En otras notas hemos señalado nuestro programa para enfrentar a los verdaderos responsables de la violencia contra las mujeres –El Estado, empresarios y la iglesia– y desarrollar la fuerza de la mujer trabajadora y pobre; así como hemos debatido algunas cuestiones que cruzan las polémicas al interior del movimiento feminista; y en numerosas publicaciones de nuestro diario damos cuenta del desarrollo de la lucha y sus debates. Acá queremos seguir avanzando en debates fundamentales que hacen al desarrollo de una corriente revolucionaria de las mujeres trabajadoras y jóvenes, que se proponga terminar con la opresión y la explotación.

Bárbara Brito Docente y ex vicepresidenta FECH (2017)
Domingo 3 de junio de 2018
La ilusión de un movimiento de mujeres homogéneo
El 18 de mayo el Frente Amplio redacta una declaración titulada “El Frente Amplio valora la lucha del Movimiento Social Feminista”, planteando una unidad homogénea del movimiento, pasando por alto que conviven distintos intereses en su seno. Sin embargo, las socialistas sabemos que el movimiento de mujeres no es homogéneo. La principal diferencia en su interior es su división en clases sociales. Así como todas las mujeres vivimos la opresión de un sistema machista que nos trata como propiedad, cosificando nuestras vidas y cuerpos; no todas vivimos por igual esta opresión. Un sector de mujeres, su minoría, son a la vez parte de la clase explotadora: gerentas, propietarias –como la “matriarca” Iris Fontbona de los Luksic, primera fortuna nacional, o Liliana Solari Falabella–, accionistas, es decir, las mujeres de la clase capitalista. No es casual que dichas mujeres, son las que en muchos casos lideran las voces femeninas de las ideas dominantes. Su clase social, dueña de la riqueza, domina todas las esferas de la vida económica, social, cultural y política, producto de la apropiación privada del trabajo de millones de personas, la clase trabajadora, que para vivir debe vender su fuerza de trabajo, y encuentra en las mujeres el eslabón más débil de esa cadena. ¿Somos iguales las mujeres obreras, las empleadas de casa particular, las trabajadoras del comercio, minería; a las mujeres de la clase capitalista? Claramente no.
Así, aunque muchas digan que esta lucha involucra como condición de posibilidad para cualquier conquista “la unidad de las mujeres”, no somos iguales y no tenemos un propósito común. La bandera de “unidad de todas las mujeres”, es una ficción que sirve muy bien a la clase dominante para mantener la desigualdad material sobre la que se funda su dominio, y es el deber de las revolucionarias señalar este hecho, para no fortalecer a esos mismos sectores.
No solo intervienen clases diferentes en un movimiento, sino que en él están interviniendo corrientes políticas burguesas, liberales –de derecha o izquierda–, reformistas, radicales, separatistas, del feminismo socialista y de clase, que expresan a su vez los intereses de las diferentes clases en pugna. Es un terreno en disputa, no de colaboración. Toda práctica política que parta por la premisa de la “unidad de todas las mujeres” guarda la ilusión de que un capitalismo más humano es posible e incluye la imposición de la armonía social entre clases antagónicas, alimentando la colaboración de clases en razón del género. El Frente Amplio alimenta estas ilusiones –desde allí es entendible el “reconocimiento” de Beatriz Sánchez a la reaccionaria y antiaborto ministra UDI Isabel Plá– así como la ilusión que el Estado capitalista y patriarcal, agente histórico de la dominación clasista y opresión machista, es un “terreno en disputa” que podemos “reformar”, transformando este aparato histórico de dominación de la clase capitalista y del patriarcado, en un depositario de intereses que se podría poner al servicio de los oprimidos.
Muchas feministas también parten de esta base y terminan así confundiendo quienes son nuestros verdaderos enemigos: ya no es el Estado capitalista y patriarcal, sino que para algunas serían los hombres, más allá de su clase social, los responsables de esta violencia. Como política, su estrategia de “sexo contra sexo” se traduce en el fortalecimiento de políticas punitivas.
Ambas visiones no atacan a este mismo Estado y los partidos que han gobernado desde hace décadas –Chile Vamos y la ex Nueva Mayoría– que mantienen la violencia cotidiana, junto a empresarios e iglesias, sobre la mayoría de las mujeres, trabajadoras, pobres, mapuche, alimentando la confianza en la misma máquina de opresión y explotación, sus instituciones, leyes, fuerzas armadas.
Si bien nosotras como feministas socialistas acompañamos a las mujeres en sus denuncias y en su sentimiento de conseguir justicia, el debate que damos se circunscribe en el debate entre feministas, donde tanto las “reformistas” –como las organizaciones del Frente Amplio– así como las “separatistas” –en su gran mayoría “punitivistas”– terminan, desde distintos puntos de vista y aunque aquella no sea su intención, fortaleciendo a uno de los principales enemigos de la lucha por la liberación de la mujer: el Estado capitalista y patriarcal.
