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Red Internacional
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Mendoza. Para que la memoria no nos abandone: a 20 años de Cromañón

Cuesta hablar de un tema que causa dolor, a veinte años de la masacre de Cromañón, no puedo evitar escribir con lo ojos llenos de lágrimas. No recordaba el impacto que había causado en mi biografía hasta que me animé a ver la serie. Mas allá de las polémicas y reacciones que ella ha generado en organizaciones de familiares y sobrevivientes, humildemente pienso que contribuye a recordar una deuda pendiente en nuestra sociedad.

Viernes 27 de diciembre de 2024 13:34

Como dijo sabiamente Osvaldo Bayer: la memoria es el único camino que lleva a la justicia…Vaya mi granito de arena para que el tiempo no sea indiferente a las tumbas que todavía, lamentablemente, siguen abiertas. Pienso que la indolencia social, termina siendo cómplice de la impunidad, la negligencia y la corrupción. Traigo aquí las palabras de la mexicana Rossana Reguillo, de su libro Necromáquina (2022) quien señala la necesidad de poder narrar para resistir el poder normalizador de las violencias. Haciendo lugar a la memoria, como joven de la periferia urbana que fui, comparto aquí algunas conexiones entre los fenómenos culturales que emergieron en medio de la desocupación y el ajuste signo de esa década: la bailanta. Locales bailables, con música en vivo que cada fin de semana convocaba a cientos de personas.

Periferia social y bailanta

El 30 de diciembre de 2004, vivía y sigo viviendo en la periferia del Gran Mendoza, en un departamento populoso y precarizado llamado Las Heras, a 1.050 km de la Ciudad de Buenos Aires. Departamento que alojó a las familias victimas del terremoto de 1985 y que las confinó a barriadas alejadas, estigmatizadas y sobre todo desprovistas de infraestructura urbana y servicios.

En los años 90’, con el surgimiento de la cumbia villera, al calor de otros ritmos como el cuarteto y la cumbia y surge en esos años una popular bailanta que funcionaba, paradójicamente, en el edificio de una ex fábrica ubicada del cordón industrial de Las Heras. Se generó una tensa relación entre las y los vecinos próximos al local bailable y la movida tropical. Se sucedían grandes despliegues de autos, trafics y micros que se agolpaban en sus alrededores, le seguían denuncias, cierres y aperturas hasta que a poco tiempo del ultimo recital que allí dio Gilda, la bailanta cerró definitivamente sus puertas.

Siendo adolescente por esos años, recuerdo los discursos cargados de intolerancia y racismo que giraron en torno a la existencia misma de la bailanta. Se sabía también de la precariedad de las instalaciones de la ex fábrica, teniendo en cuanta la numerosa cantidad de personas que la frecuentaban.

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¿Que estaba haciendo el 30 de diciembre de 2004?

Volviendo al 2004, admito que ahora me gusta más el rock que, a mis entonces 27 años, pero admito que ya escuchaba las llamadas ‘bandas de garaje’ o emergentes de principios de los 2000.

Imposible no recordar ese momento y el nombre de la banda que convocaba a tantos jóvenes esa noche, Callejeros. Esos años previos a la masacre de Cromañón, ya tenía el registro, a través de los medios, de la represión del 19 y 20 de diciembre y recuerdo haberme sumando a las filas del ‘que se vayan todos’, desde una agrupación mendocina y acercarme a los movimientos sociales y algunos autonomistas (principalmente de trabajadores desocupados). Pero algo transcendental había pasado en mi vida, nació mi hija mayor el 21 de diciembre de 2004, yo me encontraba tramitando un vínculo con una recién nacida cuando fue la masacre. Mi hija tenía 9 días de vida.

Ese trámite fue sorprendido para atender el caos y la confusión del 30 de diciembre de 2004. En ese tiempo veía televisión y también noticieros (ya no lo hago), que gran parte de ellos eran señales de Buenos Aires. Recuerdo ver horas de transmisión en vivo, con sucesivos noteros que cruzaban a pibes heridos, pidiendo ayuda, buscando amigos, enviando mensajes a sus familiares a través de las cámaras. Ambulancias, sirenas, bomberos corriendo, humo, agua, cuerpos inertes sobre el asfalto, las zapatillas de los pibes. Llanto de familiares, desolación y pedidos desesperados a los medios. Rondas de políticos, partes médicos, indignación, dolor, angustia.

A más de mil kilómetros y con mi depresión post parto a cuesta, con una bebé en mis brazos, lloré durante esos días, los más tristes que puedo recordar. Admito el bloqueo de este recuerdo, hasta que la serie me obligo a viajar en el tiempo, volví a llorar desconsoladamente y me indigné al asumir la poca información que tenía sobre los años después de la masacre. Sabía de algunas condenas, pero nada sobre la organización de sobrevivientes, familiares de víctimas, ONGs, encuentros de sobrevivientes, edición de libros, y más.

Pudimos celebrar los 20 años de mi hija, quien desde hace un tiempo asiste a recitales, pude contarle esta historia, de las 194 jóvenes de Buenos Aires que no regresaron con vida de un recital de rock. Que la música no mata y que a los pibes los mato la corrupción.