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Red Internacional
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Las feministas socialistas peleamos por una sanidad pública al servicio de la mayoría social

Sanitarias y usuarias venimos denunciando con fuerza la situación crítica del sistema público de salud. Una realidad que supone un ataque directo a las trabajadoras sanitarias, a los derechos de las y los trabajadores en su conjunto y a las mujeres profundizando la crisis de cuidados que sufrimos tras años de ataque y degradación de los servicios públicos.

Miércoles 22 de febrero de 2023

La situación de la sanidad pública en el Estado español es cada vez más complicada, como resultado de años de ataques, privatización e infrafinanciación. Además, tras la pandemia, lejos de reforzarse el presupuesto para este ministerio, se ha mantenido en una tendencia decreciente. Según el Programa de Estabilidad enviado por el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos a la Comisión Europea, el gasto en sanidad caerá del 7,6% del PIB en 2020 hasta el 6,7% en 2025. Por su parte, los últimos Presupuestos Generales suben un 6,4%, muy por debajo del aumento de la inflación y los precios, todo ello mientras el presupuesto militar aumentó en un 26%. Además, nos encontramos en una situación en la que la relación de profesionales por habitantes en Atención Primaria es de 0,77 médicos y 0,5 enfermeras por cada 1.000 habitantes, y se han perdido 9.000 camas de hospital desde el año 2000.


La sanidad: un sistema precarizado y altamente feminizado


Una de las maneras en que los distintos gobiernos, tanto centrales como autonómicos, han atacado la Sanidad Pública es a través del ataque a las condiciones de sus trabajadoras y trabajadores. En todo el Estado español sólo el 47,2% de los trabajadores de la sanidad pública son fijos. Este índice aumenta según descendemos en las categorías profesionales, al igual que aumenta el número de mujeres ocupantes de esos puestos.

Así tenemos que el 84% del personal de enfermería son mujeres, y el 90% de los puestos de trabajo en las residencias sociosanitarias están cubiertos también por mujeres. Existen datos que afirman que, dentro del ámbito sanitario, son las mujeres las que menos contratos de empleo fijo tienen, aumentando la temporalidad. Según el boletín estadístico del personal al servicio de las administraciones públicas, desde 2016 el incremento de la temporalidad ha sido 5 veces mayor para las mujeres que para los hombres. A la luz de estas estadísticas, se puede comprobar que la incorporación de la mujer al trabajo se hace en condiciones de precariedad, y que las mujeres terminan cargando en muchos casos con esos trabajos más precarios.

A esto hay que sumar que muchos de los servicios han sido externalizados, es decir, privatizados, en los últimos años lo que ha supuesto por un lado un empeoramiento de estos servicios y por otro, una manera de precarizar estos puestos de trabajo cuyos profesionales ahora son contratados por empresas privadas para prestar servicio en la sanidad pública. Es lo que ocurre con la mayoría de servicios de limpieza o lavandería de hospitales, ocupados en su mayoría por mujeres. También es lo que ocurre con otros servicios del ámbito sociosanitario que todas las administraciones municipales, sin excepción, han externalizado impunemente como el Servicio de Atención Domiciliaria.

En el capitalismo patriarcal la feminización de los cuidados también se traslada al ámbito laboral. Es así que las mujeres somos mayoría en sectores como el sociosanitario, el educativo o los servicios. Como se demostró durante la pandemia, las mujeres y personas migrantes ocupamos puestos esenciales en todos los ámbitos de la producción y los servicios públicos, sin embargo, paradójicamente también somos las que soportamos mayor precariedad. Las sanitarias recibieron aplausos cada día de la pandemia, y en todos los medios de comunicación se las trataba de heroínas. Sin embargo, esa atribución de características heroicas, en un contexto en el que debían trabajar en condiciones de seguridad nula, encubría una realidad totalmente diferente. Las trabajadoras que estaban a pie de cañón no querían ser heroínas, querían buenas condiciones laborales y materiales, que los gobiernos tuvieran en cuenta su salud y la de sus familiares, y que no se les explotara, ya que trabajar 24 horas seguidas sin EPI no es heroicidad, es explotación.

A raíz de la pandemia, estos trabajos que bajo el capitalismo patriarcal resultaban infravalorados, los trabajos de cuidados (atención a domicilio, enfermería, auxiliar de enfermería, etc.) se mostraron como trabajos esenciales. Sin embargo, van pasando los meses, y mientras las economías y las cuentas de las grandes empresas se van recuperando de la crisis de la pandemia, estos puestos de trabajo feminizados continúan sin ser mejor remunerados, se producen despidos masivos, y aunque la población y la clase trabajadora ve lo necesario que son sus trabajos, el estado y los grandes poderes continúan respondiendo con medidas que recortan en la sanidad pública y con peores condiciones para las sanitarias.