Punitivismo: el encanto y ficción de un peligroso fortalecimiento del Estado opresor
Todo intento de fortalecer al Estado patriarcal y capitalista, ya sea con más medidas “punitivas” o sanciones penales conlleva un enorme peligro: su fortalecimiento va en contra de la lucha por erradicar la opresión. Por eso Piñera anunció hace algunas semanas la disposición del gobierno para declarar la “imprescriptibilidad” de delitos sexuales, y hoy en su cuenta pública ha fortalecido centralmente el aumento de “penas” para conseguir la “igualdad entre hombres y mujeres”. Aunque sea “popular” –también lo es la introducción de la pena de muerte y no por eso es progresiva–, fortalece al Estado y sus órganos represivos –policía, fiscalía y el poder judicial– para perseguir por tiempo indeterminado a sujetos individuales. No solo eso, también busca –así también lo hicieron los gobiernos concertacionistas– fortalecer a las policías, fiscales y jueces, el aparato de represión. Es lo que pretende la clase dominante: centralizar allí la relación patriarcal, donde el Estado puede descargar su enorme poder social, sobre los individuos, liquidando todo carácter social de la opresión, y absolviendo de responsabilidad a las principales instituciones que lo sostienen: empresas, la iglesia y el mismo Estado y sus instituciones.
Ni siquiera en la realidad sirve para anular el flagelo de la violencia, creando una “ficción” de avance mientras lo que se fortalece es el mismo Estado enemigo que sostiene esta relación de opresión y explotación. Feministas como Rita Segato han alegado bien al respecto “La eficacia material del derecho es ficcional (…) la punición, la sentencia no va a resolver el problema, porque el problema se resuelve allá abajo, donde está la gran cantidad de agresiones que no son crímenes, pero que van formando la normalidad de la agresión. Ninguno tomaría ese camino si no existiera ese caldo de cultivo.” La feminista marxista Andrea D’Atri desarrolla en el mismo sentido que “el establecimiento y aumento de penas o los castigos ejemplares, que se espera que actúen no solo como retaliación para las víctimas sino también como política de prevención de futuras conductas criminales, demostraron no ser efectivos para acabar con la violencia patriarcal que se sigue reproduciendo, porque es estructural a las sociedades de clase”.
La “ficción” es que crea la apariencia que el aumento de sanciones penales, de poder punitivo del Estado o instituciones del “Estado ampliado” –como burocracias y autoridades universitarias–, nos acerca al fin de la opresión; cuando lo cierto es que no solo no culmina la violencia cotidiana, sino que fortalece al Estado e instituciones que son las principales garantes de esa violencia e impunidad. Todo fortalecimiento del aparato represivo de este Estado no será más que una herramienta para la clase dominante contra trabajadores, mujeres y jóvenes, así como contra la izquierda. El peligroso encanto del punitivismo en numerosos sectores que se reclaman feminista, aleja el centro de la lucha de las mujeres y fortalece la visión del castigo de las teorías del populismo penal que hasta hoy va en ascenso.
La utopía posibilista: el Estado como sujeto liberador… mediante reformas mínimas
Para el Frente Amplio los anuncios de Piñera tuvieron muchas “faltas”, muchas “ausencias”, pero ningún problema que nos obligue a organizarnos para echar abajo la propuesta del gobierno. No anunció “acciones concretas en pos de una educación no sexista”. Esa fue su crítica central. Una crítica que ha circulado ampliamente entre organizaciones de mujeres. Nosotros compartimos esta demanda como planteamos en esta nota, unida a la lucha por conquistar el derecho al aborto legal, libre, seguro y gratuito, por terminar con la educación de mercado y conquistar una educación pública, gratuita y no sexista, el fin al subcontrato y al trabajo precario.
Es cierto que el Frente Amplio plantea otras medidas, que cuestionen los factores “estructurales” de esa opresión y explotación, algunas de las cuales compartimos como el fin a las AFP, igual trabajo igual salario, fin al trabajo precario. Sin embargo, para la lucha inmediata se trata de limitarse a la lucha por una educación no sexista, y las demás reivindicaciones más “estructurales”… para el futuro, o para las próximas elecciones, o sólo para la lucha parlamentaria, pero de ningún modo para impulsar la lucha de clases e impedir que el régimen y sus representantes de Chile Vamos y de la ex Nueva Mayoría transforme las demandas a medidas que se traduzcan en cambios estrictamente “culturales” mientras sostiene esta barbarie cotidiana que atenta contra las mujeres, y particularmente contra las mujeres pobres y trabajadoras.
Incluso, aunque lo tengan en su programa de campaña el 2017 –“El programa de muchos” de Beatriz Sánchez–, ni siquiera plantean ahora la lucha por el derecho al aborto legal, libre, seguro y gratuito, sino que la “óptima implementación de la Ley que despenaliza el Aborto en Tres Causales”, es decir, ¡defender el legado de Bachelet! Así, ahora se trata de luchar como objetivo por educación no sexista para producir “transformaciones culturales”. Las demás luchas… para un futuro indeterminado.
