Miércoles 22 de octubre de 2014
“Todo lo que vi ya no lo veo, y todo lo que veo ya lo vi”. Esta frase de Adolfo Pedernera serviría bastante para definir el presente del fútbol argentino. Si bien asistimos en el actual campeonato Transición 2014 a una bocanada de aire fresco con el interesante armado ofensivo de varios equipos -quizás producto, en alguna medida, de la saludable intención que se vio en el reciente Mundial de Brasil (sumado a que en esta temporada no habrá descensos)- lejos estamos de poder observar en el torneo una estética más vinculada con las características técnicas e históricas del juego criollo -ejemplificado en “la nuestra”-, ni de conjuntos que realmente den espectáculo. Toques, gambetas, paredes y demás, en general brillan por su ausencia.
Si bien en una economía de un país capitalista dependiente como es la Argentina, es muy difícil poder retener a los principales jugadores y figuras y evitar que sean transferidos a los más importantes mercados futbolísticos mundiales globalizados, también es cierto que el fútbol local viene en una lenta pero persistente decadencia en cuanto al nivel de juego del que aquí se trata. Hay que recordar entonces -y haciendo un panorama y un recorte rápido y seguramente arbitrario- que desde las primeras décadas del siglo anterior, del pasaje del amateurismo al profesionalismo, desde los años de oro futboleros del ’40 y del ’50, conjugadores y equipos memorables, y cuyo exponente más representativo tal vez haya sido la mítica La Máquina,se pasó por la primer crisis y gran ‘ruptura’ con el sonoro fracaso de la selección en el Mundial de Suecia de 1958. Allí comenzó la progresiva ‘europeización’ futbolera, con el predominio de lo físico y de la táctica por sobre la técnica y el concepto. Osvaldo Zubeldía y Juan Carlos Lorenzo hicieron escuela. Ya en los ’70 hubo una reacción de la corriente clásica, con César Menotti como estandarte (y también anotemos al legendario Ángel Labruna). A posteriori, en los años ’80, terciaron Carlos Bilardo, Carlos Griguol y sus tacticismos, y se desplegaron sistemas y formaciones con una especie de ‘mix’ de estilos. Entrados los ’90 y los 2000, ya sin predominio ni de menottistas ni de bilardistas, y en medio de muchas ecuaciones híbridas en cuanto a dispositivos a desarrollar en el ‘verde césped’, apareció la novedad de la proposición estratégica de Marcelo Bielsa.
Pero hay que decir que en estos días lo que observa en las canchas los domingos es un fútbol carente de grandes futbolistas y de imaginación, de propuestas amarretas y mezquinas y de sistemas de juego absolutamente pragmáticos, salvo excepciones conocidas como decíamos al principio. Es hora de tratar de volver a las fuentes y a las raíces, de saber los equipos y sus formaciones de ‘memoria’, de recuperar su estilo y de transmitir la memoria histórica del fútbol argentino. De intentarlo otra vez. ¿Será posible?