El ataque a la sanidad pública profundiza la crisis de los cuidados


Otra de las cuestiones que se puso de relieve durante la pandemia fue la crisis de los cuidados como consecuencia de años de ataques, degradación y desmantelamiento hacia los servicios públicos como la sanidad, la educación o la dependencia, un hecho que tuvo un impacto en millones de hogares especialmente de la clase trabajadora. Esa crisis de cuidados hoy se agudiza al calor de la degradación de los servicios públicos y en especial de la sanidad. Las largas listas de espera para ver a tu médico de cabecera, al especialista o para una operación se traducen en una peor salud de mayores, y no solo, cuyos cuidados siguen siendo soportados por las mujeres. También la falta de plazas en guarderías o residencias públicas o los recortes en el sector sociocultural son otros ejemplos.

Esto sucede porque la doble carga de trabajo es una realidad. Millones de mujeres se encuentran en la primera línea de trabajos esenciales, como los servicios sociales, además del trabajo doméstico adicional. Las tareas de producción y reproducción someten a las mujeres a una doble jornada de trabajo, que por un lado les oprime por su género, y por otro lado les explota por su clase social. Son el capitalismo y el patriarcado retroalimentándose en un sistema perfecto de explotación. Lo que está claro es que el capitalismo se sirve de la división sexual del trabajo, perpetuándolo para su beneficio.

Así la crisis de los cuidados golpea con mucha más fuerza a las mujeres más pobres, a las trabajadoras, las migrantes, las desempleadas. Porque bajo el capitalismo patriarcal la cuestión de género se cruza con la cuestión de clase. De la misma manera que el ataque a los servicios públicos supone un ataque directo a las conquistas de la clase trabajadora, a su derecho a la salud y a su salario indirecto destinado a los servicios públicos, somos las mujeres trabajadoras las que sufrimos las múltiples consecuencias de este ataque.

El rol de cuidados se ha asociado a lo largo de la historia en las sociedades patriarcales y de clase a las mujeres, es un rol patriarcal del que hoy se sirve el capitalismo para configurar una doble jornada para las mujeres, ya que además de asumir su jornada laboral y servir de mano de obra, también asumen el peso de los cuidados, de la familia y de la reproducción. Personajes como el médico Gregorio Marañón han tratado de hacernos creer que el cuidado es algo innato en la mujer, argumentando que existe una teoría de diferenciación de sexos, por la cual se entiende que las mujeres somos innatamente más sensibles, afectivas y sentimentales, mientras que los hombres poseen la lógica, y la razón. Así, se refuerza el rol doméstico de las mujeres, porque además de mujeres somos madres.


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La forma de combatir y luchar por una sanidad al servicio de la clase trabajadora y las mayorías sociales, y por unas condiciones laborales dignas, es la lucha, la autoorganización y la coordinación entre todos los sectores incorporando las reivindicaciones de todos y todas. Una organización entre el conjunto de los trabajadores, pero también feminista. Bajo este sistema, nuestro trabajo como mujeres dentro de las tareas de cuidados es la reproducción de la fuerza de trabajo, y por lo tanto somos un pilar fundamental en la producción dentro del capitalismo. No solo a nivel hospitalario, también a nivel de atención primaria, atención a domicilio, atención sociosanitaria en las residencias, y los cuidados informales, todos ellos sectores a cada cual más precario y más directamente relacionado con la reproducción de la vida.


¿Qué tenemos que decir las feministas socialistas al respecto?


Las mujeres trabajadoras, quienes somos mayoría en el sector sociosanitario y casi la mitad de la fuerza trabajadora junto a nuestra clase, tenemos una posición estratégica desde donde pararlo todo. Sin nosotras, el sistema no produce ni se reproduce, somos esenciales. Las sanitarias además tenemos un papel en la reproducción de la fuerza de trabajo. Cuidamos y curamos, es decir, cumplimos un papel esencial en la reproducción socialmente necesaria para el sistema cuidando del conjunto de la clase trabajadora para que posteriormente pueda seguir produciendo desde el punto de vista del capital.

Sin embargo, como veíamos al principio, hoy, bajo la lógica capitalista, en el Estado español, así como en el resto de los países de la UE y países imperialistas, los Gobiernos, ya sean de derechas o “progresistas”, quieren que tanto la cobertura sanitaria a la población, así como que el gasto sanitario público, sean asumidos y gestionados por la iniciativa privada, ya sea mediante privatizaciones directas o imponiéndolo a cuentagotas. Por ello existe un ataque permanente a los servicios públicos. Mediante la destrucción progresiva de todos los servicios públicos, están atacando directamente a la clase trabajadora y sectores populares. Cuanto menos presupuesto se dedique a sanidad, menos disponible será la salud para las familias de rentas más bajas. Cuanto menos presupuesto se dedique a la educación, menor será el acceso a estudios por parte de hijos de familias obreras.

