La crisis socio-sanitaria por la pandemia del Covid-19 que vive el país, desnuda la hipocresía de las iglesias y su falta de solidaridad con los sectores populares más humildes sobre quiénes con mayor dureza golpea esta crisis.
Ana Fernanda León #YoCorresponsal
Viernes 27 de marzo de 2020
Foto: redes
Las iglesias católicas y evangélicas tras diversos eventos suscitados en esta crisis han dado a relucir su verdadero ser, el ser hipócrita. Tras el incremento de casos confirmados de coronavirus, y las medidas asumidas por el Gobierno golpista, el Monseñor Pesoa, Secretario General de la Conferencia Episcopal Boliviana, exhorta a la toma de medidas económicas considerando a los más pobres. Este sostiene que “Una sociedad que ve como Dios ve, debe tener en cuenta a los más pobres que, estos días, sufren y sufrirán más todavía”. Ante esta posición, se da a relucir la hipocresía de la Iglesia Católica, quien goza de exhoneración de pago de impuestos, los cuales en estos momentos de crisis serían valiosos para diversas inversiones en el sector de salud, como ser en el tema de compra de equipamiento, como por ejemplo, respiradores o pruebas rápidas para la detección del coronavirus. Mas aún, esta Iglesia reclama por los más pobres, cuando es la misma institución que se queda callada y es cómplice ante los atropellos a los trabajadores empobrecidos y precarizados sometidos por la élite , la que es, en todo caso su mejor aliada y amiga.
Esta no es la primera vez que la iglesia utiliza a los pobres para mostrarse compasiva sin hacer absolutamente nada. Diversos sectores ya habían exigido que la iglesia se solidarice en esta crisis y que abra sus puertas a la población en situación de calle para que puedan encontrar cobijo al menos en las noches tan frías. Pero no hubo ninguna respuesta ante estas peticiones.
Además, cuando ya se había pedido que no se realicen reuniones con una cantidad masiva de personas por el alto riesgo que esto implicaba en temas de contagio del virus, la iglesia seguía realizando misas y peregrinaciones. La gravedad de esto se lo puede observar con el sacerdote italiano diagnosticado con Covid-19 en Copacabana, quién celebró una eucaristía en la Iglesia San Francisco de La Paz, además de haber celebrado eucaristías en varias comunidades alrededor de Copacabana poniendo en riesgo a la población más humilde. Frente a esto hay que señalar que mientras las clases medias se dedicaron a insultar a la población alteña que se veía obligada a trabajar estos días de cuarentena calificándola de “ignorante”, “vandálica” o “masillama”, del cura, sin embargo, nadie dijo nada.
La Iglesia Evangélica, por su parte, no tiene un representante como tal, sin embargo, desde diversas congregaciones se han propuesto cadenas de oración y ayuno como medio de enfrentar esta crisis sanitaria. Esto sobre todo considerando que los más vulnerables son los y las ancianas y los pobres, los cuales deberían estar en el “centro de las peticiones”, al igual que el resto de la población. La idea de una solidaridad a través de la oración nos muestra la incapacidad de la solidaridad a través de la acción. La iglesia evangélica, al igual que la católica, está exhonerada del pago de impuestos, más aún del control de sus famosos diezmos y las donaciones que reciben de organizaciones internacionales. Es decir, esta iglesia tiene suficientes recursos como para tomar acciones ante esta crisis, el problema está en su inexistente voluntad para hacer algo por la sociedad.
En los últimos decenios, las iglesias evangélicas han ido proliferando en Bolivia, sobre todo en los sectores más populares. Es en este punto donde podemos ver su hipocresía, lucrar desde su presencia en sectores populares, y en momentos de crisis, pretender subsanar con su dogma lo que no están dispuestos a subsanar materialmente. Donar sus diezmos a sectores necesitados o dejar de recolectar los mismos en los sectores pobres donde se encuentran, comprar equipamiento y apoyar en diferentes hospitales, abrir las puertas de sus congregaciones para que puedan pernoctar algunas personas indigentes, todas estas medidas, entre muchas otras, ni siquiera se encuentran en la mira de dichas iglesias ya que para éstas parece ser suficiente hacer hambrear a la gente que ya tiene hambre por solidaridad y siguiendo un bien superior todavía desconocido. La iglesia evangélica nunca estará del lado de los pobres, ya que, con sus acciones demuestra que su fin único es lucrar con estos sectores y convencerlos de que deben resignarse a su realidad de explotación y miseria, ya que bajo su dogma ellos no tienen la capacidad de transformar su realidad, sólo Dios la tiene, y es recién desde su muerte cuando realmente lograrán vivir una vida nueva y mejor.
Una acción inmediata que podrían tomar ambas iglesias por el bien conjunto de la sociedad es no activar sus altavoces, cuyas oraciones, peticiones y canciones no hacen más que contaminar acústicamente las calles, perturbar la tranquilidad del espacio público y generar miedo y confusión en los hogares.
Ante todo, la organización popular y la solidaridad son las mejores armas para combatir cualquier crisis. No perdamos la esperanza ni nos dejemos llevar ante el oportunismo de estos diversos sectores quienes se benefician y lucran del miedo. Que esta hipocresía que reluce en estos sectores nos permita reflexionar otras estrategias y mecanismos de protección a todas las formas de vida.