Desde sus orígenes la literatura argentina tiene la marca de la violencia. Pensemos en “El matadero”, de Esteban Echeverría, fiel representante de las luchas intestinas de nuestra historia. Como sostuvo Walter Benjamin, en cada movimiento de la llamada civilización hay un acto de barbarie.
Osvaldo Quiroga @osvaldo_quiroga
Martes 3 de diciembre de 2024 15:59
“La Malparida”, última novela de Inés Arteta, comienza en marzo de 1870, en un viaje entre Nueva Palmira y San Fernando que fue abordado por la banda del Correntino Malo, un marginal que pasó a degüello a todos los pasajeros, incluida una niña de ocho años. La madre de la pequeña, María del Carmen Rivero, una partera apodada la “Marica”, pasó a ser amante del verdugo de su hijita y a liderar una de las bandas más feroces de piratas del delta del Río de la Plata.
Emilia Burton, la cautiva, personaje central del texto, la misma que iba a casarse con un hombre elegido por su familia, se convierte en testigo y parte de una odisea en la que la violencia se convierte en el núcleo del relato. ¿Por qué la banda dejó vivas a estas dos mujeres? Porque “los machos” necesitan de “el hembraje”.
El título de la novela, “La Malparida” alude al personaje central, la “Marica” Rivero, figura que existió en la realidad y que en los relatos que pasaron de boca en boca todavía la recuerdan los lugareños. El caso de Emilia es distinto. Si la misma Malparida no la mata es porque acaso sin saberlo quiere que alguien cuente su historia. Emilia escribe su bitácora y se acostumbra a las permanentes violaciones, al hambre y a la vida en la selva. Sobrevivir, para ella, es dar testimonio de lo que vivió.
La admirable prosa de Inés Arteta, la máquina narrativa que construye en el relato, abre el campo de las interpretaciones y permite una lectura contemporánea. Vivimos en estos días en una Argentina violenta, donde el lenguaje del poder emerge desde una cloaca de odio y resentimiento. La lengua de la ultraderecha vernácula hace gala tanto de la ignorancia como de la violencia. Una y otra van juntas y transitan el mismo camino. George Steiner, quizá el crítico más profundo del siglo XX, escribió: “La adormecida prodigalidad de nuestra familiaridad con el horror es una radical derrota humana”.
En el mundo de los personajes de “La Malparida” no hay ley. Las relaciones entre los cuerpos, las imágenes y los tiempos dan cuenta de una época oscura y desmesurada. Como diría Hamlet, “el tiempo está fuera de quicio”. Quizá el fracaso del humanismo sea el de la resignación de gran parte de hombres y mujeres a vivir en un mundo insolidario, ausente de una mirada piadosa, o al menos comprensiva hacia el otro. De ahí que registrar el espíritu de una época no sea una tarea menor. En el personaje de Emilia está lo que perdura más allá del tiempo cronológico: el testimonio, la palabra, la literatura. Emilia reflexiona: “¿Para qué escribo todo eso? ¿A quién le va a importar? Es que en el fondo de verdad escribo para entender, aunque al final no pueda. Escribo para estar sola”.
(“La Malparida”, publicada por Tusquets, 284 páginas)
Osvaldo Quiroga
Periodista especializado en Cultura, creador de El Refugio y Otra Trama. Actualmente al frente de Cultura 2.4, que se emite por la plataforma Global Play.