Un hecho en el que además se cruza la cuestión de la opresión de género y que tiene como resultado una crisis de los cuidados que termina golpeando enormemente a las mujeres más pobres. Es por eso que pelear por los servicios públicos es pelear por los derechos del conjunto de la clase trabajadora y es también pelear contra la opresión que sufrimos las mujeres.

Por ello y para enfrentar esta situación es fundamental que las feministas luchemos por medidas que realmente mejoren la situación de la clase trabajadora y de las mujeres y asumamos como propia la pelea por unos servicios públicos y de calidad. En un contexto de degradación de todos los servicios públicos las mujeres organizadas debemos poner muy al frente de nuestra lucha la pelea contra la privatización de la sanidad con la movilización unificada de trabajadores, sanitarios y estudiantes. Hay que retomar las luchas como cuando impusimos una huelga feminista y general a las burocracias sindicales e imponer desde abajo a las direcciones de los sindicatos mayoritarios, como CCOO y UGT, o entre los médicos AMYTS, la convocatoria de una huelga general y un plan de lucha en todo el Estado por un programa de emergencia en defensa de la sanidad y todos los servicios públicos.


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Para revertir los recortes en sanidad y unificar al conjunto de las y los trabajadores sanitarios en una misma lucha, es necesario poner sobre la mesa una serie de reivindicaciones, como el aumento del presupuesto destinado a atención primaria, la internalización de todas las y los trabajadores subcontratados y la estabilización del personal del sistema nacional de salud, aumentar el número de plazas en grados como enfermería y medicina, la subida salarial de los trabajadores sanitarios acorde al IPC real, universalización de la asistencia incluyendo la población inmigrante sin papeles etc. También es central la pelea por la remunicipalización de servicios socio sanitarios que han sido regalados a los grandes grupos empresariales en las últimas décadas.

Además, no solo debemos pelear por frenar la privatización y recuperar unos servicios públicos que, aunque eran una conquista de la mayoría trabajadora y de las mujeres, no resolvían ni terminaban con la doble jornada que sufrimos. Para ello debemos exigir y pelear también por la apertura de guarderías gratuitas para todos los trabajadores, la creación de residencias públicas para mayores financiadas por el Estado mediante el impuesto a grandes fortunas y corporaciones comenzando por aquellos grandes lobbies que están detrás del negocio de la salud como los bancos y las aseguradoras y que se han lucrado durante décadas a costa de lo público.

No sólo luchamos por mejores condiciones, por una mejor sanidad pública para la clase trabajadora, sino también para romper con esos roles de género y con el patriarcado que tan útiles les son al capitalismo que nos explota, para que los cuidados no sean algo que recae sobre las espaldas de las mujeres y lo cual se ahorra el sistema y el estado, sino un problema que solucionar por el conjunto de la sociedad. Solo sumando las distintas reivindicaciones de los trabajadores, de las mujeres y del personal socio sanitario podremos articular la fuerza social necesaria para empezar imponer planes sanitarios que respondan a las necesidades de la mayoría social.

Si para muchas personas cada vez se hace más necesario ser portador de un seguro privado para gozar de una atención sanitaria digna, es por el trasvase público-privado del que estamos siendo espectadores en los últimos años debido a leyes privatizadoras como la 15/97. Una ley que no ha sido cuestionada por ninguno de los partidos del régimen que la impulsaron, pero tampoco por Unidas Podemos y el actual Gobierno “progresista”. En comunidades como Madrid vemos como Ayuso trata de vender a la privada esta sanidad que lleva décadas siendo infrafinanciada, desmantelando nuestra atención primaria. Infrafinanciada también por el gobierno “progresista”, que han aprobado los presupuestos a los que llaman los más sociales de la historia, pero que en realidad son los más militaristas. Así los llamamos debido a que aumentan un 26% el gasto en defensa, el mayor en los últimos 40 años, mientras que el aumento del gasto en sanidad ni siquiera cubre el aumento de la inflación.

¡Basta de infrafinanciar los servicios básicos de la población trabajadora! Una buena salud y unos cuidados acordes a nuestras necesidades no deberían ser un lujo, ni debería depender de nuestra capacidad económica para contratar un seguro privado. Por eso defendemos la perspectiva de expropiar y socializar los recursos de la sanidad privada, para crear un sistema unificado de sanidad pública, gestionado por sus propias trabajadoras, junto a los usuarios y vecinas. Pelear por los servicios públicos al servicio de los intereses de la mayoría social es pelear por los derechos del conjunto de la clase trabajadora y es también pelear contra el patriarcado.

¡Este 8M defendemos una sanidad pública al servicio de la mayoría social! Sabemos que para lograr que nuestra salud no valga menos que sus ganancias, tenemos que luchar por transformar esta sociedad de raíz, terminar con el capitalismo y luchar por una sociedad de nuevo tipo: el socialismo. Por eso nuestro feminismo es socialista y revolucionario.