Como parte de un ejercicio didáctico, un docente de Geografía en secundaria analizó con sus alumnos la evolución de la pandemia en México y otros países de América. Primera entrega.
Jueves 29 de abril de 2021
En las juntas del Consejo Técnico Escolar, las autoridades educativas nos bombardean de ideología sobre “superación personal”, instándonos a tener “empatía” y a poner en marcha diversas estrategias para favorecer la “educación socioemocional” y la “resiliencia” de nuestras alumnas y alumnos, mientras apuran el regreso a clases presenciales sin que contemos con condiciones sanitarias realmente seguras en nuestras escuelas.
Sin embargo, no les ha interesado averiguar con qué conocimientos, objetivos y científicos, cuentan nuestras alumnas y alumnos, así como sus familias, acerca de la pandemia. Ni tener un verdadero diagnóstico de las condiciones de salud y socioeconómicas que enfrentan. Por lo que dejan en manos de las televisoras -a las que favorecieron con millones de pesos del programa Aprende en Casa- y de las redes sociales -donde circula todo tipo de información, tanto falsa como verdadera- la educación de nuestros estudiantes y del resto de la población sobre la grave situación que nos aqueja. ¡Y que cada quién la enfrente y sobreviva como pueda!
En el programa de la asignatura de Geografía en secundaria, se incluye un tema relacionado con los riesgos de desastres. En años anteriores, debido a que imparto clases en una secundaria de la Ciudad de México, al tratar este tema me he enfocado en los riesgos geológicos y en particular en el riesgo por sismicidad, considerando las experiencias de los sismos de 2017 y de 1985, que afectaron la ciudad severamente y causaron un gran número de muertes.
Sin embargo, dada la situación por la que atravesamos, y atendiendo al criterio de relevancia a la hora de definir en mi planificación del curso los temas a tratar, consideré conveniente enfocarme, en esta ocasión, en los riesgos sanitarios y particularmente en la pandemia, lo que me permitió dialogar con parte de mis alumnas y alumnos sobre nuestras nociones y conocimientos al respecto (a pesar de los límites que nos impone la educación a distancia). De esta experiencia quiero contarles a las y los lectores de La Izquierda Diario.
¿Emergencia o desastre?
El 30 de marzo de 2020, fue publicado en el Diario Oficial de la Federación, el acuerdo del Consejo de Salubridad General “por el que se declara como emergencia sanitaria por causa de fuerza mayor, a la epidemia de enfermedad generada por el virus SARS-CoV2 (COVID-19).”
Una semana antes, el 23 de marzo del año pasado, inició por instrucciones del gobierno federal la Jornada Nacional de Sana Distancia, que determinó entre otras medidas la suspensión de clases presenciales en todo el país. Suspensión que se mantiene hasta ahora, con excepción del estado de Campeche, donde ya se volvió de forma presencial a las escuelas.
Lo primero que me interesó aclarar conceptualmente, con mis alumnas y alumnos, es la diferencia entre una emergencia y un desastre.
De acuerdo con el Artículo 2, fracción XVIII, de la Ley General de Protección Civil -la cual “tiene por objeto establecer las bases de coordinación entre los distintos órdenes de gobierno en materia de protección civil”-, una emergencia se define como una: “Situación anormal que puede causar un daño a la sociedad y propiciar un riesgo excesivo para la seguridad e integridad de la población en general, generada o asociada con la inminencia, alta probabilidad o presencia de un agente perturbador”.
En tanto que, según la fracción XVI del mismo artículo, un desastre se refiere: “Al resultado de la ocurrencia de uno o más agentes perturbadores severos..., que cuando acontecen en un tiempo y en una zona determinada, causan daños y que por su magnitud exceden la capacidad de respuesta de la comunidad afectada”.
Así, de acuerdo con estas definiciones, al declarar la emergencia sanitaria a nivel nacional, el gobierno federal y las autoridades sanitarias reconocieron una “situación anormal” -provocada en este caso por la pandemia-, de daño potencial y de “riesgo excesivo” para la población en general, pero no de la magnitud necesaria para considerarla hasta ahora como un desastre, a pesar de los más de 2 millones 300 mil contagios confirmados y de los más de 200 mil muertos.
