El poder que a lo largo del siglo XX construyó la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y que le ha servido por décadas para hacer pasar los planes del gobierno y los empresarios en contra de los trabajadores, no se entiende sin el apoyo que recibió del Partido Comunista Mexicano.
Martes 15 de agosto de 2017
Al gobierno mexicano no le convenía tener al proletariado más poderoso del país desencantado con la central obrera oficial, sobre todo cuando a partir de 1938 Cárdenas intentaba limitar las huelgas.
Así, gracias a la cercanía de Lombardo con la URSS, el Kremlin envió a Earl Browder, dirigente del PC estadounidense, a disciplinar a los comunistas inconformes. Los regañó, los convenció de la necesidad de mantener la “unidad a toda costa”, y el PC volvió corriendo a los brazos de Lombardo Toledano, la CTM y Cárdenas.
“En aras de la unidad, los comunistas haremos las concesiones y aceptaremos los sacrificios necesarios” declaró su dirigente Hernán Laborde, obligándose a renunciar a “la lucha por el control de los puestos de dirección” en las organizaciones obreras.
Los reclamos de la base se hicieron sentir en el pleno del Comité Central pero poco importaban. Tampoco importaron las advertencias de que los trabajadores perderían la confianza en el partido. Las campanas de Moscú habían sonado.
Un lastre ante el ascenso obrero campesino
Así, el PC se mostraba ante las masas como una organización vacilante y cobarde al volver a la CTM bajo la disciplina de la burocracia de Fidel Velásquez.
El partido desperdició la gran oportunidad de educar a los trabajadores en la independencia política, y cuando la inminencia de la guerra obligó al gobierno a dar un giro a derecha –rechazo del reconocimiento oficial de huelgas, ayudas a la clase empresarial e intentos de frenar el radicalismo obrero–, la clase obrera no encontró una voz que se mostrase como alternativa y esperanzadora.
El PC renunció a aprovechar la inserción que tenía en los sindicatos estratégicos para evidenciar la antidemocracia de la CTM y pelear por que las bases obreras recuperaran sus sindicatos.
Este partido, atrincherado en los sindicatos poderosos en los que tenía gran influencia, pudo ser un polo de atracción del movimiento de los trabajadores que provocara más y más radicalización dentro de las filas de la CTM y llamase a los trabajadores a romper con la conciliación de clases, acelerando el desencantamiento de las masas con la política cardenista, que se volvía cada vez más abiertamente patronal.
La Segunda Guerra Mundial y el “charrismo” sindical
Cuando en 1941 Rusia fue atacada por Hitler, el PCM se unió a las voces que clamaban porque México participara en la guerra contra los fascistas. Se hizo parte del “Frente Patriótico” y la “Unidad Nacional” que promovía el entonces presidente Manuel Ávila Camacho, sucesor de Cárdenas, y con una política más pro patronal de eliminar las conquistas obreras, y al que el Partido Comunista apoyó en las elecciones.
Aunque la amenaza fascista en el territorio mexicano no representaba un peligro real, Ávila Camacho, bajo la consigna de la “Unidad Nacional”, aprovechó la guerra para disciplinar aún más al movimiento obrero.
Y es que la Segunda Guerra Mundial, por su demanda estratosférica de recursos naturales, hizo crecer las exportaciones de aquellas economías que se basaban principalmente en la producción de materias primas, como México. La burguesía nacional fue la que se llevó la parte más grande del pastel.
Este auge en las exportaciones necesitaba de trabajadores sometidos que no interrumpiesen la producción ni las ganancias para los capitalistas. Los trabajadores tenían que ser “responsables”, no debían de hacer huelgas ni protestar. La CTM se encargaría de que esto fuese así. Mientras, las élites del país contraían los salarios.
El Partido Comunista, que como afirma el historiador Jeffrey Bortz, estaba más interesado “en la defensa de la Unión Soviética que en la defensa de los trabajadores mexicanos” (**) se negó a enfrentar las políticas antiobreras y cada vez más conservadoras de Ávila Camacho. Para los estalinistas, ganar la guerra e imponer así la “paz social” en el mundo eran prioridad antes que actuar como partido revolucionario, lo cual nunca fueron.
Para la década de los 40’s la CTM estaba más fortalecida. El control ejercido sobre los trabajadores por parte de la burocracia sindical aseguraba a la burocracia estatal revertir las conquistas que el ascenso del movimiento obrero había conquistado en la década previa.
Con la postración y complicidad del Partido Comunista, Fidel Velázquez (sustituto de Lombardo en la dirección de la CTM) reforzó aún más el control y el sometimiento de de los trabajadores y avanzó en eliminar a los disidentes, como ocurriría con la violenta imposición del “charro” Diaz de León en los ferrocarriles en 1948 y en el charrazo a los petroleros en 1949.
Desde entonces, el charrismo sindical ha sido el principal responsable de la miseria y las penas que viven la gran mayoría de los trabajadores.
(**) Bortz, Jeffrey y Marcos T. Águila, México y el mundo del trabajo
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