Hay un amplio consenso en las diversas direcciones de esta lucha –Cofeu, Confech, organizaciones del Frente Amplio– sólo a ejercer presión por educación no sexista sin un cuestionamiento mucho más profundo contra el Estado, los empresarios y las iglesias, y sin llamar a forjar un gran movimiento de mujeres trabajadoras y pobres, junto a la juventud, lo que exigiría buscar la unidad en la base con los sindicatos exigiendo esta lucha a las direcciones burocráticas; masificar el movimiento estudiantil recuperando demandas históricas, asambleas masivas, uniendo y buscando animar a las trabajadoras/es de las universidades; forjando nuevos objetivos y agrupando nuevas fuerzas. Lejos de ello, se limita a educación no sexista, una demanda mucho más dirigible (y digerible) por el régimen.
Eso es parte de levantar un “programa mínimo” para la lucha, y las demandas que toquen “aspectos estructurales” son para “otro momento” distinto de la lucha –para la tribuna electoral podríamos decir–. Este extremo lo lleva a cabo más “consecuentemente” Izquierda Autónoma y sus 10 puntos donde no se refiere más que a educación no sexista, supuestos críticos del ala “moderada” del Frente Amplio, pero en los hechos no plantean más que un clásico reformismo que separa demandas mínimas de los grandes cambios necesarios. Tampoco hablan del derecho aborto. Las banderas históricas para talleres, charlas, cursos. Para la lucha, “el piso mínimo posible”. Una izquierda “en la medida de lo posible”.
Es que de conjunto, su estrategia está unida a un programa de reforma del Estado, aquel mismo aparato histórico de dominación y opresión, sostenedor de este flagelo histórico y estructural. Si bien reconocen que la opresión de género tiene un “origen estructural”, ven que la reforma al Estado –“en disputa” con el mercado– y una sociedad “pos neoliberal” –pero capitalista– puede terminar con la opresión y desigualdad material. Así, las mujeres que luchan deben presionar por reformas mínimas, para aplicar un programa un poco más avanzado en elecciones. Y cuando lleguemos al gobierno –¿el gobierno “feminista” de Beatriz Sánchez?– y tengamos mayoría parlamentaria, el Estado será una herramienta al servicio de los oprimidos y explotados, las mujeres y el pueblo trabajador. Esta confianza total en el Estado de la clase dominante, no es más que una copia “pos neoliberal” de la política del PC, que con la “bacheletista” Claudia Pascual –ex ministra de la mujer–, señaló que para “terminar con la violencia de género y luchar por su liberación, se necesita (…) un compromiso del Estado y de todos los gobiernos para erradicar la violencia”. Desde su perspectiva, el Estado ahora no es el enemigo, sino el sujeto transformador. Misma visión que tiene el Frente Amplio. De allí que apoyen también la promoción de mujeres en las reaccionarias Fuerzas Armadas y en la corrupta y represiva institución de Carabineros; o apoyen la promoción de mujeres en empresas e instituciones púbicas, para que sean gerentas o jefas de la clase capitalista.
Una cosa lamentable es que la gran mayoría de organizaciones que se dicen “revolucionarias” o “populares” (desde Guevaristas, Contra Corriente o Trabajadores al Poder, para poner sólo un caso), se subordinan a alguna de estas variantes centrales, liquidando cualquier estrategia socialista y revolucionaria para el movimiento de mujeres. Un debate aparte merece esta cuestión, que abordaremos en próximas elaboraciones.
…
Las feministas socialistas, organizadas en Pan y Rosas – Teresa Flores vemos necesario arrancar todas las demandas que apunten a mejorar nuestras condiciones de vida contra este Estado burgués y patriarcal, los empresarios y la iglesia, en la medida que fortalezca las fuerzas, autoorganización y combatividad de las mujeres trabajadoras, jóvenes y pobres, de la mano del conjunto de la clase trabajadora. Pero a la vez denunciamos al Estado y su alianza con empresas e iglesias, y luchamos por una perspectiva de independencia política de clase para enfrentar a nuestros enemigos, con un programa que apunte a terminar con este estado de cosas y un sistema basado en la dominación social clasista y la opresión patriarcal. Queremos desarrollar la fuerza de la movilización y autoorganización en fábricas, empresas, hospitales, como hacemos conformando Comisiones de Mujeres en la fábrica Orica de Antofagasta, en la planta de CorreosChile en Quilicura, en el Sindicato GAM, o ahora entre las trabajadoras de la UMCE.
Como planteamos en la conclusión del manifiesto internacional de Pan y Rosas, que levantamos en 11 países a lo largo del mundo entero: “Nuestra lucha por la emancipación de las mujeres es parte, también, de nuestra lucha por construir un partido revolucionario de la clase trabajadora –en cada país y a nivel internacional-, con un programa anticapitalista, obrero y revolucionario que conduzca a la revolución socialista para imponer un gobierno obrero, que sea a su vez, una trinchera en la lucha por acabar con el capitalismo y todas las formas de explotación y opresión.”
Por esta perspectiva lucha Pan y Rosas, forjando un feminismo de clase y socialista, que se proponga remover todos los cimientos de esta sociedad burguesa.