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Red Internacional
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1º de Mayo. La precarización laboral tiene rostro de mujer

A pocos días del 1º de mayo, cuando se conmemora el Día Internacional de los Trabajadores y Trabajadoras, constatamos que las mujeres perciben, en promedio, salarios inferiores a los hombres. Si bien con diferencias en cada país y región, este es un dato que se verifica prácticamente a nivel mundial desde que el capitalismo comenzó a expandir las relaciones asalariadas por el globo.

Lucía Ortega

Lucía Ortega @OrtegaLu_

Miércoles 22 de abril de 2015

Si se tiene en cuenta que en el último siglo aumentó la feminización de la fuerza laboral al punto de alcanzar hoy más del 40 % del empleo global, entonces se deriva que promedios salariales inferiores en las mujeres que en los hombres significan promedios salariales inferiores, en general. Esto es, la creciente participación de las mujeres en el mercado laboral implicaría una presión a la baja de los salarios. Pero esta es sólo una primera conclusión estadística, ¿por qué perdura, y hasta a veces se amplía, la brecha salarial entre estos dos géneros? ¿Se trata de una desigualdad “natural” de la economía o es una anomalía que puede ser saldada bajo los contornos de un sistema que puede ser “incluyente”? ¿A quiénes perjudica y quiénes se benefician?

La brecha salarial se refiere a la comparación entre niveles de salario promedio de hombres y mujeres. Sea por categorías, sea por edad, sea por regiones...Mírese por donde se lo mire, el resultado es el mismo: no ganamos lo mismo, ni siquiera al realizar las mismas tareas.

Según datos del Ministerio de Trabajo, las mujeres tenían en 2013 un 23,9 % menos de ingresos que los hombres y el último dato de 2014 arroja una brecha de 25,3%. Esta situación se profundiza entre trabajadoras y trabajadores no registrados, quienes no sólo cobran menores salarios que los registrados, sino que además las mujeres pasaron de una brecha de 33,9 % en 2004 a 39,4 % en la actualidad.

Además, a igual calificación las diferencias en los salarios con sus compañeros hombres se manifiestan más fuertemente para las menos calificadas (brecha del 36%), en segundo lugar las técnicas (23 %), luego las profesionales (20 %) y finalmente las operarias (28 %).

Por ello, la brecha salarial es apenas la punta del iceberg para aproximarnos a una problemática más profunda y general: la precarización laboral de la mujer, que da cuenta de una realidad particular -a veces naturalizada- a la que se enfrentan día a día millones de mujeres, y que no es otra cosa que la reducción de costos salariales para los empresario (obra social, jubilación, riesgos del trabajo, regulación laboral) a costa de la salud y la vida de trabajadores. Así, a la desigualdad salarial se agregan cuestiones como el “techo de cristal”, esto es, la escasa participación femenina en los puestos jerárquicos. Pero esto no es todo. También los niveles de empleo tienen mucho que decir.

Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) para el cuarto trimestre de 2014, el desempleo en los hombres es de 6,2 % mientras que para las mujeres la tasa de desocupación alcanza el 7,9 %. Esa diferencia se profundiza al tomar el desempleo juvenil, ya que las mujeres entre 15 y 29 años superan el 16 % de desempleo en tanto que para los varones es el 11,7 %.

Tasa de desocupación, 4º trimestre 2014

Fuente: EPH- INDEC

Un informe del Observatorio del Derecho Social de CTA opositora plantea que es justamente la edad reproductiva de las mujeres el momento en que más límites se imponen para la contratación. No obstante, “lejos del prejuicio generalizado de que las mujeres descuidan su trabajo por las cargas de familia, son precisamente estas cargas las que las vuelven más dependientes de los puestos que consiguen”. Esta mayor presión de las responsabilidades familiares es aprovechada por los empresarios para imponer condiciones laborales más desfavorables para a las mujeres, perjudicando a la larga también a los trabajadores varones.

¿Pero por qué para las mujeres las tareas en el hogar o las responsabilidades se consideran una “carga” que afecta su inserción laboral, mientras que para los varones es un factor menor?

Las tareas domésticas son fundamentales para la reproducción de la vida y los atributos productivos de los trabajadores y sus familias. Garantizar las comidas, la limpieza, el vestido, el cuidado de niños y mayores, la colaboración con la formación educativa, entre otras, significan un tiempo y un esfuerzo que es efectuado la mayor parte de las veces por los miembros del hogar: el 74,4 % de la población mayor a 18 años realiza trabajo no remunerado. Sin embargo, se reparte desigualmente a su interior. Las mujeres participan más en la realización de tareas del hogar (una tasa de participación del 89 % contra un 58 % en los hombres) y en una carga horaria superior (6,4 horas frente a 3,4 horas en hombres, según la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y uso del tiempo, INDEC, tercer trimestre 2013). Las mujeres siguen encargándose de las actividades del cuidado, entonces la variable de ajuste es su tiempo: esto es, disminuir sus jornadas de trabajo, sea trabajando menos en el mercado laboral, y por ello obtener menos ingresos, o ajustar su propio tiempo: dormir menos, no hacer ninguna actividad recreativa o educativa para sí.

Esta presión de la doble jornada de trabajo (remunerado y no remunerado) es para Valeria Esquivel una condición que “empobrece”, por eso la denomina “pobreza de tiempo” y calcula que afecta principalmente a más del 60 % de las mujeres pobres ocupadas. El número de mujeres pobres que se han transformado en las principales proveedoras del hogar es mayor que el número de mujeres “jefas” de hogar. Si bien es un indicador impreciso, la “jefatura femenina” es útil para mostrar ese crecimiento: según la información censal, los hogares con jefas mujeres eran el 14,1 % en 1947, 19,2 % en 1980, 22,4 % en 1991, 27,7 % en 2001 y 34,2 % en 2010. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el año 2013 el 44 % de los hogares estaba sostenido por una mujer (Boletín de estadísticas y censos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y en ciertas comunas hasta supera el 50 %.

Con esta pequeña síntesis de datos queda al descubierto la complejidad del problema. La desigualdad de género y su manifestación en el ámbito laboral excede a situaciones de machismo o discriminación, sino que en el capitalismo el régimen patriarcal opresivo toma valores y funcionalidades concretas, en el que toda discriminación, abuso, violencia, dentro y fuera del mercado laboral es una forma en que se realiza la necesidad del capitalismo de dividir a la clase obrera. Esta división está al servicio de acrecentar las ganancias de los capitalistas, mediante la disminución salarial del conjunto de la clase obrera, la precarización y el ahorro de costos a través del trabajo no remunerado. La ofensiva capitalista en el marco del neoliberalismo elevó al máximo la fragmentación.

Como explican Andrea D’Atri y Laura Lif, a diferencia de las dos guerras mundiales, la recuperación parcial del sistema capitalista no se basó en la destrucción de fuerzas productivas mediante el aparato bélico, sino en la descomunal fragmentación de la clase trabajadora. En este marco debe analizarse la tendencia a la creciente precarización laboral y su relación con la feminización del empleo y la pobreza. Y en base a la propia historia de la lucha de clases se concluye la necesidad de escapar a toda ilusión gradualista que considera la emancipación femenina por intermedio de una conquista progresiva y acumulativa de derechos.

Es hora que los ejemplos históricos como los de las mujeres de Pepsico se visibilicen en la agenda de los debates públicos y electorales y se transformen en un punto de apoyo para que las mujeres también levantemos la voz de una organización política propia de las y los trabajadores.


Lucía Ortega

Economista UBA. Coeditora de la sección de Economía de La Izquierda Diario.

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