Detrás de lo que parecen ser oficios privilegiados, se expanden a ritmo vertiginoso los intereses del empresariado editorial. Diseñadores, dibujantes y redactores del rubro han caído a los escalones mas bajos de la escala laboral.
Miércoles 14 de junio de 2017
Ilustración: Rodolfo Fucile
Cuando en los medios de comunicación se habla de precarización laboral, la información se acompaña de imágenes de cartoneros arrastrando un carro, talleres de costura o peones rurales, pero jamás se muestra a diseñadores gráficos, redactores periodísticos o ilustradores de libros infantiles, por poner algunos ejemplos. ¿A qué se debe? En primer lugar, pareciera haber una malinterpretación o reducción del concepto: precarización no implica necesariamente miseria, falta de medidas de seguridad o sobreexigencia física del trabajador, sino principalmente carencia de derechos laborales y gremiales, inestabilidad, continuidad incierta y, en general, bajos ingresos. Es decir, condiciones de vulnerabilidad (en comparación con las de un trabajador asalariado-registrado). Algunos sí lo entienden de ese modo, pero aquí el sentido común opera mediante un prejuicio positivo: suponen que estos trabajadores independientes se encuentran en una situación privilegiada que les permite prescindir de los derechos laborales de un obrero o empleado en relación de dependencia. Incluso recurren a argumentos infundados, difusos o anacrónicos, que sólo reproducen estereotipos: “son de clase media”, “tienen título universitario”, “siempre cobraron bien”, “no son trabajadores, son profesionales”, etc.
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No hace falta un estudio científico para aproximarse al problema: basta comparar el ingreso y las condiciones de cualquier freelance con las de un obrero industrial. Más allá del constante avance de los intereses empresarios por sobre los de la clase trabajadora, es evidente que los asalariados con representación sindical y encuadrados en convenios colectivos lograron defender e incluso mejorar sus condiciones. En tanto los trabajadores independientes y aquellos que fueron “flexibilizados” para convertirse en proveedores externos empeoraron progresivamente, llegando a situaciones de pobreza.
A partir de varios testimonios de trabajadores “freelanceros” de distintas áreas, tomamos nota de algunos problemas comunes y recurrentes:
◾Su cliente (una empresa o el Estado) es quien decide el precio de su trabajo.
◾La negociación de honorarios y contratos es individual: no hay convenios, paritarias ni mecanismos de actualización de precios por inflación.
◾Ingresos mensuales inferiores a la Canasta Básica Total, que mide la línea de pobreza (estimada en $14.500 aprox. en abril 2017, según el INDEC).
◾Ingresos inestables, meses sin ingresos o por debajo de la Canasta Básica Alimentaria, que mide la indigencia ($6.000 aprox. en abril de 2017, según el INDEC).
◾Demoras en los pagos de 1 a 6 meses.
◾Ante un conflicto con el cliente, como el incumplimiento de pago o contrato, no posee instancias donde reclamar.
◾Por ser monotributista no cobra vacaciones, aguinaldo ni licencias de ningún tipo, ya que no posee relación de dependencia.
◾Debe pagar sus impuestos aunque no tenga trabajo (el monotributo se compone de IVA, Imp. a las Ganancias + Aporte jubilatorio + Obra social).
◾Si deja de pagar, además de acumular deuda puede tener inconvenientes para cobrar sus trabajos, ya que algunos empresas le exigen el comprobante de monotributo pago.
◾Si deja de pagar por falta de trabajo, puede quedase sin cobertura médica.
◾Para cobrar su trabajos debe afrontar los gastos bancarios (mantenimiento de cuenta, comisiones e impuestos).
◾No tiene acceso al crédito. Debe cumplir mayores requisitos para alquilar una vivienda.
Cada rubro tiene problemas específicos que merecen una atención particular. En algunos la solución pasaría por incorporar al trabajador al convenio colectivo vigente. En otros, deberían crearse herramientas acordes al tipo de relación laboral, para darle protección al trabajador. Pero, ante todo, deberían realizarse estudios e informes que permitan conocer el variado universo del trabajo freelance. Esto servirá para dejar de lado los prejuicios y pensar políticas que contemplen los derechos de muchos trabajadores que, bajo el eufemismo del “trabajo registrado”, sufren una doble presión: están expuestos al abuso empresarial y son perseguidos por el Estado, que se acuerda de ellos para cobrarle impuestos pero los deja solos frente al mercado.