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Red Internacional
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Tribuna Abierta. La paranoia social y los otros

Pablo Minini

Pablo Minini @MininiPablo

Jueves 22 de octubre de 2015

El psicoanálisis tal como lo entiende Lacan piensa al psicoanalista ubicado en un no-lugar en la función de la situación social. Esto no significa ni más ni menos que la antigua recomendación freudiana de la abstinencia: un psicoanalista no puede decir qué es lo mejor para el paciente, ni qué debería desear ni buscar, ni ubicarse como modelo de salud. El psicoanalista no es un consejero ni un amigo, sino alguien que se presta a ese no-lugar para que algo en el otro se resuelva en la dialéctica de las sesiones. En tanto el otro esté dispuesto. Pero esto es solo a los efectos propios de la clínica.

Por desgracia, o tal vez como no podía ser de otra manera, muchos psicoanalistas han encontrado esta postulación del no-lugar como la justificación a la neutralidad social: el psicoanalista no toma partido ante ningún hecho social. Espera, impasible, en el consultorio a que alguien (de a uno por vez) demande una cura. El psicoanalista no toma posición, hasta que apurado por los acontecimientos, termina por tomar la peor posición posible, que por lo general tiende a legitimar el orden más conservador.

Tal vez se pueda probar otro camino desde el psicoanálisis. Tal vez un analista pueda decir algo en este tiempo de candidatos que buscan el guiño cómplice con propuestas que apelan directamente a la represión social.

Hay que decirlo: esto que escribo encuentra motivos en la propuesta de Massa, que ante el narcotráfico propone reforzar militarmente las fronteras, o inundar los barrios de clase baja con policías.

Pero también hay motivos en la propuesta de Scioli: sus spots publicitarios son desfiles de policías, entrenamientos de policías, policías haciendo la venia y jurando defender alguna cosa. Cien mil nuevos policías, para más precisiones.

Y también, aunque esté demás poner ejemplos que ya se conocen, se encuentran motivos en Macri y en su impensado aliado electoral, el progresismo de Stolbizer, y no es posible enumerar en cuántos de sus dichos y actos.

Pero, vamos, no es nuevo el problema: Menem tuvo su momento de volverse impulsor de la pena de muerte y la militarización de la vida cotidiana.

Analizando el nazismo y el fascismo italiano, Lacan hablaba de la paranoia social y de su hermana, la segregación. El otro es otro absoluto, imposible de ser conocido. No se reconocen sus gustos, costumbres e idiosincrasias, porque pensar que hay algo diferente de “nosotros” cuestiona nuestros gustos, nuestras costumbres, nuestra idiosincrasia. El narcisismo de las pequeñas diferencias y las condiciones materiales son las grandes resistencias a poder pensar al otro.

El otro indigente, extranjero o desocupado crónico es amenazante en tanto denuncia la debilidad del sistema de organización laboral del que queremos formar parte para no quedar desamparados. El Otro echa a correr la falacia en todos los medios de comunicación que tiene a mano y en todos los ámbitos de trabajo: el capitalista, el dirigente, es un intocable, porque si lo tocamos tal vez nos quedemos sin trabajo (“andate, hay cien haciendo fila para entrar en tu lugar y que cobran la mitad que vos”, ¿los interpelaron de esa manera alguna vez?). Es más tranquilizador competir con el que es nuestro par por el lugar en el sistema. Se multiplican las frases: “Vienen a matarse el hambre”, “vienen a sacarle el trabajo a los argentinos”, “vienen a vivir de arriba, son vagos y lo llevan en los genes”.

La paranoia social y la segregación llevan a lo peor; ya hemos tenido más que varios botones de muestra en la historia. El extranjero, el desocupado, el loco, la mujer, el niño, el adicto: todas versiones, con sus matices cada una, de lo que es el otro absoluto para la norma burguesa, la norma del macho, la norma del cuerdo. Y cuanto más en crisis está el sistema mismo, más miedo siente la burguesía y más fuerza tienen sus ataques.

Ya se sabe: un burgués con miedo es capaz de lo que sea.

El psicoanálisis descree e interpela a los Amos. O mejor dicho, sería interesante que lo hiciera. ¿Por qué un psicoanalista evitaría darse el lujo de hablar ante cualquiera de esas propuestas que propagan los millonarios candidatos? O mejor: ¿Por qué un psicoanalista rechazaría su responsabilidad social de hablar, cuando el tiempo que le toca vivir exige su voto, pero también su voz?