Puede argumentarse que, más allá de la magnitud del daño, según la ley para decretar un desastre se requiere que “la capacidad de respuesta de la comunidad afectada” (en este caso del país) haya sido rebasada. Lo que según el discurso oficial no ha ocurrido.
Al respecto, comentamos cómo -ante la falta de instalaciones suficientes para atender a los enfermos de Covid-19 que lo requirieran-, el gobierno federal, en coordinación con las autoridades estatales, implementó paulatinamente una estrategia de “reconversión hospitalaria” que habilitó más de 600 hospitales en todo el país, con más de 11 mil camas.
Sin embargo, esto no impidió que, entre diciembre del 2020 y enero de este año, en el momento más álgido de la pandemia en nuestro país, la ocupación por pacientes con Covid-19 de los hospitales públicos en la Zona Metropolitana del Valle de México rondara el 90% (85% en la CDMX y 95% en el Edomex) de acuerdo con cifras oficiales, amenazando con la saturación y el colapso hospitalario.
Esta situación crítica se dio también en otros lugares del país, como Ciudad Juárez, debido a la alta exposición que tuvieron al contagio las y los obreros de las maquiladoras, al no haberse suspendido sus actividades por considerarlas “esenciales”... para mantener las ganancias de sus dueños.
Hay quienes fuimos testigos, no sólo lo vimos por distintos medios, del viacrusis por el que tuvieron que pasar enfermos graves junto a sus familiares, quienes recorrieron hospital por hospital para tratar de que los recibieran; otros estuvieron días en la sala de espera una vez que ingresaron, para terminar muriendo aislados de sus seres queridos. Un importante porcentaje de mis alumnos y alumnas saben de esta situación por su propia experiencia.
Muchos enfermos más, hasta la fecha no han podido ser atendidos de otros padecimientos, a pesar de que el gobierno federal estableció un convenio con las asociaciones de hospitales privados para que éstos abrieran sus puertas a pacientes “no Covid-19”, a cambio de un subsidio millonario. Ni tampoco quienes se contagiaron han podido acceder a un seguimiento adecuado para tratar las secuelas.
Desde luego, hay también quienes sobrevivieron al Covid-19 a pesar de haber estado internados, gracias a la incansable labor de las y los trabajadores del sector salud, quienes en condiciones de extrema precariedad, sin contar con los insumos y equipo de protección suficiente, han puesto en riesgo y sacrificado su propia salud y hasta sus vidas para salvar las de otros. La consideración y el respeto por las y los trabajadores de la salud, como por los demás, es un “contenido actitudinal” que vale la pena transmitir a las nuevas generaciones.
Al respecto, cabe mencionar que, en el 2019, antes de la pandemia, México contaba con 251,160 médicas y médicos y 335,615 enfermeros y enfermeras en el sistema público de salud, lo que arroja un índice aproximado de 2 médicos y 2.5 enfermeras por cada 1,000 habitantes, lejos del promedio de los países de la OCDE en estos indicadores, que es de 3.3 y 9.1 respectivamente. Por lo que se estimaba un déficit de casi 900 mil trabajadores y trabajadoras en el sector. Para intentar subsanar este déficit (sin lograrlo), para fines del 2020 se habían contratado a través del INSABI solamente a 55 mil. Lo que ha significado una sobrecarga laboral extrema para el personal de salud que enfrenta la pandemia.
No es casual que, en estas condiciones, la sobreexposición y la falta de protección institucional haya provocado que este sector de trabajadores tenga un alto índice de contagios y fallecimientos.
Estas cifras ponen en duda la idea de que contamos con los recursos suficientes para enfrentar la pandemia. Si esto es un desastre o no, es necesario dejar que mis alumnas, alumnos y lectores saquen sus propias conclusiones, para luego poder compartirlas y discutirlas.
Como parte de este ejercicio pedagógico, en próximas notas me referiré a la vulnerabilidad de la población ante la amenaza de la pandemia, como factores del riesgo sanitario. También comentaré algunos indicadores sobre la evolución de la pandemia en nuestro continente, tal como lo estamos haciendo en clase.
Me interesa particularmente conocer la opinión de mis colegas docentes de Geografía y de otras asignaturas de todos los niveles educativos. Escríbenos a la página de la agrupación Nuestra Clase y súmate a la organización.