La iniciativa de militantes y simpatizantes independientes del Partido de Trabajadores Socialistas (PTS-FIT) de disponer de lugares donde recrearse y organizarse motivó debates en redes sociales. ¿Un lindo lugar para el descanso es “de cheto”? La historia de algunos clubes en general y de clubes obreros en particular que desmienten estos prejuicios.
Augusto Dorado @AugustoDorado
Miércoles 9 de enero de 2019 11:26
“Campeones de barrio”, cuadro del pintor argentino Antonio Berni.
La presentación de una serie de quintas para disfrutar durante el verano con fines recreativos, iniciativa de militantes del Partido de Trabajadores Socialistas (PTS) junto a simpatizantes independientes en distintas localidades, desató una extraña lluvia de posteos, que dan a pensar que se trató de una campaña organizada y tuvo su epicentro en una fanpage filokirchnerista llamada La Batalla Cultural.
En su intento de “bardear” la iniciativa, este agrupamiento del ciberespacio -que promociona como ejemplo de “lealtad y entereza moral” a Amado Boudou (¿?) y que hace una rara operación lógica según la cual “el Papa tiene razón de nuevo y como siempre” y en la que criticar al Vaticano ubica objetivamente en el campo de la “derecha cipaya” (¡!)- se burla de la izquierda por lo que ellos caracterizan como “diversificar inversiones” abriendo “clubs privados con pileta”. A la vez, defienden a capa y espada a la burocracia sindical (“los sindicatos peronistas” en su imaginario) por sostener lo que creen que debería ser su monopolio: “predios, hoteles y cámpings” para la clase trabajadora. Es decir, si lo ofrecen los sindicatos burocratizados es una puerta al “paraíso obrero” del “derecho al descanso humano”; si lo autoorganizan simpatizantes de la izquierda, es una “desviación burguesa”. No es gente de muchas luces ni vuelo teórico (cuestión que intentan disimular con una imagen de perfil de –ay, pobre- el marxista italiano Antonio Gramsci) ni que merezca ser tomada con demasiada seriedad, pero en su lógica está la expresión de algunos prejuicios que suelen tener personas políticamente afines: por ejemplo, que a la clase obrera sólo la organiza “el peronismo” porque entendería indefinidas “particularidades nacionales”, mientras que la izquierda se dirigiría a un “mediopelaje deconstruido y talibán de todas las causas justas del universo, menos las del país”.
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Esta última sentencia, de militantes cibernautas que sazonan a cada rato con citas de Jauretche para cubrir el sabor de su ignorancia, tal vez es la que más nos ayuda a develar que están tan alejados de la historia y de la cultura del movimiento obrero argentino como sus admirados burócratas sindicales. Sino no se entiende la crítica a una iniciativa que está basada en la experiencia de los clubes obreros de la década de mitad de los años ´20 y hasta en el surgimiento de algunos de los clubes de fútbol convencionales que nacieron del seno del movimiento obrero de principios del siglo XX. No esperemos que lo busquen en los libros, pero está al alcance de cualquiera en Wikipedia… y sin embargo La Batalla Cultural prefiere exhibir con orgullo y malintencionadamente sus prejuicios.
La idea de “un lugar para divertirse, organizarse y formarse” políticamente (en el caso del PTS, en el marxismo revolucionario, se anuncia en flyers y posteos) no es nueva: las mismas corrientes que moldearon al movimiento obrero de este país en sus inicios entendían por ejemplo al arte, el deporte y la recreación como espacios –de la esfera del tiempo libre- en los que también está planteado disputarle la influencia política e ideológica a los capitalistas (o las patronales, o la oligarquía por esos años) que cuentan con mayor poder y recursos. Así, tanto anarquistas como socialistas tuvieron iniciativas que llegaron incluso a aportar a la formación de importantes clubes que son grandes en nuestros días: el actual Argentinos Juniors tiene como uno de sus componentes de origen al club Mártires de Chicago, Chacarita tenía relación con núcleos socialistas que explican los colores de su camiseta, Independiente surgió por iniciativa de jóvenes empleados de un gran comercio que eran discriminados por los empleados de mayor jerarquía (club que más adelante adoptó el color rojo de la camiseta para afirmar las simpatías socialistas de sus fundadores, como demuestra un trabajo del historiador del club Claudio Keblaitis). Y aún cuando no hubiera alguna de las corrientes políticas del movimiento obrero, otros clubes tuvieron su origen como ámbitos de recreación y organización propia de obreros de una empresa o sector, como los ferroviarios (que dieron nacimiento a Rosario Central, Ferro, Talleres de Córdoba y de Escalada, por ejemplo).
Los “Manaos” de Jauretche denominados “La Batalla Cultural” pareciera que ignoran esta historia, que es en parte la que intenta retomar la izquierda, y que ellos podrían considerar desde su imaginario una “particularidad nacional” porque el desarrollo del fútbol en otros países como Brasil fue muy distinto y durante muchos años fue el deporte de una elite (que hasta prohibía jugar a los afrobrasileros).
Pero la referencia más puntual que inspira la iniciativa de clubes obreros y lugares de esparcimiento en pleno 2019 es la experiencia desarrollada por el Partido Comunista a mitad de los años ´20: la creación de clubes aglutinados alrededor de una Federación Deportiva Obrera. Una experiencia en la cual era más explícita la intención de tratar de extender la influencia de la izquierda más allá de la esfera netamente política o la práctica sindical, era una iniciativa que apuntaba a la “disputa del tiempo libre” del movimiento obrero. El historiador e investigador Hernán Camarero es quien mejor lo desarrolla en su libro A la conquista de la clase obrera: los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina (1920-1935).
Vale la pena el rescate crítico de esa experiencia, muy reivindicable en cuanto al intento de organizar en otra esfera a la clase trabajadora de manera independiente de patrones, oligarcas y funcionarios de gobierno, como un refuerzo en la lucha por organizar también a la clase independiente políticamente. Se pueden cuestionar algunos aspectos de cómo lo llevó a la práctica el Partido Comunista de aquellos años (que recién comenzaba a iniciar un curso de burocratización en sintonía con la stalinización de la URSS): por ejemplo, el idealizar a sus clubes como un paradigma de “deporte rojo” en condiciones de competir con un supuesto “deporte burgués” con lo que terminaban organizándose de manera sectaria en relación a los clubes convencionales que -aunque apuntaban a desarrollar comercialmente el deporte (en especial el fútbol)- estaban en pleno proceso de formación y consolidación y estaban lejos de ser “empresas” ajenas a los intereses de obreros y jóvenes (los clubes convencionales eran todavía de base muy popular). Más allá de estas críticas, el desarrollo de esta experiencia de clubes obreros–que tuvo su pico entre 1925 y 1929- se vio frustrado más que nada por la represión y el endurecimiento del régimen a partir del golpe militar de Uriburu.
Dentro de los recursos con los que se puede contar hoy, una quinta con pileta o formar un club social en espacios autogestionados como la imprenta Madygraf, van en el sentido de recrear esa valiosa tradición y es más necesaria que nunca porque los espacios existentes como los “predios, hoteles y cámpings” de los sindicatos actuales en manos de burocracias enriquecidas, son en su mayoría inaccesibles para los no afiliados, los trabajadores tercerizados o en negro, los inmigrantes, los desocupados. Poder recuperar esos espacios existentes amerita crear otros nuevos -lo más lindos y cómodos que sea posible, como merecen las familias obreras- para “divertirse, organizarse y formarse”. Con pileta, para que mientras tanto los amigos de los burócratas sindicales se ahoguen en sus propios prejuicios.