novedoso, al menos por estos tiempos. La decisión de ocupar empresas (o bloquearlas duramente) ante el cierre, los despidos masivos o ataques brutales a las condiciones de trabajo. Un método histórico retomado por sectores que incluso no tenían una larga experiencia de organización.
Pero no es solo una percepción nuestra. Según el Ministerio de Trabajo en noviembre y diciembre de 2020 hubo alrededor de 15 bloqueos y ocupaciones por mes. Casi lo mismo que en una semana de febrero, una época tradicionalmente tranquila. Tanto que ni se toman el trabajo de recabar estadísticas.
El último dato lo trae un analista con llegada al mundo empresario. En su columna titulada “Las lágrimas del patrón” en La Nación, Francisco Olivera cuenta que “durante 2020, aun con salarios perdiendo ante la inflación, el Covid, la cuarentena y la amenaza del cierre de puestos de trabajo facilitaron la convivencia entre empresarios y dirigentes gremiales. La pandemia no terminó, pero 2021 parece haber empezado distinto”. Tras citar algunos bloqueos de fábrica sentencia: “el establishment económico contempla la escena con preocupación”.
4. ¿Qué pasa en la clase trabajadora?
Volvamos a la pregunta inicial.
En primer lugar, podemos decir que estamos ante una nueva oleada de luchas. Aunque la crisis “recién empieza”, aunque todas las cúpulas sindicales están alineadas con el gobierno, son cada vez más los sectores que muestran su disposición a resistir los ataques. Esto es algo que no veíamos hace años. Tras las luchas duras de 2014 y las jornadas de diciembre de 2017, el peronismo político y sindical buscó contener la bronca con la consigna “hay 2019”.
Un fenómeno que, vale notarlo, hoy no tiene su centro en la zona metropolitana. Más bien lo “novedoso” es que muchas de las luchas que contamos vienen de empresas, campos, escuelas, hospitales o seccionales gremiales del “interior”.
En segundo lugar, hay ejemplos de radicalización iniciales pero muy interesantes. Vemos métodos más duros y decididos de lucha, recuperando tradiciones históricas de la clase trabajadora, como las ocupaciones de empresa y los bloqueos totales.
En tercer lugar, hay un creciente malestar con las cúpulas sindicales que se empieza a expresar en fenómenos de autorganización y autoconvocados en distintos gremios y lugares de país. Seccionales de la UTA (Córdoba, Rosario, Tucumán), call centers (Rosario, Tucumán), rurales (Jujuy, Tucumán, Río Negro), hospitales (varias provincias), docentes (también en varias provincias), o en conflictos como Arrebeef, Apolo Fish, Pedidos Ya, Siderar, por nombrar algunos.
Estos hechos marcan el surgimiento de algunos sectores “de vanguardia”, más combativos, que no veíamos en los últimos años. Pero que, a diferencia de otros momentos, tendrán enfrente un gobierno peronista intentando rescatar la Argentina capitalista.
Para seguir reflejando este proceso y también para influir en esa experiencia política, a fines de marzo La Izquierda Diario y el Movimiento de Agrupaciones Clasistas relanzaremos nuestra red de miles corresponsales, en más de 60 gremios y cientos de ciudades del país y el mundo.
5. La izquierda clasista y su rol en los momentos que vienen
Como decíamos: se trata de procesos iniciales. Habrá avances y retrocesos. El gobierno y los empresarios intentarán dividirlos y contenerlos, como hace ahora con el “impuesto al salario” que alcanza a algunos sectores sindicalizados. Pero estamos convencidos de que distintos fenómenos como los que recorrimos se extenderán en los próximos años. No solo en nuestro país, ya lo estamos viendo en otras partes del mundo.
Es imposible predecir los tiempos, pero hemos entrado en una etapa marcada por una crisis económica internacional profunda, un drama sanitario que echa leña a esa recesión y una catástrofe social que ya golpea a millones.
Cada uno de los pactos que teje el Gobierno del Frente de Todos con los empresarios y la burocracia tienen el objetivo de descargar esa crisis sobre el pueblo trabajador. Lo mismo la decisión de “honrar” la fraudulenta deuda con el FMI y los buitres. La oposición de derecha ya la conocemos: presiona para un ajuste más duro.
Por eso, cada una de estas luchas es una oportunidad para que la izquierda clasista se juegue con sus propuestas.
Por un lado, apoyando cada conflicto y proceso de autoorganización para desarrollar toda la fuerza obrera, con asambleas, comités de lucha y todo lo que ayude a organizar al activismo.
Por otro, apostando al reagrupamiento de los sectores en lucha y combativos. No solo para “bancar” cada conflicto, sino para tener más fuerzas para exigir a las conducciones que convoquen medidas unitarias (o paguen el costo de no hacerlo). Los caminos para enfrentar y superar a las burocracias y direcciones reformistas será un gran tema de debate hacia el próximo congreso del PTS, como discutimos en este artículo de Emilio Albamonte y Matías Maiello.
Hay otra tarea urgente: como les planteamos a los compañeros del movimiento piquetero, las organizaciones de ocupados y desocupados combativas y de la izquierda tenemos que enfrentar la división de la clase trabajadora. Primero con acciones comunes en las calles, pero también poniendo en pie encuentros y coordinadoras democráticos, que nos permitan debatir y salir a pelear juntos por un programa para que la crisis la paguen los de arriba.
Un programa que combata el flagelo de la desocupación rechazando los despidos y apoyando la ocupación de toda empresa que cierre o despida masivamente. Que proponga además una salida de fondo: un plan de obras públicas controlado por los trabajadores, así como la reducción de la jornada laboral a 6 horas, sin rebaja salarial, para repartir las horas de trabajo entre ocupados y desocupados.
Un programa para recuperar lo perdido estos años y nadie gane menos de lo que cuesta la canasta familiar. Para rechazar los intentos de precarizarnos más y defender nuestra salud y nuestras vidas. Para conquistar techo y vivienda para todos.
Con estas banderas, al calor de estas luchas, la izquierda clasista se prepara para confluir con miles de trabajadores, mujeres y jóvenes que están haciendo una nueva experiencia con el peronismo en el poder.
Esta nueva oleada de conflictos es conscientemente ocultada por los grandes medios. Por esto, a las y los lectores de La Izquierda Diario les decimos, sin vueltas, que no pueden ser indiferentes o esperar a que “luche” su lugar de trabajo o estudio. Los invitamos a sumarse a esta “nueva oleada” difundiendo, comentando, escribiendo, en este diario. Apoyando cada lucha, siendo parte de cada reagrupamiento que impulsen para triunfar, poniendo el cuerpo con ellas el 8 de marzo y el 24 de marzo.
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