Es común la idea de que los sindicatos son organizaciones locales de trabajadores y que, por ende, sólo deben dedicarse a regular las relaciones laborales entre trabajadores y patrones, pero lo cierto es que los problemas locales hacen a una realidad generalizada y que, por tanto, es una necesidad el hacer una política que vaya más allá del mero sindicalismo; los trabajadores debemos buscar la forma de hacer nuestra propia política.

Simón Bousquet Director Audiovisual La Izquierda Diario Chile @simonbousquet_
Miércoles 16 de septiembre de 2015
Cuando se habla de precariedad, de bajos salarios, de falta de educación y salud, de leyes y códigos pro patronales; a nosotros, los trabajadores, no nos la tienen que contar, pues vivimos y trabajamos sumergidos en esa vida. Cuando toca el turno no solamente de opinar, sino que de cambiar algo realmente, hemos tenido que vérnosla contra la represión y la persecución política, contra leyes que nos prohíben organizarnos y luchar. Hace falta desplegar una nueva lógica para quienes tenemos la responsabilidad de representar a un grupo de trabajadores. Hace falta que levantemos una alternativa propia.
Durante décadas nos han hecho creer que el rol de los sindicatos es el de ser un fiscalizar o un negociador, un mero representante de los trabajadores en sus problemas más inmediatos, como los salarios o la seguridad. Nos han dicho que “no nos pasemos de la raya” cuando exigimos fin a la corrupción de los políticos o cuando solidarizamos con los subcontratistas que trabajan en nuestra misma empresa, pero que trabajan para otra, o sea, cuando salimos de las demandas meramente sindicales y buscamos demandas políticas.
Por poner un ejemplo, hemos levantado grandes luchas por aumentos salariales que, de haber vencido, deben batallar por si solas con las fluctuaciones de la economía, que por regla golpeará primero a los trabajadores, por medio de despidos o, licuando poco a poco las conquistas en el costo de la vida que se mantiene en constante aumento. ¿No podemos combatir también para que la crisis no tengamos por qué pagarla nosotros? Es lógico. Pero, nosotros no tenemos ese derecho, dirán.
¿Podemos luchar por levantar una política propia de los trabajadores? Nuestras organizaciones están atadas de manos y pies en términos legales, específicamente, sólo podemos recurrir a organismos como la Inspección del Trabajo –del Estado- o a la Dirección del Trabajo si queremos negociar. Topándonos constantemente con la barrera de lo legal, de lo que es debido, de que no traspasemos los márgenes que tan bien cuidados tienen los patrones, que han comprado a los políticos y a los dirigentes sindicales para perpetuar sus intereses. Pero, eso comienza a cambiar con un incremento en la actividad sindical ilegal, la paralización de actividades o tomas de minas son un elemento nuevo de este año, donde fue asesinado el obrero minero Nelson Quichillao. Asimismo, están también los profesores que rechazaron ampliamente el rol mediador que tuvo Jaime Gajardo con sus indicaciones y rediseño al proyecto de Carrera Docente, donde los profesores buscaban su retiro completo.
La legalidad existe expresamente para proteger a los empresarios y para atacar y reprimir a los trabajadores si se movilizan, lo cierto, es que la única forma de establecer nuestros propios términos es con total independencia del Estado y sus organismos, sus leyes, sus reglas. Los patrones nos dicen que nuestras facultades son limitadas a nuestro lugar de trabajo y en efecto, el Código Laboral hecho por empresarios y los organismos del Estado, como la Inspección del Trabajo, cumplen este mismo rol, manteniendo cuidadosamente los derechos de los empresarios y limitando a marcos estrictamente legales toda acción de los trabajadores.
Es que “no podemos”, porque las leyes están cuidadosamente escritas para regimentar y establecer conductos regulares para que en nuestro caso, por tener más de un 50% de aportes del Estado, no tengamos derecho a huelga, o sea, a la mínima medida de presión para conquistar lo que demandamos, un derecho negado.
Quieren transformar a los sindicatos en secciones de recursos humanos, pero nos negamos rotundamente.
Constantemente estamos a la defensiva, repeliendo ataques puntuales, pero no luchamos por prepararnos para momentos de mayor conflictividad. ¿Cómo podríamos? Al parecer los empresarios darán una férrea lucha por evitar cualquier política propia de los trabajadores, como vimos con las ridículas indicaciones a la ya tibia reforma laboral de Bachelet, con una derecha envalentonada y una DC cocinando las leyes y reformas en el Parlamento. Un ejemplo concreto es que un dirigente sindical no puede ser candidato en ninguna elección presidencial, de alcalde o concejal, pero los empresarios sí pueden serlo. Ellos pueden hacer su política, nosotros no.
Es un límite de clase. Han forjado un aparato enormemente fuerte para retener toda fuerza de los trabajadores, legal o ilegal. Su clase, minoritaria en número, pero dueña de las más grandes arcas a nivel internacional, controla la política y las leyes. Por otra parte, la nuestra, mayoritaria y productora de las riquezas a lo largo de todo el globo, no controla nada, pero hace posible la producción, donde radica el verdadero poder. Es por ese poder que necesitamos de forma urgente nuestra propia política, que luche por aquello que golpea nuestras vidas a diario. ¿Es que no podemos opinar? Acerca de cómo los bajos salarios, la jubilación miserable, la vivienda, la salud y la educación que golpean nuestra ya precaria vida, no, no lo quieren así, pero debemos hacerlo, dado que es nuestra vida la que está en juego, la de nuestras familias y colegas.
La entrada a la vida política y su desarrollo sólo lo podremos hacer nosotros mismos, es por esto que luchamos a diario. Sindicatos independientes, negociación por rama, mayor sindicalización y sin dirigencias que no peleen por nuestros derechos, entre otras muchas necesidades, como educación gratuita para nuestros hijos. Por eso necesitamos sindicatos con la mayor democracia posible, donde se discuta el futuro, se comparta la vida social, donde las decisiones sean votadas y las bases sean representadas por medio de comisiones o delegados, que también sean protegidos por un fuero sindical, para apoyar y forjar solidaridad obrera alrededor de otros trabajadores, estudiantes y los sectores más precarios de la sociedad.
Lo cierto es que los trabajadores son el poder activo de las empresas, aunque reemplazables, no existe empresa capaz de subsistir sin comprar la fuerza de trabajo necesaria para sus utilidades a los trabajadores. Allí radica la importancia de los trabajadores, porque son los que hacen posible el funcionamiento, porque son peligrosos para la productividad si se organizan, si pelean por sus derechos.
Los trabajadores necesitamos dirigentes sindicales que busquen profundizar la vida sindical, enriquecerla y relacionarla con otros sindicatos, dirigentes que busquen la mayor acción posible. No necesitamos una manga de dirigentes que se crean por encima de lo que la base vota, a esos dirigentes hay que quitarlos del medio.
Necesitamos políticos capaces de hablar a los millones de trabajadores, que los defiendan en cada lucha, que combatan en todos los terrenos de los empresarios, en la empresa, en la calle y en su Parlamento, para exigir y mostrar con hechos que es posible hacer una política realmente independiente, como hace el colega Nicolás del Caño en argentina, con el FIT (Frente de Izquierda y los Trabajadores), exigiendo que “todo político gane lo mismo que un profesor”, cobrando ese mismo salario y donando el resto a luchas y huelgas de trabajadores.